La trampa de Hella
El viaje de Leiyus y sus
amigos continúa en el continente del norte a bordo de un carruaje que ellos han
tomado prestado de una ciudad vecina sin saber que el causante de todos sus
problemas sigue sus pasos muy de cerca…
En lo profundo de unas
antiguas catacumbas, puede escucharse resonar a través de sus paredes unos gritos
desesperados. Allí, dentro de la cámara principal de la intrincada red de
túneles subterráneos, yace el demonio mercante con el rostro pálido, fijando
sus ojos llenos de terror en su superiora Hella, quien en esos momentos camina
hacia él con expresión molesta.
Hella –Eres un bueno para nada
–dice con voz tranquila-. Sabes que no tolero criaturas como tú, ¿verdad?
Al borde del pánico, el
demonio retrocede hasta quedar atrapado entre ella y la pared. –¡¡E-espere ama
Hella!! ¡Le prometo que…!
Hella –Basta de tonterías –lo
interrumpe con el mismo tono insensible-, es hora de que pagues por tus errores…
–sentencia, a la vez que dibuja una sonrisa siniestra.
En una fracción de segundo, el
largo cabello de Hella forma una maraña que parece cobrar vida propia, formando
lo que a simple vista luce como la cola de un escorpión, misma que usa para
atravesar el pecho del demonio mercante, matándolo al instante.
Una vez se ha deshecho de su
vasallo, la demonio retrae la cola de escorpión, dejando caer el cadáver del
demonio al suelo. Acto seguido, Hella se dedica a buscar entre las pertenencias
del mercante algo que le pueda serle de utilidad hasta que da con algo. –¡Justo
lo que buscaba…! –exclama al momento de encontrarse una caja de metal decorada,
la cual contiene cuatro cristales oscuros dentro-. Pronto, el poder de Dyamat
será mío…
En otro lugar, no muy lejos de
allí, el carruaje en el que viajan Leiyus y sus amigos avanza lentamente sobre
un camino que atraviesa un mar de llanos interminables. Un tenue viento sopla
de éste a oeste. En su interior, los cuatro descansan cuando de pronto,
escuchan in grito que rompe la quietud de su travesía.
Al mirar por sobre la ventana
de uno de los costados, no muy lejos de donde se encuentran, ellos alcanzan a
ver otro carruaje averiado en medio del camino, del cual emana una espesa
humareda desde su interior. En ese instante se escucha un segundo grito que
proviene de una mujer tendida en el suelo que es acorralada por unas criaturas oscuras,
sin ojos, de brazos anormalmente largos y delgados que portan máscaras en el
rostro, las cuales emanan una especie de humo blanco desde los orificios de sus
máscaras.
Sin pensarlo dos veces, Leiyus
salta de la carrosa en movimiento para ir en auxilio de la damisela, llegando a
penas a tiempo para interponerse entre ella y las criaturas. Los extraños seres
lo atacan inmediatamente, pero el escudero es capaz de deshacerse de cada uno con
facilidad destruyendo, o bien despojándolos de sus máscaras, lo cual provoca
que los seres oscuros de desvanezcan hasta convertirse en humo.
Una vez él ha logrado derrotar
a todos los enemigos, sus compañeros le dan alcance y se cercioran de que la
desconocida, una muchacha de larga cabellera rubia y ataviada con un vestido de
fina seda se encuentre bien.
–No saben cuánto les agradezco
que me hayan salvado –admite ella para cuando se recupera del susto-. ¡No sé
qué habría pasado si ustedes no me hubiesen salvado!
Leiyus -¿Qué hacía una
damisela como usted sola en un lugar como este?
-Perdonen mis modales, mi
nombre es Ignis. Soy la hija de un noble feudal de un pueblo vecino. Estaba de
viaje para reunirme con mi padre, ¡cuando de pronto nos atacaron esas
criaturas! En vez de protegerme, mis guardaespaldas huyeron, dejándome atrás a
merced de esos monstruos.
Al escuchar esto y notar su
belleza, Kindolf no pierde oportunidad de presentarse ante ella como todo un
caballero, tomándola delicadamente de la mano y sosteniéndole la mirada con
ojos resplandecientes:
–Bella Ignis, nosotros somos
caballeros del reino Leivan, y con mucho gusto podríamos escoltarte hasta tu
destino, si así lo deseas.
Ella en un principio la chica
se sorprende, pero finalmente acepta ante la insistencia de Kindolf. -P-por
supuesto. Mi pueblo no está muy lejos de aquí. Si ustedes hacen eso por mí, con
mucho gusto mi padre los recompensará por su generosidad.
Ante la precipitada
generosidad de Kindolf, sus demás compañeros sólo atinan a mirarse entre sí,
encogiéndose de hombros. –Bueno, supongo que podemos desviarnos un poco por el
bien de ayudarla –asegura Dine ante el cambio de planes.
Kindolf de inmediato reacciona
tratando de abrazarla por la cintura, algo que Dine evita advirtiéndole en voz
alta. -¡¡Ni se te ocurra!!
Es así como Ignis les acompaña
dentro del carruaje junto con ellos, dado que el suyo quedó inservible luego de
ser atacada. El tiempo parece volverse más lento con el andar de la carrosa por
el camino, adormeciendo a todos en su interior. En cierto momento, Astid y
Kindolf se quedan dormidos el uno al lado del otro. Repentinamente ella
comienza a sentirse incómoda con el peso de la cabeza de su compañero sobre sus
hombros, apartándolo con brusquedad. Kindolf despierta por unos momentos a
causa de ellos, pero inmediatamente vuelve a quedar dormido.
Aprovechando que sus
anfitriones han quedado inconscientes, la chica saca de entre sus ropas dos
cristales negros, los cuales introduce dentro en las espaldas de Leiyus y
Kindolf sin que éstos se den cuenta mientras ellos duermen.
Cuando llega la noche, horas
más tarde. El trayecto el trayecto de la carrosa se ve interrumpido por una
fuerte sacudida. Los cinco despiertan al instante sólo para ver que el camino
está bloqueado por un gran número de criaturas oscuras similares a las que los
atacaron anteriormente.
Sin perder tiempo, los cuatro
salen del interior de la carrosa para hacer frente a sus enemigos. -¡Quédate aquí!
-le advierte Leiyus a Ignis antes de saltar por la ventana para unirse a sus
compañeros.
Las criaturas no dudan en
atacarles, comenzando así una nueva batalla bajo la mirada temerosa de Ignis, que
observa el desarrollo del combate desde el interior. Al principio, ellos son
capaces de lidiar con las criaturas oscuras destruyéndolos en grandes
cantidades, pero pronto se ven superados en número, obligándolos a replegarse.
Astrid -¡Estas cosas no dejan
de aparecer de la nada! –se queja la chica vampiro sin dejar de romper sus
máscaras, acabando con decenas de criaturas a la vez sólo para que nuevos
enemigos ocupen su lugar.
Dine -¡Debe de haber algo que las atraiga hacia
este lugar! –conjetura sin dejar de pelear ferozmente con su magia, capaz de
desintegrar a sus adversarios apenas tocan la barrera con la que ella se
protege.
De pronto y sin ningún motivo
aparente, tan repentinamente como aparecieron, las criaturas dejan de
atacarles, dejándolos confundidos.
Kindolf -¿Qué está pasando
aquí! –se pregunta.
Desde el interior del carruaje
entonces se escucha una risa escandalosa que parece provenir de Ignis, antes de
que ella se revele en su verdadera forma como Hella, quien ahora sostiene un
orbe oscuro con el que juega entre manos, lanzándolo al aire como si se tratase
de una pelota. Leiyus nota de inmediato que, colgando sobre su cuello, la
demonio lleva colgada una perla dorada.
Leiyus -¡Es…! ¡¡Es una perla
dorada del dragón!!
Hella –Así es, muchacho. Mi
nombre es Hella, y soy una de los cinco guardianes de las perlas doradas que
contienen el poder sellado de Dyamat –admite.
Astrid –¡Así que todo el
tiempo estabas fingiendo!
Hella –En efecto, niña. Soy en
realidad un demonio, y como tal, mi deber es acabar con el que alguna vez fue
nuestro más fiero enemigo. Me refiero a la reencarnación de Dyamat.
Kindolf -¿Qué te hace pensar
que tienes una oportunidad en contra de nosotros cuatro? ¡Leiyus fue capaz de
acabar él solo con tu amigo Grudan!
Hella –En primer lugar, ese
bueno para nada no era mi amigo –le aclara-. En segundo lugar, no están tomando
en cuenta mi legión entera de demonios a mi servicio, pero descuiden, no vine a
pelear con ustedes por el momento.
Leiyus –Si no estás aquí para
pelear con nosotros, entonces ¿cuáles son tus intenciones?
Hella –Sólo quería conocerlos
de cerca y hacerles una invitación formal para que me visiten en mi hogar. De
hecho, nos dirigíamos allí hasta que mis vasallos erróneamente los
interceptaron en el momento en el que entraron a mis tierras.
Dine -¡¿Estas son tus
tierras?! ¡Eso significa que la perla que estábamos buscando era tuya!
Hella –Muy lista de tu parte,
dragoncita… Mi guarida se encuentra en las catacumbas olvidadas, al éste de
aquí.
Dine -¿Por qué nos dices todo
esto? ¿A caso se trata de una trampa?
Hella –Por el contrario. La
entrada a mi guarida está a la vista, pero no creo que ninguno de ustedes
llegue tan lejos. El lugar está plagado de mis sirvientes, como los que ven
aquí… ¡Oh, casi lo olvidaba! También les he traído un regalo de bienvenida…
En ese instante, el orbe que
sostiene la demonio entre manos empieza a irradiar energía. En un principio no parece ocurrir nada más,
pero cuando la luna asoma por entre las nubes, las sombras de Leiyus y de
Kindolf desaparecen de pronto.
Leiyus -¿Qué has hecho? –se
pregunta apenas nota su sombra desaparecer.
Hella reacciona riéndo entre
dientes. –Solamente les he puesto una maldición.
De repente, dos agujeros
oscuros aparecen frente a ellos desde donde emergen dos copias oscuras de
ambos.
Kindolf –¡Nuestras sombras! ¡¡Han
cobrado vida!!
Hella –En efecto... Ustedes
serán derrotados, no por mí, sino por ustedes mismos. Espero disfruten de su
regalo… –se despide burlonamente antes de desaparecer, dejándolos a merced de
sus versiones siniestras, que junto con los demonios menores, reanudan su
ataque contra ellos.
Mientras Dine y Astrid mantienen
a raya a las criaturas menores, Leiyus y Kindolf se enfocan en enfrentar a sus
versiones oscuras, las cuales los atacan imitando todos sus movimientos, así como
defendiéndose de sus ataques al anticipando sus movimientos.
Ante esta situación, Leiyus
pierde la paciencia: -¡Suficiente de esto! ¡Acabaré con ellos ahora! ¡Rugido de dragón!
Para sorpresa del escudero, su
sombra es capaz de crear un ataque idéntico, causando que ambos torrentes de
energía y vientos colisionen violentamente en medio de la batalla. Kindolf,
Dine y Astrid alcanzan a tirarse al suelo antes de ser arrastrados por las
furiosas corrientes que preceden a una gran explosión, mientras que decenas de
demonios son capturados y destruidos por las fuerzas destructivas.
Cuando finalmente regresa la
calma, Kindolf emerge de los escombros, furioso. -¿Qué te sucede, Leiyus?
¡Acaso quieres matarnos!
Leiyus –¡No fue culpa mía! –se
excusa-. ¡La sombra hizo un ataque idéntico al mío, causando una devastación
mucho mayor a la que yo esperaba!
A pesar de que la mayoría de las
criaturas que los habían estado acosando han desaparecido dentro de la
explosión, las sombras de Leiyus y Kindolf reaparecen, listos para continuar el
combate.
Viendo que su técnica especial
no surtió efecto en ellos, Leiyus intenta pensar en otra estrategia, entonces
le comunica su idea a su compañero murmurándosela al oído.
–Espero que tengas razón en tu
plan… -le responde Kindolf a su compañero en el momento en el que las sombras
reanudan su ataque contra ellos.
Ambos escuderos entonces
encaran a sus respectivas sombras, pero cuando éstas están a punto de llegar a
ellos, los dos cambian su trayectoria, dirigiéndose a la sombra del otro, de
modo que Leiyus usa su rugido de dragón contra
la sombra de Leiyus, y Kindolf emplea su hechizo en contra de la de su amigo.
Leiyus –¡Rugido de dragón!
Kindolf -¡Flarion!
El cambio de estrategia toma
por sorpresa a las sombras, que se paralizan al instante al no saber cómo
afrontar un ataque distinto al de sus originales, lo cual termina cuando éstas son consumidas por los
ataques.
Una vez eliminadas sus
versiones siniestras, sus sombras regresan a sus respectivos lugares para
sorpresa de ambos, terminando así con la batalla.
Astrid -¿Están bien chicos?
–les pregunta al par apenas se reúne con ellos.
Leiyus –Sí, estamos bien. ¿Qué
tal ustedes?
Dine –Estamos bien. No nos
pasó nada.
Kindolf -¡Esa vieja bruja nos
engañó! –se queja en referencia a Ignis-. …Y pensar que yo la creía tan linda…
Leiyus -¡Esa chica nunca
existió! Era sólo una farsa que Hella utilizó para engañarnos.
Astrid -¿Qué clase de mujer
era ella, entonces?
Dine –No era ninguna mujer,
Astrid, era un demonio. Lo lamento, chicos. Fue mi culpa… Debí darme cuenta lo
que era ella en realidad con mi ojo de dragón, pero no estoy acostumbrada a
usarlo todo el tiempo.
Leiyus –Su actitud era muy
diferente a la de Grudan… Tal pareciera que intentaba probarnos.
Dine –Lo más probable es que
nos tenga preparadas más trampas en el camino, pero si ella tiene una de las
perlas, no tenemos otra opción más que seguirla hasta su guarida.
Leiyus –Tienes razón. Ella
dijo que la zona está plagada de sus sirvientes, por lo que no debemos perder
más tiempo y dirigirnos hacia las catacumbas.
Los cuatro caminan en
dirección a una zona pantanosa. Allí descubren las ruinas que en realidad son
la entrada que Hella les había mencionado anteriormente. Todos quedan en
silencio, contemplando la gigantesca losa adornada con pinturas de nobles
fallecidos que obstruye la entrada que conducen al subsuelo.
Antes de entrar, Kindolf enciende
una vieja antorcha. Al mismo tiempo, Dine usa su poder para crear una esfera de
luz para iluminarse, pero antes de entrar, ella llama aparte a Leiyus para
decirle algo.
Leiyus -¿Qué sucede, Dine?
La dragona entonces le ofrece
una espada corta metida en su funda, y con el grabado de un dragón de cabeza
dorada y escamas plateadas en el mango. –Antes de entrar, quisiera darte esto
para protegerte. Sé que no es mucho, pero esta espada es un tesoro de nuestros
ancestros dragones me confiaron. Creo que te será más útil para ti, ya que está
hecha de un metal más resistente al de cualquier arma hecha por los humanos.
Leiyus de inmediato la acepta.
–Muchas gracias, Dine –responde al gesto con una sonrisa.
Una vez están listos, ellos la
pesada losa entre Leiyus, Kindolf y Astrid, exponiendo ante ellos unas
escaleras que conducen a aun oscuro laberinto de túneles plagados de peligros.
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