El salvaje mar del Norte
En
su búsqueda por la segunda perla dorada, Leiyus y los demás se dirigen al mar
del norte, conocido por sus peligrosas aguas y hostiles criaturas que habitan
en él.
Los cuatro se dirigen hacia el puerto de la ciudad,
que a lo lejos ya se divisa con una flota interminable de barcos que atestan el
muelle bajo el intenso sol de la mañana.
Una vez allí, Astrid observa con entusiasmo las
imponentes embarcaciones atracadas en el muelle, llena de emoción. -¡Son
enormes! ¿Qué cosas son esas? –pregunta ella a sus amigos.
Dine –Son barcos cargueros. Esta es una zona
comercial muy activa, por lo que debe haber algún barco comercial que pueda
transportarnos a través del océano
Leiyus –¿Por qué necesitamos atravesar el océano,
Dine?
Dine –Se supone que en ese continente nos espera el
siguiente enemigo que posee una de las perlas.
Kindolf -¿Cómo puedes estar segura?
Dine –No lo sé con certeza, pero puedo sentir la
presencia de las perlas a través de grandes distancias.
Astrid -¿Se trata de uno de esos dragones negros
como el que me contaron que lucharon?
Dine –No tengo mucha información de quién se trata,
pero sí sé que se trata de un demonio, por lo que debemos ser precavidos y
sobre todo, discretos.
Kindolf -¿¡Qué dijiste!? ¡Esperas que nos
enfrentemos a un demonio! –exclama repentinamente, asustado.
Dine –¡Descuiden chicos! –les responde ella con
tono alegre-. ¡Para entonces, ustedes estarán listos! Para eso hemos estado
entrenando.
Leiyus –Pero, ¿cómo estás tan segura que el
poseedor de la próxima perla es un demonio?
Dine –Porque todos los poseedores de las perlas
doradas son antiguos enemigos de Dyamat que en algún momento de la guerra entre
dragones y demonios perdieron su poder, y ahora tratan de recuperarlo usando la
fuerza de las perlas que contienen la esencia de nuestro rey dragón.
Kindolf –Pues yo sigo sin entender nada… -dice,
rascándose la cabeza.
Dine -En otras palabras, los poderes de nuestros
enemigos no son lo que antaño solían ser. Es por ello que ellos dependen del
poder que las perlas les confieren para poder subsistir. Una vez que la perla
que custodian es destruida, el destino de su portador está sellado.
Astrid -¿Estás diciendo que si la perla que llevan
es destruida, su portador morirá?
Dine –En efecto.
Leiyus –Si ese demonio que dices aún no nos ha
atacado como Grudan lo hizo, debe ser que quieren evitar a toda costa que nosotros
podamos el poder de las perlas de dragón restantes.
Dine –Es probable... ¡Es por eso que debemos darnos
prisa y hacer el primer movimiento! ¡Así, los tomaremos por sorpresa y
recuperaremos la siguiente perla sin problemas!
Poco después, los cuatro se acercan a uno de los
barcos que en ese momento están siendo llenados por musculosos obreros moviendo
pesadas cajas al interior de la nave. Kindolf se acerca a uno de ellos y le
toca el hombro con el dedo para llamar su atención: –Disculpe, buen hombre,
¿podría indicarnos en qué sitio podemos comprar pasajes de abordar para…?
Cuando el marinero se vuelve hacia él, todos se
quedan de una pieza al encontrase con el rostro de una mujer con rasgos muy
poco femeninos que les lanza una mirada de pocos amigos. -¡Qué es lo que
quieres, flacucho! –brama la mujer con una voz grave.
Kindolf, al igual que los demás dan un paso atrás
asustados. -¡E-es una mujer!
-¡¡Váyanse de aquí!! –gruñe la musculsa-. ¡Éste no
es sitio para hombrecillos de tierra firme!
Para cuando el grupo está a punto de dar media
vuelta e irse, una voz femenina los detiene: -¡Esperen!
Una segunda mujer aparece, pero a diferencia de la
anterior, ésta tienen rasgos mucho más femeninos. Su piel bronceada, al igual
que su cabello rojizo brilla por reflejo del sol. -¿Quiénes son ustedes? –les
pregunta ella con tono áspero, si bien, más amistoso -…Al juzgar por su
aspecto, no son de por aquí. De lo contrario no habrían venido al muelle en
primer lugar –les recrimina la mujer.
Leiyus –Bueno, somos…
Antes de que pueda terminar de hablar, la mujer lo
interrumpe abruptamente: -Mi nombre es Lara, la capitana de este barco, ¡y ni
el muelle ni mi barco es lugar para hombres! –asegura lanzándoles a Leiyus y a
Kindolf una mirada fría-. Pero a ustedes dos puedo conseguirles un lugar en el
barco si quieren –dirigiéndose luego a Dine y a Astrid con un tono más amable.
Dine y Astrid se miran entre ellas confundidas.
–Perdona nuestra indiscreción, pero, ¿por qué no se permiten hombres en tu
embarcación?
Lara –Es política del puerto. Está prohibido que
cualquier hombre aborde las embarcaciones. Así que si van a subir será mejor
que lo hagan pronto. Estamos por partir.
Dine sonríe al tiempo que se excusa con amabilidad.
–Lo lamento, pero no podemos dejar atrás a nuestros compañeros.
La capitana Lara cambia su mirada nuevamente por
una más dura, evidentemente a causa de la negativa de las chicas, lo que la
hace cruzarse de brazos. –Si ese es el caso, entonces me temo que no pueden
abordar. Que tengan una buena tarde, damas –se despide antes de dar la media
vuelta y alejarse de ellos de regreso al barco.
Decepcionados por las advertencias de la mujer, los
tres se alejan del muelle, pero antes de ir muy lejos a Leiyus se le ocurre una
idea cuando pasan junto a un montón de costales y cajas apiladas listas para
ser almacenadas. Con un llamado discreto
detiene a sus amigos, y cuando las marineras de aspecto rudo suben al barco,
ellos aprovechan escondiéndose entre la mercancía.
Dine y Astrid se introducen en el interior de una
caja, mientras que Leiyus se introduce en el interior de un barril, pero cuando
está a punto de ocultar la cabeza dentro de éste, nota a Kindolf luchando por
entrar en uno de los costales, logrando ocultarse apenas instantes antes de que
una de las marineras que circulaban por allí lo descubra.
No pasa mucho tiempo para que otras marineras terminen
de introducir el resto de las mercancías al barco junto con ellos, pero cuando
al fin le toca el turno al costal en donde Kindolf se encuentra escondido, en
lugar de cargarlo, la mujer simplemente lo arrastra hasta el interior del
barco. Una vez dentro del almacén de la embarcación, la marinera arroja con
fuerza el costal causando que Kindolf suelte un alarido al momento de golpearse
contra unas cajas adyacentes. Tras escucharle, la mujer de inmediato saca su
espada y rompe el costal, poniendo al escudero al descubierto.
-¡Un intruso! ¡Tenemos un polizón aquí! –grita la
mujer a todo pulmón.
En cuestión de segundos, la zona de almacén del
barco se llena de marineras rudas que acorralan al aterrorizado Kindolf. Al
mismo tiempo, sus compañeros no tienen más opción que salir de sus escondites
pacíficamente y con las manos en alto.
La capitana Lara no tarda en llegar, y al verlos
dentro de su embarcación se pone furiosa. –¡Ustedes cuatro ya me están agotando
la paciencia! Por última vez, ¡ningún hombre puede subir a bordo de éste o de
ningún otro barco de este puerto! ¡Son las reglas! ¡Ahora, salgan de mi barco
antes de que los arroje a los tiburones!
Resignados, los tres no tienen más remedio que
regresar la ciudad. Allí, deciden parar en una taberna para comer algo mientras
planean su siguiente movimiento.
Leiyus –Tenemos que conseguir subir al barco –dice
finalmente después de un prolongado silencio-, ¡es el único puerto en
kilómetros a la redonda!
Astrid –Quizás podríamos robar uno… –propone.
Dine –No podemos hacer eso. Además, no sabríamos
como navegar sin ayuda de un capitán y una tripulación.
Los cuatro permanecen en silencio por un rato más,
intentando pensar en una solución a su problema. En medio del silencio, Kindolf
aprovecha para devorar una fruta jugosa de color rojo que al morderla le deja
los labios con un tono del mismo color.
-¡Ya lo tengo! –dice Astrid de repente, levantándose
de la mesa volviendo instantes después con una bolsa entre las manos.
Leiyus -¿Qué es eso, Astrid?
Sin dejar de hurgar en el interior de la bolsa,
ella le responde: –Ellas dijeron que ningún hombre puede subir a los barcos,
¿correcto? Es por eso que, para que ustedes puedan abordar tendrán que usar
esto. –asegura sacando un vestido y una peluca.
Tanto Leiyus como Kindolf se quedan de una pieza.
-¡Qué estás sugiriendo, niña loca! –le espeta Kindolf, furioso, todavía con los
labios enrojecidos.
Leiyus –No estarás hablando en serio, ¿¡o sí?!
Astrid les sonríe traviesamente, ofreciéndoles al
par de escuderos lo que hay en el interior de la bolsa
Dine –¡Es una excelente idea, Astrid! –concuerda la
dragona con entusiasmo-. ¡Si esas marineras no saben que ustedes dos son
hombres, no tendremos más problemas para abordar su nave!
Leiyus –Olvídenlo, ¡no voy a ponerme eso! –alega,
tomando con desprecio uno de los vestidos.
Astrid –¡Pero es la única manera en la que esa capitana
dejará subirlos al barco!
Kindolf –Apoyo a Leiyus. ¡Debe de haber otra manera
de subir al barco sin tenernos que poner esos trapos!
Al ver la reacción negativa de sus compañeros,
Astrid y Dine se miran con una sonrisa de complicidad…
La tarde cae, y tanto Dine como Astrid regresan al puerto
usando vestuarios diferentes para evitar que las reconozcan. Ambas lucen
pantalones blancos, tops y peinados extravagantes que, salvo su complexión más
delgada, las hacen parecer marineras comunes del puerto. Cuando ellas suben al
barco por segunda vez, Lara las recibe en su camarote con recelo.
Lara –Así que quieren abordar en mi barco… -dice,
mirando a la dragona y a la chica vampiro con desconfianza.
Dine
–¡Por supuesto! –repone sonriendo nerviosamente-. ¡Queremos cuatro lugares en
su barco, por favor!
Lara –¿Cuatro, dicen…? –pregunta, frunciendo el
ceño- Yo sólo veo a dos de ustedes. ¿Dónde están las otras dos?
En ese instante aparecen detrás de ellas Leiyus y
Kindolf disfrazados con pelucas y ataviados con vestidos muy femeninos. Ambos
sonríen nerviosamente bajo la siempre recelosa mirada de la capitana, que no
les quita el ojo de encima. -…está bien –atina a decir finalmente la capitana
después de una rápida revisión-, serán cincuenta monedas de bronce por cada
una.
Tras escucharla, Astrid no puede contener su alegría
-¿¡Quiere decir que podemos zarpar con
ustedes?!
Lara –Por supuesto –le responde sin asomo de
emoción-. Mientras paguen, y ninguno de los tripulantes sea un hombre, no hay
problema –asegura encogiéndose de hombros.
Mientras Dine hace los arreglos para su abordaje y
paga la cuota, Kindolf, Leiyus y Astrid la esperan. En eso, una de las
marineras musculosas que forman parte de la tripulación pasa por ahí cargando
un par de cajas. Al pasar, le guiña el ojo a Kindolf, quien se pone nervioso y
se sonroja un tanto aprensivo.
Kindolf –¡Esto no va a funcionar…! -le comenta en
voz baja a su amigo.
Astrid –Claro que funcionará. ¡Los dos se ven muy
lindos! –le asegura juguetonamente con una sonrisa.
En ese momento, Dine regresa con ellos. –¡Ya dejen
de quejarse ustedes dos! Nosotras también tendremos que hacer sacrificios
vistiendo estos atuendos tan provocativos. ¡Yo jamás usaría algo así! –dice
tirando de sus ropas, que deja su abdomen al descubierto.
Astrid –¡A mí me gustan! –agrega admirándose a sí
misma.
Poco tiempo después el barco zarpa y se aleja del
muelle con ellos abordo. Es entonces cuando Lara reúne a todos los tripulantes
en la cubierta: –¡Escuchen bien señoritas! ¡Éste no es un crucero de placer! ¡Tendrán
que ayudar en las labores del barco, y sólo habrá una comida al día para
ustedes! Normalmente tenemos viajes sin contratiempos, pero tomen en cuenta que
estas aguas están plagadas de monstruos y criaturas peligrosas, por lo que al
viajar con nosotros, han asumido esos riesgos. ¿Alguna pregunta!
De inmediato Kindolf alza la mano para hablar. –¿Puedo
dormir junto a Dine y Astri…!
Lara –¡¡A trabajar!! –les ordena a voz en cuello
arrojándoles estropajos y escobas a los cuatro.
Conforme el barco se aventura mar adentro con los
últimos rayos de sol, Dine termina su trabajo en la proa y decide descansar un
rato sobre la proa mientras observa el sol ocultarse mientras reflexiona en
silencio. Al verla, Leiyus decide hacerle compañía. –Debo admitir que no fue
una mala idea. Ustedes son muy listas –le dice a ella apenas acercársele.
A la dragona le toma por sorpresa el cumplido. –Gr-gracias,
Leiyus.
Entonces él agrega. –Pero… –agrega con voz
lastimera-, ¿era necesario que nos cedieras tus deberes en el barco a mí y a
Kindolf?
Acto seguido, a sus espaldas se puede ver a Kindolf
pasando el trapeador por toda la cubierta, mientras Astrid se limita a
observarlo limpiar, intentando imitar torpemente sus movimientos sin saber cómo
usar correctamente su escoba.
Dine ríe como consecuencia de sus palabras y de los
torpes intentos de sus amigos por limpiar. –No se quejen. Tómenlo como parte
del entrenamiento.
Kindolf –Sólo lo dices porque no quieres trabajar
–le grita molesto a sus espaldas antes de que una de las marineras de aspecto
rudo lo reprenda y lo haga volver al trabajo.
Tanto Dine como Leiyus ríen después de aquella
escena. El barco navega entre las aguas cada vez más oscuras mientras el
firmamento se llena de estrellas…
Al mismo tiempo, en otro lugar, otra reunión se
lleva a cabo entre Hella y el demonio mercante:
Hella –Tal parece que tus artilugios no dieron resultado
–se queja ella, a la vez que juguetea con un amuleto que cuelga de su mano.
D. Mercante -¡Mil disculpas, mi señora!, pero no
fue falla de los espíritus. ¡Esos seres son más poderosos de lo que había
pensado en un principio!
Hella entonces se levanta y camina hacia él
sosteniéndole una mirada fría. –Está bien… te perdono, pero que no se vuelva a
repetir. Ahora, ¿qué más tienes que pueda servirme?
El mercante de nueva cuenta hurga de nuevo entre
sus pertenencias sacando una armadura de color negro con varias runas y sellos
de cera desperdigados por toda la coraza. Una vez desempolva la armadura y
retira los sellos, se la presenta a Hella: -Esta, mi señora no es una armadura
cualquiera. ¡Es una armadura maldita!
Hella –Parece interesante… cuéntame más sobre ella.
¿Qué es lo que hace?
D. Mercante –¡Esta armadura cumplirá todas sus
órdenes, además, su resistencia es comparable a la de un dragón! –le asegur-.¡Y
lo mejor de todo, es que es inmune a los conjuros y los hechizos! Será suya por
sólo cincuenta mil monedas de oro… y tres rubíes.
Hella –Está bien, tendrás lo que quieres, pero toma
en cuenta que si fallas esta vez, el precio será más alto para ti.
El mercante hace una pausa para tragar saliva y
entonces prosigue: -¡Le aseguro, que esta armadura es infalible!
Hella se acerca a la armadura y la acaricia
suavemente con las manos, acercando su rostro al casco de la misma. Casi de
inmediato, ésta parece cobrar vida alineándose de tal forma, que pareciera que
alguien la lleva puesta. –Linda armadura… quiero que mates a Leiyus. No te
atrevas a regresar sin su cuerpo. –le ordena la demonio al artefacto maldito.
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