28 octubre, 2016

La vecina de al lado: 1era parte

La noche de brujas se aproxima, por lo que este año he preparado algo especial para la ocasión; un cuento corto de terror dividido en dos partes titulado La vecina de al lado.

En esta entrada haré una pausa en las publicaciones regulares para publicar la primera parte de la historia que espero sea del agrado de los lectores.



La vecina de al lado



Cualquiera que me vea caminar por la calle seguramente pensará que soy un hombre común y corriente, con las mismas preocupaciones en mente que la gente promedio espera, lo cierto es que, aunque es verdad que soy una persona común, mis temores están mucho más allá del dinero, o el amor. Aquellas cosas que la gente ve como preocupaciones para mí son meras trivialidades comparadas con el peso que cargo sobre mis hombros. Debido a esto, me  es imposible quedarme más de tres meses en un mismo lugar; me he mudado de apartamento tantas veces que no las puedo contar, pero no importa cuán lejos vaya, mi pasado tarde o temprano logra alcanzarme, un pasado que me asecha implacablemente, como un hambriento asecha a un cordero en un corral sin manera de evitar su terrible destino.

He pasado toda mi vida adulta escapando, temiendo por las incontables noches de que algún día despierte y la vea de nuevo, aquello que me ha perseguido desde mis días como estudiante. No hay día que no piense en lo diferente que sería mi vida si no hubiese conocido a esa mujer, esa… anciana, cuya silueta no puedo dejar de ver cada vez que cierro los ojos. Me he convertido en víctima del maleficio de una vieja chiflada, que se divierte con mi tormento desde el más allá… 

Hace aproximadamente diez años me mudé solo a la ciudad dejando atrás amigos y familia, aspirando poder estudiar en la gran universidad de la capital, lo cual no me fue muy difícil dadas mis calificaciones. Mis padres eran buenas personas, pero no podían proveerme con el dinero suficiente para poder siquiera alquilar un cuarto modesto, por lo que tuve que hacer un espacio en mí apretado horario de estudiante y conseguir un trabajo. No tardé mucho en encontrar un trabajo como ayudante de carpintero en la gran ciudad. La paga era apenas suficiente para que yo comiera, por lo que pronto se hizo obvio que tendría que buscar un nuevo lugar para quedarme. Un amigo de la escuela me recomendó que fuera a hablar con conocido suyo mientras garabateaba una dirección en un pedazo de papel. 

Acudí a dicha dirección después de clases, y aunque en un principio, dado lo deteriorado de la fachada del edificio, que más bien parecía un edificio en ruinas pensé que había terminado en la calle incorrecta, pero tras verificar tres veces la dirección supe que ése era el lugar que andaba buscando. En otras circunstancias, y de no haber estado tan urgido por encontrar un lugar para quedarme habría dado la vuelta y me habría marchado sin pensarlo dos veces, quizás habría sido lo más sensato, pero entonces reflexioné que no tenía nada que perder con preguntar si ya me encontraba allí. 

Toqué la puerta principal, en la fachada del edificio, que para entonces estaba en muy malas condiciones y carecía ya de pintura en su totalidad. No pasó mucho tiempo para que un hombre de edad media abriera la puerta y me recibiera, le expliqué que estaba ahí porque buscaba un cuarto a un precio razonable y me hizo pasar a su casa localizada en el primer piso del edificio. 

-Mira, hijo, seré directo contigo –me dijo apenas me ofreció una taza de café que acababa de preparar-: como podrás darte cuenta, este lugar este lugar está más en ruinas que en pie. Hace treinta años en este edificio vivían unas siete u ocho familias, pero desde que un terremoto dañó parte de la estructura por esas fechas, casi todos los habitantes se fueron. 

Al ver mi cara de preocupación tras escuchar su comentario se apresuró a asegurarme: -Descuida, este edificio no se va a caer pronto, es sólo que no tengo suficiente dinero para las reparaciones de la fachada. Te alquilaré la habitación del tercer piso a un buen precio, tiene buena vista –me dijo con una sonrisa. Antes de que continuara le pregunté si él era el único habitante del edificio. -Sólo soy yo y una anciana que vive en el cuarto piso junto con su gato. 

A ese punto no estaba convencido, pero me aseguró que bajaría el precio de la renta si la hacía un favor: -Sólo tienes que llevarle de comer a la anciana un cesto de comida que yo compro todos los días para ella en una fonda cercana, esto sería dos veces al a la hora del desayuno y el almuerzo. A mí me cuesta mucho trabajo subir las escaleras porque tengo una lesión en la rodilla, de no ser por ello no me molestaría en absoluto. Si me haces ese favor, te dejaré el departamento en prácticamente nada. 

El trato me pareció justo y acepté su oferta. En pocos días me mudé a mi nuevo apartamento, que, aunque viejo y con el piso lleno de una capa polvo debido a los años en desuso me pareció una suite, mucho más amplio que el diminuto cuarto en el que había estado confinado. 

Tan pronto como me mudé comencé a llevarle la comida a la anciana que vivía al lado como parte del trato. Al principio no le di importancia a la vieja, pero pronto noté que ésta tenía algo raro: Se pasaba todo el día sentada frente a su balcón, podía verla desde mi ventana, meciéndose en su mecedora sin siquiera dirigirme la palabra cuando le llevaba la comida. Recuerdo que un día le pregunté al propietario del edificio si aquella vieja estaba paralizada, o con alguna discapacidad dado que nunca parecía moverse de aquél balcón, o levantarse de la mecedora, siempre la veía en el mismo lugar hasta que se ocultaba el sol. 

El hombre me dijo que dada a su avanzada edad y al hecho de que nadie la visitaba la habían vuelto senil. Cada vez que entraba a su casa para llevarle la comida invariablemente la saludaba verbalmente, tratando de hacer conversación un poco con ella. Al principio no respondía e absoluto, pero luego me di cuenta que la anciana parecía hablar conmigo entre susurros que no alcanzaba a distinguir más allá de simples balbuceos. 

Mi departamento estaba en el lado opuesto del balcón en donde la anciana se sentaba todos los días. Las ventanas de la sala, y también la del cuarto de estudio daban estaban orientadas al interior del pozo de luz del edificio, dado lo viejo de la fachada no contaba con cortinas, por lo que debí resignarme a hacer mis tareas diarias bajo la mirada constante de aquella anciana. Intentaba no prestarle atención mientras hacía mis tareas diarias, pero me era muy difícil ignorar su presencia constante. 

Por extraño que parezca, jamás recuerdo haber viso a la vieja moverse de su silla, para cuando miraba hacia su balcón por las noches ésta ya se había marchado, dejando en su lugar la desgastada mecedora de madera reseca en la que se mecía durante todo el día, afortunadamente para mí mis deberes en la escuela y mi trabajo me mantenían constantemente ocupado como para usar mi apartamento para algo más que para dormir por las noches. 

Los meses pasaron, y salvo la incomodidad de que aquella anciana me provocaba en casa, mi vida pareció tomar un giro para bien. Mis notas eran altas en la universidad; recibí un aumento en mi trabajo, incluso me conseguí una hermosa novia con la que pasaba los fines de semana. La primavera pronto acabó y el verano llegó para ocupar su lugar. Un buen día el propietario se presentó en mi casa para avisarme que se ausentaría por dos semanas, y quería asegurarse que continuara llevando de comer a la anciana del cuarto piso. Le respondí que no tenía ningún problema para subirle el alimento como de costumbre, pero que no podía permitirme con mi salario costear comida para dos personas. 

-¡Por eso no te preocupes, hombre! –me aseguró- a la mujer solamente le gusta comer comida preparada de una fonda que está por aquí cerca, no es muy cara. De todos modos ya me he arreglado con el dueño del negocio y le he pagado por adelantado para que prepare las comidas para ti. Lo único que tienes que hacer es ir por ellas y entregárselas a la anciana, como siempre. Recuerda que es por eso que te he dejado hospedarte en mi propiedad por un precio tan bajo. 

Dadas las circunstancias, no tuve más remedio que aceptar el trato. Al día siguiente recuerdo haber escuchado el ruido del motor de su camioneta encender temprano en la mañana. 

Durante los primeros días hice mi rutina de siempre, excepto que ahora debía para por la comida de la anciana hasta la fonda y regresar con ella para entregársela. Su comida consistía básicamente en una sopa que parecía diluida e insípida, una o dos hogazas de pan, normalmente ya un poco duras y un guisado sencillo de carne o pollo. Me pregunté, no sin algo de ironía en mente, ¿cuánto tiempo una persona normal podría aguantar semejante dieta ininterrumpidamente durante tantos años sin volverse loca? 

Un día, quizás al quinto después de que el dueño del edificio se marchase, pasé como de costumbre a la fonda para recoger el alimento, pero cuando estaba a punto de marcharme el dueño del establecimiento me detuvo. Tienes que pagar por la comida –me dijo secamente y con el rostro serio. 

Le expliqué que el dueño del edificio donde vivía había pagado el equivalente a dos semanas, pero lo que no me esperaba fue su respuesta. –Lo sé, pero sólo me pagó por los primeros cinco días. Puedo seguir preparando la comida por ti, pero tienes que pagarla antes. 

Pensé que esto era un malentendido, pero al ver su expresión supe que hablaba en serio y al final tuve que pagar de mi propio bolsillo para no discutir más y me marché. 

Intenté razonar lo que ocurrió de camino a casa. ¿Habría calculado mal el dueño del edificio al pagar? O quizás era una especie de broma… tal vez era una forma indirecta de cobrarme por vivir en su departamento prácticamente gratis. De cualquier forma, no podía permitir que ese hombre abusara de mí de esa manera. Decidí pues, al día siguiente buscaría alternativas para alimentar a la anciana sin gastar demasiado en sus alimentos. 

Al día siguiente, después de clase, me apresuré a regresar al edificio. Yo y mis compañeros habíamos ido entre clases a comprar comida rápida en un puesto de hamburguesas cercano, así que, dada la calidad de la comida a la que la anciana estaba acostumbrada pensé que no le molestaría este cambio de dieta, mucho más rico en sabores y calorías que a mí parecer no le caerían mal. Al llegar a su apartamento la encontré, como siempre, en el balcón, meciéndose lentamente, ni siquiera notó mi presencia al otro lado del pasillo. Me marché contento pensando que había resuelto el problema, al menos por ese día y regresé a la universidad sin más… 

Esa misma tarde, cuando regresé del trabajo, ya entrada la noche, me encontré con mi departamento puesto patas arriba. Al principio pensé que alguien había entrado a robar, pero después de una inspección rápida me di cuenta que no faltaba nada de valor. No fue sino hasta que entre a mi habitación cuando encontré los restos de la comida que le había llevado a la anciana en la tarde desperdigados por toda la habitación, y en la pared, manchado con la grasa de la carne y la salsa de tomate estaban escritas las palabras “MUERE BASTARDO!”. Un escalofrío de pronto me recorrió el cuerpo y dirigí la mirada hacia la ventana del cuarto piso. Entre la oscuridad de la noche sólo pude distinguir la vieja mecedora en el balcón, que para mí sorpresa se encontraba en movimiento, como si la anciana se hubiese levantado de pronto y se hubiese marchado antes de que yo notara su presencia. ¿Cómo pudo una anciana senil que, en palabras del dueño del edificio, era incapaz siquiera de dejar su apartamento, ya no digamos bajar las escaleras, entrar a mi apartamento y causar tanta destrucción, en especial por algo tan trivial como haberle llevado comida a la que no estaba acostumbrada? 

Ni yo mismo estaba convencido de mi razonamiento… la puerta ni si quiera tenía signos de ser forzada. No… debía haber otra explicación… 

Ese hombre, aquél que me rentó el apartamento, debía estar jugándome una especie de broma enfermiza, involucrando a la vieja del cuarto piso para intimidarme sabiendo que en mi situación me sería imposible conseguir un buen lugar para vivir. Resolví entonces a tomar medidas. Al día siguiente cambié la cerradura de mi apartamento...


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