El secuestro de Leiyus
Gracias a un esfuerzo en
conjunto, Leiyus y compañía pudieron obtener la segunda perla dorada de las
manos de Hella después de derrotarla, pero algo inesperado sucedió al final de
la batalla cuando Leiyus perdió el control de sí mismo una vez absorbió la
energía de la perla y, por si fuera poco, poco después fue secuestrado por un
dragón negro siendo frente a la mirada atónita de sus amigos.
Leiyus despierta de su letargo
en un lugar desconocido para él. Al intentar moverse, se percata que se
encuentra maniatado con grilletes que lo sujetan a cadenas ancladas a las
paredes. -¿Dónde estoy? –se pregunta mirando a su alrededor en un intento por
orientarse.
Sujeto por las cadenas, el
escudero no puede hacer otra cosa que permanecer forzadamente de pie sobre una
piedra rodeada de lo que parece agua oscura en ebullición a su alrededor. Al alzar
la vista, Leiyus puede distinguir que en esos momentos se encuentra en el
interior de lo que parece la base de una especie de torre, cuyas escaleras
descienden en espiral hacia el fondo de donde él se encuentra.
-Veo que finalmente has
despertado, Dyamat. –dice una voz al frente suyo que no reconoce.
Los ojos de Leiyus entonces se
posan en un hombre de baja estatura, de complexión robusta y de cabellera y
espesa barba negra. Las pupilas de sus ojos están ligeramente alargadas de
forma vertical, lo que le da una apariencia reptiliana.
Leiyus -¿Quién eres tú? –le
pregunta al desconocido al punto.
-Veo que no me recuerdas.
Ahora te haces llamar Leiyus, ¿no es verdad? Me llamo Bélidas. Soy uno de los
comandantes del ejército de los dragones negros al servicio del rey Volgia.
Tras escucharle, el corazón de
Leiyus se agita –¡Acaso tú…!
Bélidas –Así es, soy uno de los
poseedores de una de las perlas doradas que tú y tus amigos han estado buscando
recientemente.
Leiyus –Si lo que quieres es
mi poder, ¿por qué no me has matado todavía? –pregunta con voz débil, luego de
toser.
Bélidas –Pues verás, yo no soy
como la estúpida de Hella, que sólo buscaba deseo de poder. Lo que yo quiero
realmente de ti, es venganza.
Leiyus -¿¡Venganza?!
Bélidas –Así es. Hice bien en
vigilar cautelosamente a esa vieja bruja e intervenir después de que acabaste
con ella. Ahora, permanecerás confinado en este lugar hasta que nuestro señor
Volgia venga a admirar mi proeza con sus propios ojos, luego, me aseguraré de
destruirte.
Tras escucharle y pese a la
precaria situación en la que se encuentra, Leiyus no puede evitar esbozar una
sonrisa confiada. -¿Acaso crees que unas cadenas podrán mantenerme cautivo
cuando puedo hacer pedazos todo este lugar con mi rugido de dragón?
Bélidas lo mira unos instantes
antes de negar levemente con la cabeza. –Veo que al renacer has perdido toda tu
gloria… ahora te has vuelto como un niño ingenuo.
Leiyus -¡¡Qué dices!!
Bélidas -Las cadenas que te
aprisionan están hechas con un material que absorberá tu energía a la menor
señal de resistencia. Entre más luches por liberarte, esas cadenas drenarán más
y más energía de ti hasta que mueras. Y aun si lograras liberarte de ellas,
serías incapaz de salir de esta prisión especial.
Leiyus -¿Prisión? ¿Así es como
llamas a esta vieja torre?
Bélidas –Veo que aún no lo
comprendes. Ese líquido que te rodea se le conoce como sangre oscura. Sólo
seres de la oscuridad pueden cruzarla. Cualquier otra criatura viviente que intente
caminar sobre ella sería absorbido y devorado por ella instantáneamente.
Leiyus –Mis amigos ya deben
estar en camino –le advierte-. Pronto ellos estarán a…
Repentinamente, Bélidas lo
sorprende propinándole un puñetazo en el estómago que le saca todo el aire
antes de que pueda terminarla frase. –Si yo fuera tú, esas serían unas malas
noticias para ellos. –lo interrumpe una vez ha hecho callar a su prisionero por
la fuerza-. Después de todo, para que ellos lograran llegar hasta aquí,
tendrían que enfrentar solos a mi ejército de dragones negros.
Leiyus no puede evitar toser
con fuerza hasta escupir sangre. Para entonces, Bélidas le da la espalda con la
intención de marcharse.
–Encontraré… una forma… de
salir de aquí… te lo aseguro –lo amenaza Leiyus antes de que éste se retire por
completo.
Bélidas se vuelve hacia él una
vez más antes de retirarse para mostrarle una sonrisa perversa. –Te deseo suerte…
Apenas se retira, Leiyus jala
de su manga la cadena del el reloj que Sanhgine le dio, entonces hace girar el
rotor entre sus dos dedos hasta hacer coincidir las manecillas en el número
doce. Una vez hecho esto, lo guarda debajo de su manga y espera…
Mientras tanto, la noche para
sus amigos ha sido interminable. Desde que el dragón se llevó a Leiyus, Dine,
Astrid y Kindolf han estado caminando sin parar, siguiendo el rastro de la
bestia.
Mientras caminan, Astrid nota
la preocupación de Dine en sus ojos y se acerca a consolarla. –Todo estará bien
–le asegura con una sonrisa.
Dine asiente respondiendo a su
gesto forzando una sonrisa. –Sí, tienes
razón…
Kindolf –Un momento, Dine.
¿Cómo es que piensas encontrar a Leiyus? ¿A caso sabes a dónde se lo llevaron?
Ella le responde negando con
la cabeza. –Por desgracia, no, pero puedo decirte que los dragones suelen volar
en línea recta. Si a eso le sumamos el hecho de que puedo detectar la presencia
de las perlas doradas restantes, creo que daremos con él tarde o temprano.
Kindolf se sorprende al
escucharla. ¡Quieres decir que el que se
llevó a Leiyus es otro de esos locos que tienen una de las perlas!
Dine –Bueno, no puedo
asegurarlo con certeza, pero siento la presencia de una perla en la misma dirección
a la que nos dirigimos. Desafortunadamente creo que nos llevará alrededor de
cuatro días llegar a pie hasta ese lugar.
Kindolf –Cielos… si tan solo
tuviésemos una forma de volar como ese dragón –se lamenta.
Entonces a Dine parece
ocurrírsele una idea. –Oye Astrid, tú como vampiro tienes alas y puedes volar
con ellas, ¿no es verdad?
Astrid lo piensa unos
momentos. –Bueno si, ¿por qué lo preguntas?
Kindolf -¿Qué estás sugiriendo
Dine? ¿Acaso quieres que Astrid nos lleve volando hasta allá ella sola?
Dine –Por supuesto que no. ¡No
seas bobo! ¡Yo también poseo un par de alas que me permiten volar!
Astrid –Pero, ¿qué pasaría con
Kindolf? Que yo sepa, los humanos comunes como él no pueden volar.
Kindolf –Sí, ¿qué hay de mí? –poniendo
cara lastimera-. ¡Ni piensen que voy a correr detrás de ustedes!
Dine piensa en la solución por
unos instantes. Más tarde, los tres llegan a un poblado, en donde Dine consigue
un canasto grande y un par de cuerdas que muestra a Astrid y a Kindolf.
Astrid -¿Qué piensas hacer con
todo esto? –pregunta al ver los materiales a sus pies.
Dine –Ya que Kindolf no puede
volar como nosotras –aclara-, tendremos que llevarlo en este cesto. Volaremos
toda la noche y descansaremos un poco al amanecer.
Al escuchar esto, Kindolf
reacciona con un ataque de pánico. -¡Qué! ¡Quieres que me suba a eso mientras
me llevan por el aire! ¡¡Estás demente!!
Dine –¡Deja de quejarte!
Nosotras somos las que vamos a hacer todo el trabajo –lo reprende.
Kindolf –No lo entiendes, Dine.
¡Le temo a las alturas! ¡¡La única forma de que me suba a eso sería que me
golpearan la cabeza con algo hasta quedarme inconsciente!!
Apenas dice esto, Astrid rompe
un jarrón sobre la cabeza de Kindolf noqueándolo al instante hasta dejarlo con
la boca abierta y los ojos en blanco mientras yace en el suelo.
Dine –Astrid, ¡qué has hecho!
–el reprocha a su amiga vampira.
Ella parece confundida por su
reacción. –Pero, pensé que él quería que lo dejáramos inconsciente –repone con
inocencia.
Dine se lleva la palma de la
mano al rostro en señal de fastidio. –Bueno… al menos pudimos hacerlo de una
manera menos violenta, como utilizar un conjuro del sueño o algo así. En fin,
ya es demasiado tarde para lamentarse. Pongámoslo en el interior del cesto…
-o-
Bélidas se dirige hacia una
habitación privada en la que guarda una esfera de cristal, la cual comienza a
emitir una luz brillante en el momento en el que él entra. -¿Qué es lo que
quieres de mí, Bélidas? –se escucha una voz proveniente desde el interior de la
misma.
Bélidas –Rey Volgia, sólo
quiero comunicarle que he tenido éxito en la captura de nuestro enemigo. Ahora
mismo está confinado en una de nuestras torres –le comunica a la voz que le
escucha desde el otro lado de la esfera.
–Bélidas, eres uno de mis más
fieles sirvientes, pero esta vez desconfío de tu palabra. Acabo de escuchar la
noticia de que Hella falló en su intento por proteger la perla que le fue
conferida y ahora está muerta.
Bélidas –No tiene por qué
preocuparse más por eso. Logré capturar a la reencarnación de Dyamat tomando
ventaja cuando él y sus amigos se encontraban débiles después de su batalla con
esa demonio. Ahora está débil, y sus amigos no lo acompañan. ¿Cuáles son tus
órdenes?
Volgia –Si realmente quieres
que te crea, Bélidas, tendré que verlo con mis propios ojos. Espera mi llegada
para mañana en la noche. Una vez me asegure que es verdad, podrás disponer de
él a tu gusto. Esa será tu recompensa por tus servicios.
Bélidas sonríe complacido tras
escuchar estas palabras. –Se lo agradezco, rey Volgia…
-o-
Dine y Astrid arrojan a su
inconsciente compañero en el interior de la canasta. Cada una entonces ata un
extremo de las sogas al cesto y sostienen el otro extremo con las manos. Una
vez finalizados los preparativos, ambas se preparan para alzar el vuelo. Dine
es la primera en desplegar sus alas compuestas de escamas doradas, las cuales
aparecen sobre su espalda.
Astrid hace lo mismo
desplegando un par de las oscuras como de murciélago, alzando así el vuelo en
sincronía mientras ambas cargan con la cesta en la que viaja el todavía
inconsciente Kindolf…
Han pasado varias horas desde
que Leiyus recuperó el sentido. Afuera, el día ha dado paso a la noche,
sumiendo al escudero en una oscuridad más acentuada.
Resignado a su suerte, Leiyus
para entonces ha dejado de luchar contra las cadenas que lo aprisionan, algo
que no ha hecho más que debilitarlo todavía más. De repente se escucha a
alguien bajar por las escaleras. Al alzar la vista, Leiyus puede distinguir una
sombra que salta por las escaleras hasta llegar a él en un instante. - ¡Quién
eres! –exige saber al desconocido, alarmado por su presencia.
De entre las sombras asoma el
rostro de Sanhgine. –Descuida, soy yo –le asegura al tiempo que da un paso,
dejando que la luz de la luna revele su imagen.
Leiyus de inmediato lo
reconoce: -¡Sanhgine! Me alegro de verte. Pensé que no vendrías. Hace horas que
intenté llamarte.
Sanhgine –Una promesa es una
promesa. He venido a concederte un favor por cuidar a Astrid, como lo prometí.
¿Cómo está ella, por cierto?
Leiyus –Ella se encuentra
bien. El que necesita ayuda soy yo.
Al notar que el vampiro se
acerca peligrosamente a la sustancia que lo rodea, el escudero le advierte del
peligro: -¡Espera! Esa sustancia es peligrosa… ¡No tengo idea de qué es lo que
suceda si llegas a cruzarla!
Sanhgine se detiene un momento
a mirar la sustancia al frente suyo, entonces da un paso al frente y para
supresa de Leiyus, ésta se aparta de los zapatos de Sanhgine conforme camina
hacia él.
Una vez al lado de Leiyus, el
vampiro procede a cortar las cadenas que lo aprisiona con un rápido movimiento,
liberándolo. –Debes saber que después de esto, mi deuda contigo quedará
saldada. –le advierte Sanhgine a Leiyus.
Leiyus –Suena justo para mí.
Sanhgine -…está bien, salgamos
de aquí.
Acto seguido, el vampiro cubre
a Leiyus con una esfera de energía, que flota por sobre la sustancia oscura hasta
dejarlo sano y salvo del otro lado. Tras subir ambos por los escalones de la
torre, el dúo logra escapar por una ventana, perdiéndose entre las sombras. Una
vez fuera, Leiyus y Sanhgine permanecen ocultos bajo el cobijo de la oscuridad.
Desde allí, pueden ver que el fuerte en el que se encuentran está rodeado por
cuatro murallas, y custodiada por dragones negros; dentro y fuera de los pasillos
hay demonios de apariencia reptiliana, así como ogros haciendo guardia en las
entradas y en los pasillos.
Leiyus –No puedo entenderlo…
¿cómo llegaste tan lejos sin ser detectado? –le pregunta a su acompañante en
voz baja para no llamar la atención.
Sanhgine –Para nosotros los
vampiros es fácil movernos en la noche sin ser detectados, ya que podemos
camuflarnos naturalmente con las sombras, pero ahora que estás conmigo, será un
poco más difícil que salgamos los dos de aquí sin llamar la atención.
Leiyus observa atentamente a
los dragones que rodean el fuerte. -…esos deben ser los dragones negros que
Doma y Dine me habían hablado.
Sanhgine –Lo dudo mucho…
-repone.
Leiyus -¿Por qué?
Sanhgine –Los dragones negros,
al igual que los dragones blancos, están al borde de la extinción, y al igual
que ustedes, la mayoría de ellos han cambiado a una forma humana para mantener
sus poderes intactos. Esos que ves allí son probablemente dragones comunes bajo
la influencia negativa de algún dragón negro.
Leiyus -¿Tienes un plan para
pasar la guardia de esos dragones?
Sanhgine –Aunque no sean
dragones negros de verdad, siguen siendo dragones. No estoy seguro si podamos
lidiar con todos ellos nosotros dos, así que a la primera oportunidad,
dejaremos fuera de combate a uno de ellos lo más rápido posible y saldremos de
aquí.
Leiyus -¿Qué hay de los
guardias?
Sanhgine –Descuida, yo me
encargo de eso.
Al chasquear sus dedos, una
espesa bruma baja cubriendo todo el fuerte, lo que confunde a los ogros y a los
demonios que hacen guardia sembrando el caos entre ellos. Un hombre de
cabellera negra con franjas blancas, que se encontraba en otra de las torres,
ataviado con una capa y armadura negra observa consternado la neblina desde su
posición. –Esto no me gusta… será mejor ir a ver al prisionero. –dice para sí
antes de ponerse en marcha.
Tras dirigirse a la torre a
toda velocidad y abrir la puerta, el hombre descubre que la prisión se
encuentra-. ¡Tengo que avisarle a Bélidas! –dice, dirigiéndose velozmente hacia
donde se encuentra éste.
Entre tanto, Leiyus y Sanhgine
aprovechan el momento para eludir a los guardias y saltar las murallas hasta
los límites del fuerte que colindan con el bosque, del que sólo los separa una
guardia de dragones que rondan el área.
En el momento en el que uno de
los enormes animales pasa cerca de ellos, ambos salen de su escondite
propinándole una patada doble en el cráneo al dragón. La fuerza del golpe azota
la cabeza de la bestia con fuerza contra el suelo, dejándolo instantáneamente
noqueado. Entonces los dos corren hasta el bosque, perdiéndose en la oscuridad
de la noche.
No lejos de allí, Bélidas sale
de la sala en la que acaba de comunicarse con Volgia encontrándose con la bruma
sobre su fuerte. En ese instante llega su súbdito, quien le comunica las malas
noticias: -¡Señor Bélidas! ¡¡El prisionero que se encontraba confinado en la
torre éste ha escapado!!
La noticia enfurece al dragón
negro. ¡¿Qué has dicho?! –brama tomándolo con fuerza del cuello-. Acabo de comunicarle
a Volgia que había capturado a Dyamat, ¡y ahora lo he perdido por su
incompetencia!
Cuando pareciera que está a
punto de matarlo finalmente lo suelta. –Señor Bélidas… -se excusa éste apenas
recupera el aliento-, le prometo que regresaré con él así me cueste la vida.
Bélidas –Más te vale que así
sea, Argon, o de lo contrario, ¡te mataré con mis propias manos!
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