15 octubre, 2023

Dragon Legacy, Vol.1: Capitulo 20

 



El lado oculto de Leiyus


Tras haber escapado del fuerte de Bélidas, Sanhgine y Leiyus consiguen llegar a una ciudad habitada mayoritariamente por seres hostiles. Por si fuera poco, un dragón negro llamado Argon al servicio de Bélidas que comanda un grupo de dragones logra dar con ellos, orillándolos a escapar o pelear por sus vidas.

 

El dragón que Sanhgine anteriormente había golpeado se levanta sin sufrir daño alguno lanzando un rugido ensordecedor como advertencia de su furia.

 

Argon – Ya veo… -interviene éste centrando su atención en Sanhgine-. Así que perteneces a la clase de los vampiros, ¿no es verdad?. No entiendo por qué una criatura como tú ayuda a un ser de luz, pero si quieres compartir el mismo destino que esa basura humana, ¡adelante!

 

Inmediatamente, Bélidas comanda al dragón a lanzarse sobre ellos con las fauces abiertas con la intención de tragárselos enteros. 

 

Leiyus –Sanhgine, ¡cuidado! –le advierte en el momento en el que el animal se les viene encima,  lanzándole al animal un rugido de dragón.

 

La onda expansiva del ataque es lo suficientemente potente como para destruir las casas aledañas, así como marcando una franja de tierra expuesta, pero para sorpresa de ellos, incluso el poderoso ataque no consigue causar daño alguno al dragón, el cual emerge de entre la vorágine de energía para contraatacar haciendo uso de su aliento de fuego que resulta en una igualmente poderosa explosión de llamas.

 

El estallido resultante provoca que tanto Leiyus como Sanhgine sean arrojados violentamente por el aire en direcciones opuestas, y para cuando por fin logran recuperarse, ambos logran constatar que el poder del aliento de aquél dragón no solo ha causado un cráter en medio de la ciudad, sino que ha dejado las rocas expuestas dentro de éste al rojo vivo.

 

“¡Esos dragones on muy poderosos!”-exclama Leiyus con alarma para sus adentros.

 

Antes de que pueda levantarse completamente del suelo, el escudero observa a Sanhgine correr directo hacia el dragón, a quien toma por sorpresa debido a la velocidad del ataque, golpeándolo en el cráneo de la misma forma que hizo anteriormente, pero esta vez su ataque no surte el efecto esperado y el dragón lo apresa entre su enrome garra y el suelo. Segundos después, la bestia se prepara para calcinarlo con su aliento.

 

En un intento desesperado por liberarse, Sanhgine lanza su ataque más poderoso hacia el dragón con el único brazo libre que tiene. -¡Val-tempest!

 

De la mano de Sanhgine aparece un rayo luminoso que atraviesa el pecho de la criatura emergiendo segundos después por el lomo de su enorme cuerpo. El ataque parece por lo menos aturdir al dragón el tiempo suficiente como para dejar de ejercer presión sobre el vampiro, consiguiendo que éste se libere.

 

Rápidamente, Sanhgine se aparta del camino del animal sólo para notar cómo en la zona en donde impactó su hechizo, la piel del dragón se ha calentado momentáneamente a tal punto, que por un segundo queda al rojo vivo antes de que el calor termine por disiparse.

 

Para entonces, Leiyus logra reincorporarse para reunirse con él. -¡Increíble…!¿Qué fue lo que le hiciste, Sanhgine?

 

Sanhgine le responde, todavía con el aliento agitado a causa del esfuerzo–…le lancé uno de mis más poderosos hechizos, y no tuvo efecto en absoluto sobre ese dragón.

 

Cuando el dragón se recupera del aturdimiento provocado por el hechizo, de inmediato vuelve a acometer contra ellos usando su larga cola como látigo azotándola fuertemente contra piso en el que momentos antes se encontraban de pie.

 

Leiyus logra ponerse a salvo con dificultad dando un salto hacia atrás. –Maldita sea… no me siento muy bien. ¡En estas condiciones, no puedo ni siquiera moverme como quisiera!

 

–¡Estás haciendo un buen trabajo! –felicita Argon a su dragón con una palmada en uno de sus costados-. Pero recuerda que queremos a Dyamat vivo. Puedes matar a su amigo si eso se entretiene.

 

Sanhgine entonces se vuelve repentinamente hacia Leiyus. –Escucha, creo que podemos acabar con ese dragón si unimos nuestras fuerzas.

 

Leiyus –¡Pero, ninguno de nuestros ataques surtirá efecto en su piel!

 

Sanhgine –Puede que mi val-tempest no esté perfeccionado todavía, pero pude notar que al menos logró debilitar la piel del dragón por unos instantes... Si logro debilitar ese mismo punto con mi hechizo, quizás tu rugido de dragón pueda alcanzar su corazón.

 

Leiyus –No sé si pueda hacerlo… -repone jadeante, pudiendo apenas permanecer de pie con las energías que le quedan debido al agotamiento.

 

Sanhgine –Si no lo logramos, entonces puedes despedirte de este mundo.

 

En el momento en el que el dragón se dispone a lanzarles otro ataque de fuego, ambos se ponen en guardia.  -¡Ahora! –señala Sanhgine.

 

Sanhgine entonces corre a una impresionante velocidad hacia el dragón al tiempo que elude el aliento de fuego y las garras de la bestia hasta acercarse lo suficiente para ejecutar su ataque y sin perder tiempo, el vampiro se coloca debajo del pecho del dragón antes de ejecutar su hechizo por segunda vez: -¡Val-tempest!

 

El ataque del vampiro da de lleno en el pecho del dragón, que se estremece mientas es atravesado por una corriente de plasma. Al mismo tiempo, Leiyus intenta concentrarse para ejecutar su ataque a pesar del intenso dolor en su cabeza. -¡¡…Rugido de dragón!!

 

El ataque de Leiyus golpea el pecho, todavía al rojo vivo del dragón perforando sus entrañas hasta atravesarlo de lado a lado, cayendo muerto al instante.

 

Al observar aquello, el asombro de Argon se convierte rápidamente en ira. –¡Malditos! ¡Cómo se atreven a matar a uno de mis súbditos! Se acabó mi amabilidad. ¡¡Acaben con ellos!! –ordena a voz en cuello a sus cuatro dragones restantes.

 

Sanhgine –Tenemos que acabar con ellos uno por uno. –sugiere a su colega sin dejar de esquivar las garras y las colas de los dragones, que los atacan sin piedad, y cuando se le presenta la oportunidad, el vampiro se dispone a lanzar nuevamente su hechizo a uno de los dragones-. ¡Val-te…!

 

Pero antes de que pueda conjurarlo, otro  dragón lo ataca por la espalda con una de sus garras, lanzándolo con fuerza hasta dar a parar contra un árbol. El golpe que recibe resulta tan tremendo, que el árbol termina siendo derribado tras el impacto.

 

Leiyus -¡Sanhgine! –exclama al presenciar la escena para después ver cómo dos dragones más lo rematan lanzando llamaradas de sus bocas en el lugar del impacto.

 

En ese instante, detrás del escudero aparecen los otros dos dragones restantes, quienes no paran de acosar a Leiyus con sus colas y ataques de fuego. Rápidamente los movimientos de Leiyus se vuelven cada vez más y más lentos y torpes hasta que finalmente uno de los animales logra derribar antes de aplastarlo con su pata delantera. Leiyus se defiende y aunque logra detenerla con las manos, el peso de la criatura y su estado precario drenan las pocas fuerzas que le quedan rápidamente. –Di-ne… a-you-da-me –pronuncia antes de desaparecer bajo la pata del dragón.

 

En ese instante y al mismo tiempo, Dine, que en esos momentos se encontraba volando junto con Astrid cargando el canasto, siente una fuerza extraña que la llama. Momentos después, sus energías la abandonan haciendo desaparecer sus alas de dragón, y antes de caer al vacío, ella logra aferrarse de la cuerda, provocando una carga excesiva para la pobre chica vampiro, que ahora debe soportar el peso no sólo de Kindolf, sino también el de ella. Finalmente, sus alas pierden sustentación causando que los tres caigan hasta aterrizar milagrosamente sanos y salvos sobre la copa de un árbol sin sufrir daño alguno.

 

Luego del choque, Dine queda atrapada y casi de cabeza entre dos ramas; el canasto volcado, cerca del tronco, yace Kindolf con las piernas al aire y Astrid sentada sobre un montón de ramas, aturdida por el golpe. -¿Qué pasó? –pregunta ella, confundida y sobresaltada ante su repentina caída.

 

De regreso a la batalla, un rayo de repente impacta la pata del dragón que mantenía apresado a Leiyus hasta llegar a él, quien instantáneamente cambia su apariencia por una más feroz, recuperando sus fuerzas de golpe y con creces, pero contrario a otras veces, el escudero parece perder el control de sí mismo.

 

De los ojos de Leiyus desaparece todo signo de raciocinio y es substituido por una mirada salvaje  y violenta. En ese momento se escucha un rugido estremecedor que se extiende por kilómetros.

 

No pasa mucho tiempo para que Leiyus emerja desde el agujero sosteniendo la pata del dragón que lo aprisiona para momentos después, lanzar al dragón por los aires de un solo movimiento y sin esfuerzo. Sanhgine, que en esos momentos se recuperaba de la golpiza que los dragones le habían propinado, al igual que Argon, contemplan con asombro cómo la expresión del rostro y su fuerza de ha cambiado tan drásticamente y en tan poco tiempo, casi como si se tratara de otra persona. Una carente de raciocinio, y que solo conoce la destrucción.

 

Por un momento todos los presentes, tanto aliados como enemigos permanecen inmóviles sin quitar los ojos del escudero hasta que uno de los dragones da el primer paso en un intento por reanudar el ataque.

 

Con un rugido de furia, el dragón no duda en tragarse de un bocado a Leiyus cerrando sus mandíbulas con fuerza sobre él, pero cuando las vuelve a abrir, se da cuenta de que su presa ya no se encuentra en ese lugar. De pronto, a su lado reaparece Leiyus, quien le propina la bestia un tremendo golpe en las costillas generando una onda expansiva que traviesa al dragón de extremo a extremo. Acto seguido, de la herida provocada por Leiyus brota violentamente una explosión de tripas y sangre que mata al dragón al instante.

 

Dos de los tres dragones se abalanzan al unísono en su contra, atacándolo uniendo sus alientos de fuego hasta convertirlo en un torrente de fuego súper caliente dirigido hacia Leiyus. Sin inmutarse, el escudero espera el pacientemente hasta ser tragado por las llamaradas de plasma que avanza carbonizando todo a su paso. Sorprendentemente, Leiyus reaparece poco después de entre las llamas, ileso, lo que provoca la furia de los dragones, que ya preparan un segundo ataque similar. Esta vez, Leiyus contrarresta el ataque de las criaturas lanzando una llamarada semejante a la de ellos desde su boca, y cuando ambas fuerzas colisionan, su poder no tarda en sobrepasa al de las poderosas criaturas dragones, quienes terminan atrapados en una tremenda explosión de fuego.

 

Cuando las llamas se disipan, pueden apreciarse los cuerpos inertes y carbonizados hasta los huesos de ambas criaturas.

 

El último de los dragones con vida entonces se le acerca a Leiyus con las garras por delante, pero antes de que éste pueda hacerle daño, él logra detener con sus manos ambas garras, para después sujetarlo de ellas y lanzándolo en vilo al aire antes de rematarlo con su rugido de dragón que lanza al aire, atravesando el cuerpo del dragón. Momentos después, el cuerpo del enorme animal al caer al suelo causa que la tierra se sacuda cuando éste toca tierra.

 

Otros dragones, que hasta entonces se encontraban dispersos alrededor del poblado se dan cuenta de lo sucedido y deciden unir fuerzas para atacar en conjunto, pero antes de que poder siquiera acercarse, Leiyus extiende su mano en dirección de las criaturas para después acabar con todos de un solo golpe generando explosiones a la distancia que acribillan a los dragones hasta que ninguno queda en pie.

 

Tras presenciar la masacre, Sanhgine permanece en silencio, incapaz de articular palabra, paralizado por una mezcla de asombro y temor. Leiyus entonces da un paso hacia su último enemigo: Argon.

 

Argon. –Maldito… ¡¡Eres un maldito monstruo!! –le grita al borde de la desesperación-. Pero no eres el único que tiene el poder de los dragones. ¡Yo también soy un dragón negro! ¡¿Ahora verás que yo también tengo trucos que enseñarte!!

 

Con una expresión de furia, Argon arroja el peto de su armadura al suelo al tiempo que su cuerpo empieza a irradiar un aura oscura. Acto seguido, su cuerpo comienza a cambiar drásticamente, llenándose de escamas negras. De su cabeza emergen un par de orejas escamosas, al igual que cuernos… Sus brazos se encogen, mientras que sus piernas se engrosan… Para cuando su transformación termina, Argon se ha convertido en un impornente dragón negro alado, que se yergue sobre dos enormes patas traseras. A pesar del radical cambio de su enemigo, Leiyus no parece impresionado en absoluto por el nuevo aspecto de su enemigo.

 

Argon –¡Muere! –sentencia a la bes que abre sus enormes fauces en dirección a Leiyus-. ¡Aliento ígneo!

 

De su boca no tarda en emerger de manera explosiva un rayo de plasma aún más poderoso que el de los dragones anteriores, el cual es desviado de un solo golpe por Leiyus. Una vez el rayo de plasma de Argon toca tierra, provoca una explosión de grandes magnitudes que termina por arrasar lo que queda del poblado. Sanhgine se ve obligado a guarecerse en una zanja para no ser alcanzado por la onda de calor y destrucción resultantes.

 

Leiyus repentinamente contraataca con un ataque similar, que Argol intenta contrarrestar con su aliento, pero el poder del escudero termina por sobrepasar el suyo y es consumido por completo en una segunda explosión devastadora. Creyendo haber terminado con su enemigo, Leiyus da media vuelta y se retira del lugar en ruinas, pero para su desconcierto, Argon reaparece con el cuerpo todavía humeante de entre las cenizas. El dragón negro, dominado por la furia entonces se abalanza contra Leiyus, quien hace lo mismo lanzando un rugido de batalla.

 

Argon intenta destazar a su enemigo con sus garras, pero Leiyus se mueve tan rápido que las esquiva sin problemas. Al final, Leiyus salta hacia Argon y de un solo movimiento lo decapita haciendo crecer en el último momento unas garras afiladas de sus manos. La cabeza de Argol cae seguida del resto de su cuerpo inerte.

 

Una vez la amenaza ha pasado, Sanhgine decide salir de su escondite para reunirse con Leiyus. –De verdad que acabaste con ellos –dice, pero no recibe respuesta de Leiyus, quien en ese momento le lanza una mirada fiera.

 

En ese instante Sanhgine se da cuenta de que Leiyus lleva un hechizo en su mano derecha con el cual planea atacarlo, y creyendo que se encuentra en peligro inminente, el vampiro retrocede unos pasos a la vez que conjura un hechizo ofensivo entre manos.

 

Durante unos tensos instantes, ambos se quedan inmóviles, mirándose entre sí hasta que de la nada, Leoyus pierde el conocimiento y cae al suelo.

 

Dando un respiro de alivio, Sanhgine echa un vistazo a los alrededores, contemplando la devastación de la batalla que ha resultado con la destrucción total del pueblo, ahora convertido en ruinas. No parece haber signos de sobrevivientes, y prácticamente todos los edificios de la ciudad han desaparecido.

 

Sanhgine entonces se vuelve hacia el ahora Leiyus. –…su poder no tiene comparación. Me pregunto si todos los dragones blancos son tan poderosos como él…  

 

Cuando llega la mañana, Bélidas espera impaciente en su fuerte la llegada de Volgia. Por su expresión y su piel bañada en sudor se puede apreciar en él una gran preocupación. De pronto, las puertas se abren mostrando a Volgia: un hombre con rasgos de dragón que posee cuernos en su cabeza.

 

Sus pies y manos están cubiertos de escamas que terminan en largas garras, dándole un aire imponente, que se complementa con unos ojos completamente en blanco.

 

Volgia –He venido porque me han comunicado que has capturado a Dyamat –asevera a su anfitrión apenas lo ve.

 

Bélidas aparta la vista, nervioso. –Yo… señor… Durante la noche del día de ayer, la reencarnación de Dyamat escapó. ¡Pero no se preocupe! –se apresura a afirmar-. Envié a uno de mis mejores hombres a recapturarlo. Para estos momentos, ya debe de traerlo de vuelta. Estoy seguro de ello.

 

Volgia –Eres muy confiado, Bélidas. Recuerda que humano o no, ese muchacho tiene el espíritu de nuestro más peligroso enemigo.  Si lo que dices es cierto, ¡quiero pruebas!

 

En ese momento Bélidas llama a uno de sus sirvientes. A la habitación entra una pequeña línea transversal que aparece flotando, haciendo un ruido rítmico mientras se mueve en dirección a ellos. La línea entonces se detiene frente a ellos y se expande hacia los lados, revelando que en realidad se trata de un ojo flotante. –Infórmanos acerca de los avances de Argon en su misión. –le ordena Bélidas a la curiosa criatura.

 

-Lamento informarle que Argon ha muerto. –le responde ésta en tono inflexible, casi robótico.

 

Bélidas se sorprende tras escuchar la noticia. -¡Qué! ¡¡No puede ser!!

 

De inmediato Voglia se vuelve hacia él, clavando sus vacíos ojos en los suyos. –¡Te lo advertí, Bélidas! No quiero que cometas más errores. De ahora en adelante, ¡te encargarás personalmente de acabar con Dyamat! ¡No descansaras, comerás, ni dormirás hasta que cumplas tu palabra! ¡¡Entendiste!!

 

Bélidas se inclina haciendo una reverencia para tratar de apaciguar la ira de su superior. –Le juro que no fallaré, mi señor –promete.

 

Volgia –Espero que por tu bien así sea. Ya sabes lo que les pasa a aquellos que fracasan –asegura, antes de darle la espalda y retirarse del lugar con paso lento, dejando a Bélidas en posición de reverencia.

 

“Si fue capaz de acabar con Argon y todos sus dragones” –piensa Bélidas, manteniendo todavía la posición de reverencia, y sin apartar los ojos del suelo mientras una gota de sudor recorre su frente-, “…significa que el poder de ese humano es por lo menos igual o superior al de un dragón negro genuino... Si quiero derrotarlo, tendré que usar todos los recursos a mi alcance para lograrlo…”

 

Momentos después, Béñidas sale de la habitación para contemplar sus tierras ocupadas por dragones negros. –Esta vez no tendrán escapatoria. ¡Acabaré con Dyamat a toda costa! –se promete a sí mismo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


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