06 agosto, 2023

Dragon Legacy, Vol.1: Capitulo 12

 


El salvaje mar del Norte



En su búsqueda por la segunda perla dorada, Leiyus y los demás se dirigen al mar del norte, conocido por sus peligrosas aguas y hostiles criaturas que habitan en él.

 

Los cuatro se dirigen hacia el puerto de la ciudad, que a lo lejos ya se divisa con una flota interminable de barcos que atestan el muelle bajo el intenso sol de la mañana.

 

Una vez allí, Astrid observa con entusiasmo las imponentes embarcaciones atracadas en el muelle, llena de emoción. -¡Son enormes! ¿Qué cosas son esas? –pregunta ella a sus amigos.

 

Dine –Son barcos cargueros. Esta es una zona comercial muy activa, por lo que debe haber algún barco comercial que pueda transportarnos a través del océano

 

Leiyus –¿Por qué necesitamos atravesar el océano, Dine?

 

Dine –Se supone que en ese continente nos espera el siguiente enemigo que posee una de las perlas.

 

Kindolf -¿Cómo puedes estar segura?

 

Dine –No lo sé con certeza, pero puedo sentir la presencia de las perlas a través de grandes distancias.

 

Astrid -¿Se trata de uno de esos dragones negros como el que me contaron que lucharon?

 

Dine –No tengo mucha información de quién se trata, pero sí sé que se trata de un demonio, por lo que debemos ser precavidos y sobre todo, discretos.

 

Kindolf -¿¡Qué dijiste!? ¡Esperas que nos enfrentemos a un demonio! –exclama repentinamente, asustado.

 

Dine –¡Descuiden chicos! –les responde ella con tono alegre-. ¡Para entonces, ustedes estarán listos! Para eso hemos estado entrenando.

 

Leiyus –Pero, ¿cómo estás tan segura que el poseedor de la próxima perla es un demonio?

 

Dine –Porque todos los poseedores de las perlas doradas son antiguos enemigos de Dyamat que en algún momento de la guerra entre dragones y demonios perdieron su poder, y ahora tratan de recuperarlo usando la fuerza de las perlas que contienen la esencia de nuestro rey dragón.

 

Kindolf –Pues yo sigo sin entender nada… -dice, rascándose la cabeza.

 

Dine -En otras palabras, los poderes de nuestros enemigos no son lo que antaño solían ser. Es por ello que ellos dependen del poder que las perlas les confieren para poder subsistir. Una vez que la perla que custodian es destruida, el destino de su portador está sellado.

 

Astrid -¿Estás diciendo que si la perla que llevan es destruida, su portador morirá?

 

Dine –En efecto.

 

Leiyus –Si ese demonio que dices aún no nos ha atacado como Grudan lo hizo, debe ser que quieren evitar a toda costa que nosotros podamos el poder de las perlas de dragón restantes.

 

Dine –Es probable... ¡Es por eso que debemos darnos prisa y hacer el primer movimiento! ¡Así, los tomaremos por sorpresa y recuperaremos la siguiente perla sin problemas!

Poco después, los cuatro se acercan a uno de los barcos que en ese momento están siendo llenados por musculosos obreros moviendo pesadas cajas al interior de la nave. Kindolf se acerca a uno de ellos y le toca el hombro con el dedo para llamar su atención: –Disculpe, buen hombre, ¿podría indicarnos en qué sitio podemos comprar pasajes de abordar para…?

 

Cuando el marinero se vuelve hacia él, todos se quedan de una pieza al encontrase con el rostro de una mujer con rasgos muy poco femeninos que les lanza una mirada de pocos amigos. -¡Qué es lo que quieres, flacucho! –brama la mujer con una voz grave.

 

Kindolf, al igual que los demás dan un paso atrás asustados. -¡E-es una mujer!

 

-¡¡Váyanse de aquí!! –gruñe la musculsa-. ¡Éste no es sitio para hombrecillos de tierra firme!

 

Para cuando el grupo está a punto de dar media vuelta e irse, una voz femenina los detiene: -¡Esperen!

 

Una segunda mujer aparece, pero a diferencia de la anterior, ésta tienen rasgos mucho más femeninos. Su piel bronceada, al igual que su cabello rojizo brilla por reflejo del sol. -¿Quiénes son ustedes? –les pregunta ella con tono áspero, si bien, más amistoso -…Al juzgar por su aspecto, no son de por aquí. De lo contrario no habrían venido al muelle en primer lugar –les recrimina la mujer.

 

Leiyus –Bueno, somos…

 

Antes de que pueda terminar de hablar, la mujer lo interrumpe abruptamente: -Mi nombre es Lara, la capitana de este barco, ¡y ni el muelle ni mi barco es lugar para hombres! –asegura lanzándoles a Leiyus y a Kindolf una mirada fría-. Pero a ustedes dos puedo conseguirles un lugar en el barco si quieren –dirigiéndose luego a Dine y a Astrid con un tono más amable.

 

Dine y Astrid se miran entre ellas confundidas. –Perdona nuestra indiscreción, pero, ¿por qué no se permiten hombres en tu embarcación?

 

Lara –Es política del puerto. Está prohibido que cualquier hombre aborde las embarcaciones. Así que si van a subir será mejor que lo hagan pronto. Estamos por partir.

 

Dine sonríe al tiempo que se excusa con amabilidad. –Lo lamento, pero no podemos dejar atrás a nuestros compañeros.

 

La capitana Lara cambia su mirada nuevamente por una más dura, evidentemente a causa de la negativa de las chicas, lo que la hace cruzarse de brazos. –Si ese es el caso, entonces me temo que no pueden abordar. Que tengan una buena tarde, damas –se despide antes de dar la media vuelta y alejarse de ellos de regreso al barco.

 

Decepcionados por las advertencias de la mujer, los tres se alejan del muelle, pero antes de ir muy lejos a Leiyus se le ocurre una idea cuando pasan junto a un montón de costales y cajas apiladas listas para ser almacenadas.  Con un llamado discreto detiene a sus amigos, y cuando las marineras de aspecto rudo suben al barco, ellos aprovechan escondiéndose entre la mercancía.

 

Dine y Astrid se introducen en el interior de una caja, mientras que Leiyus se introduce en el interior de un barril, pero cuando está a punto de ocultar la cabeza dentro de éste, nota a Kindolf luchando por entrar en uno de los costales, logrando ocultarse apenas instantes antes de que una de las marineras que circulaban por allí lo descubra.

 

No pasa mucho tiempo para que otras marineras terminen de introducir el resto de las mercancías al barco junto con ellos, pero cuando al fin le toca el turno al costal en donde Kindolf se encuentra escondido, en lugar de cargarlo, la mujer simplemente lo arrastra hasta el interior del barco. Una vez dentro del almacén de la embarcación, la marinera arroja con fuerza el costal causando que Kindolf suelte un alarido al momento de golpearse contra unas cajas adyacentes. Tras escucharle, la mujer de inmediato saca su espada y rompe el costal, poniendo al escudero al descubierto.

 

-¡Un intruso! ¡Tenemos un polizón aquí! –grita la mujer a todo pulmón.

 

En cuestión de segundos, la zona de almacén del barco se llena de marineras rudas que acorralan al aterrorizado Kindolf. Al mismo tiempo, sus compañeros no tienen más opción que salir de sus escondites pacíficamente y con las manos en alto.

 

La capitana Lara no tarda en llegar, y al verlos dentro de su embarcación se pone furiosa. –¡Ustedes cuatro ya me están agotando la paciencia! Por última vez, ¡ningún hombre puede subir a bordo de éste o de ningún otro barco de este puerto! ¡Son las reglas! ¡Ahora, salgan de mi barco antes de que los arroje a los tiburones!

 

Resignados, los tres no tienen más remedio que regresar la ciudad. Allí, deciden parar en una taberna para comer algo mientras planean su siguiente movimiento.

 

Leiyus –Tenemos que conseguir subir al barco –dice finalmente después de un prolongado silencio-, ¡es el único puerto en kilómetros a la redonda!

 

Astrid –Quizás podríamos robar uno… –propone.

 

Dine –No podemos hacer eso. Además, no sabríamos como navegar sin ayuda de un capitán y una tripulación.

 

Los cuatro permanecen en silencio por un rato más, intentando pensar en una solución a su problema. En medio del silencio, Kindolf aprovecha para devorar una fruta jugosa de color rojo que al morderla le deja los labios con un tono del mismo color.

 

-¡Ya lo tengo! –dice Astrid de repente, levantándose de la mesa volviendo instantes después con una bolsa entre las manos.

 

Leiyus -¿Qué es eso, Astrid?

 

Sin dejar de hurgar en el interior de la bolsa, ella le responde: –Ellas dijeron que ningún hombre puede subir a los barcos, ¿correcto? Es por eso que, para que ustedes puedan abordar tendrán que usar esto. –asegura sacando un vestido y una peluca.

 

Tanto Leiyus como Kindolf se quedan de una pieza. -¡Qué estás sugiriendo, niña loca! –le espeta Kindolf, furioso, todavía con los labios enrojecidos.

 

Leiyus –No estarás hablando en serio, ¿¡o sí?!

 

Astrid les sonríe traviesamente, ofreciéndoles al par de escuderos lo que hay en el interior de la bolsa

 

Dine –¡Es una excelente idea, Astrid! –concuerda la dragona con entusiasmo-. ¡Si esas marineras no saben que ustedes dos son hombres, no tendremos más problemas para abordar su nave!

 

Leiyus –Olvídenlo, ¡no voy a ponerme eso! –alega, tomando con desprecio uno de los vestidos.

 

Astrid –¡Pero es la única manera en la que esa capitana dejará subirlos al barco!

 

Kindolf –Apoyo a Leiyus. ¡Debe de haber otra manera de subir al barco sin tenernos que poner esos trapos!

 

Al ver la reacción negativa de sus compañeros, Astrid y Dine se miran con una sonrisa de complicidad…

 

La tarde cae, y tanto Dine como Astrid regresan al puerto usando vestuarios diferentes para evitar que las reconozcan. Ambas lucen pantalones blancos, tops y peinados extravagantes que, salvo su complexión más delgada, las hacen parecer marineras comunes del puerto. Cuando ellas suben al barco por segunda vez, Lara las recibe en su camarote con recelo.

 

Lara –Así que quieren abordar en mi barco… -dice, mirando a la dragona y a la chica vampiro con desconfianza.

 

Dine –¡Por supuesto! –repone sonriendo nerviosamente-. ¡Queremos cuatro lugares en su barco, por favor!

 

Lara –¿Cuatro, dicen…? –pregunta, frunciendo el ceño- Yo sólo veo a dos de ustedes. ¿Dónde están las otras dos?

 

En ese instante aparecen detrás de ellas Leiyus y Kindolf disfrazados con pelucas y ataviados con vestidos muy femeninos. Ambos sonríen nerviosamente bajo la siempre recelosa mirada de la capitana, que no les quita el ojo de encima. -…está bien –atina a decir finalmente la capitana después de una rápida revisión-, serán cincuenta monedas de bronce por cada una.

 

Tras escucharla, Astrid no puede contener su alegría  -¿¡Quiere decir que podemos zarpar con ustedes?!

 

Lara –Por supuesto –le responde sin asomo de emoción-. Mientras paguen, y ninguno de los tripulantes sea un hombre, no hay problema –asegura encogiéndose de hombros.

 

Mientras Dine hace los arreglos para su abordaje y paga la cuota, Kindolf, Leiyus y Astrid la esperan. En eso, una de las marineras musculosas que forman parte de la tripulación pasa por ahí cargando un par de cajas. Al pasar, le guiña el ojo a Kindolf, quien se pone nervioso y se sonroja un tanto aprensivo.

 

Kindolf –¡Esto no va a funcionar…! -le comenta en voz baja a su amigo.

 

Astrid –Claro que funcionará. ¡Los dos se ven muy lindos! –le asegura juguetonamente con una sonrisa.

 

En ese momento, Dine regresa con ellos. –¡Ya dejen de quejarse ustedes dos! Nosotras también tendremos que hacer sacrificios vistiendo estos atuendos tan provocativos. ¡Yo jamás usaría algo así! –dice tirando de sus ropas, que deja su abdomen al descubierto.

 

Astrid –¡A mí me gustan! –agrega admirándose a sí misma.

 

Poco tiempo después el barco zarpa y se aleja del muelle con ellos abordo. Es entonces cuando Lara reúne a todos los tripulantes en la cubierta: –¡Escuchen bien señoritas! ¡Éste no es un crucero de placer! ¡Tendrán que ayudar en las labores del barco, y sólo habrá una comida al día para ustedes! Normalmente tenemos viajes sin contratiempos, pero tomen en cuenta que estas aguas están plagadas de monstruos y criaturas peligrosas, por lo que al viajar con nosotros, han asumido esos riesgos. ¿Alguna pregunta!

 

De inmediato Kindolf alza la mano para hablar. –¿Puedo dormir junto a Dine y Astri…!

 

Lara –¡¡A trabajar!! –les ordena a voz en cuello arrojándoles estropajos y escobas a los cuatro.

 

Conforme el barco se aventura mar adentro con los últimos rayos de sol, Dine termina su trabajo en la proa y decide descansar un rato sobre la proa mientras observa el sol ocultarse mientras reflexiona en silencio. Al verla, Leiyus decide hacerle compañía. –Debo admitir que no fue una mala idea. Ustedes son muy listas –le dice a ella apenas acercársele.

 

A la dragona le toma por sorpresa el cumplido. –Gr-gracias, Leiyus.

 

Entonces él agrega. –Pero… –agrega con voz lastimera-, ¿era necesario que nos cedieras tus deberes en el barco a mí y a Kindolf?

 

Acto seguido, a sus espaldas se puede ver a Kindolf pasando el trapeador por toda la cubierta, mientras Astrid se limita a observarlo limpiar, intentando imitar torpemente sus movimientos sin saber cómo usar correctamente su escoba.

 

Dine ríe como consecuencia de sus palabras y de los torpes intentos de sus amigos por limpiar. –No se quejen. Tómenlo como parte del entrenamiento.

 

Kindolf –Sólo lo dices porque no quieres trabajar –le grita molesto a sus espaldas antes de que una de las marineras de aspecto rudo lo reprenda y lo haga volver al trabajo.

 

Tanto Dine como Leiyus ríen después de aquella escena. El barco navega entre las aguas cada vez más oscuras mientras el firmamento se llena de estrellas…

 

Al mismo tiempo, en otro lugar, otra reunión se lleva a cabo entre Hella y el demonio mercante:

 

Hella –Tal parece que tus artilugios no dieron resultado –se queja ella, a la vez que juguetea con un amuleto que cuelga de su mano.

 

D. Mercante -¡Mil disculpas, mi señora!, pero no fue falla de los espíritus. ¡Esos seres son más poderosos de lo que había pensado en un principio!

 

Hella entonces se levanta y camina hacia él sosteniéndole una mirada fría. –Está bien… te perdono, pero que no se vuelva a repetir. Ahora, ¿qué más tienes que pueda servirme?

 

El mercante de nueva cuenta hurga de nuevo entre sus pertenencias sacando una armadura de color negro con varias runas y sellos de cera desperdigados por toda la coraza. Una vez desempolva la armadura y retira los sellos, se la presenta a Hella: -Esta, mi señora no es una armadura cualquiera.  ¡Es una armadura maldita!

 

Hella –Parece interesante… cuéntame más sobre ella. ¿Qué es lo que hace?

 

D. Mercante –¡Esta armadura cumplirá todas sus órdenes, además, su resistencia es comparable a la de un dragón! –le asegur-.¡Y lo mejor de todo, es que es inmune a los conjuros y los hechizos! Será suya por sólo cincuenta mil monedas de oro… y tres rubíes.

 

Hella –Está bien, tendrás lo que quieres, pero toma en cuenta que si fallas esta vez, el precio será más alto para ti.

 

El mercante hace una pausa para tragar saliva y entonces prosigue: -¡Le aseguro, que esta armadura es infalible!

 

Hella se acerca a la armadura y la acaricia suavemente con las manos, acercando su rostro al casco de la misma. Casi de inmediato, ésta parece cobrar vida alineándose de tal forma, que pareciera que alguien la lleva puesta. –Linda armadura… quiero que mates a Leiyus. No te atrevas a regresar sin su cuerpo. –le ordena la demonio al artefacto maldito.

 

De inmediato, la armadura se pone en marca, y sale del lugar corriendo a una velocidad impresionante, levantando una nube de polvo a su paso... 

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