09 enero, 2015

Eternidad Azul: Capítulo 2


Esta semana he decidido dar un respiro a la línea de Una historia de la jungla para presentar un nuevo capítulo de mi cuento corto titulado Eternidad Azul en el que descubriremos qué es lo que el tripulante de la nave, Talon descubre al llegar por primera vez a un planeta extraterrestre. Espero sea de su agrado.






Capítulo 2: Un nuevo mundo 



Hicieron falta otros tres días más de viaje para que alcanzáramos la órbita del planeta de destino, y de pronto un día allí estaba, frente a mí podía ver un hermoso planeta de color azul verdoso que parecía hacerse más y más grande conforme nos acercábamos a su superficie. Tan cerca estábamos del planeta, que podía distinguir debajo de su atmósfera grandes cúmulos de nubes y un inmenso mar color esmeralda. Me emocioné tanto por haber llegado a nuestro destino después de tanto tiempo, que apenas pude prestar atención a la voz de Azul.



A pesar de estar tan sólo a unos kilómetros de su superficie Azul me hizo ver que era muy prematuro descender a la atmósfera por el momento. Por debajo de la nave pude ver que grandes partes de ésta se desprendían comenzando su descenso hacia el planeta dejando una estela roja tras de sí. Azul me explicó que había enviado sondas de reconocimiento para hacer un análisis rápido pero preciso sobre el planeta que pudieran revelar cualquier riesgo potencial para mí antes de que la nave pudiera bajar a tierra. Hasta el momento no había reflexionado sobre ello. Allá abajo podía haber toda clase de peligros esperándonos, como formas de vida hostiles o una composición de la atmósfera que contuviese gases tóxicos haciéndola irrespirable para mí.

Pese a estar consciente de los riesgos potenciales a los que podría estar expuesto, mi decepción se hizo evidente sintiéndome tan cerca de la preciada libertad que tanto había soñado desde pequeño. Pasé los tres días siguientes pegado a la ventana, observando fijamente al planeta que parecía llamarme con su majestuosa y salvaje belleza. En lo único en lo que pensaba era en el deseo cada vez mayor de descender y correr libremente. Terminé observando durante tanto tiempo la superficie que memoricé cada cordillera, cada depresión y cima alcanzada por la luz, y al ver mi gran interés por el planeta, Azul comenzó a revelarme poco a poco los descubrimientos que hacían las sondas allá abajo. Me explicó que aquello que era de un color uniforme era un mar que cubría gran parte de la superficie. Pronto las buenas noticias llegaron de las sondas confirmando que la atmósfera del planeta era respirable y se había localizado una zona segura para que aterrizáramos.

Había estado tan emocionado que había olvidado que, para descender, tendríamos que pasar primero por la atmósfera, una maniobra delicada. Azul y yo habíamos hecho los simulacros de aterrizaje cientos de veces con anterioridad y en teoría estaba preparado para esta ocasión, así que me dirigí a la cabina de mando, la cual se encuentra en la parte central superior de la nave. Apenas me senté me aseguré al asiento y revisé con detenimiento la información desplegada en la pantalla para asegurarme de que estuviésemos en curso y todo estuviese en orden mientras la nave comenzaba el descenso.

Yo estaba consciente de que Azul se encargaría sin problemas de la parte más difícil del aterrizaje y que nos llevaría a salvo a tierra, pero no podíamos descartar alguna falla en el sistema o cualquier otro imprevisto, así que puse mi mente en blanco y estuve atento a los instrumentos por si tenía que tomar el control manual de la nave en cualquier momento. Mi cuerpo estaba tenso, inundado por una mezcla de emoción y temor cuando la nave empezó a sacudirse conforme penetrábamos en la atmósfera. En mi mente no había tiempo para dudas, debía mantener los ojos fijos en los indicadores de la nave mientras mi sentido del oído se concentraba en la señal acústica guía que evitaba que la nave se saliera de curso y se sobrecalentara por exceso de fricción. Cuando la peor parte pasó y las sacudidas cesaron, pude ver embelesado las palcas continentales que parecían extenderse hasta el infinito entre nubes inmaculadamente blancas, y un sol radiante que se ocultaba en el horizone. Era la primera vez que veía con mis propios ojos, y no a través de una simulación virtual el esplendor y majestuosidad de un planeta vivo. Ese primer encuentro con el planeta quedó grabado para siempre en mi memoria.

Le tomó alrededor de diez minutos a la nave descender y encontrar el sitio óptimo para el aterrizaje. Los soportes de la nave finalmente tocaron tierra y los motores se apagaron. De inmediato comencé a sentir mi cuerpo extraño, algo que Azul atribuyó a la menor fuerza gravitatoria del planeta comparada con la gravedad artificial a la que estaba acostumbrado en la nave.

Sin perder tiempo Azul me pidió prepararme para salir entregándome una vestimenta de una sola pieza que incluía un casco, pensada para exploraciones cortas, por lo que seguí sus órdenes y una vez listo, aguardé nervioso a que me indicara el momento de dejar la nave.

Recuerdo ver dibujarse en una de las paredes de la nave una línea a través del casco que continuó extendiéndose hasta formar una salida circular. La luz del día, proveniente de un mundo completamente desconocido para mí, penetró en el interior para detenerse hasta casi tocar mis pies.

Intenté dirigirme hacia la luz, pero mi cuerpo no me respondía. Me había paralizado. En ese momento mis emociones se apoderaron de mí, quedándome inmóvil por lo que me pareció una eternidad. Azul notó de inmediato que algo me pasaba y se apresuró a preguntarme qué me sucedía. No supe cómo responderle, de mi boca no se movía.

Finalmente ella pareció entender mejor lo que me sucedía y me aseguró que el sitio en el que habíamos aterrizado era completamente seguro. Como estábamos en una colina sería muy fácil divisar con antelación si se acercaba algún animal hostil. Yo me encontraba en un estado catatónico y apenas pude entender sus palabras. En realidad a lo que temía no era encontrarme con alguna criatura extraterrestre, sino al hecho mismo de salir de la nave. Hasta entonces había permanecido toda mi vida confinado en esa nave desde que podía recordar. Era un miedo irracional y paralizante, como un animal nacido en cautiverio teme salir de la seguridad de su jaula aun con las puertas abiertas.

Pasé las siguientes siete horas en mi habitación sin hacer otra cosa que mirar al exterior en silencio, invadido por un sentimiento de frustración. Afuera podía distinguir una planicie cubierta de musgo de color amarillento verdoso y más allá, unas majestuosas montañas cubiertas de lo que más tarde me enteré era nieve. Tenía claro que mi misión era encontrar los secretos que aguardaban por ser descubiertos en ese planeta, pero, ¿cómo podría hacerlo si ni siquiera era capaz de dejar la nave?

“Nuestro trabajo consiste en investigar las extrañas formas de vida que habitan en planetas lejanos, así como recopilar datos generales de los mismos como lo son sus patrones de clima, su historia geológica, su campo magnético, etc, etc.” –resonaron las palabras de Azul en mi mente.

Terminé exhausto al finalizar el día por todas las nuevas experiencias por las que había pasado, así que decidí irme a acostar temprano, pero a pesar del cansancio no pude conciliar el sueño. No fue hasta el caer de la noche cuando me percaté de lo incómodamente silencioso que era el ambiente de la nave con los motores apagados. Esto terminó por empeorar mi insomnio. No recuerdo muy bien en qué momento fue, pero en algún punto de la noche me quedé profundamente dormido sin darme cuenta. Extrañamente esa noche no soñé con nada, como habitualmente me sucedía.

Para cuando llegó un nuevo día y desperté me sentí muy diferente con respecto al día anterior. Me sentía extrañamente relajado, y parecía pensar con mayor claridad. Una sensación de euforia se apoderó de mí, así que después del desayuno Azul me propuso intentar salir nuevamente. A diferencia del día anterior pude cruzar la puerta sin miedo alguno y de forma completamente natural. En el momento en el que bajé la escalerilla y mis pies se posaron en tierra firme sigue tan fresco y vívido como en aquél entonces. La luz del sol cayó directamente en mi rostro y pude sentir una suave briza mover mis ropas. Detrás de mí me seguía Azul y un ejército de sondas de todos tamaños provistas con ruedas, patas, voladoras, flotantes y anfibias, todas controladas por ella vía remota, las cuales no tardaron en dispersarse en odas direcciones con el propósito de recopilar información y tomar muestras para nosotros.

Finalmente había salido de mi prisión y por vez primera estaba realmente en campo abierto. No era una ilusión creada por una computadora, realmente me encontraba allí. Impulsado por una sensación de libertad que hasta entonces no había experimentado, eché a correr sin detenerme, pero apenas me había alejado un poco de la nave Azul no tardó en darme alcance recordándome los potenciales peligros que aguardaban a un humano joven y sin defensas naturales como yo si acaso pensaba aventurarme solo en ese mundo habitado por criaturas complejas, algunas de las cuales podían ser muy hostiles. Así pues, Azul, yo y algunas de las sondas comenzamos la construcción de una base terrestre. Dicha base, según las palabras de Azul no sería para mi uso, sino que serviría como una estación de producción, reparación, almacenaje y mantenimiento de las sondas, además, contaría con un laboratorio químico para procesar muestras y una antena que enviaría información a la nave cuando ésta se encontrara en el espacio.

A unas cuantas sondas se les encomendó la tarea de buscar el resto del día elementos que necesitaríamos para la construcción de la base. Azul y yo entre tanto, nos entregamos a la tarea de encontrar un sitio estratégico para construir la base. No tardamos mucho en dar con el lugar perfecto: un acantilado que colindaba con un mar cristalino y casi en completa calma de no ser por unas pequeñas y apenas imperceptibles olas que rompían en la arena de la playa. Cuando lo vi por primera vez noté que ese mar era muy distinto a lo que había imaginado. En las proyecciones virtuales el mar era de un color mucho más azul y con mayor movimiento. Aún así me pareció que era un mar muy hermoso con sus aguas en clama, tan cristalinas que reflejaba el color del cielo dando la impresión de que el cielo y el mar se unían en el horizonte. Me imaginé a mí mismo caminando sobre las aguas, preguntándome si sería lo más cercano a volar.

Salvo una breve caminata para reconocer el terreno que hice en compañía de Azul no pude hacer gran cosa ese día pero a pesar de ello me sentía como si acabara de nacer. Por la tarde, cuando acabamos nuestras tareas las sondas regresaron a la nave trayendo toda clase de muestras, mediciones y por sobre todo materias primas las cuales nos servirían para completar la base en tierra.

Antes de que el sol se ocultara la nave despegó hasta cruzar la atmósfera y estar en órbita. Esto era, según parece, una medida más de precaución, pues al permanecer en tierra corríamos con mayores probabilidades de ser atacados por criaturas hostiles durante la noche. Una razón más para tener lista la base en tierra lo más pronto posible, pues así las sondas harían su trabajo sin interrupciones y transmitirían sus descubrimientos a través de ésta hasta nosotros cuando estuviésemos fuera del rango de la señales de terrestres.

Esa noche, antes de dormir, Azul me tomó una muestra de piel y de sangre. A pesar de que la nave contaba con un programa muy eficiente y preciso que simulaba la interacción de partículas, era indispensable probar la reacción de mi organismo a la exposición de los elementos y seres orgánicos de aquél planeta. Azul debía mantener muestras frescas de mis tejidos con ese propósito.

Cuando llegamos estaba muy emocionado, pero conforme pasaban los primeros días esa emoción fue decreciendo rápidamente. Azul se pasaba todo el día supervisando de cerca el trabajo de las sondas, que no paraban de recoger y analizar muestras mientras yo hacía exploración de campo en un área muy reducida cercana, situada entre la nave y la base. Sólo me era permitido observar a prudente distancia los múltiples organismos simples que se escondían entre las rocas, líquenes y algunos tipos de plantas que crecían en ese espacio. Azul no me tenía permitido alejarme demasiado por mi cuenta. Estaba aburrido de un trabajo tan monótono, en especial porque el mar estaba muy cerca de nosotros. Al menos estaba feliz que para ese entonces Azul hubiera terminado con la recolección de muestras de mis tejidos y me permitiera andar libremente sin la protección del molesto traje espacial que se había empeñado en hacerme usar para aislarme del entorno de planeta. Para ganarme ese derecho tuve que soportar además varios baños consecutivos de esterilización química y una serie de vacunas que Azul había ideado para adaptar mi cuerpo de una forma lo más natural posible a las formas de vida microscópica locales.

Pasaron los días y éstos rápidamente se convirtieron en semanas sin que Azul me permitiera explorar un área de mayor tamaño, así que pronto mi desesperación comenzó a aumentar. Sentía que la horrible sensación de estar atrapado en la incubadora volvía. Quería salir a explorar ese mundo y mi deseo de aventurarme era cada vez más difícil de ignorar. Un buen día las condiciones climáticas parecieron cambiar repentinamente. El clima templado y con cielo despejado que había persistido desde que aterrizamos cambió drásticamente y comenzó a soplar un fuerte viento mientras que grandes cúmulos de nubes grises y pardas se arremolinaron sobre nuestras cabezas. Para ese entonces la construcción de la base terrestre estaba casi completada y ya era operacional. Azul y yo nos resguardamos en el interior de la nave permaneciendo en ella el resto del día hasta que nos llegó una señal urgente. Una de las sondas atmosféricas se había perdido en medio de la tormenta que se había formado más al sur, y había dejado de transmitir repentinamente. Azul y yo dirigimos la nave hacia la base terrestre para enterarnos de lo sucedido cuando la velocidad de los vientos se redujo. Al llegar a la base nuestros peores temores fueron confirmados: Una de las sondas más importantes y mayor equipadas se había perdido durante la tormenta y no podía ser contactada.

Azul decidió aumentar la potencia de la señal terrestre e intentar localizarla, pero esto tampoco funcionó. Todo indicaba que tendríamos que ir a buscarla usando la nave, puesto que no podíamos permitirnos perder esa sonda contando con recursos tan limitados que teníamos hasta el momento, fue entonces cuando tuve una idea. Tomando como excusa la sonda perdida, podía explorar más allá de la zona que Azul me había asignado. Ella no tomó con buen agrado mi proposición, así que me regresó a la nave. Resignado y sin otra alternativa no tuve más remedio que desandar mis pasos de vuelta a nave. Normalmente obedecía sin chistar a todo lo que Azul me decía, pero también sabía que una oportunidad como esta no la tendría dos veces. De verdad quería experimentar esa sensación de libertad que durante tantos años se me había negado. Había esperado durante toda mi vida para estar allí, y ahora que por fin me sentía en casa tenía un poderoso deseo de aventura que me llamaba.

Mientras caminaba de regreso a la nave, todavía refunfuñando, recordé algo, entonces me dirigí al armario y como sabía que el interior de la nave estaba en constante monitoreo por cámaras fingí tomar una manta escondiendo debajo de esta mi traje de exploración, el cual estaba equipado con una computadora que podía funcionar de manera autónoma a Azul en caso de que me extraviase, o la computadora central del Eternity dejara de funcionar. Además, también contaba con un pequeño kit de supervivencia, un arma láser y una navaja que nunca perdería filo.

Una vez proviso de lo necesario para el viaje me apresuré a salir de la nave y me monté sobre una de las sondas terrestres más grandes que también nos servía como transporte. No obstante Azul tenía el control absoluto de todas las sondas, así como de la nave misma yo tenía la capacidad de romper el enlace de las sondas con ella por medio de una clave en caso de emergencia, por lo que no tuve problema alguno al cortar el enlace de la sonda con la de la nave y Azul para ir en busca de la sonda meteorológica perdida.

Debo decir que hasta ese momento sólo había visto parte del océano, rocas cubiertas de líquenes, musgos amarillos, azulados y verdosos desde la zona de seguridad, pero yo estaba seguro que el planeta contaba con una diversidad de entornos mucho mayor.

Gracias a la gran movilidad de la sonda en la que iba, capaz de moverse en 360º grados, sortear grandes obstáculos y escalar paredes casi verticales pronto dejamos atrás a zona rocosa siguiendo la línea costera de la playa hasta llegar a una zona inexplorada. La arena del océano parecía adentrarse tierra adentro en lo que parecía ser el comienzo de un desierto. En nuestro recorrido pude notar a lo largo del terreno lo que parecían ser una especie de plantas circulares que crecían al ras del suelo. Algunas de ellas en vez de ser circulares contaban con dos grandes y carnosas protuberancias que se extendían a lados opuestos del tallo, semejantes a un par de brazos extendidos vistos desde el frente.

Seguíamos la pista de la sonda perdida usando los últimos datos enviados, según parece, cuatro horas antes de nuestra partida. La sonda había sido arrastrada desde el mar al interior del desierto por las fuertes corrientes y se había estrellado en alguna parte del desierto, por lo que si quería recuperarla tendría que adentrarme con la sonda terrestre en ese extraño y desconocido entorno.

A primera vista todo parecía marchar bien. La sonda avanzaba sorteando las extrañas plantas a su alrededor procurando mantener una razonable distancia entre ellas y nosotros, pero conforme avanzábamos el número de plantas que nos encontrábamos iba cada vez más en aumento. No fue sino hasta mucho tiempo después que lo supe, pero me estaba adentrando a una muerte casi segura ya que esas plantas eran depredadoras.

Conforme el espacio se redujo entre la sonda y las plantas bastó para que una parte de la sombra generada por la sonda llegara hasta una de las plantas para que éstas generaran una fatal reacción en cadena. De la nada apareció un pequeño remolino que nos golpeó de costado. El viento del remolino activó el mecanismo del segundo tipo de plantas, que usaban sus protuberancias como su fuesen aspas haciéndolas girar a gran velocidad mientras se elevaban por los aires destrozando parte de la sonda terrestre con sus afilados bordes.

Los restos de la sonda cayeron desperdigándose por todo el suelo. Para mi fortuna yo había salido ileso del percance al ser lanzado lejos de la sonda momentos antes de que ésta fuera alcanzada por uno de los tallos rotores de las plantas aspa, aunque todavía no estaba fuera de peligro.

El primer ataque había causado una reacción en cadena que había alertado a las demás plantas circulares generadoras de remolinos para que causaran fuertes corrientes en la dirección en la que yo me encontraba. Sabiendo que estaba en peligro me levanté y traté de tomar mi arma, pero para mi sorpresa ésta había desaparecido de su funda. La había perdido durante la caída. Eché a correr lo más rápido que pude hasta ser alcanzado momentos después por uno de los remolinos de viento y fui arrojado a una depresión de arena en donde perdí el conocimiento. Cuando desperté me encontré a mí mismo medio enterrado en la arena. Tenía arena por todas partes y estaba algo magullado, pero me encontraba relativamente bien.

El ataque había cesado, pero a donde quiera que mirase había plantas letales a mi alrededor, esperando a que cometiera el más mínimo error para volver a atacarme de nuevo. Intenté escalar por las paredes de arena, pero apenas lo intentaba las débiles y resecas paredes se colapsaban levantando arena a mi alrededor. Temiendo provocar otra reacción en cadena que seguramente terminaría por convertirme en abono de plantas decidí esperar en un rincón alejado de la depresión.

Permanecí allí durante varias horas hasta que escuché los motores de la nave acercarse a lo lejos. Azul de alguna manera había dado con mi posición y me había seguido hasta allí. La nave aterrizó lentamente entre las plantas, que se elevaban usando sus raíces como resortes haciéndose pedazos ellas mismas al momento de estrellarse contra el duro casco de la nave Eternity. Tampoco la treta de los remolinos de aire les resultó para derribarla puesto que los potentes motores eran capaces resistir corrientes de aire mucho más poderosas.

Gracias a Azul fui rescatado y salí con vida. Sobra decir que no volví a aventurarme solo y sin permiso.


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