Las tierras malditas
Por motivos desconocidos, Leiyus se separó de
sus amigos para ir en solitario en busca de la cuarta perla, la cual se
encuentra en lo profundo de las tierras de Vendoor, un antiguo reino maldito
por fuerzas oscuras. Al mismo tiempo, Dine, Astrid y Kindolf parten a esas
tierras con la esperanza de encontrarlo antes de que el demonio que habita
aquellas tierras lo haga primero.
La embarcación en la que los amigos de Leiyus
se transportan avanza a buena velocidad en un mar en calma. Apenas ha salido el
sol, por lo que Dine sale a la cubierta desde su camarote bostezando, antes de
estirar para desperezarse. Allí, encuentra ya levantados a Kindolf y a Astrid,
que practican diligentemente nuevas técnicas y hechizos que les servirán más
adelante para los peligros que Vendoor les espera.
Dine -¿Qué hacen ustedes dos? –le pregunta a
Kindolf tras acercarse a él-. ¿Por qué están despiertos tan temprano?
Sin dejar lo que está haciendo y con la vista
clavada en el mar, Kindolf le responde: -No sabemos qué clase de peligros
encontraremos en ese lugar al que nos dirigimos, así que le pedí a ese viejo de
Tivas si conocía alguna magia útil… ¡No sólo me enseño a usar un nuevo hechizo
llamado Exus-lay, sino que también me
enseñó a usar el amuleto que me regaló esa chica para amplificar mis poderes
mágicos! Observa…
Dicho esto, el escudero consigue formar una
especie de bumerán de energía verde en sus manos, el cual lanza con todas sus
fuerzas al mar. El hechizo atraviesa la superficie del agua a gran velocidad
levantando una columna a los lados dejando una estela de agua tras de sí.
Dine -¡Sorprendente! –admite impresionada
admirando su proeza-. “Kindolf y Astrid
se están esforzando por ayudar a Leiyus, mientras que yo sólo me he escondido
detrás de ellos durante todo este tiempo” –piensa-. “¡Pero ya no más! Debo ser fuerte. ¡Por más que desprecie la violencia,
no puedo dejarles toda la responsabilidad a ellos!¡ La próxima vez que haya
problemas, no me esconderé como un ratón asustado…!”
Sumida en sus pensamientos, la dragona no se
da cuenta que el búmeran que Kindolf lanzó hace unos momentos está regresando
hacia ellos, fuera de control. Kindolf logra apenas apartarla del camino del
bumerang obligándola a agachar la cabeza en el momento justo en el que pasa sobre
ella, atravesando hasta el otro lado del a embarcación, en donde Astrid
practica su hechizo de truenos sobre el agua. El búmeran pasa a milímetros de
la cabeza de la distraída chica vampiro, rozando apenas su cabello. Aquello
inevitablemente la asusta, haciéndole perder el control de los truenos que
dirigía al agua desde sus palmas.
Los relámpagos fuera de control el barco
impactando con el casco y haciéndolo perder estabilidad.
En ese momento Tivas, quien se encontraba al
timón de la embarcación, cae de frente debido a la sacudida inesperada haciendo
que sus holgadas ropas de mago se le atoren entre el timón, lo que provoca que
queden al descubierto sus piernas flacuchas.
-¡Ebehedaenabba sabehenadebehada! –dice el
anciano a los tres apenados tripulantes, claramente molesto tras recuperarse
del incidente.
Kindolf –Lo siento... –se disculpa, apenado
con sus compañeras y con el viejo, quienes no dejan de mirarlo con una
expresión de enojo ahora completamente empapadas de pies a cabeza con agua de
mar.
Durante la tarde del día siguiente, el barco
llega a su destino... Sus tripulantes pueden sentir un viento gélido soplar
sobre la superficie del agua y sobre sus rostros conforme se acercan a tierra.
En eso, una espesa neblina desciende sobre el mar, cubriendo su camino hasta
ocultar parcialmente de su vista la tierra que momentos antes, podían ver
claramente más adelante. Desde la proa, los tres observan en silencio el
desolado lugar al que han llegado.
Astrid -¿…este es Vendoor? –se aventura a
preguntar con timidez.
Kindolf
-No se ve nada desde aquí…
Tivas –Afehebenahe ahemahanebane –les responde
el viejo.
Dine -¿Qué dijo? –pregunta ella, dirigiéndose inmediatamente
a su amigo Kindolf.
Kindolf –Dice que nos preparemos para desembarcar.
Gracias a un bote más pequeño, ellos y Tivas
logran desembarcar a tierra firme, y apenas tocan tierra, el anciano les comunica
algo en tono serio: -Ahbehemenehe –acto seguido, da la media vuelta y se marcha
sin dar más explicaciones.
Astrid -¿Qué hace? ¿A dónde va…?
Kindolf –Dijo que es demasiado peligroso que
se quede aquí, así que tendremos que venir a este punto y llamarlo una vez
encontremos a Leiyus si queremos regresar en barco a Leria.
Mientras los tres se adentran en la niebla, Dine
nota en el rostro de Kindolf algo que parece incomodarlo. -¿Qué ocurre? –lo
cuestiona repentinamente.
Kindolf –Nada, es sólo que… ¿No les parece
extraño que no hayamos sido atacados por dragones, o demonios todavía?
Astrid -¿A qué te refieres exactamente?
Kindolf –Pues, verás: cuando nosotros
estábamos en el reino Leivan, Grudan no dudó en atacarnos apenas Leiyus obtuvo
sus poderes de dragón. Lo mismo ocurrió con Hella, quien a base de engaños, nos
tendió una trampa en su guarida…Después vino Bélidas… Él secuestró a Leiyus justo
después de que derrotáramos a Hella. Yo estaba convencido de que después de
derrotar a Bélidas, aparecería otro nuevo enemigo para darnos problemas, pero
eso hasta ahora, no ha sucedido.
Dine –Ahora que lo mencionas, tienes mucha
razón… –dice reflexivamente.
Astrid –Quizá el poseedor de la siguiente
perla no sea tan poderoso como Hella o Bélidas –interviene-. No sé, tal vez
tenga miedo de enfrentarnos después de haber derrotado a sus aliados.
Dine –No creo que esa sea la razón…
Mientras conversan, el trío llega hasta una
pared de rocas que les impide avanzar más allá. Frente a ellos, se revela una imponente
montaña, cuyas empinadas laderas crecen perdiéndose entre la niebla.
Dine –¿Qué hace allí una montaña? Creí que ya
habíamos llegado a Vendoor.
Kindolf –¡Ese viejo debió haberse equivocado!
–refunfuña, a la vez que revista un mapa el cual ha sacado de su bolsillo-. ¡Se
supone que debió habernos dejado en el lado oeste, pero creo que estamos en el
lado éste!
Dine –Tal parece que tendremos que atravesar
esa montaña si queremos llegar a Vendoor desde aquí.
Sin otro camino que recorrer, los tres se
encaminan hacia la base de la montaña. Una vez al pie de esta, se detienen a
ver lo vertical de su estructura. –Parece que será muy difícil escalar desde
aquí… –comenta Astrid, mirando en dirección de la cima con preocupación.
Dine –No tenemos que recorrer ese camino
escalando. ¡Podemos simplemente volar sobre la montaña! –sugiere ella-. ¡Así,
llegaremos más rápido y gastaremos menos energía!
Kindolf –Oigan, ¿y qué hay de mí? –repone
preocupado.
Dine –Descuida, ya he previsto ese pequeño
contratiempo… ¡¡Astrid, sujétalo!!
Entre ambas sujetan rápidamente al
aterrorizado Kindolf, quien es llevado en contra su voluntad por sus amigas
mientras ellas lo alzan de los brazos por los cielos. Poco tiempo después, las
chicas logran altura sobrevolando por entre las puntas de las montañas.
De la nada, el grupo es atrapado por una
repentina tormenta gélida que los toma por sorpresa justo cuando atraviesan un
estrecho entre dos montañas. Debido a la fuerza de los fuertes vientos, los
tres terminan estrellándose en tierra, y aunque Astrid y Dine tienen la
agilidad para aterrizar sin lastimarse, Kindolf no tiene tanta suerte, cayendo de
cara entre la nieve, como es costumbre para él.
Astrid -¿Qué fue eso? –pregunta, asustada, una
vez se repone de la caída.
Dine –No lo sé, pero esa no fue una tormenta normal.
Fue muy repentina para haberse formado naturalmente...
En ese instante, comienzan a escuchar risas a
su alrededor que de inmediato los ponen en estado de alerta. De pronto, del
suelo congelado se levantan huesos humanos hasta formar esqueletos portando vestimentas
y cascos vikingos. La presencia de los cadáveres crece rápidamente hasta ser
acorralados por ellos, que los amenazan con sus viejas armas oxidadas.
Kindolf –Qué… ¡¡Qué son esos!! –grita, presa
del pánico y con el pelo erizado.
Dine –Son almas malditas… ¡Las historias del
demonio que maldijo estas tierras deben ser ciertas!
Astrid -¿Quieres decir, que estas son
personas?
Dine –No… sólo son huesos viejos, reanimados
por el poder oscuro del demonio que habita esta zona.
De inmediato, los esqueletos se sincronizan en
sus movimientos, iniciando el ataque en masa contra los tres. Dine es la
primera en dar la cara creando una barrera a su alrededor para darles tiempo a
sus amigos de conjurar hechizos, quienes rápidamente acaban con la primera
oleada de enemigos con sus hechizos a distancia.
Astrid -¡Tempest!
Los truenos de Astrid surten efecto, y los
esqueletos se desbaratan antes de caer al suelo. Cuando la segunda oleada de
enemigos se acerca, Kindolf les hace frente con su hechizo de viento, que barre
con sus enemigos debido a la gran fuerza de su hechizo de viento. -¡Exus-lay!
En poco tiempo, todos sus enemigos son
reducidos a restos y escombros. –¡Eso fue fácil! –afirma Kindolf una vez pasa
el peligro, sacudiéndose el polvo de las palmas con arrogancia.
Mientras avanzan por el inhóspito terreno en
busca de una salida de la montaña, no dejan de ser acosados constantemente por
oleada tras oleada de esqueletos, que no paran de atacarles sin piedad.
Conforme el tiempo avanza y las horas pasan,
la cantidad de enemigos que les salen al encuentro crece exponencialmente, al
grado que ni siquiera los tres juntos pueden hacer frente al sinnúmero de
enemigos, obligándolos a terminar por escapar de los muertos vivientes.
Kindolf -¡Pronto! –alienta a sus amigas que
van detrás de él a seguirlo a través de un precario puente de roca natural que cruza
un precipicio- ¡Tenemos que seguir antes de que esos muertos nos atrapen!
Apenas logran cruzar el puente, a Dine se le
ocurre una idea. –¡Kindolf, Astrid! ¡Debemos echar abajo este puente antes de
que logren cruzar hacia este lado!
Los tres entonces se preparan para golpear la
base de roca en conjunto, y en el momento en el que los esqueletos han cruzado
ya la mitad del puente, los tres suman sus fuerzas para golpear la base del
puente con todas sus fuerzas, haciendo que la roca colapse. Sus amigos caen al
precipicio por docenas, dejando al resto de sus colegas no muertos sin
posibilidad de alcanzarlos desde el otro lado del abismo.
Astrid –Estuvo cerca… -asegura ella,
enjugándose el sudor frío de la frente.
Dine –Espero que finalmente nos dejen en paz.
Las chicas intentan continuar su viaje dando
la espalda a Kindolf, quien se rezaga un poco para hacerles muescas burlonas a
los esqueletos antes de partir con ellas. Es entonces que se escucha un
estruendo a sus espaldas.
En el momento en el que una pared de rocas
colapsa frente a ellos, aparecen detrás de ésta dos esqueletos gigantes
ataviados con viejas armaduras de guerrero nórdico, cada uno portando un mazo
gigante, los cuales alzan amenazadoramente hacia ellos lanzando aullidos
ultraterrenales. Dine, Astrid y Kindolf se preparan para hacerles frente cuando
detrás de los gigantes aparece otra horda de esqueletos de tamaño regular.
Kindolf -¡De dónde salen esas cosas! –exclama,
exasperado.
Astrid –¡Esos dos son enormes! ¡Y ya no
tenemos a dónde huir!
Al ver a sus colegas en una situación crítica,
Dine toma aquella oportunidad para Asumir el liderazgo del grupo: –Vamos, ¡no
se rindan! ¡Podremos con todos ellos si peleamos juntos!
Dicho esto, la dragona ataca directamente a uno
de los esqueletos gigantes. El monstruo alza su martillo en el aire, listo para
aplastarla, pero antes de que pueda hacerlo, ella le lanza un rugido de dragón directo al pecho,
arrastrándolo junto con decenas de esqueletos más pequeños hasta desaparecer después
de caer sobre un barranco.
Sus amigos observan la escena sin poder dar
crédito a sus ojos, ni a la repentina valentía mostrada por su amiga, que
normalmente no se involucra directamente en las batallas, siendo la primera vez
que usa aquél ataque.
Kindolf –¡Vamos Astrid! –alienta entonces a su
amiga vampira-. ¡No podemos dejarle toda la diversión a Dine! ¡Tenemos que
trabajar juntos si queremos vencer a esta pila de huesudos!
Ella concuerda con él y con renovados ánimos,
se une a su compañero escudero a la batalla. Mientras Kindolf se encarga de los
esqueletos menores, Astrid enfrenta al segundo esqueleto gigante, que no duda
en intentar aplastarla con su poderoso martillo, mismo que la chica vampiro
evade con uns alto, logando solamente destruir el suelo debajo de ella.
Dine, por su parte, vuelve a la carga atacando
al segundo esqueleto gigante con un luminat,
pero éste se da cuenta de su táctica y se vuelve hacia ella antes de que pueda
lanzárselo para atacarla con una ventisca helada que le arroja desde su boca,
lo que la hace caer de espaldas contra el suelo.
Al mismo tiempo, Kindolf usa su recientemente
adquirido hechizo Exus-lay para
lanzar el búmeran de energía arrastrando o destruyendo a todo enemigo a su paso
de un solo golpe. En el momento en el que el gigante intenta usar su ventisca
helada contra Astrid, ella actúa rápidamente lanzándole un colmillo sangriento, que decapita a la criatura. El resto cuerpo
del gigante termina por caer pesadamente.
Una vez han acabado con todos sus enemigos,
los tres se agrupan para descansar y reponer sus fuerzas.
Astrid –Eso estuvo cerca… -comenta con alivio
a sus compañeros.
Kindolf –Esas cosas gigantes debieron ser las
que crearon la ventisca cuando estábamos en el aire.
Dine –Eso parece… Definitivamente hay una
presencia maligna en estas montañas que no nos quiere aquí -concluye.
-Estás en lo cierto, niña… -dice repentinamente
una voz masculina desconocida.
Los tres se levantan de un salto en espera de
un nuevo ataque sorpresa.
Dine -¿Quién eres? ¡¡Muéstrate!! –exige la
dragona a la voz desconocida.
-Soy el amo de estas tierras –responde con el
mismo tono juguetón la voz incorpórea desconocida-. Pensé divertirme un rato
con ustedes, pero creo que después de todo, no son rivales dignos de mí. Ni
siquiera son capaces de entretener a mis pequeñas mascotas.
En ese instante, los esqueletos que habían
vencido apenas unos momentos antes vuelven a reconstruirse, incluyendo a los
gigantes, a los cuales pronto se les unen otros cinco.
Astrid –Los esqueletos, ¡se han regenerado
completamente! –grita ella.
-Les deseo suerte… –se despide burlonamente de
ellos la voz.
Sin darles tiempo de agruparse nuevamente, los
esqueletos junto con aquellos gigantes, los atacan en un frenesí de venganza.
Kindolf utiliza un flarion-shar en
uno de los gigantes, pero resulta inefectivo contra el ser, el cual se protege
del hechizo interponiendo el enorme escudo que lleva al frente para recibir el
impacto de las llamas antes de contratacar con un una envestida que toma por
sorpresa al escudero, quien termina aplastado entre el escudo y una pared de
roca sólida, perdiendo al instante el conocimiento. Astrid intenta acudir en su
ayuda, pero los esqueletos más pequeños la rodean velozmente antes de que pueda
moverse. Ella intenta deshacerse de ellos con su hechizo eléctrico, pero sus
enemigos logran someterla con facilidad debido a su gran número y a la rapidez
con la que actúan.
Dine -¡Kindolf, Astrid! –grita con
desesperación al ver a sus amigos en manos de los cadáveres reanimados.
Antes de que ella pueda hacer algo por ellos,
uno de los gigantes la ataca con su mazo, y aunque logra esquivar el ataque, el
golpe del martillo destruye la base de roca sobre la que se encontraba de pie, haciéndola
caer al precipicio. Ella rápidamente intenta desplegar sus alas de dragón, pero
ntes de que pueda alzar el vuelo, una gran roca cae sobre ella y la golpea, haciéndola
perder el conocimiento mientras continúa su precipitado descenso por el vacío…
-o-
Después de una larga caminata recorriendo el
misterioso túnel, Leiyus finalmente alcanza a ver la luz del día final del
pasadizo. De pronto, se encuentra a sí mismo del otro lado de las montañas
heladas. Desde allí, observa una tierra desolada, que le da la bienvenida a
planicies inertes, sembradas de árboles muertos. Más adelante, puede aprecier
lo que parecen ser las ruinas de una ciudad amurallada, y junto a la costa, un
castillo en decadencia.
A pesar de que el aire está saturado con el
olor a la muerte, el guerrero saca de su bolsillo el fragmento de perla dorada
que lleva consigo y la hace colgar del hilo. El fragmento de la perla no tarda
en moverse en dirección al castillo, al que el joven héroe se dirige sin más
demora.
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