La ciudad de la magia
A pesar de haber podido
escapar del fuerte de Bélidas, Leiyus y Sanhgien debieron esconderse en un
poblado cercano, en donde fueron descubiertos por Argon, uno de los súbditos
del dragón negro. Después de una lucha difícil, los poderes ocultos de Dyamat afloraron
en el cuerpo de Leiyus y se apoderaron de él, transformándolo en un guerrero
vicioso, acabando con sus enemigos en poco tiempo. Luego de esto y para fortuna
del vampiro, Leiyus perdió el sentido y regresó a la normalidad.
Sanhgine y Leiyus caminan por
un sendero solitario. El sol ya ha salido, y puede escucharse el canto de los
pájaros. Mientras ambos caminan, Sanhgine no aparta la vista de Leiyus, quien
parece sentirse mal nuevamente. ¿Qué sucede? –atina a preguntarle el ser de
oscuridad al escudero con suspicacia.
Leiyus –Nada… ya estoy mejor.
De verdad
Sanhgine -¿De verdad te
sientes mejor? –insiste éste-. Ahora mismo no te ves del todo bien.
Leiyus –¡Ya te dije que sí!
–replica, molesto-. Lo único que me molesta es que no tengo idea de cómo
derrotamos a esos dragones.
Sanhgine –Ya veo… -le contesta
después de una breve pausa-. Derá mejor seguir adelante…
Leiyus –¿A dónde nos
dirigimos?
Antes de que éste le responda,
un objeto se acerca hacia ellos volando por el cielo. El misterioso objeto
resulta ser el canasto que Astrid y Dine han estado cargando durante toda la
noche con Kindolf dentro.
De inmediato Dine es capaz de
percibir la presencia de Leiyus en las cercanías, y apenas baja la vista,
descubre las figuras tanto del escudero como del vampiro caminando en dirección
opuesta bajo sus pies. -¡Es Leiyus! –exclama entusiasmada.
Aunque un poco adormilada,
Astrid reacciona de inmediato también, sumándose a las exclamaciones de su
amiga dragón. -¡Y mi hermano está con él!
La emoción las hace bajar a
tierra a gran velocidad sólo para momentos después soltar inconscientemente el
canasto que llevaban cargando todavía a varios metros todavía sobre la tierra,
causando que éste se impacte con fuerza junto con su tripulante, aquello
termina por despertar bruscamente a Kindolf, quien no tarda en asomarse por
sobre el canasto luciendo un chichón enrojecido en la cabeza producto del golpe
que acaba de recibir.
Una vez ha tocado tierram
Astrid corre a abrazar a su hermano, quien la recibe de manera indiferente. A
su vez Dine se acerca a Leiyus con una sonrisa tímida, aunque incapaz de
disimular su alegría de verlo sano y salvo. –Me alegra que estés bien, Leiyus.
Astrid -¿En dónde estaban?
–inquiere ella al dúo, todavía aferrada al brazo de su hermano.
Sanhgine –Leiyus fue capturado
por un dragón negro llamado Bélidas. Él pidió mi ayuda para que lo sacara de
allí, pero desafortunadamente nuestro escape se complicó y tuvimos que
escondernos durante algunos días.
Dine –Bélidas… –repite ella,
intentando recordar el nombre con aire pensativo.
Astrid -¿Lo conoces, Dine?
Dine –Si no mal recuerdo, él fue
uno de los generales que comandaban las tropas de dragones de Volgia durante la
gran batalla de dragones. Fue uno de los enemigos de Dyamat que luchó contra él, pero al final de aquél
combate, fue vencido por nuestro rey.
Sanhgine –…y eso no es lo peor
que nos sucedió. Desde que lo encontré, Leiyus ha sufrido una especie de
ataques que lo vuelven muy violento e incapaz de controlar sus poderes.
Kindolf -¡Es verdad! Recuerdo
que, después que vencimos a Hella, Leiyus comenzó a comportarse de una manera
muy extraña.
Leiyus -¿Tienes idea de lo que
me está sucediendo, Dine?
Dine se mantiene en silencio,
pensando durante unos segundos en una respuesta. –No lo sé… -le responde con
franqueza finalmente.
Sanhgine –Creo que deberíamos
ir al sudeste. Allí se encuentra la ciudad de Leria. Dicen que allí habita uno
de los más grandes sabios expertos en magia. Quizás él pueda ayudarles.
Dine –¡Pero esa ciudad se
encuentra muy lejos de aquí! ¡¡Tardaríamos al menos una semana en llegar a pie!!
Leiyus –No contamos con ese
tiempo. Bélidas ya debe estar tras nuestros pasos.
Astrid –Si tan sólo todos
nosotros pudiésemos volar… -se lamenta ella, bajando la mirada.
Kindolf –¡Ah no, ni lo crean!
–espeta al punto-. ¡No volveré a subirme a esa cosa! –asevera.
Dine -¡Tú has estado todo el
tiempo muy cómodo allí sin hacer nada! –le reprocha a Kindolf-. ¡Nosotras somos
las que te hemos cargado contigo todo este tiempo!
Astrid -…además, no podríamos
con Leiyus y con Kindolf nosotras solas.
Sanhgine –Descuiden –les
asegura poniendo sus dedos índice y pulgar sobre su boca para posteriormente chiflar-.
En poco tiempo, junto a ellos aterrizan un par de grifos: criaturas que
asemejan a águilas gigantes con cuerpo de león. Una de ellas lanza un graznido cerca
de Kindolf, lo que asusta al escudero.
-Les presento a mis mascotas
–dice Sanhgine, acariciando el pico a una de ellas-. Tú y tu amigo el gallina
pueden montarlas si quieren.
Leiyus de inmediato se sube a
una de la criatura sin pensarlo dos veces, pero Kindolf se acerca a la segunda
con temor y sin dejar de temblar.
En el momento en el que él
intenta tocar a la criatura con la intención de montarla, el grifo vuelve su
cabeza y le lanza otro graznido que le hace retroceder de terror.
Dine se acerca al vampiro para
dirigirse a él: –Disculpa, te llamas Sanhgine, ¿verdad…? Astrid y yo hemos estado
viajando durante varios días… no creo que tengamos fuerzas suficientes para realizar
un viaje como ese en estas condiciones. ¿Crees que podamos montar a tus
mascotas también?
Sanhgine –Por supuesto. Estas
criaturas son muy resistentes. Cada una podría cargar fácilmente a cinco
personas sin problemas.
Sin perder tiempo, Dine
entonces monta en la criatura en la que está montado Leiyus, mientras que
Astrid se sube llena de emoción a la otra bestia como si se tratara de una
atracción de un parque de diversiones. –¡Vamos, será divertido! –anima entonces la chica vampiro a Kindolf,
que le responde meneando la cabeza enfáticamente a los lados, demasiado
asustado como para escucharla.
En ese punto, Astrid pierde su
buen ánimo y ordena a la criatura alzar el vuelo sin su camino para
posteriormente perseguirlo hasta que el grifo logra apresar a Kindolf con sus
garras tomándolo por los hombros y alzar el vuelo. Una vez solucionado el
problema, Sanhgine y los demás emprenden también el vuelo, surcando los aires a
gran velocidad. Esa misma tarde llegan a
su destino después de varias horas.
A lo lejos puede apreciarse
una pequeña ciudad rodeada por gruesas y blancas murallas blancas que forman un
círculo alrededor de ella. Dine queda impresionada por la belleza de aquella ciudad.
-¡Mira! –le dice a Leiyus dándole un ligero codazo, que en esos momentos se
encontraba dormido para despertarlo. -Es la ciudad que Sanhgine describió.
Leiyus -¿Qué tiene de especial
ese lugar? –le pregunta a ella sin compartir su emoción.
Dine –Se dice que esa ciudad
es conocida como la capital de la magia. Muchos seres de todas partes del mundo
viajan hasta aquí para aprender secretos milenarios y convertirse en sabios. Es
por eso que esta ciudad cuenta con un ejército de magos bien armados y con una
muralla mágica capaz de resistir el ataque de seres oscuros con grandes poderes.
No he escuchado mucho del sabio que gobierna estas tierras, pero todo el mundo
sabe de él por su gran conocimiento sobre la magia. Algunos dicen que tiene más
de ochocientos años, y que ha conocido los secretos de todas magias
desarrolladas por otras razas.
Apenas descienden a la ciudad,
no tardan en llamar la atención de los soldados que custodian la entrada a la
urbe. –¡Alto ahí! ¿Quiénes son ustedes? –les pregunta uno de estos, apuntando
su lanza con puntas de cristal a los cinco viajeros que acaban de descender del
cielo.
Dine de inmediato se pone al
frente del grupo para hablar en nombre de ellos: -Nosotros somos los escoltas de
Dyamat, el gran rey de los dragones blancos, y hemos venido hasta aquí para tener audiencia
con el gran sabio sobre un asunto concerniente a nuestro rey.
-¿Gran sabio dices? ¿Escoltas
de Dyamat? –repite el soldado confundido, haciendo una muesca y sin quitarles
la mira de encima con recelo. ¡¿A quién quieres engañar, niña?! ¡Dyamat murió
hace más de doscientos años! Y por si fuera poco, es más que evidente que uno
de ustedes es un ser oscuro. –agrega con enojo, señalando con el dedo a Sanhgine,
que en esos momentos se encuentra detrás del grupo y con los brazos cruzados,
indiferente ante aquellas acusaciones.
Dine entonces cambia su
actitud amigable y cordial por una más agresiva. –¡Escúchame bien! – le reclama
al guardia, tirando a la vez de Leiyus, a quien agarra por las ropas con fuerza
antes de interponerlo entre ella y su interlocutor-: ¡Este chico es la resurrección de Dyamat, y proteger su
vida es extremadamente importante para todos los que habitamos en este mundo!
¡Así que déjanos entrar de una buena vez! ¡¡Te lo ordena una descendiente
directa de la familia real de los dragones!!
El guardia queda impactado
ante el cambio radical del humor de la dragona, pero a pesar del shock inicial,
éste se niega a obedecer.
-¡Escucha, quien quiera que
seas, podré ser sólo un guardia, pero reconocería a un dragón si lo tuviese
enfrente de mí! ¡¡Y tú definitivamente no eres uno dragón blanco!! –repone a
voz en cuello.
Sin salirse de su papel de
enfado fingido, ella desafía al guardia apuntando a su propia cabeza con el
dedo: –Si de verdad quieres confirmar que soy un dragón, ¿por qué no usas un
hechizo de lente astral conmigo y
miras por sobre mi cabeza?
El soldado así lo hace
juntando sus dedos índice y pulgar hasta formar un círculo por el cual genera
un lente mágico, mismo que usa para ver la cabeza de la dragona. Frente a sus
ojos aparecen al instante un par de orejas similares a las aletas de un pez que
se mueven ligeramente a voluntad de Dine.
-¡Santo cielo! –exclama con
asombro el guardia-, ¡En verdad! ¡Eres un dragón blanco! ¡Pa-pasen ustedes! –se
disculpa éste haciendo una reverencia para recibirlos. Pronto, los demás
guardias lo imitan, permitiéndoles por fina pasar al interior de la ciudad.
Tras haber pasado las puertas
de las murallas, el quinteto es recibido por la visión de una ciudad llena de
vida. Cada edificación armoniza con el resto de las demás gracias a su diseño
similar y al color azul celeste que predomina en cada estructura. Al final, sobre
una colina, se puede ver un imponente palacio de color marfil que domina el
paisaje, cuya última torre principal es tan alta, que parece tocar el cielo.
Astrid –¡Este lugar es
bellísimo! –exclama ella sin poder dejar de mirar en todas direcciones,
deleitándose con la arquitectura de las casas.
Kindolf –¡El reino Leivan se
queda muy pequeño en comparación con este lugar! –agrega, igualmente fascinado
que su amiga vampiro.
Sanhgine –Ahora no es momento
para admirar la ciudad, lo más importante es llevar a Leiyus con ese sabio. No
sabemos en qué momento pueda perder el control de sí mismo otra vez, por lo que
todos corremos peligro estando cerca de él incluyendo los habitantes de esta
ciudad.
Kindolf –Pero, ¡cómo puedes
decir eso! –le reprocha-. ¡Leiyus es nuestro amigo!
Leiyus –Sanhgine tiene razón. –interviene-.
En este estado, puedo ser un peligro para ustedes si llego a perder el control
otra vez.
Una vez consiguen llegar a las
puertas del palacio, los soldados les permiten la entrada. Ya dentro del
complejo, el grupo recorre un largo pasillo adornado con estatuas de cristal y
esculturas de magos famosos. Al final del pasillo, terminan en una sala que en encuentran
vacía.
Leiyus –Parece que en este
lugar no hay nadie…
Astrid –Qué extraño. Este
lugar parecía más grande por fuera… Cualquiera pensaría que un palacio tan
grande contendría algo más que esta sala. –reflexiona.
-¿¡Podrían callarse!? –los
regaña una voz chillona repentinamente, que proviene de un escritorio al frente
suyo.
Kindiolf -¿Quién dijo eso?
–pregunta al punto, confundido
-Yo… –afirma un enano que
aparece de detrás del mueble-. ¿Acaso no saben que están en la sala de
meditación? ¡¡No hagan ruido!! –los reprende el hombrecillo.
Dine entonces se inclina amablemente
hacia aquel hombrecillo y con la voz más amable que puede, le pregunta:
–Disculpe, ¿podría indicarnos en dónde podemos encontrar al gran sabio de esta
ciudad?
-¡Ah! Así que están aquí por
eso… -dice el enano, mirándolos con suspicacia-. El gran sabio Laurel se
encuentra en estos momentos en su tiempo de estudio. Podrán encontrarlo en la
biblioteca, pero debo advertirles que le molesta que lo interrumpan.
Tras escuchar aquello, los
cinco se miran entre ellos con aire confundido.
-¿Qué sucede? –inquiere el
enano al ver sus rostros de confusión.
Astrid –…lo que pasa es que no
vimos ninguna puerta en el pasillo que acabamos de pasar. ¿En dónde se
encuentra exactamente la biblioteca que menciona?
Enano -Ya veo que ustedes son
nuevos por aquí. La razón por la que no vieron ninguna puerta o camino, es que
este sitio está conectado con diferentes dimensiones. Antes que nada, tienen
que atravesar de nuevo la puerta por la que vinieron
Astrid -¿Y eso de qué nos
servirá?
Enano –La entrada a este lugar
es en realidad un portal. Si mantienen su mente en blanco al entrar al palacio,
sólo llegarán hasta este punto, pero si todos concentran sus mentes mientras
atraviesan el portal, entonces podrán llegar al nexo, que es el lugar desde
donde podrán acceder a la biblioteca.
Kindolf –Pues, yo no entendí
nada… -admite, rascándose la cabeza.
Leiyus –Es fácil. Lo único que
hay que hacer es regresar a la salida y entrar de nuevo pensando en el lugar del
palacio al que queremos ir. ¿No es verdad?
Enano -¡Eso es exactamente lo
que les he estado diciendo! –repone éste molesto.
Aclarado el misterio, los cinco
regresan por donde vinieron. Al cruzar la puerta nuevamente, en vez del
pasillo, se encuentran con una nueva sala de dos pisos que tiene dibujados
pentagramas de seis puntas en el suelo. De pronto, Astrid se encuentra con un
letrero junto a uno de los pentagramas que indica con letras grandes “biblioteca”.
Astrid –¡Hey chicos, la
encontré –señala a sus amigos, que se reúnen alrededor del círculo.
Leiyus -¿Y ahora?, ¿qué
tenemos que hacer?
Dine -…creo que debemos
pararnos sobre el círculo –dice después de unos momentos de refelxión.
Kindolf -¿Alguien quiere
probar si el portal funciona primero? –pregunta a sus compañeros, dando un paso
atrás con una sonrisa nerviosa-. ¡Qué tal si algo sale mal, y todos terminamos
fusionados en una especie de criatura grotesca!
Sin pensarlo dos veces Astrid
lo empuja repentinamente por detrás hacia el portal: –¡Gracias por ofrecerte,
Kindolf!
El escudero intenta
desesperadamente de aferrarse de algo tratando de no caer, lo que provoque que
accidentalmente tome la mano de Astrid, llevándosela consigo mientras cae sobre
el pentagrama. Apenas sus cuerpos hacen contacto con el suelo, el par
desaparece de la vista de sus amigos.
Leiyus y Dine son los primeros
en reaccionar sorprendidos tras ver desaparecer a sus amigos de la nada.
Dine –¡Realmente funciona!
–exclama.
Leiyus –Si es así, entonces no
perdamos más tiempo y vallamos con ellos.
Sin perder tiempo, el resto de
ellos entra al círculo, siendo transportados instantáneamente hacia otro lugar,
en donde terminan cayendo sobre Astrid y Kindolf, quienes habían caído al suelo
luego de ser transportados.
Una vez allí, se ven a sí
mismos dentro de lo que parece una biblioteca gigante, cuyos estantes parecen
extenderse hasta el infinito sobre un fondo blanco que a su vez sirve como
fuente de luz.
Kindolf -¡Este lugar sí que es
enorme! –exclama-. Podríamos tardar días en recorrer este lugar…
Leiyus –Por aquí debe
encontrarse el dichoso sabio del que nos hablaron. Sólo espero que no se
encuentre muy lejos de este punto.
Los cinco se ponen a navegar
por el laberinto de estantes. Después de un rato, los invade una sensación
extraña, como si por más que caminasen, no llegaran a ninguna parte. Pasado
algún tiempo, por fin loran llegan al mismo punto desde donde partieron, en
donde se encuentra el transportador mágico que los materializó allí.
Dine –Creo que nos hemos
perdido… –admite para sus amigos con un dejo de desilusión.
Sanhgine –Los habitantes de
esta ciudad debieron diseñar este sitio de este modo para evitar que cualquiera
intentase robar el conocimiento y los hechizos contenidos en estos libros…
–conjetura.
Kindolf –Y ahora, ¿qué vamos a
hacer? –pregunta al tiempo que se recarga sobre un estante cercano-. …A este
ritmo, ¡vamos a necesitar provisiones para poder explorar este lugar!
Leiyus -¡Esperen! –dice
repentinamente, haciéndolos callar-. Creo que escucho algo…
Una vez todos guardan silencio,
se puede escuchar la voz de un hombre murmurando algo en las cercanías. El
grupo avanza en absoluto silencio en dirección a aquella voz misteriosa, la
cual los guía hasta un hombre de edad avanzada vistiendo de ropas azul marino,
sombrero de hechicero y enormes cejas pobladas junto con una barba blanca del
mismo color, ocultando la mayor parte de su rostro casi en su totalidad.
Kindolf -¿Creen que ese sea el
sabio del que nos hablaron? –inquiere a sus amigos en voz baja, que junto con
el escudero observan al anciano ocultos detrás de un estante.
Leiyus –Sólo hay una manera de
averiguarlo… -dice, para entonces armarse de valor saliendo de su escondite sin
más para dirigirse hacia el desconocido, cuya presencia del escudero toma por
sorpresa en el momento en el que él toca el hombro del viejo, causando que éste
se sobresalte. –Perdone por interrumpirlo –comienza Leiyus-, gran sabio, pero
hemos venido a verle desde muy lejos para que nos ayude con un gran problema.
El anciano lo mira a través de
sus ojos, ocultos detrás de sus cejas esperas antes de comenzar a balbucear
incoherencias.
-Abdaha saba nh.
Para entonces, el resto de sus
amigos se le ha simado saliendo de su escondite sin dejar de observarlas
interacciones entre Leiyus y el anciano.
Astrid -¿Estará hablando en
otra lengua?
Dine –…no entendí nada
Kindolf –Pues, yo creo que a
este viejo se le botó un tornillo y sólo está balbuceando…
De pronto, se escucha otra voz
mucho más joven proveniente del pasillo contiguo llamar al anciano.
–¿Tivas…? ¡Tivas! ¿A dónde te
metiste?
En ese momento, aparece frente
a ellos un niño vistiendo ropas elegantes de hechicero, y usando grandes gafas con
lentes exageradamente gruesos que los mira con curiosidad, aferrando una pila
de libros entre sus pequeñas manos que fácilmente doblan su estatura.
Al igual que el viejo, la
primera reacción del niño al verlos en ese lugar es de sobresalto, causando que
deje caer involuntariamente los libros que hasta entonces había estado
cargando.
Astrid es la primera en
reaccionar al incidente tratando de ayudar al niño a levantar los libros
desperdigados. –Quie…¿¡quiénes son ustedes y qué hacen aquí!? –pregunta el
chiquillo, que lejos de agradecer la ayuda de Astrid, parece más dispuesto a escapar.
Dine –Estamos buscando al gran
sabio –le responde ella en un intentando tranquilizarlo-. ¿Sabes dónde podemos
encontrarlo?
Tras escucharla, el pequeño
suelta un suspiro de alivio para posteriormente recoger sus lentes del suelo
que había dejado caer antes de dedicarse a frotarlos con sus ropas para
limpiarlos.
–Pues claro que lo sé ¡Lo
están mirando! –asegura, señalándose a sí mismo.
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