Argol, el demonio
Dine, Kindolf y Astid partieron a las tierras
malditas de Vendoor con la esperanza de encontrar a Leiyus, quien partió sin
ellos para buscar por su cuenta la cuarta perla del dragón. Allí, el trío fue
recibido por un una legión de muertos vivientes.
El sonido de los pasos de Leiyus rompe con el
silencio del gélido páramo. Una fría corriente puede sentirse atravesar el
aire. Mientras camina, el guerrero nota lo árido y quemado de la tierra a causa
del intenso frío del invierno. De tanto en tanto, se encuentra a su paso esqueletos
regados por todo el camino, pero conforme más se acerca la ciudad, la cantidad
de restos que se encuentra aumenta exponencialmente.
Para cuando Leiyus ha llegado a las puertas de
la ciudad, grandes pilas de restos humanos que se cuentan por millares se
amontonan a los lados, formando un camino de muerte.
–¿Qué diablos sucedió aquí? –se pregunta Leiyus
sin poder dar crédito a sus ojos ante aquella horrenda visión.
De pronto, algo enfrente de su camino llama su
atención. Al posar su mirada directamente sobre el castillo del reino, alcanza
a ver un fugaz destello tintineante en su parte más alta, y teniendo una
corazonada, Leiyus saca velozmente el fragmento de la perla que pende de su
cuello, el cual reacciona inmediatamente al moverse ligeramente en aquella
dirección en el momento en el que él lo suspende en el aire. Conforme avanza
por la desolada ciudad, el guerrero tiene la incómoda sensación de ser
observado. De pronto, el viento deja de soplar abruptamente, sumiendo el lugar
en un silencio absoluto que presagia que algo está a punto de ocurrir. Leiyus se
detiene de inmediato para agudizar los sentidos y espera...
En ese instante los restos humanos a su
alrededor comienzan a sacudirse y a moverse por sí solos hasta formar una
legión de muertos vivientes a su alrededor que comienzan a reírse de él. Sin
perder la calma, el guerrero desenfunda su espada, con la que enfrenta a la
primera docena de enemigos que se lanzan contra él, pero apenas acaba con
estos, otra oleada de esqueletos logra sujetarlo por las extremidades.
Incapaz de moverse,
Leiyus hace uso de su aura de dragón para quitárselos de encima y después usa
su rugido de dragón contra los
enemigos, la cual crea una brecha entre el ejército de enemigos por la cual
escapa a pie a toda velocidad. Mientras huye de sus enemigos, tres esqueletos
gigantes aparecen frente a él, bloqueando su ruta de escape.
Los tres gigantes, formados mayormente por
partes de esqueletos más pequeños, usan su aliento de ventisca combinado contra
el guerrero, cuyo cuerpo comienza a ser congelado con rapidez, pero antes de
que esto suceda y quede totalmente inmóvil, Leiyus invoca un hechizo de fuego
con el cual es capaz no sólo de revertir la congelación, sino que también es
capaz de destruir a uno de los gigantes. -¡Flarion-shar!
Otro de los dos gigantes restantes de
inmediato intenta atacarlo por la espalda con su enorme hacha, pero antes de
que su filo pueda siquiera tocarlo, Leiyus consigue detenerla entre sus dos
palmas, lo que le da el tiempo suficiente para permitirle saltar a un lugar fuera
del alcance de su enemigo, pero mientras todavía está en el aire, el segundo
gigante lo ataca con su mazo, a lo que él responde lanzándole con un rugido de dragón que termina por
destruirlo...
Una vez ha vencido con todos sus enemigos,
Leiyus se toma un momento para recobrar el aliento y así poder continuar su
camino hacia el castillo. Es entonces cuando escucha una voz que le habla y que
no parece provenir de ninguna parte en particular: “…no lo hiciste nada mal para ser un insignificante ser humano”.
Leiyus -¿¡Quién eres?! –le exige a la voz.
“Pronto
lo sabrás… si es que vives lo suficiente para averiguarlo. Ahora, quisiera presentarte
a mis muchachos… suelen jugar un poco más rudo que los anteriores, así que
tengan cuidado de no lastimarse entre ustedes...”
En eso, alrededor suyo aparecen seres
encapuchados, que en realidad se trata de momias cubiertas por túnicas raídas,
cada una de ellas porta un bastón con una esfera de cristal en la punta, la
cual emite llamas azules y rojas.
Antes de darse cuenta, Leiyus queda atrapado
en una lluvia cruzada de bolas de fuego y carámbanos de hielo invocados por los
seres encapuchados, por lo que moviéndose tan rápido como puede, Leiyus intenta
evitar los proyectiles a toda costa “¡Con
esta cantidad, no podré esquivarlos todos!” –piensa el guerrero con
creciente desesperación.
Leiyus intenta nuevamente retirarse, pero antes
de que pueda llegar muy lejos, sus enemigos lo rodean nuevamente. Atrapado y
sin salida, el guerrero entonces se las juega con su última carta. –Muy bien… Si no puedo acabar
con todos ellos de uno en uno, ¡los eliminaré a todos de una sola vez!-
Dicho esto, Leiiyus acumula sobre su puño una
gran cantidad de energía con la que forma un hechizo de luz. -¡Reminat!
El guerrero entonces libera su ataque sobre la
tierra, el cual se propaga rápidamente a través del suelo, creando una onda
expansiva que consume a las momias apenas tocarlas y convierte a los esqueletos
de nuevo en montañas de huesos inertes, acabando así con todo ser maligno a la
redonda. Luego de estos hechos y después de una dura batalla, Leiyus retoma su
camino rumbo al castillo sin más contratiempos.
Poco tiempo después y tras haber dejado la ciudad
atrás, Leiyus comienza su ascenso por la ladera que conduce directamente a la
entrada del castillo. Mientras camina por aquél camino, el guerrero alza la
vista para mirar en dirección del castillo, y cada vez que lo hace, puede
percibir aquél destello dorado que parece llamarlo.
Una vez el héroe se encuentra cerca de las
puertas del castillo, se topa con que el puente elevadizo de éste se encuentra
replegado. A su vez, el castillo está bordeado por lo que alguna vez fue un
foso de agua, del cual sobresale medio hundido entre el fango un cráneo
gigante, mucho mayor que el de los esqueletos.
Sin más remedio, Leiyus se ve obligado a bajar
al foso para poder alcanzar el otro lado, y apenas desciende, sus piernas se
hunden hasta las rodillas en el lodo helado.
Repentinamente, él escucha nuevamente aquella
voz que escuchó anteriormente: “Felicidades,
has logrado llegar muy lejos, pero todavía hay sorpresas que te aguardan en el
camino”.
De súbito Leiyus siente una ligera sacudida
bajo sus pies, pero por más que busca con la mirada, el guerrero no alcanza a
distinguir ninguna amenaza inmediata cercana. Es entonces el cráneo gigante
comienza a moverse por sí solo, levantándose de entre fango. Otros cuerpos
también enterrados dentro del fango pronto se unen al enorme cráneo hasta
formar un ser esquelético monstruoso con forma de gusano, o de serpiente.
Leiyus intenta acabar con la criatura en el
acto con un rugido de dragón, pero
ésta le responde con un ataque similar que lanza desde sus fauces antes que él
pueda lanzar su poder, viéndose obligado a hacerse a un lado antes de ser
capturado por la vorágine de destrucción.
Sin perder tiempo, Leiyus intenta de nuevo usar
su técnica, pero para sorpresa suya, la criatura se oculta enterrándose en el
fango por el cual escapa hacia las profundidades de la tierra.
Instantes después, la criatura emerge de nuevo
bajo sus pies en un intento por engullirlo. Leiyus logra escapar de los
afilados colmillos de la bestia dando un salto y se prepara para contraatacar
con su rugido de dragón sólo para ver
con frustración que la criatura escapa de su alcance regresando de nuevo al
subsuelo. Momentos después, la criatura emerge enroscada sobre sí misma de la
tierra tan velozmente, que es catapultada por los aires como si fuera una bala
de cañón, embistiendo con fuerza al desprevenido guerrero en el momento en el
que cae pesadamente sobre él.
Haciendo uso de todas sus fuerzas, Leiyus
logra quitarse de encima a la criatura sobre sus hombros y arrojarla lejos.
Para cuando él logra ponerse de pie de nuevo, puede ver cómo la criatura en
forma de serpiente vuelve a enroscarse hasta formar una rueda gigante y
dirigirse a toda velocidad hacia él, por lo que sin inmutarse, Leiyus la recibe
con los brazos abiertos en espera de poder detener su avance con sus propias
fuerzas.
En el momento en el que sus manos hacen
contacto con el enemigo, Leiyus es arrastrado a través de varios metros debido
al avance del monstruo, dejando una estela en el suelo tras de sí, incapaz de
detenerlo.
“Tengo…
que… usar mi ojo… de dragón… para ver… su punto débil…” –se dice así mismo el guerrero sin dejar de
intentar de detener el avance del monstruo.
Finalmente, el guerrero consigue apoyarse
firmemente sobre el suelo, lo que le permite a Leiyus alzar en vilo a la
criatura antes de arrojarla por los aires, lo que le da valiosos segundos para
concentrarse en su ojo de dragón. Para cuando la criatura está por caer de
nuevo al suelo, Leiyus consigue localizar el punto débil del monstruo, y sin
perder tiempo salta a su encuentro para después golpearlo con todas sus fuerzas
en el último segmento de su cola que termina en forma de punta afilada. Para
cuando la criatura toca tierra, ésta intenta embestirlo una última vez
enrollándose de nuevo, pero sólo consigue rodar erráticamente antes de caer de
nuevo en el foso y estrellarse con una de las paredes del castillo. El impacto
causa un boquete en su superficie.
Una vez la criatura ha sido vencida, Leiyus se
toma un respiro antes de aventurarse a entrar al interior usando la médula de
la criatura como puente para entrar por aquella brecha
Leiyus continúa su camino por el ruinoso
castillo hasta dar con las escaleras que lo conducen a los pisos superiores, y
en lo que solía ser la sala principal del palacio, allí encuentra los cadáveres
de cientos de personas desperdigados por todo el lugar. Pronto, el héroe
comienza a escuchar gritos desesperados y lamentos en su cabeza, que
aparentemente son las voces de ánimas errantes de aquellos restos.
Asustado, Leiyus echa a correr subiendo por
las escaleras hasta llegar al segundo piso. Allí, pasa su asombro se encuentra
a Kindolf y a Astrid, inconscientes y maniatados sobre dos pilares de piedra
separados. -¡Kindolf, Astrid! –grita con angustia apenas los reconoce.
Cuando Leiyus trata de acercarse ayudarlos,
los pilares se elevan repentinamente, llevándose a sus amigos hacia la parte
alta del castillo, en donde los pierde de vista. Es entonces que escucha una
vez más aquella extraña voz que se comunica con él: “Son tus amigos, ¿no? Ellos vinieron a mis dominios a buscarte, ¿sabes?
Al igual que ellos, los cuerpos que viste anteriormente me pertenecen… Todos
ellos, alguna vez fueron seres humanos, pero ahora, sus almas vagan sin
descanso en estas tierras... Muy pronto, las almas de tus amigos, al igual que
tú, serán mis esclavos para toda la eternidad…”
Leiyus –Cobarde… ¡muéstrate y pelea! –le exige
a la misteriosa voz, iracundo por sus palabras.
“¿Por
qué arruinar el juego cuando nos estamos divirtiendo tú y yo…? Si quieres volver
a verlos, te espero en la parte más alta del castillo. Pero no tardes mucho.
Ellos aún están vivos, pero no te garantizo que sigan así por mucho tiempo…”
En el momento en el que la misteriosa voz
desaparece, unas arañas gigantes formadas por huesos, y cuyas cabezas son en
realidad cráneos humanos, descienden del techo y comienzan a atacarlo.
Disgustado y ya harto de pelear con
resucitados, Leiyus opta por evitarlas mientras corre entre ellas aprovechando
su lentitud para moverse, a la vez que esquiva evitando sus filosas
extremidades y colmillos con el sólo propósito de llegar al último piso para
poder rescatar a sus amigos.
Luego de que las arañas inútilmente traten de
detenerlo con ataques físicos, éstas cambian su estrategia y le lanzan redes hechas
de una sustancia pegajosa que al contacto, logran inmovilizarle los pies y
finalmente haciéndole caer. Las arañas aprovechan para cubrir el resto del
cuerpo de Leiyus con la sustancia pegajosa para evitar que escape.
Leiyus –Malditos monstruos… ¡suéltenme! –exige
éste sin dejar de resistirse.
En un movimiento arriesgado y antes de quedar
totalmente inmóvil, Leiyus conjura un hechizo de fuego sobre sí mismo que quema
la sustancia que lo mantiene inmóvil, y aunque logra liberarse, en algunas
partes de su cuerpo recibe algunas quemaduras sobre sus ropas.
Ya libre de nuevo, Leiyus se encarga de
aniquilar a las arañas haciendo uso de su espada hasta que no queda una sola de
pie.
Para cuando ha acabado con la última de las
criaturas, diez esqueletos guerreros gigantes le salen al encuentro atravesando
una pared que destruyen con sus enormes mazos y hachas.
Leiyus logra escapar del ataque de uno de los
gigantes que por poco le aplasta la cabeza contra la pared, para después acabar
con su enemigo con el filo de su espada partiendo limpiamente en dos al su
gigantesco rival. Otro de los enemigos intenta atacarlo por la espalda, pero
Leiyus logra reaccionar a tiempo esquivando su enorme arma y consigue romper el brazo del esqueleto de un
puñetazo, con li que el héroe aprovecha para tomar en sus manos su enorme hacha
con la que lo había atacado, misma que usa en contra de los esqueletos
restantes, haciéndolos trizas con ella. Sin darse cuenta, uno de los gigantes
logra sobrevivir a la masacre y lo apresa por detrás con sus dos manos,
inmovilizándolo.
Lejos de rendirse, Leiyus hace uso de todas
sus fuerzas para separar las palmas del esqueleto que lo apresan, para después
patear el cráneo de la criatura tan fuertemente, que éste se rompe como cascarón
de huevo. Habiendo ya eliminado a todos los enemigos, Leiyus no pierde tiempo y
corre en dirección a la parte más alta del castillo, subiendo lo que queda de
unas escaleras. Es así como al techo del lugar.
Una vez allí, el guerrero logra vislumbrar
nuevamente aquél destello que parecía guiarlo hasta ese lugar, pero su atención
cambia cuando nota también que allí se encuentra los dos pilares a los cuales
están atados sus amigos, no muy lejos de donde él se encuentra.
Al principio, Leiyus sólo piensa en dirigirse
a rescatarlos, pero entonces, estando a mitad del camino, escucha una risa
seguida de un tarareo. A sus espaldas se encuentra cara a cara con una criatura
encorvada, que le da la espalda desde una de las esquinas del castillo.
–Finalmente has llegado hasta mis dominios,
reencarnación de Dyamat...
Una de las manos de la criatura, tan pequeña
como la de un niño, asoma del cuerpo del deforme ser, acomodado con ella cuidadosamente pequeños
huesos sobre una escultura con forma de demonio, hecho completamente de restos
humanos.
Desde donde se encuentra, Leiyus aprecia de
pronto aquél destello dorado que no ha dejado de percibir desde que llegó a
esas tierras, revelando que en realidad se trata de una perla del drag´n, la
cual la criatura lleva colgada al cuello…
-o-
Dine recobra la conciencia repentinamente sin
saber en donde se encuentra. -¿Qué es este lugar? ¿Qué sucedió? –se pregunta,
confundida.
Entonces se ve a sí misma en el interior de lo
que parece una cueva. Cerca de allí, arden las llamas de una pequeña fogata.
Sus manos se topan entonces con una acogedora manta que la cubre de pies a
cabeza. No muy lejos de allí, la dragona observa los copos de nieve caer
lentamente desde la entrada mientras son arrastrados por el viendo hacia el
interior de la cueva.
“Ya
recuerdo…” –rememora ella en
su mente-. “Kindolf, Astrid y yo
sobrevolábamos las cumbres de las montañas cuando fuimos atacados… entonces…”
Repentinamente, una voz desconocida interrumpe
sus pensamientos. -¿Ya te sientes mejor? Estuviste a punto de morir congelada
allá afuera.
Dine se levanta de un salto, creyendo que se
trata de la voz de su enemigo. Desde la entrada de la cueva, logra distinguir
con escasa luz que se cuela al interior, una silueta difusa que la mira desde la
entrada. –Tenemos que darnos prisa. Tus amigos corren un gran peligro. –le
advierte la misma voz.
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