Batalla en las alturas
Durante el transcurso de la batalla contra
Argol, Doma le pidió a Dine que liberase los poderes, hasta hora sellados de
Leiyus para que él pudiese estar al nivel de su rival a pesar del alto riesgo
que existía de que perdiera el control sobre sí mismo, pero al final, incluso
sus poderes de dragón fueron insuficientes, por lo que Dine y Doma debieron
ceder los propios para que éste finalmente estuviese a la par con su adversario.
Kindolf duerme plácidamente, con una sonrisa
en el rostro hasta que de un momento a otro, le da por cambiarse de posición
abrasando algo entre sus manos. En ese instante, una mano le da unas palmaditas
suaves en la mejilla para despertarlo, pero al no haber reacción de parte suya,
aquella mano termina por darle un par de bofetadas fuertes que terminan por
despertarlo.
Kindolf -¡Hey! ¡Quién es el tonto que...!
–grita, exaltado apenas despierta.
Para su sorpresa despierta al lado de Dine,
quien en esos momentos le lanza una mirada de disgusto. No es sino hasta ese
momento que el escudero se percata que sus brazos están alrededor de la cintura
de ella, quitándolos de inmediato. -¡Perdona Dine, no fue mi intención! Yo…
Dine –¡Mejor cállate! –lo ataja-. ¡Este no es
el momento para bromas!
Kindolf -¿Qué sucede? ¿Dónde estamos? -Antes
de que ella pueda responderle, Kindolf nota la presencia de Doma -. ¡Doma! ¡Viejo
amigo! ¡¡Creí que habías muerto!!
Doma –Ya les explicaré luego, por ahora,
debemos dejar todo en manos de Leiyus.
Kindolf -¿Leiyus? ¿Por qué? ¿Qué le pasó?
–pregunta exaltado, mirando en todas direcciones.
Sus ojos entonces se posan sobre Leiyus, quien
en esos momentos sobrevuela el castillo mirando en dirección a unos escombros.
De entre los despojos no tarda en reaparecer Argol con el cuerpo y la cabeza
cubiertos de su propia sangre, tratando de hacer acopio de fuerzas para ponerse
de pie.
Pese a encontrarse herido y tambaleante, el
demonio dibuja una tenebrosa sonrisa sobre su descarnada boca para después reír
quedamente: –Esto es… increíble. ¿Sabes?, cuando llegaste aquí… realmente no
pensé que serías un oponente tan formidable, pero en tan solo unos momentos, me
has probado que realmente eres el rey de los dragones. Pero no creas que será
tan fácil acabar conmigo –asegura el demonio uniendo nuevamente sus garras hasta
formar su espada de hueso-. …si hay algo que nos caracteriza a nosotros los
demonios, y que nos hace tan peligrosos, es que el dolor no nos afecta. De
hecho, lo disfrutamos… -asevera al tiempo que escupe un cuajo de saliva y
sangre mientras continúa hablando-. Nosotros podemos pelear hasta las últimas
consecuencias sin miedo a la muerte, porque no poseemos alma. ¡Ahora serás
testigo te lo terribles que somos los demonios!
Dicho esto, Argol coloca su pequeña mano
izquierda sobre una herida en su pecho derecho para tomar un poco de sangre sobre
su palma. Luego, alza el brazo al aire y se concentra. Del cielo entonces cae
una tormenta de rayos que impactan consecutivamente sobre él hasta cubrirlo
completamente de energía estática. Cuando la tormenta termina, su cuerpo todavía
emana una gran cantidad humo.
Kindolf -¿Qué intenta hacer ese sujeto tan feo?
¿Por qué se infringió daño a sí mismo?
Doma –Está tramando algo… -asegura con la voz
tensa.
Argol -¿Qué sucede, rey de los dragones? ¡Ven
por mí! –lo provoca el demonio, estático en el aire.
En respuesta, Leiyus se dirige a toda
velocidad hacia él, golpeándolo con gran fuerza en el rostro, pero apenas hace
contacto físico con su enemigo, el guerrero recibe una terrible corriente
eléctrica que lo arroja en dirección opuesta.
Dine -¿¡Qué fue lo que hizo?!
Argol se echa a reír tras comprobar que su
estrategia ha dado resultado. –¡Sabía que no podría resistirse a atacarme!
Acabo de maldecir mi cuerpo con un hechizo muy poderoso. ¡Este maleficio
acabará conmigo en poco tiempo, pero mientras siga con vida, su querido rey no
podrá tocarme sin recibir una tremenda cantidad de energía en su cuerpo! ¡Y por
lo que veo, tampoco podrá resistirse a atacarme!
En ese momento Astrid, que hasta ahora había
permanecido inconsciente despierta.
–Astrid, ¿cómo te sientes? –le pregunta Dine apenas
notar que ella ha recobrado el sentido.
Antes de que la chica vampiro pueda
responderle Doma interviene. –¡Leiyus,
no debes atacarlo de frente! ¡De lo contrario resultarás dañado también!
Sin hacer caso de las advertencias de Doma,
Leiyus se prepara para acometer al demonio nuevamente, y en el momento en el
que su puño toca a Argol, vuelve a recibir una tremenda descarga que lo hace caer
en picada.
Dine -¡¡Leiyus!! –grita, desesperada.
Antes de estrellarse contra el suelo, el
guerrero logra detener su caída desplegando sus alas a tiempo, y en un cambio
de estrategia decide lanzar un rugido de
dragón hacia Argol, que sin ninguna dificultad parece detenerlo con su mano
herida, absorbiendo el poder del ataque sin causarle daño para sorpresa de
todos.
Argol –Olvidé mencionarles que mientras me
encuentre bajo esta maldición, ningún hechizo o ataque que implique cualquier
tipo de energía podrá afectarme. Lo que es más, su propia energía se volverá en
contra de ustedes.
A pesar de haber recibido un daño considerable
tras haber tocado al demonio dios veces, Leiyus vuelve a la carga contra éste haciendo
caso omiso del dolor que su cuerpo experimenta, lanzando un puñetazo al rostro
de Argol con todas sus fuerzas. El demonio lo recibe sin siquiera intentar
esquivar el golpe, recibiendo el impacto directo que desencadena una nueva
oleada de corriente eléctrica, la cual alcanza a Leiyus a través de su brazo
hasta extenderse por todo su cuerpo.
El héroe intenta retirar la mano del demonio
para evitar recibir más daño, pero para su sorpresa, Argol no se lo permite
sosteniendo su mano con la suya más pequeña. En ese punto, la brutalidad de la
carga de energía que Leiyus recibe es tal, que la parte superior de sus ropas
se calcinan por completo exponiendo, el torso del guerrero al desnudo.
Kindolf –Oh, no, ¡Leiyus! ¡Tienen que hacer
algo! –les implora a Doma y Dine tras ver la escena, quienes sólo se limitan a
observar con la misma consternación que él.
Doma –No podemos ayudarlo… -admite con
frustración. Cuando cedimos nuestros poderes a Leiyus para que pudiese volar,
nosotros nos hemos quedado temporalmente sin ellos. En otras palabras, ¡mientras
Leiyus tenga nuestros poderes, nosotros no tenemos forma de acercarnos a ellos
mientras estén en el aire!
Tras escuchar esto, a Astrid se le ocurre una
idea: -…yo iré a ayudarle –dice, resuelta.
Kindolf -¿Tú sola? ¡¿Estás loca, Astrid?!
¿Acaso no oíste que no hay manera de dañar a Argol sin salir lastimado? ¡Además,
tus ataques especiales tampoco servirán contra él!
Sin decir nada más, Astrid despliega sus alas
y emprende el vuelo a toda velocidad en dirección de la batalla.
Entre tanto, las fuerzas de Leiyus están a
punto de llegar a su límite mientras recibe el castigo del demonio cuando de
pronto, observa debajo de ellos a un objeto ascendiendo hacia ellos a gran
velocidad que enseguida embiste a Argol, separándolos finalmente.
Desafortunadamente para Astrid, es ahora ella
quien recibe la descarga de energía en el momento de hacer contacto con Argol,
perdiendo el conocimiento poco después para posteriormente de caer sin control
al vacío.
Sin perder tiempo, Doma se apresura a saltar
en el aire y atrapara entre sus brazos antes de que caiga al suelo, evitando
así una caída que podría haberle resultado fatal.
–Eres muy valiente –elogia Doma a la apenas
consciente chica mientras la carga en brazos -. Leiyus tiene suerte de haber
conocido amigos como ustedes en mí ausencia.
Kindolf –Maldito… ¡Maldito monstruo! –clama
éste lleno de rabia tras ver mal herida a su amiga- ¡Leiyus! –llama a su amigo,
quien para su sorpresa reacciona a su voz y voltea a verlo, entonces Kindolf le
lanza su espada, la cual él atrapa con la mano-. ¡Dragón o no, sé que sigues de
nuestro lado, viejo amigo! ¡¡Acaba con ese demonio!!
Para entonces Argol ha logrado recuperarse de
la embestida. –Creo que nuestro juego está cerca de terminar. Ambos hemos
alcanzado el límite de nuestras fuerzas… Veamos quién de los dos logratriunfar.
¡Será el todo o nada!
Una vez los contendientes están listos para
reanudar la batalla, ambos contendientes se desplazan el uno contra el otro a
velocidades supersónicas, trabando sus espadas en un último duelo, sin que
ninguno de los dos supere al otro en fuerza. En determinado momento de la
pelea, Argol intenta golpear a Leiyus con su mano derecha, pero éste esquiva
con facilidad todos los ataques dirigidos a su rostro. Durante un instante en
el que Argol se distrae, Leiyus aprovecha para aplicar mayor presión a su
ofensiva, logrando apartar la espada de garras de Argol, pero antes de que
tenga oportunidad de enterrar su arma sobre el pecho del demonio, su espada se
hace pedazos con el golpe.
Kindolf -¿Qué sucedió?
Doma –Tal parece que tu espada no era lo
suficientemente fuerte para aguantar la fuerza sobrehumana con la que ellos han
estado peleando.
Kindolf -La espada de Leiyus. ¡Tenemos que
encontrarla! –apremia a sus amigos.
Dine –Es verdad, ¡por poco lo había olvidado! ¡El
arma que le di a Leiyus está hecha de delitium! ¡No debe estar muy lejos!
Doma –¡Ustedes dos busquen la espada! Yo me
quedaré a curar las heridas de esta chica.
Mientras tanto, en el aire, y habiendo perdido
su arma, Leiyus se ve en dificultades, siendo obligado a esquivar los frenéticos
ataques de Argol sin posibilidad de que él pueda contraatacar. A pesar de ello,
el guerrero nota que el cuerpo de su enemigo parece visiblemente más
deteriorado que el de él. De tanto en tanto, se pueden ver caer filamentos
resecos y pedazos de carne que se desprenden desde el cuerpo del demonio.
En uno de los intensos ataques a los que se ve
sometido Leiyus, su rival logra romper su defensa atravesando su hombro
izquierdo con sus garras. Leiyus hace un esfuerzo supremo por remover la hoja
de su carne con su mano, pero Argol se lo impide al mismo tiempo que lo ataca
liberando energía de su cuerpo. Leiyus no puede evitar dejar escapar un grito
desgarrador que llama la atención de sus amigos.
Para entonces, Kindolf logra dar con la espada
que Leiyus perdió cerca de allí, pero al tratar de recuperarla, el escudero se
da cuenta que el arma se encuentra atascada sobre una hendidura entre las rocas.
Kindolf entonces tira de ella con todas sus fuerzas hasta poder sacarla.
Dine –¿Ahora qué? ¡Leiyus no podrá atrapar la
espada con Argol encima de él, y a esta distancia!
Kindolf –Dine, ¿todavía tienes algo de poder
que no le hayas prestado a Leiyus? –le pregunta de pronto su amigo.
Dine -¿Por qué lo preguntas…?
A su vez, Leiyus comienza a perder las fuerzas
y la consciencia rápidamente conforme el castigo de Argol se prolonga, pero
cuando el guerrero está a punto de sucumbir al dolor y la agonía, con el
rabillo del ojo logra ver ascender otro objeto desde el suelo a gran velocidad.
El objeto en sí resulta ser esta vez Kindolf,
sosteniendo la espada de delitium en sus manos, el cual había sido lanzado al
aire por Dine momentos antes.
Argol no alcanza a reaccionar cuando el
escudero llega hasta ellos y de un tajo le cercena una de las alas al demonio,
haciéndole perder el control en el aire. Aprovechando el momento de la
confusión, Leiyus logra quitarse de encima a su enemigo con una patada, el cual
se estrella instantes después en tierra. Leiyus, por su parte, logra descender
grácilmente con sus alas de nuevo a tierra, mientras que Kindolf es atrapado
por Dine momentos antes de que se estrelle en el suelo.
Sin perder tiempo, Leiyus entonces se aproxima
hacia el lugar en donde cayó el demonio, que no muestra signos de vida. Luego
de convencerse que ha vencido a su rival, el guerrero se vuelve hacia sus
compañeros, a quienes lanza una mirada fiera.
Kindolf -¿L-Leiyus? –pregunta con un dejo de
miedo en sus palabras.
Doma –Él no puede reconocerte… –le aclara-. Su
consciencia ha sido dominada por su instinto de pelea de dragón. Hasta ahora,
él nos había estado ignorando porque no éramos una amenaza inmediata en
comparación con Argol, pero ahora que él lo ha derrotado, probablemente nos vea
como los siguientes en su lista.
Tras escuchar esto, los tres retroceden asustados
conforme él se les acerca lentamente. De repente, Argol se levanta del suelo y
en una fracción de segundo, intenta degollar a Leiyus con su espada de garras.
Asombrosamente Leiyus logra anticiparse a sus movimientos y se da vuelta antes
de que llegue a él y con un movimiento de su espada lo parte en dos desde la
cintura. Por un momento, Argol queda inmóvil hasta que su torso finalmente cae
al suelo, aún con vida, y mirando al cielo.
Argol exhala profundamente y con dificultad,
debido a la presencia de sangre en su boca, pero a pesar de ello, el demonio
parece tranquilo.
–Ojalá pudieses sentir este delicioso dolor
–le dice a Leiyus con una sonrisa de éxtasis-. Es mi premio de consolación…
Has… luchado bien… Ahora… me espera una eternidad de tormentos… Estoy seguro
que… nos veremos las caras… otra vez…
En el momento en el que Argol exhala su último
aliento, la perla que se encontraba dentro de él sale a la luz por una de sus
heridas. Leiyus da un paso adelante y la aplasta con su pie sin pensarlo dos
veces, liberando así la energía que contiene, la cual fluye cual torrente hacia
su cuerpo. Aquello lo hace perder el control en el acto, conforme la gran
cantidad de energía de dragón se apodera de él.
De inmediato, Kindolf lo toma por sorpresa por
la espalda y comienza a sujetar a su enloquecido amigo por el cuello con todas
sus fuerzas. Leiyus reacciona de manera iracunda, tratando de quitárselo de
encima, ya incapaz de reconocer a su amigo, y antes de que pueda liberarse de
sus manos, Doma interviene colocándole un dedo en la nuca mientras conjura un
hechizo sobre él. -¡Nera! Dine,
¡ayudame!
Con Kindolf sujetándolo y los dos dragones
empleando hechicería en él, entre los tres finalmente logran someter al
guerrero, que se sume al instante en un sueño profundo. Todavía temblando por
la tensión, Doma se enjuga el sudor de su frente. –De no ser porque gastó casi
toda su energía en la batalla, no habríamos podido dormirlo –asegura.
Poco tiempo después y habiendo concluido el
combate, Doma, Dine, Kindolf y Astrid parten rumbo al mar.
Kindolf se encarga de llevar a su amigo,
todavía inconsciente sobre los hombros mientras caminan en dirección al mar,
mientras que Astrid, para entonces recuperada, no deja de mirar a Doma con
curiosidad. –Oigan, ¿quién es él? –pregunta a sus dos colegas, sin poder
contener su curiosidad.
Dine –Es una buena pregunta… -reflexiona ella
para sorpresa de Doma- ¿En realidad eres Doma, el último sacerdote y consejero
de la familia real de los dragones blancos del que tanto se habla?
Doma –Sí, soy yo –le asegura con voz
tranquila.
Kindolf –¡Eso es imposible! –repone-. Leiyus y
yo vimos aquella tremenda explosión antes de ser arrojados al río. ¿Cómo
pudiste sobrevivir a algo como eso? Mejor aún, ¿en dónde te habías metido durante
todo este tiempo, Doma? ¿Por qué nos abandonaste!
Dine –Ahora que lo recuerdo, dijiste que
sabías lo que le ocurría a Leiyus. ¿Eso es cierto, Doma? ¿Tienes la solución
para este problema?
Doma les sonríe luego de escuchar sus
preguntas: –Esas son muchas preguntas. A decir verdad, ni yo mismo sé muy bien
cómo sobreviví en aquella ocasión…
Las memorias de Doma entonces se remontan al
momento en el que Leiyus y Kindolf partieron del bosque, dejándolo sólo con sus
enemigos:
“Después
de que esos dragones y demonios creyeron haber acabado conmigo con esa
explosión, abandonaron mi maltrecho cuerpo en el bosque. Pensé que moriría allí,
pero para mí fortuna, las hadas del bosque me encontraron y cuidaron de mí
mientras mis heridas sanaban… Al ser criaturas mágicas, no sólo salvaron mi
vida, sino que al parecer su energía me volvió más fuerte. Apenas me recuperé
del trauma, intenté seguirles la pista a ti y a Leiyus durante todas sus
aventuras, pero me era muy difícil seguirles el paso debido a que todavía no
había recuperado completamente mis fuerzas. Cuando llegué a los dominios de
Hella, ustedes ya se habían marchado... Lo mismo sucedió en Leria, y más
recientemente, de camino aquí…”
Astrid –Pero dinos, ¿qué es lo que tiene
Leiyus? ¿Por qué actúa así?
Doma –Hay un pequeño secreto sobre las perlas que
ustedes deben saber, y este es que no existen sólo cinco perlas de dragón:
existe también una sexta perla, una perla blanca de dragón, para ser precisos.
Los tres quedan pasmados ante la revelación de
Doma.
–¡Eso no puede ser verdad! –repone Dine con
incredulidad-. ¡¡De haber una perla más, yo misma lo sabría!! O al menos,
habría poder sentido su presencia,
Doma niega con la cabeza para enfatizar sus palabras.
–No, era algo de lo que se venía ocultando desde que Dyamat murió, pero estaba
escrito en las profecías.
Astrid -¿Por qué esa perla que mencionas es
blanca? ¿Qué es lo que la hace diferente a otras perlas?
Doma –Verán: Las perlas doradas son en
realidad los fragmentos del alma de Dyamat que contienen sus habilidades y
poderes. Estas perlas fueron creadas en el momento en el que nuestro rey murió…
La perla blanca es diferente, pues fue creada por el mismo Dyamat, y en ella
contiene todas sus memorias. Creo que hizo de esa perla una medida de seguridad
para que, en caso de que su resurrección utilizase sus poderes con fines
malignos, él no pudiera controlarlos en el momento de asimilar el poder que
contienen las perlas doradas.
Astrid -¿Qué pasaría en el caso de que la
resurrección de Dyamat, es decir, Leiyus, reuniese las perlas doradas sin
recuperar primero la perla blanca?
Doma –En ese caso, como ya pudieron constatar,
terminaría por perder el dominio de sí mismo y terminaría autodestruyéndose, no
sin antes destruir el mundo con él, claro está.
Dine –Ahora todo tiene sentido… por eso Volgia
destruyó la perla que poseía Bélidas en vez de ayudarlo… ¡Sabía que Leiyus
sería incapaz de controlarse y contaba con que nosotros no lo supiéramos!
Kindolf –Y, exactamente, ¿en dónde se
encuentra la dichosa perla blanca?
Doma –Esa perla se encuentra dentro del árbol
que durante mucho tiempo contenía el núcleo del alma de Dyamat.
Kindolf –Espera, ¡quieres decir que vamos a
regresar al reino Leivan! ¡Por qué
diablos no nos dijiste eso la vez que Grudan nos atacó!
Doma –No podría arriesgarme. Si ellos se
hubieran enterado de la existencia de la perla, probablemente habrían destruido
el árbol que la mantenía escondida para evitar que nosotros la recuperásemos. En
ese caso la perla se habría perdido para siempre. A diferencia de las perlas
doradas, la perla blanca no debe ser destruida. Debemos entregársela a Leiyus
intacta para que él la asimile.
Dine –Pero, con Leiyus en estas condiciones,
no podremos viajar hasta allá con él.
Doma –Estoy consciente de ello, por eso lo
llevaremos de regreso a Leria, allí lo mantendremos a salvo hasta que nosotros
regresemos con la perla blanca.
Así, los cuatro continúan su camino con dirección al mar, en donde los espera el barco que los llevará de regreso a la ciudad de Leria.
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