El lado oculto de Leiyus
Tras haber escapado del fuerte
de Bélidas, Sanhgine y Leiyus consiguen llegar a una ciudad habitada
mayoritariamente por seres hostiles. Por si fuera poco, un dragón negro llamado
Argon al servicio de Bélidas que comanda un grupo de dragones logra dar con
ellos, orillándolos a escapar o pelear por sus vidas.
El dragón que Sanhgine
anteriormente había golpeado se levanta sin sufrir daño alguno lanzando un
rugido ensordecedor como advertencia de su furia.
Argon – Ya veo… -interviene
éste centrando su atención en Sanhgine-. Así que perteneces a la clase de los
vampiros, ¿no es verdad?. No entiendo por qué una criatura como tú ayuda a un
ser de luz, pero si quieres compartir el mismo destino que esa basura humana, ¡adelante!
Inmediatamente, Bélidas
comanda al dragón a lanzarse sobre ellos con las fauces abiertas con la
intención de tragárselos enteros.
Leiyus –Sanhgine, ¡cuidado!
–le advierte en el momento en el que el animal se les viene encima, lanzándole al animal un rugido de dragón.
La onda expansiva del ataque es
lo suficientemente potente como para destruir las casas aledañas, así como
marcando una franja de tierra expuesta, pero para sorpresa de ellos, incluso el
poderoso ataque no consigue causar daño alguno al dragón, el cual emerge de
entre la vorágine de energía para contraatacar haciendo uso de su aliento de
fuego que resulta en una igualmente poderosa explosión de llamas.
El estallido resultante provoca
que tanto Leiyus como Sanhgine sean arrojados violentamente por el aire en
direcciones opuestas, y para cuando por fin logran recuperarse, ambos logran
constatar que el poder del aliento de aquél dragón no solo ha causado un cráter
en medio de la ciudad, sino que ha dejado las rocas expuestas dentro de éste al
rojo vivo.
“¡Esos dragones on muy poderosos!”-exclama Leiyus con alarma para sus adentros.
Antes de que pueda levantarse
completamente del suelo, el escudero observa a Sanhgine correr directo hacia el
dragón, a quien toma por sorpresa debido a la velocidad del ataque, golpeándolo
en el cráneo de la misma forma que hizo anteriormente, pero esta vez su ataque
no surte el efecto esperado y el dragón lo apresa entre su enrome garra y el
suelo. Segundos después, la bestia se prepara para calcinarlo con su aliento.
En un intento desesperado por
liberarse, Sanhgine lanza su ataque más poderoso hacia el dragón con el único
brazo libre que tiene. -¡Val-tempest!
De la mano de Sanhgine aparece
un rayo luminoso que atraviesa el pecho de la criatura emergiendo segundos
después por el lomo de su enorme cuerpo. El ataque parece por lo menos aturdir
al dragón el tiempo suficiente como para dejar de ejercer presión sobre el
vampiro, consiguiendo que éste se libere.
Rápidamente, Sanhgine se
aparta del camino del animal sólo para notar cómo en la zona en donde impactó
su hechizo, la piel del dragón se ha calentado momentáneamente a tal punto, que
por un segundo queda al rojo vivo antes de que el calor termine por disiparse.
Para entonces, Leiyus logra
reincorporarse para reunirse con él. -¡Increíble…!¿Qué fue lo que le hiciste,
Sanhgine?
Sanhgine le responde, todavía
con el aliento agitado a causa del esfuerzo–…le lancé uno de mis más poderosos
hechizos, y no tuvo efecto en absoluto sobre ese dragón.
Cuando el dragón se recupera
del aturdimiento provocado por el hechizo, de inmediato vuelve a acometer
contra ellos usando su larga cola como látigo azotándola fuertemente contra
piso en el que momentos antes se encontraban de pie.
Leiyus logra ponerse a salvo
con dificultad dando un salto hacia atrás. –Maldita sea… no me siento muy bien.
¡En estas condiciones, no puedo ni siquiera moverme como quisiera!
–¡Estás haciendo un buen
trabajo! –felicita Argon a su dragón con una palmada en uno de sus costados-.
Pero recuerda que queremos a Dyamat vivo. Puedes matar a su amigo si eso se
entretiene.
Sanhgine entonces se vuelve
repentinamente hacia Leiyus. –Escucha, creo que podemos acabar con ese dragón
si unimos nuestras fuerzas.
Leiyus –¡Pero, ninguno de nuestros
ataques surtirá efecto en su piel!
Sanhgine –Puede que mi val-tempest no esté perfeccionado
todavía, pero pude notar que al menos logró debilitar la piel del dragón por
unos instantes... Si logro debilitar ese mismo punto con mi hechizo, quizás tu
rugido de dragón pueda alcanzar su corazón.
Leiyus –No sé si pueda
hacerlo… -repone jadeante, pudiendo apenas permanecer de pie con las energías
que le quedan debido al agotamiento.
Sanhgine –Si no lo logramos, entonces
puedes despedirte de este mundo.
En el momento en el que el
dragón se dispone a lanzarles otro ataque de fuego, ambos se ponen en
guardia. -¡Ahora! –señala Sanhgine.
Sanhgine entonces corre a una
impresionante velocidad hacia el dragón al tiempo que elude el aliento de fuego
y las garras de la bestia hasta acercarse lo suficiente para ejecutar su ataque
y sin perder tiempo, el vampiro se coloca debajo del pecho del dragón antes de
ejecutar su hechizo por segunda vez: -¡Val-tempest!
El ataque del vampiro da de
lleno en el pecho del dragón, que se estremece mientas es atravesado por una
corriente de plasma. Al mismo tiempo, Leiyus intenta concentrarse para ejecutar
su ataque a pesar del intenso dolor en su cabeza. -¡¡…Rugido de dragón!!
El ataque de Leiyus golpea el
pecho, todavía al rojo vivo del dragón perforando sus entrañas hasta
atravesarlo de lado a lado, cayendo muerto al instante.
Al observar aquello, el
asombro de Argon se convierte rápidamente en ira. –¡Malditos! ¡Cómo se atreven
a matar a uno de mis súbditos! Se acabó mi amabilidad. ¡¡Acaben con ellos!!
–ordena a voz en cuello a sus cuatro dragones restantes.
Sanhgine –Tenemos que acabar
con ellos uno por uno. –sugiere a su colega sin dejar de esquivar las garras y
las colas de los dragones, que los atacan sin piedad, y cuando se le presenta
la oportunidad, el vampiro se dispone a lanzar nuevamente su hechizo a uno de
los dragones-. ¡Val-te…!
Pero antes de que pueda
conjurarlo, otro dragón lo ataca por la
espalda con una de sus garras, lanzándolo con fuerza hasta dar a parar contra
un árbol. El golpe que recibe resulta tan tremendo, que el árbol termina siendo
derribado tras el impacto.
Leiyus -¡Sanhgine! –exclama al
presenciar la escena para después ver cómo dos dragones más lo rematan lanzando
llamaradas de sus bocas en el lugar del impacto.
En ese instante, detrás del
escudero aparecen los otros dos dragones restantes, quienes no paran de acosar
a Leiyus con sus colas y ataques de fuego. Rápidamente los movimientos de
Leiyus se vuelven cada vez más y más lentos y torpes hasta que finalmente uno
de los animales logra derribar antes de aplastarlo con su pata delantera. Leiyus
se defiende y aunque logra detenerla con las manos, el peso de la criatura y su
estado precario drenan las pocas fuerzas que le quedan rápidamente. –Di-ne…
a-you-da-me –pronuncia antes de desaparecer bajo la pata del dragón.
En ese instante y al mismo
tiempo, Dine, que en esos momentos se encontraba volando junto con Astrid
cargando el canasto, siente una fuerza extraña que la llama. Momentos después, sus
energías la abandonan haciendo desaparecer sus alas de dragón, y antes de caer
al vacío, ella logra aferrarse de la cuerda, provocando una carga excesiva para
la pobre chica vampiro, que ahora debe soportar el peso no sólo de Kindolf,
sino también el de ella. Finalmente, sus alas pierden sustentación causando que
los tres caigan hasta aterrizar milagrosamente sanos y salvos sobre la copa de
un árbol sin sufrir daño alguno.
Luego del choque, Dine queda atrapada
y casi de cabeza entre dos ramas; el canasto volcado, cerca del tronco, yace
Kindolf con las piernas al aire y Astrid sentada sobre un montón de ramas,
aturdida por el golpe. -¿Qué pasó? –pregunta ella, confundida y sobresaltada
ante su repentina caída.
De regreso a la batalla, un
rayo de repente impacta la pata del dragón que mantenía apresado a Leiyus hasta
llegar a él, quien instantáneamente cambia su apariencia por una más feroz,
recuperando sus fuerzas de golpe y con creces, pero contrario a otras veces, el
escudero parece perder el control de sí mismo.
De los ojos de Leiyus desaparece
todo signo de raciocinio y es substituido por una mirada salvaje y violenta. En ese momento se escucha un
rugido estremecedor que se extiende por kilómetros.
No pasa mucho tiempo para que
Leiyus emerja desde el agujero sosteniendo la pata del dragón que lo aprisiona
para momentos después, lanzar al dragón por los aires de un solo movimiento y
sin esfuerzo. Sanhgine, que en esos momentos se recuperaba de la golpiza que
los dragones le habían propinado, al igual que Argon, contemplan con asombro cómo
la expresión del rostro y su fuerza de ha cambiado tan drásticamente y en tan
poco tiempo, casi como si se tratara de otra persona. Una carente de
raciocinio, y que solo conoce la destrucción.
Por un momento todos los
presentes, tanto aliados como enemigos permanecen inmóviles sin quitar los ojos
del escudero hasta que uno de los dragones da el primer paso en un intento por
reanudar el ataque.
Con un rugido de furia, el dragón
no duda en tragarse de un bocado a Leiyus cerrando sus mandíbulas con fuerza
sobre él, pero cuando las vuelve a abrir, se da cuenta de que su presa ya no se
encuentra en ese lugar. De pronto, a su lado reaparece Leiyus, quien le propina
la bestia un tremendo golpe en las costillas generando una onda expansiva que
traviesa al dragón de extremo a extremo. Acto seguido, de la herida provocada
por Leiyus brota violentamente una explosión de tripas y sangre que mata al
dragón al instante.
Dos de los tres dragones se
abalanzan al unísono en su contra, atacándolo uniendo sus alientos de fuego
hasta convertirlo en un torrente de fuego súper caliente dirigido hacia Leiyus.
Sin inmutarse, el escudero espera el pacientemente hasta ser tragado por las
llamaradas de plasma que avanza carbonizando todo a su paso. Sorprendentemente,
Leiyus reaparece poco después de entre las llamas, ileso, lo que provoca la
furia de los dragones, que ya preparan un segundo ataque similar. Esta vez,
Leiyus contrarresta el ataque de las criaturas lanzando una llamarada semejante
a la de ellos desde su boca, y cuando ambas fuerzas colisionan, su poder no
tarda en sobrepasa al de las poderosas criaturas dragones, quienes terminan
atrapados en una tremenda explosión de fuego.
Cuando las llamas se disipan,
pueden apreciarse los cuerpos inertes y carbonizados hasta los huesos de ambas
criaturas.
El último de los dragones con
vida entonces se le acerca a Leiyus con las garras por delante, pero antes de
que éste pueda hacerle daño, él logra detener con sus manos ambas garras, para
después sujetarlo de ellas y lanzándolo en vilo al aire antes de rematarlo con
su rugido de dragón que lanza al aire, atravesando el cuerpo del dragón.
Momentos después, el cuerpo del enorme animal al caer al suelo causa que la
tierra se sacuda cuando éste toca tierra.
Otros dragones, que hasta
entonces se encontraban dispersos alrededor del poblado se dan cuenta de lo
sucedido y deciden unir fuerzas para atacar en conjunto, pero antes de que poder
siquiera acercarse, Leiyus extiende su mano en dirección de las criaturas para
después acabar con todos de un solo golpe generando explosiones a la distancia
que acribillan a los dragones hasta que ninguno queda en pie.
Tras presenciar la masacre, Sanhgine
permanece en silencio, incapaz de articular palabra, paralizado por una mezcla
de asombro y temor. Leiyus entonces da un paso hacia su último enemigo: Argon.
Argon. –Maldito… ¡¡Eres un
maldito monstruo!! –le grita al borde de la desesperación-. Pero no eres el
único que tiene el poder de los dragones. ¡Yo también soy un dragón negro! ¡¿Ahora
verás que yo también tengo trucos que enseñarte!!
Con una expresión de furia, Argon
arroja el peto de su armadura al suelo al tiempo que su cuerpo empieza a
irradiar un aura oscura. Acto seguido, su cuerpo comienza a cambiar
drásticamente, llenándose de escamas negras. De su cabeza emergen un par de
orejas escamosas, al igual que cuernos… Sus brazos se encogen, mientras que sus
piernas se engrosan… Para cuando su transformación termina, Argon se ha
convertido en un impornente dragón negro alado, que se yergue sobre dos enormes
patas traseras. A pesar del radical cambio de su enemigo, Leiyus no parece
impresionado en absoluto por el nuevo aspecto de su enemigo.
Argon –¡Muere! –sentencia a la
bes que abre sus enormes fauces en dirección a Leiyus-. ¡Aliento ígneo!
De su boca no tarda en emerger
de manera explosiva un rayo de plasma aún más poderoso que el de los dragones
anteriores, el cual es desviado de un solo golpe por Leiyus. Una vez el rayo de
plasma de Argon toca tierra, provoca una explosión de grandes magnitudes que
termina por arrasar lo que queda del poblado. Sanhgine se ve obligado a guarecerse
en una zanja para no ser alcanzado por la onda de calor y destrucción
resultantes.
Leiyus repentinamente
contraataca con un ataque similar, que Argol intenta contrarrestar con su
aliento, pero el poder del escudero termina por sobrepasar el suyo y es
consumido por completo en una segunda explosión devastadora. Creyendo haber
terminado con su enemigo, Leiyus da media vuelta y se retira del lugar en
ruinas, pero para su desconcierto, Argon reaparece con el cuerpo todavía
humeante de entre las cenizas. El dragón negro, dominado por la furia entonces se
abalanza contra Leiyus, quien hace lo mismo lanzando un rugido de batalla.
Argon intenta destazar a su
enemigo con sus garras, pero Leiyus se mueve tan rápido que las esquiva sin
problemas. Al final, Leiyus salta hacia Argon y de un solo movimiento lo
decapita haciendo crecer en el último momento unas garras afiladas de sus
manos. La cabeza de Argol cae seguida del resto de su cuerpo inerte.
Una vez la amenaza ha pasado, Sanhgine
decide salir de su escondite para reunirse con Leiyus. –De verdad que acabaste
con ellos –dice, pero no recibe respuesta de Leiyus, quien en ese momento le
lanza una mirada fiera.
En ese instante Sanhgine se da
cuenta de que Leiyus lleva un hechizo en su mano derecha con el cual planea
atacarlo, y creyendo que se encuentra en peligro inminente, el vampiro retrocede
unos pasos a la vez que conjura un hechizo ofensivo entre manos.
Durante unos tensos instantes,
ambos se quedan inmóviles, mirándose entre sí hasta que de la nada, Leoyus
pierde el conocimiento y cae al suelo.
Dando un respiro de alivio, Sanhgine
echa un vistazo a los alrededores, contemplando la devastación de la batalla
que ha resultado con la destrucción total del pueblo, ahora convertido en
ruinas. No parece haber signos de sobrevivientes, y prácticamente todos los
edificios de la ciudad han desaparecido.
Sanhgine entonces se vuelve
hacia el ahora Leiyus. –…su poder no tiene comparación. Me pregunto si todos
los dragones blancos son tan poderosos como él…
Cuando llega la mañana,
Bélidas espera impaciente en su fuerte la llegada de Volgia. Por su expresión y
su piel bañada en sudor se puede apreciar en él una gran preocupación. De
pronto, las puertas se abren mostrando a Volgia: un hombre con rasgos de dragón
que posee cuernos en su cabeza.
Sus pies y manos están
cubiertos de escamas que terminan en largas garras, dándole un aire imponente,
que se complementa con unos ojos completamente en blanco.
Volgia –He venido porque me
han comunicado que has capturado a Dyamat –asevera a su anfitrión apenas lo ve.
Bélidas aparta la vista,
nervioso. –Yo… señor… Durante la noche del día de ayer, la reencarnación de Dyamat
escapó. ¡Pero no se preocupe! –se apresura a afirmar-. Envié a uno de mis
mejores hombres a recapturarlo. Para estos momentos, ya debe de traerlo de
vuelta. Estoy seguro de ello.
Volgia –Eres muy confiado,
Bélidas. Recuerda que humano o no, ese muchacho tiene el espíritu de nuestro
más peligroso enemigo. Si lo que dices
es cierto, ¡quiero pruebas!
En ese momento Bélidas llama a
uno de sus sirvientes. A la habitación entra una pequeña línea transversal que
aparece flotando, haciendo un ruido rítmico mientras se mueve en dirección a
ellos. La línea entonces se detiene frente a ellos y se expande hacia los
lados, revelando que en realidad se trata de un ojo flotante. –Infórmanos
acerca de los avances de Argon en su misión. –le ordena Bélidas a la curiosa criatura.
-Lamento informarle que Argon
ha muerto. –le responde ésta en tono inflexible, casi robótico.
Bélidas se sorprende tras
escuchar la noticia. -¡Qué! ¡¡No puede ser!!
De inmediato Voglia se vuelve
hacia él, clavando sus vacíos ojos en los suyos. –¡Te lo advertí, Bélidas! No
quiero que cometas más errores. De ahora en adelante, ¡te encargarás
personalmente de acabar con Dyamat! ¡No descansaras, comerás, ni dormirás hasta
que cumplas tu palabra! ¡¡Entendiste!!
Bélidas se inclina haciendo
una reverencia para tratar de apaciguar la ira de su superior. –Le juro que no
fallaré, mi señor –promete.
Volgia –Espero que por tu bien
así sea. Ya sabes lo que les pasa a aquellos que fracasan –asegura, antes de
darle la espalda y retirarse del lugar con paso lento, dejando a Bélidas en
posición de reverencia.
“Si fue capaz de acabar con Argon y todos sus dragones” –piensa Bélidas, manteniendo
todavía la posición de reverencia, y sin apartar los ojos del suelo mientras
una gota de sudor recorre su frente-, “…significa
que el poder de ese humano es por lo menos igual o superior al de un dragón
negro genuino... Si quiero derrotarlo, tendré que usar todos los recursos a mi
alcance para lograrlo…”
Momentos después, Béñidas sale
de la habitación para contemplar sus tierras ocupadas por dragones negros. –Esta
vez no tendrán escapatoria. ¡Acabaré con Dyamat a toda costa! –se promete a sí
mismo.
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