El poder de la perseverancia
Después perderse en un pueblo infestado de seres de
la noche, Astrid, una híbrido mitad humano, mitad vampiro, también hermana pequeña
de Sanhgine, un poderoso vampiro, se ha unido al grupo de Leiyus y sus amigos,
quienes continúan su búsqueda por las perlas doradas. Así como con los duros
entrenamientos que Dine les impone para volverse más fuertes.
En la cima de una isla flotante se alza una torre
de color marfil que contrasta con un cielo de color azul intenso. En su
interior, se lleva a cabo una reunión de varios seres oscuros en lo alto del
recinto. Cuatro seres se congregan alrededor de una mesa rectangular. Al fondo
de esta, descansa una figura mucho más corpulenta e imponente que descansa a la
sombra, guiando la reunión.
-Supongo que ya deben saber el por qué de esta
reunión tan repentina. –comienza con voz grave.
-Debe ser por la reciente resurrección de Dyamat –pronuncia
uno de los subordinados, mostrando una sonrisa perversa.
-Pero, ¡creí que habíamos acabado con él hace
siglos, señor Volgia! –repone otro de los individuos presentes, levantándose de
la mesa abruptamente.
Volgia –Cuida tu ímpetu, Bélidas. Así fue en un
principio, pero tal parece que nuestras sospechas de que aún quedaran restos
libres de su esencia no estaban errados. Lo que hemos temido todos estos años
finalmente ha comenzado… Es por ello que encomendé a Grudan encontrar y
asesinar inmediatamente al nuevo ser que albergaría el alma de Dyamat antes de
que éste tuviera oportunidad de renacer, pero las noticias sobre su reciente
muerte son prueba innegable de que ha fracasado en su empresa…
-Ese patético remedo de dragón no merecía un
trabajo de semejante importancia como ese –repone una figura femenina de mirada
fría.
Repentinamente, otra figura femenina habla desde el
fondo de la sala… De pie, junto a la entrada, una mujer se acerca a la mesa
para sentarse con sus congéneres. Su cabellera, roja como el fuego, reluce con
los pocos rayos de luz que se cuelan por la ventana. –Eso no tiene la menor
importancia. Grudan siempre fue un debilucho que no merecía el poder que se le
fue conferido desde un principio. ¡Ni siquiera era un dragón capaz de volar!
-Hella… –repone otra de las figuras con voz calmada
y áspera-, no seas impertinente. Después de todo, todos hemos corrido la misma
suerte que él de alguna u otra manera.
Volgia –Lo importante es que ahora sabemos que la
fuerza del hombre en cuyo cuerpo reside el alma de nuestro más fiero enemigo es
más fuerte de lo que anticipamos en un principio.
-Ya que hemos perdido una de las cinco perlas, ¿qué
es lo que piensa hacer, señor Volgia? –le pregunta una de las sombras.
Hella –No creo que ese sea un problema... Después
de todo y a pesar de su fuerza, sólo se trata de un simple ser humano; un
mortal común y corriente, con algunos dones extra brindados por la perla del
dragón, pero humano al fin.
Volgia –Hella, ¿tienes algo que agregar?
Hella –Si me lo permite, señor Volgia –prosigue
ella a la vez que se levanta de su asiento-, me gustaría tener su permiso para
poder encargarme personalmente de eliminar a la resurrección Dyamat.
Volgia -¿Por qué quieres encargarte de esto, Hella?
Hella -Tuve la oportunidad de ver a ese chiquillo y
a su amigo cuando les seguía la pista en el bosque perpetuo, antes de destruir
la ciudad en donde se escondía el último de los dragones de la familia real,
pero Grudan intervino antes de que pudiese actuar en contra de ellos.
-¿…Y qué es lo que haría un demonio caído en desgracia
como tú contra la resurrección de Dyamat?, Hella –repone una de las sombras más
grandes con suspicacia.
Volgia –¡Basta, Bélidas! –lo reprende al punto-. …Hella,
si tanto es tu afán por enfrentarte a la resurrección de Dyamat, entonces
concederé tu deseo, pero debes tomar en cuenta que no puedes darte el lujo de
fallar, como lo hizo Grudan. Si otra perla de dragón llegase a caer en las
manos de Dyamat, podría volverse una amenaza seria para todos nosotros y
nuestros planes.
Hella entonces dibuja una sonrisa en su perverso
rostro: –Confíe en mí, señor Volgia. Le prometo que no fallaré. –le asegura
antes de desaparecer.
-o-
Ha sido una agotadora mañana para Leiyus y su
equipo, puesto que todos han caminado sin descanso desde hace horas.
Finalmente, su suplicio llega a su fin al divisar una ciudad situada junto al
mar desde una colina.
Leiyus -¡Es increíble! –exclama, embelesado por el
brillo del mar bajo los rayos del sol del mediodía.
Astrid -¿Qué es eso? –pregunta ella extrañada,
observando la interminable masa azul que se extiende frente a sus ojos.
Kindolf –¡Es el mar! Leiyus y yo jamás habíamos
abandonado el reino Leivan hasta ahora, pero lo habíamos visto en ilustraciones.
Leiyus –Supongo que, al igual que nosotros, Astrid
jamás había salido a lugares como este.
En ese instante se les acerca Dine haciendo una
muesca de fastidio. –¡Ustedes tres de verdad me sorprenden! ¡Parecen niños
pequeños! ¿Acaso tengo que recordarles que tenemos cosas más importantes de qué
preocuparnos además de admirar el mar?
Luego de escuchar sus protestas, Leiyus se pone
serio. –Dine tiene razón. ¡Comencemos con el entrenamiento del día de hoy! Ya
habrá tiempo después para descansar y admirar el mar.
Una vez llegan a la playa, Dine, Leiyus y Kindolf
se preparan para el entrenamiento mientras Astrid los observa sin mucho interés,
sentada bajo la sombra de un árbol, tarareando una alegre melodía.
Dine se pasea de un lado a otro frente a los
escuderos sin quitarles la vista, cual militar. -¡Escúchenme bien ustedes dos! ¡Grduan
era sólo el comienzo de lo que nos espera en un futuro! Nuestros enemigos serán
cada vez más fuertes a partir de ahora, por lo que depende de mí enseñarles
técnicas que les serán muy útiles al enfrentarse a los poderes que esas
criaturas del mal robaron de nosotros, los dragones blancos.
Leiyus –El otro día dijiste que las perlas
contenían los poderes de Dyamat, ¿no es verdad? –la interrumpe inesperadamente.
Dine –Eso es correcto. El primer poder que ganaste
al derrotar a Grudan fue el ataque básico de los dragones: el rugido del
dragón. Nuestro segundo objetivo será apoderarnos de la perla de la intangibilidad.
Kindolf -¡De verdad ustedes pueden volverse
invisibles!
Dine –Eso es correcto. Pero eso no es todo, ya que al
estar en ese estado, nuestro cuerpo puede volverse intangible. Es por eso que
el día de hoy aprenderán a atacar a un enemigo al que no pueden ver, y al que
los ataques convencionales no pueden dañarle. Empezaremos contigo Leiyus… voy a
enseñarte a usar tu sexto sentido de dragón para localizar y atacar a un
enemigo invisible.
Kindolf -¿Y qué hay de mí, Dine?
Dine –Tú eres un espadachín, por lo tanto tendrás
que memorizar esto. –dice lanzándole un libro a las manos.
Kindolf -¿Qué es esto? –pregunta echándole una
mirada a su interior.
Dine –En ese libro te explican cómo realizar el corte
de vacío. Es una técnica que utiliza el vacío para enviar una onda cortante
a través del aire. Es un movimiento que sirve para enemigos intangibles, como
seres del plano astral y espíritus.
Leiyus –Un momento. ¿No vas a enseñarme una técnica
como esa a mí?
Dine –Tú no lo necesitas, ya que con el rugido del
dragón es más que suficiente. Lo que debes hacer es enfocarte en localizar a tu
enemigo.
Leiyus –En ese caso, ¡comencemos!
De un momento a otro, Dine desaparece en el aire
alzando una columna de arena que pronto forma un remolino de vientos feroces
con los cuales los ataca a ambos. Leiyus y Kindolf se hacen a un lado antes de
ser atrapados por la vorágine de arena y viento. Entonces Leiyus se concentra y
lanza un rugido de dragón al aire que por un momento parece
contrarrestar la tormenta de arena, pero un segundo después, ésta vuelve a
cobrar fuerza, atacándolos con una corriente de aire.
Kindolf -¡Es mi turno! –se apresura a decir espada
en mano.
Una columna de arena se levanta al frente suyo con el
boquete del remolino doblada hacia él, a punto de succionarlo a su interior.
Sin titubear, Kindolf agita su espada tan rápidamente como puede formando un
corte en el aire que no tiene efecto en la columna de arena. Segundos después,
es sepultado en arena en el momento en el que la columna de la tormenta colapsa
sobre él. Cuando todo termina, Leiyus acaba medio enterrado, mientras que su
amigo se abre paso hasta salir a la superficie del montículo de arena para
poder respirar.
Leiyus –Esto no está funcionando… -admite con
desilusión.
Dine no tarda en reaparecer junto a ellos. –¡Eso
estuvo muy mal, chicos! –los reprende- Leiyus, antes de atacar, debes localizar
la posición de tu enemigo, y tú Kindolf, debes de poner tu espada en la
posición correcta y hacer el movimiento en el momento justo, ¡de otra manera no
surtirá efecto el ataque que te ense{e! –después de un largo suspiro, ella les
anuncia-: Tomaremos un descanso…
Al mismo tiempo, en otro lugar, lejos de allí,
Hella se reúne con un anciano que lleva a cuestas una gran cantidad de frascos
y bolsas dentro de lo que parecen unas catacumbas.
Hella –Me alegra que pudieras venir, demonio
mercante –dice al demonio enano.
D. Mercante –¡Es un placer servir a una dama de su
categoría, señorita Hella! ¿Qué es lo que se le ofrece de su humilde servidor?
Hella –Verás… tengo que deshacerme de un ser humano
que es bastante fuerte, así que, ¿qué puedes ofrecerme para liberarme de esa
molestia?
El mercader hurga entre sus pertenencias hasta
sacar una botella azul de cristal finamente decorada y sellada con un corcho y
cera: En la cera pueden verse runas grabadas en ella. –Ya que usted es adepta
de Vrashim, supongo que esto le interesará… se trata de una botella que
contiene las almas malditas de cientos de humanos guerreros caídos en batalla. ¡Si
usted las libera, ellos le obedecerán en todo!
Hella –Justo lo que buscaba, ¿cuál es el precio?
D. Mercante –Normalmente, una fina reliquia como
esta tendría un valor de quince mil monedas de oro, ¡pero para usted serían
sólo diez mil monedas de oro!
Hella –Acepto… –dice al tiempo que le arroja al
mercante una bolsa llena con monedas doradas.
Luego de haber recogido su paga, el demonio le
entrega la botella, la cual Hella arroja al piso, haciéndose añicos. En ese
momento, las velas que eliminan el lugar se apagan, y de la botella emerge un
torrente de espectros que repletan el lugar. –¡Espíritus sin descanso, ahora
están bajo mis órdenes! Su primera tarea será eliminar a aquél cuyo nombre es
Leiyus. ¡Cumplan mi mandato, y serán libres!
Los fantasmas liberados entonces comienzan su
ascenso a la superficie dispersándose en todas direcciones hasta perderse de
vista por entre los muros.
Esa tarde, Leiyus y sus amigos caminan de regreso a
la ciudad portuaria después de un duro día de entrenamiento. Mientras que Dine
y Astrid caminan al frente con normalidad, Leiyus y Kindolf se rezagan
arrastrando los pies a causa del cansancio.
Molesta con su actitud, Dine se da media vuelta para
regañarlos. -¡No puedo creer que ustedes dos no hayan hecho ningún progreso
durante todo este día!
Leiyus –¡Dine, debes entender que este
entrenamiento es mucho más duro que el anterior! –agrega tratando de
excusarse-. Además, todavía no estoy acostumbrado a usar los poderes de un
dragón.
Kindofl –Leiyus tiene mucha razón –secunda poniendo
cara lastimera-, no seas tan dura con nosotros.
Dine -¡Esas no son excusas! Debemos estar
preparados ante cualquier situación emergente. ¿Qué harían si el enemigo
aparece de pronto y nos ataca sin previo aviso?
Su discusión se ve interrumpida en el momento en el
que escuchan a una mujer gritar. A l
alzar la vista, los cuatro notan que el cielo se ha oscurecido de repente
seguida por una lluvia de espectros que caen desde el cielo invadiendo la
ciudad y aterrando a sus pobladores.
Leiyus -¿Qué está ocurriendo?
Dine –Son espectros. ¡Están invadiendo la ciudad!
Astrid -¡Son demasiados! –exclama, cubriéndose la
cabeza para protegerse de ellos.
Kindolf –¡Tenemos que hacer algo! –grita asustado
al ver aquellas ánimas por todas partes causando estragos.
Dine –¡Aguarden un momento, creo que puedo
detenerlos, pero mientras tanto ustedes tres tendrán que proteger a los habitantes
de esta ciudad! –asegura antes de separarse de ellos y echar a correr.
Dejando atrás a sus amigos, Dine se dirige sola a
un punto de la ciudad. Una vez allí, crea un hechizo que conjura sobre el
suelo. Al terminar, se dirige hacia otra parte de la ciudad a toda prisa,
dejando tras de sí un punto luminiscente de energía en el lugar del conjuro.
Mientras tanto, Leiyus y los demás batallan con los escurridizos espíritus como
pueden. Los escuderos se esfuerzan por dañar a sus enemigos con toda clase de golpes
y ataques de espada, pero la intangibilidad de los espectros vuelve sus ataques
inútiles. Al mismo tiempo, Astrid hace uso de sus poderes de luz, pudiendo
destruir efectivamente a sus enemigos, pero sus esfuerzos se ven minimizados
por la interminable aparición de nuevos espectros.
Kindolf –Esto no va bien –reflexiona al tomar un
respiro-. ¡Son demasiados, y nuestros ataques no logran surtir efecto!
Leiyus –Dine tenía razón… ¡debimos esforzarnos más
durante el entrenamiento! –se lamenta en voz alta.
Repentinamente, los espectros desperdigados se reagrupan
concentrándose en un punto hasta formar un gran monstruo con forma demoniaca
del tamaño de una casa, y de apariencia semi-traslúcida que no tarda en arrasar
con todo a su paso mientras se dirige en dirección de Kindolf y Leiyus. Astrid
de inmediato intenta ayudarlos, pero al hacerlo, queda a merced de la criatura,
que la captura con sus enormes garras.
Kindolf -¡Astrid!
Leiyus -¡Tenemos que salvarla! –apremia a su amigo.
Sabiendo que sus ataques son ineficaces, la determinación
de ambos por rescatar a su amiga puede más que su miedo, infundiéndoles
confianza para ejecutar las técnicas que Dine les había estado enseñando.
Kindolf es el primero en correr hacia el monstruo
con su espada en mano. -¡Toma esto! ¡Corte de vacío!
La onda de la hoja de su espada logra mutilar parte
del brazo que mantenía aprisionada a Astrid, liberándola. Instantes después,
Leiyus se prepara para lanzar un rugido de dragón sobre la criatura. -¡Rugido
de dragón!
El ataque impacta directamente al monstruo, que es
arrojado sobre una casa por el poder de Leiyus hasta que no queda rastro de él.
Creyéndose a salvo, los tres celebran su victoria hasta que, momentos después,
el enorme demonio se forma de nuevo a partir del viento.
Astrid -¡El rugido del dragón no surtió
efecto! –dice pasmado.
Leiyus -¡Maldición! ¡Aun no soy capaz de dominar
completamente mi sentido de dragón! Tal parece que no pude encontrar ni dañar
su punto vital.
El monstruo, ahora completamente reformado, se
dirige hacia ellos de un salto, pero antes de que pueda llegar hasta ellos,
simultáneamente Dine logra terminar su conjuro formando un pentagrama de siete
puntas que abarca la mayor parte de la ciudad. -¡Inma-casto! –grita a
todo pulmón, activando el pentagrama.
De inmediato una onda de poder se expande desde el
centro de la ciudad hasta sus bordes eliminando a los espíritus que quedaban a
su paso, incluyendo al gran monstruo que los fantasmas habían formado.
Cuando todo regresa a la normalidad, Dine se reúne
con el resto de sus amigos: –Debo admitirlo, ¡lo hicieron muy bien, chicos!
Gracias a ustedes, los habitantes de esta ciudad sólo sufrieron pérdidas
materiales.
En ese momento, a su alrededor se congregan los
habitantes, que con gestos y sonrisas les agradecen el haberse deshecho de los
espíritus.
En vez de alegrarse, Leiyus baja la cabeza.
–Lamento decírtelo, pero… yo no fui capaz de acabar con ese monstruo.
Dine -¿Cómo?
Leiyus –Astrid y Kindolf lo hicieron muy bien, pero
cuando fue mi turno, no pude hacer nada por ayudarles… No fui capaz de usar mi
sentido de dragón…
Sin perder tiempo Kindolf se acerca hacia él y deposita
su mano sobre su hombro. –¡Eso no es cierto! Si no fuese por ti, esa cosa
habría acabado conmigo y con Astrid de no haberla atacado con el rugido de
dragón.
Dine –Escucha, Leiyus, no quiero que crean que soy
tan exigente con ustedes porque no me agradan. Si les pido algo, es porque
tengo la certeza de que podrán conseguirlo ustedes dos. Estoy consciente que en
cada entrenamiento dan lo mejor de ustedes, pero es mi deber presionarlos a
veces para que puedan seguir adelante.
Leiyus –Lo sabemos, Dine. ¡Te prometo que de ahora
en adelante pondré más empeño en los entrenamientos!
Dine sonríe complacida. –Estoy segura de que lo
harás muy bien, Leiyus.
Astrid interrumpe apareciendo en medio de ellos.
-¡Tengo hambre!
El comentario de Astrid hace reír a Dine: –Bueno, creo
que ya los he castigado a todos lo suficiente por el día de hoy. ¿Qué les
parece una comida caliente como disculpa?
Tanto los escuderos como la chica vampiro se emocionan al escucharla. Así, el grupo se dirige camino a la primera osada que encuentran para comer y descansar.
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