El caballero de hierro
Habiendo dejando detrás el
mar, Leiyus y sus amigos desembarcan en un nuevo continente, en donde esperan
descansar en una ciudad portuaria antes de continuar su búsqueda de las perlas
doradas…
El barco finalmente llega a
puerto y atraca, permitiendo a los cuatro desembarcar con expresión de
cansancio y muy hambrientos. A todos parece alegrarles que su travesía por el
mar ha terminado, pues su ánimo regresa apenas tocan tierra firme hasta que a
Dine se le ocurre decir algo:
–Bien, chicos. Ahora que hemos
desembarcado, podremos continuar con su entrenamiento.
Kindolf -¿¡Estás loca, Dine?!
–repone al instante-. Apenas hemos bajado del barco y ya quieres que entrenemos
¡Al menos nos merecemos una noche de descanso después de todo el duro trabajo que
Leiyus y yo hicimos a bordo del barco!
Leiyus -…eso sin mencionar
aquél incidente con las sirenas –agrega éste, asintiendo con la cabeza y de
brazos cruzados.
Dine les lanza una mirada
indiferente luego de escuchar sus quejas. –¡Bah! Lo dicen como si aquello
hubiera sido gran cosa. ¡Tan sólo fueron cuatro días los que estuvimos a bordo!
Leiyus –Dine, tú sabes que
normalmente no me quejo, pero creo que esta vez Kindolf tiene razón. Tenemos
que reponer fuerzas antes de continuar el viaje. ¡Además, ni siquiera hemos
probado bocado el día de hoy!
Tras escuchar sus quejas, Dine
suelta un suspiro de resignación –Lo siento, pero no podemos darnos el lujo de
tomarnos descansos. Todavía no han dominado a la perfección las técnicas que
les enseñé el otro día.
–Dine, eres una gruñona –interviene
Astrid con toda inocencia, lo que parece molestar a su colega dragona.
Kindolf -¡Eso no es verdad!
–repone enfadado-. ¡Te recuerdo que pude hacer el corte de vacío cuando esos
espectros nos atacaron!
Astrid –Pero sólo pudiste
hacerlo en esa ocasión… -interviene de nuevo-. Desde ese día, no has podido
repetir ese corte por más que lo practicas.
Leiyus –Dine, no sé realmente
cuánta energía tengan ustedes los dragones, pero recuerda que Kindolf y yo
somos seres humanos. ¡Nosotros no somos tan resistentes como tú!
Astrid –Yo quiero divertirme
un poco. ¡Anda, di que sí, Dine! –agrega ella insistentemente y con el mismo
sonsonete que la de una niña.
Ante la insistencia de sus
colegas, la dragona finalmente cede a sus peticiones a regañadientes. –Está
bien… Descansaremos durante esta noche, ¡pero mañana tendremos que levantarnos
temprano para entrenar hasta el mediodía.
Luego continuaremos con nuestro viaje al anochecer rumbo al norte sin
parar. ¿Les quedó claro?
-¡¡Sí!! –reponen los tres al
unísono y con renovado entusiasmo.
Dine entonces les da la
espalda para comenzar a buscar con la mirada un lugar en dónde puedan
descansar. Es entonces que Kindolf aprovecha para susurrarle al oído algo a su
amigo: -¿No te parece que para ser tan linda, ella es una mandona?
Dine -¡Ya te oí! –lo regaña
ella, gritándole desde la distancia.
Esa misma noche, el cuarteto
encuentra un lugar para dormir en un motel en el que se hospedan. Leiyus y
Kindolf duermen en una misma habitación, mientras que Dine y Astrid comparten
otra. A la media noche, cuando las luces del lugar se apagan y todo queda en
oscuridad y en silencio, una figura siniestra emerge desde el bosque hasta
llegar a la ciudad haciendo un ruido metálico con cada paso. Momentos después,
se pueden escuchar por las calles estruendos provocados por explosiones que
pronto abarcan a toda la ciudad.
El sonido de las detonaciones no
tarda en despertarlos. Todavía medio dormido y sin saber qué es lo que ocurre,
Kindolf salta de su cama causando que se enrede entre las sábanas, lo que
provoca que caiga pesadamente al suelo. Esto, combinado con las explosiones no
tarda en despertar también a Leiyus, quien sin demora se dirige hacia la puerta
seguido de su amigo, que lucha por ponerse los pantalones mientras intenta
correr tras él.
Repentinamente y antes de que
los escuderos puedan alcanzar la salida, una de las paredes de su habitación
vuela en pedazos levantando una nube de polvo de la cual emerge una armadura
negra que se mueve autónomamente, como si una figura fantasmal la portara.
Kindolf -¡Qué es esa cosa!
–exclama, aterrado y en ropa interior apenas ver a la armadura acercárseles de
manera amenazante.
Leiyus –¡No lo sé, pero no
creo que sea buena idea quedarnos a averiguarlo!
En ese momento la armadura desenfunda
una espada, la cual blande amenazadoramente contra ellos, acorralándolos en el
fondo de la habitación y dejándolos sin posibilidad de escapar.
De pronto, la confianza Kindolf
regresa apenas recuerda que ha estado practicando hechizos mágicos, lo que le
hace dar cara a la armadura. –¡Déjamelo a mí, Leiyus! ¡Ya verás cómo reduzco a
cenizas a esta lata de hojalata andante! ¡Flarion!
–grita, creando una bola de fuego de sus manos, misma que lanza a su enemigo.
El ataque de Kindolf impacta directamente
en la armadura, que es rápidamente es envuelta por las llamas de las cuales
reaparece intacta, para poco después extinguir el fuego con un solo movimiento
de su espada.
Para entonces Dine y Astrid
consiguen llegar a la habitación para ayudarles. Astrid es la primer en entrar
en acción derribando la armadura de una patada voladora mientras que Dine hace
lo suyo conjurando un hechizo de purificación sobre ésta.
El hechizo de la dragona
parece surtir efecto por unos instantes cuando de repente, la armadura se
deshace del poder de luz rompiendo el sello del hechizo con su espada. Entre
tanto, Kindolf y Leiyus aprovechan la confusión para escapar por la puerta seguidos
de sus amigas hasta llegar a la calle.
Dine -¿Qué era esa cosa? –pregunta
sin dejar de correr a toda velocidad tras ellos.
Leiyus -¡No lo sabemos! ¡Pero parece
que estaba tras nosotros!
Kindolf –¡Esa cosa es muy
resistente! ¡Mi hechizo de fuego no le hizo nada!
Astrid –¡Tampoco parece que mi
golpe haya sido efectivo contra él!
De un momento a otro y a pesar
de haberse alejado varias calles del lugar, la armadura les da alcance rápidamente,
moviéndose a una increíble velocidad.
En el interior de su casco
pueden verse unos ojos fríos que resplandecen con una luz fantasmal. Los cuatro
deciden separarse momentos antes de que la armadura los embista cual
ferrocarril a toda marcha, haciendo añicos lo mismo casas que edificios,
dejando a su paso una estela de destrucción.
Cuando la armadura finalmente
se detiene, se vuelve hacia ellos y hace una señal con su guante, el cual
libera una extraña energía a su alrededor. De inmediato, las armaduras que se
encontraban en una herrería cercana, así como las que llevan puestas los
guaridas de la ciudad comienzan a cobrar vida, aparentemente animadas por la
energía de la armadura oscura hasta formar un ejército, poniendo a los cuatro
en serios aprietos.
Leiyus –Esto va de mal en
peor… -comenta al verse rodeado de armaduras por doquier.
Sin tardanza, el ejército de
armaduras comienza a atacarlos desde todos los flancos, obligándolos a
defenderse por todos los medios de la agreción. En medio de la batalla, Dine
logra divisar un carruaje con caballos estacionada a unos metros de ellos, por
lo que se le ocurre un plan. -¡Tenemos que llegar a ese carruaje! –avisa a sus
amigos al tiempo que comienza su carrera rumbo a la carrosa.
Leiyus, Astrid y Kindolf logran
abrirse paso entre el caos hasta alcanzar su objetivo, logrando escapar a bordo
del vehículo de las armaduras con excepción de la armadura maldita, la cual que
les sigue el paso corriendo velozmente detrás de ellos, pero antes de que pueda
darles alcance, Astrid usa su colmillo
sangriento con el que manda a la armadura por los aires…
Después de varias horas de
viaje sobre la carrosa, el canto de los pájaros anuncia la llegada de la mañana,
y los primeros rayos del sol tocan las copas de los árboles. El carruaje
continúa avanzando por un camino con Leiyus y sus amigos dentro. Todos parecen
malhumorados y con un mal semblante debido a que han debido permanecer
despiertos durante toda la noche sin descanso a excepción de Dine, quien se
encuentra absorta en la lectura del libro de hechicería para novatos de
Kindolf.
Leiyus –Y bien Dine, ¿has
descubierto algo? –se anima a preguntarle finalmente, interrumpiendo la lectura
de la dragona.
Ella entonces cierra el libro
de un portazo dando un suspiro –No… aquí no dice nada sobre algún hechizo que
pueda ayudarnos… Lamento haberles fallado. Se supone que estoy aquí para
ayudarlos y resolver esta clase de problemas, pero me temo que todavía soy
demasiado inexperta en temas de hechicería. Simplemente no soy tan
experimentada como Doma –se reprocha a sí misma.
Leiyus –No tienes por qué
lamentarte. ¡Has hecho un estupendo trabajo! De no ser por ti, Grudan probablemente
ya nos habría matado.
Kindolf –Leiyus tiene razón.
No tienes por qué hablar así. ¿Qué me dices de usar ese hechizo de purificación
que usaste en contra de los espectros la otra vez?
Inconsolable, Dine baja la
cabeza mirando al suelo. -…ese hechizo sólo es efectivo para purificar lugares.
El espíritu que radica en objetos malditos es diferente. Sólo lo detendría por
unos momentos, cuando mucho.
Astrid -¿Por qué no dejamos
que Dine lo paralice mientras que Leiyus lo ataca con su rugido de dragón?
Leiyus –Esa parece una buena
idea. Si logramos destruir la armadura, probablemente podamos deshacernos del
enemigo, pero mientras esa cosa esté tras nosotros, sería peligroso dirigirnos
a algún pueblo o ciudad tomando en cuenta los estragos que esa cosa causó
anoche.
Dine –Leiyus tiene razón.
Entonces, ¿qué debemos hacer?
-¡Hagamos un campamento!
–propone entonces la chica vampiro entusiasmada.
Kindolf –¡Buena idea! ¡Así,
Leiyus y yo podremos entrenar a campo abierto!
Dine –Estoy segura que esa
cosa tarde o temprano nos encontrará, así que debemos aprovechar la ventaja que
tenemos para perfeccionar sus técnicas especiales.
Poco después, detienen la carrosa
en medio de una pradera y sin perder tiempo, los dos escuderos comienzan a ensayar
las técnicas enseñadas por la dragona: Leiyus es vendado de los ojos mientras
intenta quitarle de las manos a Astrid una esfera de energía al tiempo que
Kindolf entrena haciendo movimientos rápidos con su espada para perfeccionar su
corte de vacío. Por la tarde, Dine
dibuja un gran pentagrama de seis puntas alrededor de ellos como medida de
precaución.
Después de varias horas de
entrenamiento, Leiyus finalmente logra ver algo a través de la oscuridad
haciendo uso de su ojo de dragón interno. En un movimiento relámpago, él extiende
el brazo hasta lograr atrapar algo en su mano.
Una vez se quita la veda de
los ojos, se encuentra con la cara de sorpresa de Astrid a la que ha conseguido
sujetar de la muñeca en la mano en la que ella sostenía la esfera de energía.
-¡Lo logré! –exclama Leiyus
exhausto, pero lleno de alegría.
A su vez, Kindolf blande su
espada al aire y con varios movimientos de gran velocidad y precisión logra
crear ráfagas lo suficientemente rápidas para generar un vacío que viaja a
través del aire, cortando el tronco de un árbol cercano limpiamente en dos. Victorioso,
se vuelve a su compañero. –¡Parece que por fin lo hemos logrado. Leiyus!
Dine se acerca a felicitarlos.
–¿Me alegro por ustedes, chicos! Gracias a estas técnicas ya son capaces de
defenderse de cualquier fantasma o criatura incorpórea! Ahora sentémonos a
comer. ¡Se merecen un descanso después de todo lo que han entrenado!
Leiyus –Que bien, ¡me muero de
hambre!
Dine -Es mejor que recuperen energía antes de pelear de nuevo. Sospecho que esa
armadura está maldita, de modo que no descansará hasta dar con nosotros.
El grupo no tarda en sentarse alrededor
del calor del fuego para disfrutar de una comida caliente, pero mientras Astrid
les sirve un plato de sopa humeante, se escucha un estruendo que proviene del
bosque. A lo lejos puede verse cómo varios árboles son derribados en dirección
hacia ellos. Pronto, la armadura maldita reaparece seguida de cerca por un
pequeño ejército de armaduras que los atacan apenas dar con ellos.
Kindolf repele la primera
oleada de enemigos con su nuevo y perfeccionado corte de vacío, haciendo añicos las armaduras. Leiyus, por otra
parte, ataca a la armadura maldita con un rugido
de dragón, pero esta esquiva su técnica moviéndose a gran velocidad antes
de embestirlo con gran fuerza.
Astrid usa su fuerza para
destruir varias armaduras que la asechan de un solo golpe. Dine entonces activa
el campo de fuerza que creó anteriormente, causando que las armaduras comunes
pierdan su fuerza a excepción de la armadura negra maldita, la cual reacciona
desenfunda su espada, lista para enfrentárseles.
Leiyus no duda en lanzarle a
la armadura un segundo rugido de dragón,
que esta vez consigue impactarla regando las distintas partes que la conforman
por todas partes hasta no dejar nada más que un pequeño resplandor espectral en
el lugar en el que se encontraba al recibir el ataque.
Astrid
-¡Lo lograste, Leiyus! –lo felicita tras ver los pedazos de armadura caer en
todas direcciones.
Pero
para sorpresa de todos, la armadura vuelve a ensamblarse por obra de aquél
resplandor espectral en cuestión de segundos. Quedando de una sola pieza
nuevamente.
Leiyus
–¡Mi rugido de dragón no le ha hecho
nada!
Dine
-¡Chicos! Traten de llevar a la armadura hasta el pentagrama que he trazado en
la tierra –les avisa con apremio.
Rápidamente
Leiyus se moviliza de inmediato hacia el círculo en el interior del pentagrama,
seguido muy de cerca por la armadura negra, y cuando ésta está a punto de
alcanzarlo con el filo de su espada, Leiyus da un salto hacia atrás,
permitiendo que Dine active nuevamente su hechizo con todo su poder, logrando
así inmovilizar a la armadura por unos
instantes con su energía de luz.
Leiyus
-¡Kindolf, Astrid! ¡Ataquen con todas sus fuerzas! –ordena al tiempo que se
pone en posición para lanzar un tercer rugido
de dragón.
El
poder combinado del rugido del dragón,
el corte de vacío y el colmillo sangriento forma una gran
explosión, lanzando las partes de la armadura en todas direcciones. Segundos
después, no parece quedar rastro de ella.
Kindolf
–¡Finalmente acabamos con esa armadura!
Leiyus
–Creo que esta vez de verdad acabamos con é... -de pronto, y antes de que pueda terminar la frase, Leiyus
observa algo a su derecha que le hace poner un semblante serio-. No, esto aún
no ha acabado…
Instantes
después, los cuatro son atacados por los puños y las botas de la armadura negra,
que vuelan por los aires a gran velocidad hacia ellos en un intento por
golpearlos. Sólo Kindolf es alcanzado por un ataque de la bota izquierda,
pateándolo en el trasero y arrojándolo al suelo.
Repentinamente
el ataque de su enemigo cesa momentos antes de que todas las piezas vuelvan a
unirse en una sola. Dentro de la armadura puede escucharse una risa lenta y
grave, al tiempo que arremete contra ellos moviendo su espada, misma con la que
genera una onda similar al corte de vacío
derribando a los cuatro.
Kindolf
–¡Maldición, nuestros ataques no surten efecto en él! –dice intentando
levantarse después del aquél golpe.
Astrid
–¡Tiene que haber una manera de poder evitar que se regenere!
Las
palabras de Astrid parecen hacer eco en la mente de Leiyus, que en ese momento
recuerda el momento en el que separaron las partes de la armadura por primera
vez y pudo apreciar aquella forma espectral que habitaba dentro de ella. –¡Creo
que tengo una idea! Dine, ¿podrías detener a la armadura una segunda vez?
Dine -E-eso creo. ¿Qué piensas hacer?
Leiyus
–No hay tiempo para explicarlo, ¡sólo hazlo! –le dice, apremiante.
Ella
asiente, activando el hechizo purificador de nuevo una vez que éste pasa por el
pentagrama consiguiendo inmovilizarle por apenas un par de segundos.
–¡Kindolf,
Astrid! ¡Atáquenlo con todas sus fuerzas!
Ellos
obedecen lanzando sus técnicas especiales hacia la armadura, cuyas partes
pueden verse volar en todas direcciones. Es en ese momento cuando Leiyus
observa con su ojo de dragón aquél resplandor espectral reaparecer frente a sus
ojos, atrapado todavía en el pentagrama, y sin perder tiempo le lanza su rugido de dragón. El ataque combinado
con el hechizo de Dine terminan por aniquilar el espíritu que poseía a la
armadura, acabando efectivamente con la maldición, la cual transforma a la
armadura negra en humo hasta que esta desaparece completamente frente a sus
ojos.
Habiendo
acabado con el enemigo, los cuatro se reúnen para celebrar su victoria.
-¡Eso
fue brillante, Leiyus! –lo felicita Kindolf.
Astrid
-¿Cómo supiste cuál era su punto débil?
Leiyus
–Fue sólo un golpe de suerte.
Dine
lo observa con los ojos abiertos mientras los escucha conversar, entonces se
acerca y le ofrece a Leiyus la mano con una sonrisa. –Me impresionas, Leiyus.
Ni siquiera yo pude detectar la presencia de la armadura. ¡Finalmente has
despertado tu ojo de dragón! Has progresado más de lo que me esperaba.
Leiyus
se sonroja sin saber cómo responderle. Kindolf entonces se aleja de ellos caminando
con cara de fastidio. –Yo no sé ustedes, pero no he dormido desde ayer, ¡y lo
que quiero ahora es llegar al siguiente pueblo, meterme en una cama cómoda y
dormir!
Leiyus
-¡Amén, amigo!
Posteriormente,
sus tres amigos lo observan alejarse entre risas en dirección al carruaje antes
de unírsele y continuar su camino hasta el próximo pueblo.
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