10 marzo, 2024

Dragon Legacy, Vol.1: Capitulo 35

 


Leivan en ruinas


Con la esperanza de volver a Leiyus a la normalidad, sus amigos viajaron de vuelta al reino Leivan, hogar del árbol de la vida. Sin embargo, apenas llegaron, los problemas no tardaron en aparecer cuando Kindolf fue erróneamente acusado de traición y posteriormente encarcelado por los sucesos acontecidos en la feria del sol junto con Astrid. A su vez, Doma y Dine se ocupaban de recuperar la perla blanca de las entrañas del árbol de la vida. Fue entonces cuando las fuerzas oscuras de Volgia atacaron el reino...

 

Dine camina en medio de la oscuridad, dentro de un húmedo túnel hecho de tierra, cuyas paredes están repletas de las raíces de árbol. A su alrededor, sólo se escucha el sonido constante del goteo de agua que se filtra desde la superficie. De repente, Dine recuerda que lleva consigo el frasco que le dio Doma, del cual retira el corcho. Al instante, el hada contenida dentro de ella se libera para volar en dirección a una de las muchas direcciones en las que se divide el amino frente a ella, iluminando y guiando a la dragona con su luz.

 

Sin perder a la pequeña criatura de vista, Dine se adentra en los confines del laberinto sin saber que detrás de ella una figura la observa desde las sombras. -Adelante… guíame hasta la perla, niña tonta –asegura una misteriosa voz detrás de aquella figura, que no deja de observar a Dine.

 

Corriendo detrás del hada para no perderla de vista, Dine no nota que delante de ella se encuentra un agujero en la tierra encubierto por una capa de moho, la cual se rompe apenas la dragona pisa sobre ella, haciendo la caer dentro. Poco después, y tras quedar un tanto aturdida tras golpearse la cadera, la dragona se reincorpora rápidamente –¡Eso dolió…! –asegura ella, frotándose la zona afectada-. Debo fijarme por dónde piso la próxima vez…

 

Ella entonces se prepara para salir volando de aquél agujero haciendo uso de sus alas, pero antes de que pueda hacerlo, escucha un sonido extraño que la distrae. A pocos metros de distancia, Dine puede ver aparecer desde la tierra a un sinnúmero de insectos gigantes con cuerpo de arañas, pero con tenazas al final de sus abdómenes, emerger en grandes grupos hacia donde ella se encuentra. Aterrorizada, la dragona escapa volando a toda prisa del agujero con los insectos justo detrás de ella…

 

-o-

 

Sentado sobre su silla, uno de los guardias del castillo ha comenzado a quedarse dormido cuando el grito de otro de sus colegas lo despierta abruptamente. Al mirar al cielo, el hombre encuentra el horizonte plagado de dragones de apariencia extraña que se dirigen directamente hacia ellos.

 

El alboroto llega a oídos de Klavent, quien ordena a sus subordinados tomar medidas contra los seres invasores. –¡Preparen los cañones! ¡Rápido! –ordena, desenvainando su espada.

 

Los soldados despliegan tanto dentro como fuera del castillo y sus murallas una hilera de cañones con los cuales abren fuego contra las criaturas, que ya sobrevuelan sobre su territorio. El sonido de los cañones advierte a su vez a los habitantes sobre la batalla que está comenzando justo en el momento en el que uno de los primeros dragones llega a la ciudad, atacando las casas con una llamarada de fuego púrpura que exhala desde su boca, dejando una estela de destrucción a su paso para cuando éste remonta el vuelo.

 

Al mismo tiempo, Astrid observa por la ventana con creciente ansiedad los sucesos que se están llevando a cabo en el renio.

 

Kindolf -¡Qué está sucediendo! –le insiste a su amiga apenas se siente otra fuerte sacudida, causada por una explosión de cañón cerca de los confines del castillo.

 

Astrid –Dragones… ¡cientos de dragones están atacando la ciudad! –le responde finalmente ella.

 

Kindolf -¿Qué? ¡No puede ser! –dice, intentando alcanzar la ventana a pesar de estar inmovilizado de cabeza y manos.

 

Mientras los dos observan a través de los barrotes de la torre, uno de los dragones invasores logra llegar al perímetro del castillo, lanzando un rugido de dragón con el cual daña parte de la estructura, incluyendo parte de las paredes de la mazmorra en la que en esos momentos se encuentran confinados. Tanto Astrid como Kindolf son inmediatamente arrojados tras la violenta explosión causada por el dragón, dejando un gran boquete en la pared de su celda sobre la que segundos antes habían estado observando.

 

 

Kindolf –Esto está mal… muy mal. ¡Tenemos que salir de aquí cuanto antes, Astrid! –le dice en tono apremiante apenas se recupera de la explosión.

 

Astrid –¡Pero, Doma me dijo que…!

 

Kindolf -¡Olvida lo que dijo Doma! ¡Si nos quedamos en un lugar tan alto como este, esos dragones nos encontrarán, y después nos matarán! ¡¿Entiendes!?

 

Resignada, Astrid concuerda con él: -Tienes razón. ¡Salgamos de aquí!

 

Kindolf -¡Un momento! ¡Primero, quítame esta cosa! –la detiene, haciendo referencia al cepo que lleva sobre las manos y sobre la cabeza.

 

Sin ningún esfuerzo, la chica vampiro se apresura a liberarlo con un veloz movimiento con el cual logra romper el candado  de seguridad, dejándolo finalmente libre. Acto seguido, ambos escapan volando por el agujero en la pared con Kindolf colgando de los brazos de Astrid, a los cuales se aferra con todas sus fuerzas.

 

Pese a esto, antes de que puedan aterrizar en un lugar seguro, uno de los dragones resucitados pasa volando muy cerca de ellos, lo que provoca una gran turbulencia con sus alas que los hace caer caer sobre un puesto de frutas, amortiguando considerablemente su caída.

 

Todavía enterrada en medio de frutas y cáscaras de sandía, Astrid se levanta furiosa. -¡Ya me harté! ¡Tenemos que hacer algo antes de que estos dragones acaben con todo el castillo! –exclama.

 

Acto seguido y haciendo uso de su poder, Astrid conjura un poderoso hechizo de truenos que lanza hacia la criatura que los hizo caer. -¡Tempest!

 

El hechizo sorpresivamente no sólo logra dar en el blanco, sino que provoca que la criatura resucitada se precipite al suelo tras ser paralizada por el rayo. Al momento del impacto, el dragón resucitado termina por caer sobre una casa, la cual es reducida a escombros tras el impacto.

 

Astrid y Kindolf no tardan en acercarse al lugar, ignorando por completo el caos de gente histérica que la caída de la criatura desata a su alrededor.

 

Para su sorpresa el dragón resucitado asoma en ese momento su cráneo de entre los escombros, atacándolos con una llamarada de fuego color púrpura que ambos logran esquivar antes de ser calcinados por ella. Kindolf entonces toma rápidamente una espada que yace junto al cuerpo de un soldado muerto, con la que hace frente al dragón directamente, pero en el momento en el que el escudero hunde su espada sobre su enemigo, se lleva una sorpresa al descubrir que la criatura está recubierta por una piel de consistencia pegajosa y semilíquida, lo que le hace imposible retirar su arma.

 

-¿De qué está hecha esta cosa? –se pregunta obligándose a dejar su arma pegada al dragón para tomar distancia antes de que el éste lo golpee con su cola.

 

El dragón entonces vuelve a la carga sobre ellos, pero esta vez Astrid lo recibe con otra de sus técnicas especiales fulminando finalmente a su enemigo, el cual sus restos se desvanecen en el aire hasta volverse polvo. -¡Dagas sangrientas!

 

Kindolf -¡Qué bien lo hiciste! –felicita a su compañera vampiro sin darse cuenta que detrás de ellos asecha otro dragón, el cual en esos momentos baja en picada desde el cielo con la intención de devorarlos.

 

Pero antes de que esto ocurra, una barrera de energía, que hasta ese momento había permanecido invisible, para en seco el avance del dragón protegiéndolos. La aturdida criatura entonces emprende nuevamente en vuelo ante la mirada de confusión y asombro de ambos.

 

Repentinamente, detrás de ellos aparece Doma. –¡Este lugar ya no es seguro, tenemos que buscar refugio! –los previene.

 

Astrid -¿Qué son esas cosas? Se parecen dragones, pero…

 

Doma –Tienes razón, Astrid. ¡No estoy completamente seguro, pero  parece que son dragones resucitados!

 

Kindolf  -¿Cómo que resucitados? ¡Quieres decir que esas cosas estaban muertas!

 

Doma –Ahora todo tiene sentido… Sabía que Volgia había pactado con los demonios para asesinar a Dyamat. Lo más probable es que esos dragones hayan sido traídos del más allá por Anrax, también conocido como el demonio guardián de la puerta que conduce al otro mundo.

 

Astrid -¿Hablas en serio? ¿Te refieres a uno de los cinco grandes demonios?

 

Doma –Así es… si estoy en lo cierto, esas criaturas deben ser cuerpos resucitados de dragones antiguos. Su cuerpo no es tan resistente como el de un dragón vivo, pero tienen la misma fuerza y los mismos poderes que un dragón elemental tendría. Su número y fuerza es lo que los hace peligrosos.  

 

Kindolf –¡Puede que esas cosas no tengan la piel de un dragón, Doma, pero hace poco pudimos constatar que esas cosas están cubiertas de una especie de brea aceitosa que los protege!

 

Astrid –Kindolf tiene razón. Cuando él intentó atacar a uno con su espada, ¡ésta se quedó pegada a su piel! ¿Conoces alguna otra forma de acabar con ellos?

 

Doma –¡Lo lamento, pero no tenemos tiempo qué perder en esta situación! Estos dragones resucitados son problema de los humanos de este reino. Vine aquí porque pensé que necesitarían mi ayuda, pero ahora que lo pienso, esto podría ser una trapa del enemigo. ¡Debemos volver al árbol de la vida cuanto antes!

 

Kindolf -¿Te refieres al árbol donde se encuentra la perla blanca?

 

Doma -¡Así es! ¡Dine se encuentra sola en el interior del árbol de la vida, y podría necesitar nuestra ayuda!

 

Kindolf –Espera un momento, Doma. No podemos huir por segunda vez en una situación como esta. ¡Tenemos que salvar a esta gente! ¡Ellos no podrán con todos estos dragones!

 

Astrid –A pesar de haberte tratado como lo hicieron, ¿aún quieres ayudarles, Kindolf? –lo cuestiona.

 

Kindolf –¡Claro que sí! La primera vez que Leivan fue atacado, ni Leiyus ni yo pudimos hacer nada por defender el reino. ¡Pero ahora es diferente! ¡Ahora soy más fuerte, y estoy seguro que Leiyus haría lo mismo en esta situación sin pensarlo dos veces! ¡No sé qué pienses hacer tú, Doma, pero yo no me iré de aquí hasta asegurarme que la ciudad esté a salvo!

 

Doma -¿Acaso no lo entiendes, Kindolf? ¡Incluso si estuviésemos todos juntos, no seríamos rivales para ellos! ¡Nos superan en número, y por mucho!

 

Kindolf –¡Pues yo no me iré de aquí hasta terminar con este problema! Ustedes regresen con Dine. ¡Yo me quedaré a defender mí reino! –enfatiza, dándoles la espalda antes de tomar otra espada y alejarse en dirección al centro de la ciudad, donde los dragones concentran su ataque en esos momentos.

 

Tras verlo partir, Astrid se acerca a Doma y con ojos tristes le dice: -Él tiene razón, Doma… Muchas de estas personas morirán sin nuestra ayuda. No podemos abandonarlos a su suerte.

 

Antes de poder responderle, Doma lanza un luminat detrás de ella directo hacia un dragón que se encontraba a espaldas suyas, y que estaba a punto de cerrar sus fauces sobre, acabando con éste al instante.

Doma  –Está bien… –resuelve al fin-. Sólo espero que Dine sea capaz de arreglárselas por su cuenta… Ustedes dos, traten de mantener a raya a esos dragones. Yo me encargaré de proteger la ciudad, pero necesito tiempo. ¿Podrían hacerme ese favor?

 

Astrid responde con una sonrisa y dándole un abrazo. –¡Sabía que nos ayudarías! –le confía antes de correr a unirse a su compañero en batalla.

 

En ese momento, dentro del castillo de Leivan, el rey es escoltado por su guardia personal entre los cuales se incluye a Klavent, quienes lo guían hacia los pisos inferiores. De pronto, uno de los muros colapsa frente a ellos debido a la presencia de un gran dragón, que introduce su cabeza por el orificio y amenaza con su aliento de fuego a los presentes.

 

Klavent actúa rápidamente, siendo el primero en desenvainar su espada y enfrentarse a la criatura, a la salta sin temor sobre la cabeza de la criatura a la vez que entierra su espada sobre su cráneo. En ese momento el dragón resucitado se desprende del muro sacudiendo la cabeza con vigor, lo cual provoca que hombre y bestia caigan al vacío. El rey no duda en asomarse por entre los escombros de la pared, sólo para ver a la mayor parte de la ciudad ahora convertida en ruinas. Cerca de allí, el rey alcanza a distinguir a la distancia a Kindolf, quien en esos momentos lucha desesperadamente contra uno de los dragones resucitados, cuyo aliento es capaz de desviar lejos de sí gracias a su hechizo de viento, causando que las llamas pasen a su alrededor sin dañarlo.

 

El rey de inmediato lo reconoce como aquél chico al que condenó poco antes, y sin caber en su asombro, comenta en voz alta: –Ese muchacho… ¡Está peleando solo con una de esas criaturas infernales…!

 

-o-

 

Han pasado horas desde que Dine se adentró en el laberinto, que ahora ella recorre en completa soledad, después de accidentalmente haber perdido de vista al espíritu de hada que hasta entonces la había estado guiando.

 

Dine –Cielos –dice consternada, mirando en todas direcciones-, he perdido a la pequeña hada que me servía de guía… ahora no podré encontrar el final del laberinto por mí misma. –se reprocha, mientras se sienta por unos momentos al pie de unas raíces enormes que sobresalen de la pared.

 

Allí, a través de una abertura, logra filtrarse un poco de luz natural que cae sobre su rostro, lo cual la hace a la dragona sentirse un poco más tranquila al recibir el calor del sol.

 

Pero su tranquilidad no dura mucho cuando de pronto escucha una voz en su cabeza que la desconcierta: “Dine…”

 

En ese instante, ella siente una tenue brisa pasar sobre ella, y siguiendo un impulso, la dragona decide continuar su camino, adentrándose en uno de los túneles guiada por aquella misteriosa corriente de aire.

 

Apenas unos pasos adelante, aparece frente a ella una criatura enana, con cuernos, y de cuerpo rojo que le sonríe de manera malévola, pronto se unen a él otras diez criaturas similares, bloqueando su camino.

 

“Tú, que desciendes de mi sangre, no temas a estas criaturas, pues tu fuerza es mayor a la de ellos. Supera esta prueba, y serás digna de mi poder…” –escucha Dine de nuevo la voz en el interior de su mente.

 

Enseguida, las criaturas comienzan a atacarla lanzándole bolas de fuego que estallan violentamente apenas hacen contacto con cualquier cosa que se les atraviese.

 

Dine logra evadir los primeros ataques de las criaturas, pero una explosión logra alcanzarla, quemando ligeramente sus ropas mientras es arrojada con fuerza al suelo. Haciendo un gran esfuerzo, Dine logra levantarse y contesta a sus ataques con luminat sin que su hechizo surta el menor efecto en ellos.

 

Dine -¿¡Qué!? ¡Mi luminat no les afectó! …eso significa que estas criaturas deben ser monstruos comunes.

 

Sin darle tiempo para descansar, las criaturas continúan lanzándole bolas de fuego, por lo que ella se defiende de sus ataques creando barrera mágica para protegerse de las explosiones temporalmente.

 

Dine –¡Tengo que ser fuerte! –se dice a sí misma para darse fuerzas-. Doma me encomendó esta tarea porque confiaba en mí. ¡No puedo fallar! –Exclama con nuevos bríos-.  ¡Aqua-prist!

 

En la mano derecha de la dragona aparecen repentinamente diminutos cristales de hielo, que al tocar el suelo, se transforman en enormes esquirlas de hielo afilado emergiendo de entre la tierra, para después avanzar a gran velocidad en dirección a las criaturas que la atacan, congelándolas al instante a todas.

 

Sorprendida por aquella proeza e inesperada victoria, Dine observa por un momento sus manos con sorpresa, hasta que siente de nuevo sobre su cabello aquella la brisa soplar, que la guía de nuevo por el laberinto.

 

En poco tiempo, la misteriosa brisa la conduce hasta una cámara de espacio abierto, semejante a un domo, que es iluminado en su centro por un pozo de luz, la cual llega desde la superficie. Frente a ella, puede observar un estrecho camino hecho de raíces bordeado por un profundo precipicio, y en la parte central del precipicio, halla una plataforma desde donde un objeto muy brillante llama su atención.. Dine se acerca cautelosamente a la plataforma por el puente hecho de raíces. Allí, finalmente encuentra una perla blanquecina, la cual parece protegida por una especie de energía que fluye a través de ella como si de vapor se tratase. Arriba de su cabeza, la dragona también distingue la forma de un pequeño dragón formado con la misma energía, cuya apariencia jamás había visto en otro dragón anteriormente.

 

“Hija mía…” –le habla el dragón de energía a través de su mente- “Has logrado pasar muchas dificultades hasta llegar aquí, es por eso que recompensaré tu esfuerzo entregándote aquello que has venido a buscar y que tanto ansías. Adelante, toma la perla blanca... Llévasela a aquél en el que reposa mi fuerza, y mi legado…”.

 

Aunque al principio duda de tomar la perla, Dine finalmente se arma de valor para caminar los pasos que la separan de la perla y tomarla entre sus manos.

 

-Yo tomaré eso –le exige de repente una voz femenina a sus espaldas.

 

De tras de ella, aparece una mujer vestida de negro, que porta una armadura ligera, adornada con agudas prominencias en forma de picos. La desconocida entonces se acerca a  Dine volando desde la entrada del recinto hasta posarse sobre la plataforma, haciendo uso de sus alas oscuras…


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