La frágil figura de un anciano con un traje espacial ligero y casco recorre calles de una ciudad ahora en ruinas bajo la sombra de un cielo completamente negro, ya sin atmósfera. Por un momento el anciano se detiene y baja la vista. Frente a sus pies, enterrada parcialmente entre polvo, escombros y basura, encuentra a una muñeca a la cual toma delicadamente removiendo el polvo de ésta mientras la sostiene frente a su rostro. Lentamente el anciano recorre el rostro de la muñeca con sus dedos para entonces bajarla delicadamente hasta dejarla en el suelo, apoyada sobre una roca como si la muñeca estuviese sentada. El viejo entonces retoma su camino a paso lento.
A cortos y torpes pasos el hombre llega con lentitud hacia su destino, una estructura esférica metálica que sobresale de aquél paisaje, y cuya única ventana vertical la divide atravesándola por su centro desde la cual emana una luz muy fuerte desde el interior.
Apenas se planta frente al objeto se dibuja una abertura en la superficie de la esfera, permitiéndole así entrar. Una vez dentro, el hombre se deja caer exhausto a un asiento que nace desde el suelo al tiempo que se quita el casco sin dejar de respirar con dificultad.
Entonces un artefacto volador con forma de aro se le acerca proyectando un holograma de una mujer, la cual le da la bienvenida -¿Encontró alguna forma de vida? –pregunta una voz proveniente del aparato.
-No… -responde el anciano con voz entrecortada debido al esfuerzo de le produce respirar- Parece que el planeta entero está desolado… ¿Qué pudo haber pasado? –se pregunta para sí mismo el hombre con ojos anhelantes.
–Le advertí de las consecuencias. Mis lecturas indican que no le queda mucho tiempo de vida.
-¿Cuánto tiempo me queda? -inquiere, respirando ahora mejor debido al clima controlado del interior.
-Aproximadamente de tres a cinco horas –asegura la voz holográfica con un tono rígido-. Es imperativo comenzar de inmediato con el proceso de clonación si quiere continuar con el ciclo del proyecto.
Después de un momento de silencio que parece eterno el viejo asiente finalmente. –Adelante– consciente, entonces acerca con dificultad la mano a un panel cercano en la pared del cual emerge una aguja que atraviesa su piel y por la cual le es extraído un poco de sangre. Junto a él, emerge una estructura de cristal de forma tubular que comienza a llenarse de un fluido transparente y a mezclarse con su sangre hasta formar un caldo de color rosado uniforme.
-El proceso de clonación ha comenzado –le informa la voz del holograma.
El hombre hace un esfuerzo para sonreír levemente. –Quisiera pedirte que me hagas un último favor en estas horas que me quedan. Quiero que hagas un registro en audio y video, y que se lo muestres a mi sucesor en caso de que la historia llegue a repetirse.
La voz robótica no titubea en responderle: -Sabe que me es imposible cumplir esa petición. Es vital para las nuevas generaciones desconocer su origen. Una vez que usted muera, todos sus registros en la base de datos de la nave serán eliminados permanentemente.
Resignado, el anciano echa la cabeza hacia atrás para recargarla contra la pared y cierra los ojos. –Entonces, quiero que transmitas mi último mensaje, en vivo, en todas las frecuencias posibles, hacia el espacio.
-Creo adivinar lo que pretende, pero ambos sabemos que no quedan formas de vida avanzada en este sistema solar que puedan escucharlo –le advierte la máquina.
-Lo sé… pero también tengo la certeza de que hay otros como yo, allá, en las estrellas –agrega habiendo un esfuerzo por girar la cabeza y mirar a través de la ventana.
Después de una breve pausa la máquina le responde: -Puede comenzar la grabación cuando quiera.
El Hombre hace una pausa para aclararse la garganta y es entonces cuando comienza a narrar su historia con voz extenuada:
Mi nombre es Talon, y pertenezco a la especie humana. A pesar de ello, jamás conocí mi planeta de origen. De acuerdo con el registro a bordo de mi nave, la Eternity Blue, nací ocho años antes de llegar a mi destino: un sistema planetario que se encuentra en una estrella de la constelación dorado. Mi historia comienza a muy temprana edad, con mis primeros recuerdos…
-o-
En ese entonces recuerdo haber empezado a caminar. A la computadora de la nave no le gustaba que me aventurara más allá de la incubadora a la que estaba confinado, que no era más que una cápsula transparente, pero a veces me las arreglaba para hacerlo.
Al principio me daba miedo, pues todas las luces a bordo de la nave hasta ese entonces habían permanecido apagadas para ahorrar energía y no podía ver más allá de la tenue luz que proporcionaban lejanas estrellas a través de la ventana, pero un extraño espíritu de aventura me impulsaba a adentrarme en la oscuridad, como si en ella buscase algo. Supongo que mi instinto me obligaba a buscar a los míos, un padre, o una madre quizás, pero eventualmente caí en cuenta que era el único tripulante a bordo, estaba completamente solo. Casi siempre Azul, como terminé llamando a la computadora de la nave, no sólo por el color del holograma que utiliza para proyectar su forma humana, sino por el nombre mismo de nave, me regresaba a la incubadora contra mi voluntad. Debido a mi ignorancia e inocencia en ese entonces veía a Azul no como una máquina, sino algo más cercano a una madre, sin embargo ella casi nunca estaba conmigo ya que la incubadora se encargaba de cubrir todas mis necesidades fisiológicas sin que ella tuviera que intervenir de algún modo. Recuerdo que es por eso que lloraba antes de dormir hasta que Azul venía a consolarme con su compañía, y a pesar de que ella sólo se limitaba a quedarse junto a mí, en silencio. De algún modo su sola presencia me reconfortaba. Permanecí allí un año más dentro de la incubadora hasta que cumplí cuatro años. Deseaba con toda el alma salir de ese lugar, pues mi crecimiento constante reducía cada vez más el espacio al que estaba confinado, por lo que prefería dormir todo el tiempo posible para no estresarme.
Para cuando pude salir de la incubadora todo cambió para mí. Las luces de la nave se encendieron como si me dieran la bienvenida a la vida. A partir de entonces Azul no se separaba de mí pese a que su actitud fría no había cambiado en absoluto. Más que una madre, ella era una tutora que se preocupaba por mi formación educativa, mi condición física, así como mi salud general. Con el tiempo llegué a considerarla meramente una compañía a causa de su actitud casi siempre indiferente.
Una de las primeras cosas que aprendí de Azul fue a comunicarme con ella a través del habla. Me sorprendió mucho el hecho de que hasta entonces Azul jamás me había dirigido una sola palabra. Debe ser por eso que en un principio mi voz era muy rígida, imitando el tono que ella siempre usaba. Una vez aprendí a hablar y habiendo dominado la estructura básica del lenguaje no paraba de asediarla con toda clase de preguntas sobre mi origen y el por qué ella era tan diferente a mí. Azul se limitaba a responderme con respuestas muy limitadas, como que mi nombre era Talon, que el nombre de la nave era Azul Eterno, y que a ambos se nos había encomendado una misión muy importante. Ahora que lo pienso, es extraño que ella me haya puesto un nombre, pues Azul nunca me llama Talon a menos que yo se lo pidiera, o le preguntara sobre mi nombre.
Todos los días, desde que me despertaba hasta que dormía y con sólo un breve descanso de sólo tres horas, Azul me enseñaba cosas en la computadora de la nave a través de la realidad virtual. Mi mente se conectaba con la computadora central y a través de esa conexión experimentaba vivencias que eran vaciadas directamente en mi corteza cerebral permitiéndome explorar todo un nuevo horizonte de conocimientos. El proceso debía ser lento, puesto que la sinapsis de mi cerebro podría colapsar si absorbía demasiada información con mucha rapidez. Lo más cercano a lo que puedo describir esa experiencia es con soñar. Cuando estudiaba el tiempo parecía ir más rápido y para cuando me daba cuenta ya habían pasado muchas horas. La diferencia a soñar es que, en vez de sentirse descansado uno terminaba agotado y mareado. Afortunadamente estudiar no era todo lo que incluía mi rutina, Azul también ponía a entrenar mi cuerpo a través de una serie de ejercicios que debía seguir rigurosamente a diario, aumentando de intensidad conforme crecía.
Eso era necesario porque aunque la nave contaba con gravedad artificial, los ejercicios eran vitales para mantener mis capacidades físicas y mis músculos no se atrofiaran por la inactividad durante nuestro viaje.
A pesar de todo yo seguía siendo un niño y el reducido espacio al que estaba confinado, así como la monotonía de la rutina a veces me provocaban ataques de pánico y claustrofobia. Durante los ataques sentía como si las paredes de la nave comenzaran a reducirse trayendo a mi mente la horrible sensación que experimenté cuando estaba en la incubadora, pero gracias a la compañía de Azul y a su promesa de no volver a encerrarme en un sitio como ese los ataques fueron cada vez menos frecuentes.
En el aspecto intelectual también avancé rápidamente. Pronto pasé de las matemáticas, la astronomía y la física a la aritmética avanzada, la astrofísica y a los principios de la mecánica cuántica. Ya no me molestaba estudiar y aprender todo el día, puesto que era lo único que se podía hacer a bordo de la nave. En mis ratos de descanso me distraía mirando sobre la ventana para admirar en completa oscuridad el brillo de las estrellas y la estela que dejaban a su paso mientras nos movíamos por el espacio. Constantemente me preguntaba qué es lo que habría en lugares tan lejanos.
En realidad había una actividad más, pero que no era muy frecuente para mí disfrutar. Además de las tareas diarias, observar las estrellas, comer y dormir, a veces, y sólo cuando cumplía a tiempo con todos mis deberes, o me venían episodios muy fuertes de claustrofobia Azul me permitía estar por varias horas en lo que yo llamé el jardín, que no era más que un programa de realidad virtual el cual se sincronizaba con mis ondas cerebrales y me permitía visitar diferentes ambientes naturales, lo mismo planicies, bosques que playas. Gracias a esas experiencias pude saber lo que era experimentar el espacio abierto. Después me enteraría que esas imágenes eran una réplica de mi lugar de origen. Con el tiempo y conforme crecía las visitas a esos lugares fueron menos frecuentes sin importar cuánto le pidiera a Azul dejarme tomar largas caminatas en solitario, como antaño solía hacer.
Conforme los años pasaban mis ataques de frustración y de pánico no solo reaparecieron, sino que se volvieron más fuertes y frecuentes, es por esto que una de muchas veces en las que perdí el control de mí mismo y comencé a llorar por la frustración de vivir siempre confinado, para calmarme, Azul me reveló un secreto. Ella me aseguró que dentro de muy poco llegaríamos al que sería mi hogar. Ello me infundió esperanza y gracias a esto pude soportar estoicamente los meses faltantes para llegar a nuestro destino.
Finalmente, poco después de cumplir los ocho años, Azul me informó que habíamos llegado a las afueras de un sistema solar. Los siete días siguientes no pude dormir, comer o estudiar bien. La sola idea de salir de ese lugar y explorar libremente espacios interminables como los que había experimentado en el jardín me llenaban de emoción. Finalmente sería capaz de experimentar la libertad en carne propia.
Durante mi último periodo de sueño, antes de llegar al planeta que sería mi nuevo hogar, tuve sueños que me mantenían inquieto todo el tiempo hasta hacerme despertar. En ellos me reconocía a mí mismo, rodeado de seres similares a mí, pero a diferencia de Azul, sus rostros estaban borrosos y eran irreconocibles para mí. Sabía que eran personas como yo porque había visto muchas veces mi reflejo en el agua de la bañera al sumergirme, o en el débil reflejo de las ventanas de la nave, cuando miraba las estrellas, pero su aspecto me daba miedo. Debo confesar que la primera vez que me vi al espejo quedé perturbado. No estoy seguro de la razón, pero al mirar mis ojos, sentí como si aquél reflejo fuese otra persona diferente. El pensamiento de imaginar que había otros como yo me resultó inquietante. Quizás por ello comencé a tener esos sueños.
Otra peculiaridad recurrente en mis sueños era que se desarrollaban en lugares similares a los que experimentaba dentro del jardín cuando niño, rodeado de árboles, bajo un cielo despejado y de un azul intenso. Cuando me encontraba en estos lugares tenía una sensación extraña: no recordaba estar ahí antes, pero eso no me detenía para poder orientarme. Sabía en dónde estaba y hacia dónde me dirigía.
De pronto una violenta sacudida de la nave me despertó, y todavía desnudo, me levanté lo más rápido que pude para mirar hacia la ventana. Durante nuestro viaje al interior del sistema solar nos habíamos encontrado con un cinturón de asteroides que aparentemente Azul no pudo detectar a tiempo y al cual estábamos por adentrarnos. En cuestión de segundos la nave fue acribillada por una lluvia de proyectiles que golpeaban su superficie a miles de kilómetros por segundo. La luz del interior de la nave comenzó a fallar y la nave quedó en completa oscuridad por unos instantes mientras éramos sacudidos. Afortunadamente y después de lo que me pareció una eternidad Azul activó un escudo electromagnético. Los golpes y las sacudidas cesaron al instante, pero pese a mi sensación falsa de seguridad todavía estábamos en peligro. Aunque el campo nos protegía de los proyectiles más pequeños allá afuera había rocas más grandes cuyo tamaño variaba desde unos cuantos metros hasta verdaderos planetoides que pasaban alrededor nuestro y chocando entre sí.
El miedo se apoderó de mí cuando escuché sonar la alarma de la nave y las luces rojas de emergencia se encendieron. Eternity se vio obligada a abandonar su trayectoria para poder sortear los proyectiles.
Después de dos estresantes horas la nave alcanzó el límite del cinturón de asteroides y al fin pudimos detenernos para que Azul hiciera un recuento de los daños:
-El casco de la nave había sufrido daños superficiales, pero no graves.
-Había una fuga en las reservas de oxígeno y agua. Esto me preocupó al principio, puesto que las reservas eran muy limitadas para ahorrar espacio, lo que significaba que cualquier pérdida de estos dos componentes podría poner en peligro mi vida en la nave. Azul me aseguró que no tenía nada de qué preocuparme pues estábamos por llegar a nuestro destino y allí encontraríamos oxígeno y agua en abundancia.
-El sistema de distribución múltiple de energía de la nave había sido dañado, pero el sistema de respaldo estaba trabajando y se mantendría funcionando.
Pese a todo pronóstico habíamos salido del apuro relativamente intactos y podíamos continuar nuestro viaje hasta el nuevo mundo.
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