10 septiembre, 2023

Dragon Legacy, Vol.1: Capitulo 15




La trampa de Hella


El viaje de Leiyus y sus amigos continúa en el continente del norte a bordo de un carruaje que ellos han tomado prestado de una ciudad vecina sin saber que el causante de todos sus problemas sigue sus pasos muy de cerca…

 

En lo profundo de unas antiguas catacumbas, puede escucharse resonar a través de sus paredes unos gritos desesperados. Allí, dentro de la cámara principal de la intrincada red de túneles subterráneos, yace el demonio mercante con el rostro pálido, fijando sus ojos llenos de terror en su superiora Hella, quien en esos momentos camina hacia él con expresión molesta.

 

Hella –Eres un bueno para nada –dice con voz tranquila-. Sabes que no tolero criaturas como tú, ¿verdad?

 

Al borde del pánico, el demonio retrocede hasta quedar atrapado entre ella y la pared. –¡¡E-espere ama Hella!! ¡Le prometo que…!

 

Hella –Basta de tonterías –lo interrumpe con el mismo tono insensible-, es hora de que pagues por tus errores… –sentencia, a la vez que dibuja una sonrisa siniestra.

 

En una fracción de segundo, el largo cabello de Hella forma una maraña que parece cobrar vida propia, formando lo que a simple vista luce como la cola de un escorpión, misma que usa para atravesar el pecho del demonio mercante, matándolo al instante.

 

Una vez se ha deshecho de su vasallo, la demonio retrae la cola de escorpión, dejando caer el cadáver del demonio al suelo. Acto seguido, Hella se dedica a buscar entre las pertenencias del mercante algo que le pueda serle de utilidad hasta que da con algo. –¡Justo lo que buscaba…! –exclama al momento de encontrarse una caja de metal decorada, la cual contiene cuatro cristales oscuros dentro-. Pronto, el poder de Dyamat será mío…

 

En otro lugar, no muy lejos de allí, el carruaje en el que viajan Leiyus y sus amigos avanza lentamente sobre un camino que atraviesa un mar de llanos interminables. Un tenue viento sopla de éste a oeste. En su interior, los cuatro descansan cuando de pronto, escuchan in grito que rompe la quietud de su travesía.

 

Al mirar por sobre la ventana de uno de los costados, no muy lejos de donde se encuentran, ellos alcanzan a ver otro carruaje averiado en medio del camino, del cual emana una espesa humareda desde su interior. En ese instante se escucha un segundo grito que proviene de una mujer tendida en el suelo que es acorralada por unas criaturas oscuras, sin ojos, de brazos anormalmente largos y delgados que portan máscaras en el rostro, las cuales emanan una especie de humo blanco desde los orificios de sus máscaras.

 

Sin pensarlo dos veces, Leiyus salta de la carrosa en movimiento para ir en auxilio de la damisela, llegando a penas a tiempo para interponerse entre ella y las criaturas. Los extraños seres lo atacan inmediatamente, pero el escudero es capaz de deshacerse de cada uno con facilidad destruyendo, o bien despojándolos de sus máscaras, lo cual provoca que los seres oscuros de desvanezcan hasta convertirse en humo.

 

Una vez él ha logrado derrotar a todos los enemigos, sus compañeros le dan alcance y se cercioran de que la desconocida, una muchacha de larga cabellera rubia y ataviada con un vestido de fina seda se encuentre bien.

 

–No saben cuánto les agradezco que me hayan salvado –admite ella para cuando se recupera del susto-. ¡No sé qué habría pasado si ustedes no me hubiesen salvado!

 

Leiyus -¿Qué hacía una damisela como usted sola en un lugar como este?

 

-Perdonen mis modales, mi nombre es Ignis. Soy la hija de un noble feudal de un pueblo vecino. Estaba de viaje para reunirme con mi padre, ¡cuando de pronto nos atacaron esas criaturas! En vez de protegerme, mis guardaespaldas huyeron, dejándome atrás a merced de esos monstruos.

 

Al escuchar esto y notar su belleza, Kindolf no pierde oportunidad de presentarse ante ella como todo un caballero, tomándola delicadamente de la mano y sosteniéndole la mirada con ojos resplandecientes:

 

–Bella Ignis, nosotros somos caballeros del reino Leivan, y con mucho gusto podríamos escoltarte hasta tu destino, si así lo deseas.

 

Ella en un principio la chica se sorprende, pero finalmente acepta ante la insistencia de Kindolf. -P-por supuesto. Mi pueblo no está muy lejos de aquí. Si ustedes hacen eso por mí, con mucho gusto mi padre los recompensará por su generosidad.

 

Ante la precipitada generosidad de Kindolf, sus demás compañeros sólo atinan a mirarse entre sí, encogiéndose de hombros. –Bueno, supongo que podemos desviarnos un poco por el bien de ayudarla –asegura Dine ante el cambio de planes.

 

Kindolf de inmediato reacciona tratando de abrazarla por la cintura, algo que Dine evita advirtiéndole en voz alta. -¡¡Ni se te ocurra!!

 

Es así como Ignis les acompaña dentro del carruaje junto con ellos, dado que el suyo quedó inservible luego de ser atacada. El tiempo parece volverse más lento con el andar de la carrosa por el camino, adormeciendo a todos en su interior. En cierto momento, Astid y Kindolf se quedan dormidos el uno al lado del otro. Repentinamente ella comienza a sentirse incómoda con el peso de la cabeza de su compañero sobre sus hombros, apartándolo con brusquedad. Kindolf despierta por unos momentos a causa de ellos, pero inmediatamente vuelve a quedar dormido.

 

Aprovechando que sus anfitriones han quedado inconscientes, la chica saca de entre sus ropas dos cristales negros, los cuales introduce dentro en las espaldas de Leiyus y Kindolf sin que éstos se den cuenta mientras ellos duermen.

 

Cuando llega la noche, horas más tarde. El trayecto el trayecto de la carrosa se ve interrumpido por una fuerte sacudida. Los cinco despiertan al instante sólo para ver que el camino está bloqueado por un gran número de criaturas oscuras similares a las que los atacaron anteriormente.

 

Sin perder tiempo, los cuatro salen del interior de la carrosa para hacer frente a sus enemigos. -¡Quédate aquí! -le advierte Leiyus a Ignis antes de saltar por la ventana para unirse a sus compañeros.

 

Las criaturas no dudan en atacarles, comenzando así una nueva batalla bajo la mirada temerosa de Ignis, que observa el desarrollo del combate desde el interior. Al principio, ellos son capaces de lidiar con las criaturas oscuras destruyéndolos en grandes cantidades, pero pronto se ven superados en número, obligándolos a replegarse.

 

Astrid -¡Estas cosas no dejan de aparecer de la nada! –se queja la chica vampiro sin dejar de romper sus máscaras, acabando con decenas de criaturas a la vez sólo para que nuevos enemigos ocupen su lugar.

 

Dine  -¡Debe de haber algo que las atraiga hacia este lugar! –conjetura sin dejar de pelear ferozmente con su magia, capaz de desintegrar a sus adversarios apenas tocan la barrera con la que ella se protege.

 

De pronto y sin ningún motivo aparente, tan repentinamente como aparecieron, las criaturas dejan de atacarles, dejándolos confundidos.

 

Kindolf -¿Qué está pasando aquí! –se pregunta.

 

Desde el interior del carruaje entonces se escucha una risa escandalosa que parece provenir de Ignis, antes de que ella se revele en su verdadera forma como Hella, quien ahora sostiene un orbe oscuro con el que juega entre manos, lanzándolo al aire como si se tratase de una pelota. Leiyus nota de inmediato que, colgando sobre su cuello, la demonio lleva colgada una perla dorada.

 

Leiyus -¡Es…! ¡¡Es una perla dorada del dragón!!

 

Hella –Así es, muchacho. Mi nombre es Hella, y soy una de los cinco guardianes de las perlas doradas que contienen el poder sellado de Dyamat –admite.

 

Astrid –¡Así que todo el tiempo estabas fingiendo!

 

Hella –En efecto, niña. Soy en realidad un demonio, y como tal, mi deber es acabar con el que alguna vez fue nuestro más fiero enemigo. Me refiero a la reencarnación de Dyamat.

 

Kindolf -¿Qué te hace pensar que tienes una oportunidad en contra de nosotros cuatro? ¡Leiyus fue capaz de acabar él solo con tu amigo Grudan!

 

Hella –En primer lugar, ese bueno para nada no era mi amigo –le aclara-. En segundo lugar, no están tomando en cuenta mi legión entera de demonios a mi servicio, pero descuiden, no vine a pelear con ustedes por el momento.

 

Leiyus –Si no estás aquí para pelear con nosotros, entonces ¿cuáles son tus intenciones?

 

Hella –Sólo quería conocerlos de cerca y hacerles una invitación formal para que me visiten en mi hogar. De hecho, nos dirigíamos allí hasta que mis vasallos erróneamente los interceptaron en el momento en el que entraron a mis tierras.

 

Dine -¡¿Estas son tus tierras?! ¡Eso significa que la perla que estábamos buscando era tuya!

 

Hella –Muy lista de tu parte, dragoncita… Mi guarida se encuentra en las catacumbas olvidadas, al éste de aquí.

 

Dine -¿Por qué nos dices todo esto? ¿A caso se trata de una trampa?

 

Hella –Por el contrario. La entrada a mi guarida está a la vista, pero no creo que ninguno de ustedes llegue tan lejos. El lugar está plagado de mis sirvientes, como los que ven aquí… ¡Oh, casi lo olvidaba! También les he traído un regalo de bienvenida…

 

En ese instante, el orbe que sostiene la demonio entre manos empieza a irradiar energía.  En un principio no parece ocurrir nada más, pero cuando la luna asoma por entre las nubes, las sombras de Leiyus y de Kindolf desaparecen de pronto.

 

Leiyus -¿Qué has hecho? –se pregunta apenas nota su sombra desaparecer.

 

Hella reacciona riéndo entre dientes. –Solamente les he puesto una maldición.

 

De repente, dos agujeros oscuros aparecen frente a ellos desde donde emergen dos copias oscuras de ambos.

 

Kindolf –¡Nuestras sombras! ¡¡Han cobrado vida!!

 

Hella –En efecto... Ustedes serán derrotados, no por mí, sino por ustedes mismos. Espero disfruten de su regalo… –se despide burlonamente antes de desaparecer, dejándolos a merced de sus versiones siniestras, que junto con los demonios menores, reanudan su ataque contra ellos.

 

Mientras Dine y Astrid mantienen a raya a las criaturas menores, Leiyus y Kindolf se enfocan en enfrentar a sus versiones oscuras, las cuales los atacan imitando todos sus movimientos, así como defendiéndose de sus ataques al anticipando sus movimientos.

 

Ante esta situación, Leiyus pierde la paciencia: -¡Suficiente de esto! ¡Acabaré con ellos ahora! ¡Rugido de dragón!

 

Para sorpresa del escudero, su sombra es capaz de crear un ataque idéntico, causando que ambos torrentes de energía y vientos colisionen violentamente en medio de la batalla. Kindolf, Dine y Astrid alcanzan a tirarse al suelo antes de ser arrastrados por las furiosas corrientes que preceden a una gran explosión, mientras que decenas de demonios son capturados y destruidos por las fuerzas destructivas.

 

Cuando finalmente regresa la calma, Kindolf emerge de los escombros, furioso. -¿Qué te sucede, Leiyus? ¡Acaso quieres matarnos!

 

Leiyus –¡No fue culpa mía! –se excusa-. ¡La sombra hizo un ataque idéntico al mío, causando una devastación mucho mayor a la que yo esperaba!

 

A pesar de que la mayoría de las criaturas que los habían estado acosando han desaparecido dentro de la explosión, las sombras de Leiyus y Kindolf reaparecen, listos para continuar el combate.

 

Viendo que su técnica especial no surtió efecto en ellos, Leiyus intenta pensar en otra estrategia, entonces le comunica su idea a su compañero murmurándosela al oído.

 

–Espero que tengas razón en tu plan… -le responde Kindolf a su compañero en el momento en el que las sombras reanudan su ataque contra ellos.

 

Ambos escuderos entonces encaran a sus respectivas sombras, pero cuando éstas están a punto de llegar a ellos, los dos cambian su trayectoria, dirigiéndose a la sombra del otro, de modo que Leiyus usa su rugido de dragón contra la sombra de Leiyus, y Kindolf emplea su hechizo en contra de la de su amigo.

 

Leiyus –¡Rugido de dragón!

 

Kindolf -¡Flarion!

 

El cambio de estrategia toma por sorpresa a las sombras, que se paralizan al instante al no saber cómo afrontar un ataque distinto al de sus originales, lo cual  termina cuando éstas son consumidas por los ataques.

 

Una vez eliminadas sus versiones siniestras, sus sombras regresan a sus respectivos lugares para sorpresa de ambos, terminando así con la batalla.

 

Astrid -¿Están bien chicos? –les pregunta al par apenas se reúne con ellos.

 

Leiyus –Sí, estamos bien. ¿Qué tal ustedes?

 

Dine –Estamos bien. No nos pasó nada.

 

Kindolf -¡Esa vieja bruja nos engañó! –se queja en referencia a Ignis-. …Y pensar que yo la creía tan linda…

 

Leiyus -¡Esa chica nunca existió! Era sólo una farsa que Hella utilizó para engañarnos.

 

Astrid -¿Qué clase de mujer era ella, entonces?

 

Dine –No era ninguna mujer, Astrid, era un demonio. Lo lamento, chicos. Fue mi culpa… Debí darme cuenta lo que era ella en realidad con mi ojo de dragón, pero no estoy acostumbrada a usarlo todo el tiempo.

 

Leiyus –Su actitud era muy diferente a la de Grudan… Tal pareciera que intentaba probarnos.

 

Dine –Lo más probable es que nos tenga preparadas más trampas en el camino, pero si ella tiene una de las perlas, no tenemos otra opción más que seguirla hasta su guarida.

 

Leiyus –Tienes razón. Ella dijo que la zona está plagada de sus sirvientes, por lo que no debemos perder más tiempo y dirigirnos hacia las catacumbas.

 

Los cuatro caminan en dirección a una zona pantanosa. Allí descubren las ruinas que en realidad son la entrada que Hella les había mencionado anteriormente. Todos quedan en silencio, contemplando la gigantesca losa adornada con pinturas de nobles fallecidos que obstruye la entrada que conducen al subsuelo.

 

Antes de entrar, Kindolf enciende una vieja antorcha. Al mismo tiempo, Dine usa su poder para crear una esfera de luz para iluminarse, pero antes de entrar, ella llama aparte a Leiyus para decirle algo.

 

Leiyus -¿Qué sucede, Dine?

 

La dragona entonces le ofrece una espada corta metida en su funda, y con el grabado de un dragón de cabeza dorada y escamas plateadas en el mango. –Antes de entrar, quisiera darte esto para protegerte. Sé que no es mucho, pero esta espada es un tesoro de nuestros ancestros dragones me confiaron. Creo que te será más útil para ti, ya que está hecha de un metal más resistente al de cualquier arma hecha por los humanos.

 

Leiyus de inmediato la acepta. –Muchas gracias, Dine –responde al gesto con una sonrisa.

 

Una vez están listos, ellos la pesada losa entre Leiyus, Kindolf y Astrid, exponiendo ante ellos unas escaleras que conducen a aun oscuro laberinto de túneles plagados de peligros.


 

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