Leivan en ruinas
Con la esperanza de volver a Leiyus a la
normalidad, sus amigos viajaron de vuelta al reino Leivan, hogar del árbol de
la vida. Sin embargo, apenas llegaron, los problemas no tardaron en aparecer
cuando Kindolf fue erróneamente acusado de traición y posteriormente
encarcelado por los sucesos acontecidos en la feria del sol junto con Astrid. A
su vez, Doma y Dine se ocupaban de recuperar la perla blanca de las entrañas
del árbol de la vida. Fue entonces cuando las fuerzas oscuras de Volgia
atacaron el reino...
Dine camina en medio de la oscuridad, dentro
de un húmedo túnel hecho de tierra, cuyas paredes están repletas de las raíces
de árbol. A su alrededor, sólo se escucha el sonido constante del goteo de agua
que se filtra desde la superficie. De repente, Dine recuerda que lleva consigo
el frasco que le dio Doma, del cual retira el corcho. Al instante, el hada
contenida dentro de ella se libera para volar en dirección a una de las muchas
direcciones en las que se divide el amino frente a ella, iluminando y guiando a
la dragona con su luz.
Sin perder a la pequeña criatura de vista,
Dine se adentra en los confines del laberinto sin saber que detrás de ella una
figura la observa desde las sombras. -Adelante… guíame hasta la perla, niña
tonta –asegura una misteriosa voz detrás de aquella figura, que no deja de
observar a Dine.
Corriendo detrás del hada para no perderla de
vista, Dine no nota que delante de ella se encuentra un agujero en la tierra
encubierto por una capa de moho, la cual se rompe apenas la dragona pisa sobre
ella, haciendo la caer dentro. Poco después, y tras quedar un tanto aturdida
tras golpearse la cadera, la dragona se reincorpora rápidamente –¡Eso dolió…!
–asegura ella, frotándose la zona afectada-. Debo fijarme por dónde piso la
próxima vez…
Ella entonces se prepara para salir volando de
aquél agujero haciendo uso de sus alas, pero antes de que pueda hacerlo,
escucha un sonido extraño que la distrae. A pocos metros de distancia, Dine
puede ver aparecer desde la tierra a un sinnúmero de insectos gigantes con
cuerpo de arañas, pero con tenazas al final de sus abdómenes, emerger en
grandes grupos hacia donde ella se encuentra. Aterrorizada, la dragona escapa
volando a toda prisa del agujero con los insectos justo detrás de ella…
-o-
Sentado sobre su silla, uno de los guardias
del castillo ha comenzado a quedarse dormido cuando el grito de otro de sus
colegas lo despierta abruptamente. Al mirar al cielo, el hombre encuentra el
horizonte plagado de dragones de apariencia extraña que se dirigen directamente
hacia ellos.
El alboroto llega a oídos de Klavent, quien
ordena a sus subordinados tomar medidas contra los seres invasores. –¡Preparen
los cañones! ¡Rápido! –ordena, desenvainando su espada.
Los soldados despliegan
tanto dentro como fuera del castillo y sus murallas una hilera de cañones con
los cuales abren fuego contra las criaturas, que ya sobrevuelan sobre su
territorio. El sonido de los cañones advierte a su vez a los habitantes sobre
la batalla que está comenzando justo en el momento en el que uno de los
primeros dragones llega a la ciudad, atacando las casas con una llamarada de
fuego púrpura que exhala desde su boca, dejando una estela de destrucción a su
paso para cuando éste remonta el vuelo.
Al mismo tiempo, Astrid observa por la ventana
con creciente ansiedad los sucesos que se están llevando a cabo en el renio.
Kindolf -¡Qué está sucediendo! –le insiste a
su amiga apenas se siente otra fuerte sacudida, causada por una explosión de
cañón cerca de los confines del castillo.
Astrid –Dragones… ¡cientos de dragones están
atacando la ciudad! –le responde finalmente ella.
Kindolf -¿Qué? ¡No puede ser! –dice, intentando
alcanzar la ventana a pesar de estar inmovilizado de cabeza y manos.
Mientras los dos observan a través de los
barrotes de la torre, uno de los dragones invasores logra llegar al perímetro
del castillo, lanzando un rugido de dragón con el cual daña parte de la
estructura, incluyendo parte de las paredes de la mazmorra en la que en esos
momentos se encuentran confinados. Tanto Astrid como Kindolf son inmediatamente
arrojados tras la violenta explosión causada por el dragón, dejando un gran
boquete en la pared de su celda sobre la que segundos antes habían estado
observando.
Kindolf –Esto está mal… muy mal. ¡Tenemos que
salir de aquí cuanto antes, Astrid! –le dice en tono apremiante apenas se
recupera de la explosión.
Astrid –¡Pero, Doma me dijo que…!
Kindolf -¡Olvida lo que dijo Doma! ¡Si nos
quedamos en un lugar tan alto como este, esos dragones nos encontrarán, y
después nos matarán! ¡¿Entiendes!?
Resignada, Astrid concuerda con él: -Tienes
razón. ¡Salgamos de aquí!
Kindolf -¡Un momento! ¡Primero, quítame esta
cosa! –la detiene, haciendo referencia al cepo que lleva sobre las manos y
sobre la cabeza.
Sin ningún esfuerzo, la chica vampiro se
apresura a liberarlo con un veloz movimiento con el cual logra romper el
candado de seguridad, dejándolo finalmente
libre. Acto seguido, ambos escapan volando por el agujero en la pared con
Kindolf colgando de los brazos de Astrid, a los cuales se aferra con todas sus
fuerzas.
Pese a esto, antes de que puedan aterrizar en
un lugar seguro, uno de los dragones resucitados pasa volando muy cerca de
ellos, lo que provoca una gran turbulencia con sus alas que los hace caer caer
sobre un puesto de frutas, amortiguando considerablemente su caída.
Todavía enterrada en medio de frutas y
cáscaras de sandía, Astrid se levanta furiosa. -¡Ya me harté! ¡Tenemos que
hacer algo antes de que estos dragones acaben con todo el castillo! –exclama.
Acto seguido y haciendo uso de su poder,
Astrid conjura un poderoso hechizo de truenos que lanza hacia la criatura que
los hizo caer. -¡Tempest!
El hechizo sorpresivamente no sólo logra dar
en el blanco, sino que provoca que la criatura resucitada se precipite al suelo
tras ser paralizada por el rayo. Al momento del impacto, el dragón resucitado
termina por caer sobre una casa, la cual es reducida a escombros tras el
impacto.
Astrid y Kindolf no tardan en acercarse al
lugar, ignorando por completo el caos de gente histérica que la caída de la
criatura desata a su alrededor.
Para su sorpresa el dragón resucitado asoma en
ese momento su cráneo de entre los escombros, atacándolos con una llamarada de
fuego color púrpura que ambos logran esquivar antes de ser calcinados por ella.
Kindolf entonces toma rápidamente una espada que yace junto al cuerpo de un
soldado muerto, con la que hace frente al dragón directamente, pero en el momento
en el que el escudero hunde su espada sobre su enemigo, se lleva una sorpresa
al descubrir que la criatura está recubierta por una piel de consistencia
pegajosa y semilíquida, lo que le hace imposible retirar su arma.
-¿De qué está hecha esta cosa? –se pregunta obligándose
a dejar su arma pegada al dragón para tomar distancia antes de que el éste lo
golpee con su cola.
El dragón entonces vuelve a la carga sobre
ellos, pero esta vez Astrid lo recibe con otra de sus técnicas especiales fulminando
finalmente a su enemigo, el cual sus restos se desvanecen en el aire hasta
volverse polvo. -¡Dagas sangrientas!
Kindolf -¡Qué bien lo hiciste! –felicita a su
compañera vampiro sin darse cuenta que detrás de ellos asecha otro dragón, el
cual en esos momentos baja en picada desde el cielo con la intención de
devorarlos.
Pero antes de que esto ocurra, una barrera de
energía, que hasta ese momento había permanecido invisible, para en seco el
avance del dragón protegiéndolos. La aturdida criatura entonces emprende
nuevamente en vuelo ante la mirada de confusión y asombro de ambos.
Repentinamente, detrás de ellos aparece Doma. –¡Este
lugar ya no es seguro, tenemos que buscar refugio! –los previene.
Astrid -¿Qué son esas cosas? Se parecen
dragones, pero…
Doma –Tienes razón, Astrid. ¡No estoy completamente
seguro, pero parece que son dragones
resucitados!
Kindolf
-¿Cómo que resucitados? ¡Quieres decir que esas cosas estaban muertas!
Doma –Ahora todo tiene sentido… Sabía que
Volgia había pactado con los demonios para asesinar a Dyamat. Lo más probable
es que esos dragones hayan sido traídos del más allá por Anrax, también
conocido como el demonio guardián de la puerta que conduce al otro mundo.
Astrid -¿Hablas en serio? ¿Te refieres a uno
de los cinco grandes demonios?
Doma –Así es… si estoy en lo cierto, esas
criaturas deben ser cuerpos resucitados de dragones antiguos. Su cuerpo no es
tan resistente como el de un dragón vivo, pero tienen la misma fuerza y los
mismos poderes que un dragón elemental tendría. Su número y fuerza es lo que los
hace peligrosos.
Kindolf –¡Puede que esas cosas no tengan la
piel de un dragón, Doma, pero hace poco pudimos constatar que esas cosas están
cubiertas de una especie de brea aceitosa que los protege!
Astrid –Kindolf tiene razón. Cuando él intentó
atacar a uno con su espada, ¡ésta se quedó pegada a su piel! ¿Conoces alguna
otra forma de acabar con ellos?
Doma –¡Lo lamento, pero no tenemos tiempo qué
perder en esta situación! Estos dragones resucitados son problema de los
humanos de este reino. Vine aquí porque pensé que necesitarían mi ayuda, pero
ahora que lo pienso, esto podría ser una trapa del enemigo. ¡Debemos volver al
árbol de la vida cuanto antes!
Kindolf -¿Te refieres al árbol donde se
encuentra la perla blanca?
Doma -¡Así es! ¡Dine se encuentra sola en el
interior del árbol de la vida, y podría necesitar nuestra ayuda!
Kindolf –Espera un momento, Doma. No podemos
huir por segunda vez en una situación como esta. ¡Tenemos que salvar a esta
gente! ¡Ellos no podrán con todos estos dragones!
Astrid –A pesar de haberte tratado como lo
hicieron, ¿aún quieres ayudarles, Kindolf? –lo cuestiona.
Kindolf –¡Claro que sí! La primera vez que
Leivan fue atacado, ni Leiyus ni yo pudimos hacer nada por defender el reino.
¡Pero ahora es diferente! ¡Ahora soy más fuerte, y estoy seguro que Leiyus
haría lo mismo en esta situación sin pensarlo dos veces! ¡No sé qué pienses
hacer tú, Doma, pero yo no me iré de aquí hasta asegurarme que la ciudad esté a
salvo!
Doma -¿Acaso no lo entiendes, Kindolf? ¡Incluso
si estuviésemos todos juntos, no seríamos rivales para ellos! ¡Nos superan en
número, y por mucho!
Kindolf –¡Pues yo no me iré de aquí hasta
terminar con este problema! Ustedes regresen con Dine. ¡Yo me quedaré a
defender mí reino! –enfatiza, dándoles la espalda antes de tomar otra espada y
alejarse en dirección al centro de la ciudad, donde los dragones concentran su
ataque en esos momentos.
Tras verlo partir, Astrid se acerca a Doma y
con ojos tristes le dice: -Él tiene razón, Doma… Muchas de estas personas
morirán sin nuestra ayuda. No podemos abandonarlos a su suerte.
Antes de poder responderle, Doma lanza un luminat detrás de ella directo hacia un
dragón que se encontraba a espaldas suyas, y que estaba a punto de cerrar sus
fauces sobre, acabando con éste al instante.
Doma
–Está bien… –resuelve al fin-. Sólo espero que Dine sea capaz de
arreglárselas por su cuenta… Ustedes dos, traten de mantener a raya a esos
dragones. Yo me encargaré de proteger la ciudad, pero necesito tiempo. ¿Podrían
hacerme ese favor?
Astrid responde con una sonrisa y dándole un
abrazo. –¡Sabía que nos ayudarías! –le confía antes de correr a unirse a su
compañero en batalla.
En ese momento, dentro del castillo de Leivan,
el rey es escoltado por su guardia personal entre los cuales se incluye a Klavent, quienes lo guían
hacia los pisos inferiores. De pronto, uno de los muros colapsa frente a ellos
debido a la presencia de un gran dragón, que introduce su cabeza por el orificio
y amenaza con su aliento de fuego a los presentes.
Klavent actúa rápidamente,
siendo el primero en desenvainar su espada y enfrentarse a la criatura, a la
salta sin temor sobre la cabeza de la criatura a la vez que entierra su espada sobre
su cráneo. En ese momento el dragón resucitado se desprende del muro sacudiendo
la cabeza con vigor, lo cual provoca que hombre y bestia caigan al vacío. El
rey no duda en asomarse por entre los escombros de la pared, sólo para ver a la
mayor parte de la ciudad ahora convertida en ruinas. Cerca de allí, el rey
alcanza a distinguir a la distancia a Kindolf, quien en esos momentos lucha desesperadamente contra
uno de los dragones resucitados, cuyo aliento es capaz de desviar lejos de sí
gracias a su hechizo de viento, causando que las llamas pasen a su alrededor
sin dañarlo.
El rey de inmediato lo reconoce como aquél
chico al que condenó poco antes, y sin caber en su asombro, comenta en voz alta:
–Ese muchacho… ¡Está peleando solo con una de esas criaturas infernales…!
-o-
Han pasado horas desde que Dine se adentró en
el laberinto, que ahora ella recorre en completa soledad, después de
accidentalmente haber perdido de vista al espíritu de hada que hasta entonces
la había estado guiando.
Dine –Cielos –dice consternada, mirando en
todas direcciones-, he perdido a la pequeña hada que me servía de guía… ahora
no podré encontrar el final del laberinto por mí misma. –se reprocha, mientras
se sienta por unos momentos al pie de unas raíces enormes que sobresalen de la
pared.
Allí, a través de una abertura, logra
filtrarse un poco de luz natural que cae sobre su rostro, lo cual la hace a la
dragona sentirse un poco más tranquila al recibir el calor del sol.
Pero su tranquilidad no dura mucho cuando de
pronto escucha una voz en su cabeza que la desconcierta: “Dine…”
En ese instante, ella siente una tenue brisa
pasar sobre ella, y siguiendo un impulso, la dragona decide continuar su
camino, adentrándose en uno de los túneles guiada por aquella misteriosa
corriente de aire.
Apenas unos pasos adelante, aparece frente a
ella una criatura enana, con cuernos, y de cuerpo rojo que le sonríe de manera
malévola, pronto se unen a él otras diez criaturas similares, bloqueando su
camino.
“Tú,
que desciendes de mi sangre, no temas a estas criaturas, pues tu fuerza es
mayor a la de ellos. Supera esta prueba, y serás digna de mi poder…” –escucha Dine de nuevo la voz en el interior
de su mente.
Enseguida, las criaturas comienzan a atacarla lanzándole
bolas de fuego que estallan violentamente apenas hacen contacto con cualquier
cosa que se les atraviese.
Dine logra evadir los primeros ataques de las
criaturas, pero una explosión logra alcanzarla, quemando ligeramente sus ropas
mientras es arrojada con fuerza al suelo. Haciendo un gran esfuerzo, Dine logra
levantarse y contesta a sus ataques con luminat
sin que su hechizo surta el menor efecto en ellos.
Dine -¿¡Qué!? ¡Mi luminat no les afectó! …eso significa que estas criaturas deben ser
monstruos comunes.
Sin darle tiempo para descansar, las criaturas
continúan lanzándole bolas de fuego, por lo que ella se defiende de sus ataques
creando barrera mágica para protegerse de las explosiones temporalmente.
Dine –¡Tengo que ser fuerte! –se dice a sí
misma para darse fuerzas-. Doma me encomendó esta tarea porque confiaba en mí.
¡No puedo fallar! –Exclama con nuevos bríos-. ¡Aqua-prist!
En la mano derecha de la dragona aparecen
repentinamente diminutos cristales de hielo, que al tocar el suelo, se
transforman en enormes esquirlas de hielo afilado emergiendo de entre la tierra,
para después avanzar a gran velocidad en dirección a las criaturas que la
atacan, congelándolas al instante a todas.
Sorprendida por aquella proeza e inesperada
victoria, Dine observa por un momento sus manos con sorpresa, hasta que siente
de nuevo sobre su cabello aquella la brisa soplar, que la guía de nuevo por el
laberinto.
En poco tiempo, la misteriosa brisa la conduce
hasta una cámara de espacio abierto, semejante a un domo, que es iluminado en
su centro por un pozo de luz, la cual llega desde la superficie. Frente a ella,
puede observar un estrecho camino hecho de raíces bordeado por un profundo
precipicio, y en la parte central del precipicio, halla una plataforma desde
donde un objeto muy brillante llama su atención.. Dine se acerca cautelosamente
a la plataforma por el puente hecho de raíces. Allí, finalmente encuentra una
perla blanquecina, la cual parece protegida por una especie de energía que
fluye a través de ella como si de vapor se tratase. Arriba de su cabeza, la
dragona también distingue la forma de un pequeño dragón formado con la misma
energía, cuya apariencia jamás había visto en otro dragón anteriormente.
“Hija
mía…” –le habla el dragón de
energía a través de su mente- “Has
logrado pasar muchas dificultades hasta llegar aquí, es por eso que recompensaré
tu esfuerzo entregándote aquello que has venido a buscar y que tanto ansías.
Adelante, toma la perla blanca... Llévasela a aquél en el que reposa mi fuerza,
y mi legado…”.
Aunque al principio duda de tomar la perla,
Dine finalmente se arma de valor para caminar los pasos que la separan de la perla
y tomarla entre sus manos.
-Yo tomaré eso –le exige de repente una voz
femenina a sus espaldas.
De tras de ella, aparece una mujer vestida de
negro, que porta una armadura ligera, adornada con agudas prominencias en forma
de picos. La desconocida entonces se acerca a Dine volando desde la entrada del recinto
hasta posarse sobre la plataforma, haciendo uso de sus alas oscuras…
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