20 enero, 2024

Dragon Legacy, Vol.1: Capitulo 29

 


Las tierras malditas


Por motivos desconocidos, Leiyus se separó de sus amigos para ir en solitario en busca de la cuarta perla, la cual se encuentra en lo profundo de las tierras de Vendoor, un antiguo reino maldito por fuerzas oscuras. Al mismo tiempo, Dine, Astrid y Kindolf parten a esas tierras con la esperanza de encontrarlo antes de que el demonio que habita aquellas tierras lo haga primero.

 

La embarcación en la que los amigos de Leiyus se transportan avanza a buena velocidad en un mar en calma. Apenas ha salido el sol, por lo que Dine sale a la cubierta desde su camarote bostezando, antes de estirar para desperezarse. Allí, encuentra ya levantados a Kindolf y a Astrid, que practican diligentemente nuevas técnicas y hechizos que les servirán más adelante para los peligros que Vendoor les espera.

 

Dine -¿Qué hacen ustedes dos? –le pregunta a Kindolf tras acercarse a él-. ¿Por qué están despiertos tan temprano?

 

Sin dejar lo que está haciendo y con la vista clavada en el mar, Kindolf le responde: -No sabemos qué clase de peligros encontraremos en ese lugar al que nos dirigimos, así que le pedí a ese viejo de Tivas si conocía alguna magia útil… ¡No sólo me enseño a usar un nuevo hechizo llamado Exus-lay, sino que también me enseñó a usar el amuleto que me regaló esa chica para amplificar mis poderes mágicos! Observa…

 

Dicho esto, el escudero consigue formar una especie de bumerán de energía verde en sus manos, el cual lanza con todas sus fuerzas al mar. El hechizo atraviesa la superficie del agua a gran velocidad levantando una columna a los lados dejando una estela de agua tras de sí.

 

Dine -¡Sorprendente! –admite impresionada admirando su proeza-. “Kindolf y Astrid se están esforzando por ayudar a Leiyus, mientras que yo sólo me he escondido detrás de ellos durante todo este tiempo” –piensa-. “¡Pero ya no más! Debo ser fuerte. ¡Por más que desprecie la violencia, no puedo dejarles toda la responsabilidad a ellos!¡ La próxima vez que haya problemas, no me esconderé como un ratón asustado…!”

 

Sumida en sus pensamientos, la dragona no se da cuenta que el búmeran que Kindolf lanzó hace unos momentos está regresando hacia ellos, fuera de control. Kindolf logra apenas apartarla del camino del bumerang obligándola a agachar la cabeza en el momento justo en el que pasa sobre ella, atravesando hasta el otro lado del a embarcación, en donde Astrid practica su hechizo de truenos sobre el agua. El búmeran pasa a milímetros de la cabeza de la distraída chica vampiro, rozando apenas su cabello. Aquello inevitablemente la asusta, haciéndole perder el control de los truenos que dirigía al agua desde sus palmas.

 

Los relámpagos fuera de control el barco impactando con el casco y haciéndolo perder estabilidad.

 

En ese momento Tivas, quien se encontraba al timón de la embarcación, cae de frente debido a la sacudida inesperada haciendo que sus holgadas ropas de mago se le atoren entre el timón, lo que provoca que queden al descubierto sus piernas flacuchas.

 

-¡Ebehedaenabba sabehenadebehada! –dice el anciano a los tres apenados tripulantes, claramente molesto tras recuperarse del incidente.

 

Kindolf –Lo siento... –se disculpa, apenado con sus compañeras y con el viejo, quienes no dejan de mirarlo con una expresión de enojo ahora completamente empapadas de pies a cabeza con agua de mar.

 

Durante la tarde del día siguiente, el barco llega a su destino... Sus tripulantes pueden sentir un viento gélido soplar sobre la superficie del agua y sobre sus rostros conforme se acercan a tierra. En eso, una espesa neblina desciende sobre el mar, cubriendo su camino hasta ocultar parcialmente de su vista la tierra que momentos antes, podían ver claramente más adelante. Desde la proa, los tres observan en silencio el desolado lugar al que han llegado.

 

Astrid -¿…este es Vendoor? –se aventura a preguntar con timidez.

 

Kindolf  -No se ve nada desde aquí…

 

Tivas –Afehebenahe ahemahanebane –les responde el viejo.

 

Dine -¿Qué dijo? –pregunta ella, dirigiéndose inmediatamente a su amigo Kindolf.

 

Kindolf –Dice que nos preparemos para desembarcar.

 

Gracias a un bote más pequeño, ellos y Tivas logran desembarcar a tierra firme, y apenas tocan tierra, el anciano les comunica algo en tono serio: -Ahbehemenehe –acto seguido, da la media vuelta y se marcha sin dar más explicaciones.

 

Astrid -¿Qué hace? ¿A dónde va…?

 

Kindolf –Dijo que es demasiado peligroso que se quede aquí, así que tendremos que venir a este punto y llamarlo una vez encontremos a Leiyus si queremos regresar en barco a Leria.

 

Mientras los tres se adentran en la niebla, Dine nota en el rostro de Kindolf algo que parece incomodarlo. -¿Qué ocurre? –lo cuestiona repentinamente.

 

Kindolf –Nada, es sólo que… ¿No les parece extraño que no hayamos sido atacados por dragones, o demonios todavía?

 

Astrid -¿A qué te refieres exactamente?

 

Kindolf –Pues, verás: cuando nosotros estábamos en el reino Leivan, Grudan no dudó en atacarnos apenas Leiyus obtuvo sus poderes de dragón. Lo mismo ocurrió con Hella, quien a base de engaños, nos tendió una trampa en su guarida…Después vino Bélidas… Él secuestró a Leiyus justo después de que derrotáramos a Hella. Yo estaba convencido de que después de derrotar a Bélidas, aparecería otro nuevo enemigo para darnos problemas, pero eso hasta ahora, no ha sucedido.

 

Dine –Ahora que lo mencionas, tienes mucha razón… –dice reflexivamente.

 

Astrid –Quizá el poseedor de la siguiente perla no sea tan poderoso como Hella o Bélidas –interviene-. No sé, tal vez tenga miedo de enfrentarnos después de haber derrotado a sus aliados.

 

Dine –No creo que esa sea la razón…

 

Mientras conversan, el trío llega hasta una pared de rocas que les impide avanzar más allá. Frente a ellos, se revela una imponente montaña, cuyas empinadas laderas crecen perdiéndose entre la niebla.

 

Dine –¿Qué hace allí una montaña? Creí que ya habíamos llegado a Vendoor.

 

Kindolf –¡Ese viejo debió haberse equivocado! –refunfuña, a la vez que revista un mapa el cual ha sacado de su bolsillo-. ¡Se supone que debió habernos dejado en el lado oeste, pero creo que estamos en el lado éste!

 

Dine –Tal parece que tendremos que atravesar esa montaña si queremos llegar a Vendoor desde aquí.

 

Sin otro camino que recorrer, los tres se encaminan hacia la base de la montaña. Una vez al pie de esta, se detienen a ver lo vertical de su estructura. –Parece que será muy difícil escalar desde aquí… –comenta Astrid, mirando en dirección de la cima con preocupación.

 

Dine –No tenemos que recorrer ese camino escalando. ¡Podemos simplemente volar sobre la montaña! –sugiere ella-. ¡Así, llegaremos más rápido y gastaremos menos energía!

 

Kindolf –Oigan, ¿y qué hay de mí? –repone preocupado.

 

Dine –Descuida, ya he previsto ese pequeño contratiempo… ¡¡Astrid, sujétalo!!

 

Entre ambas sujetan rápidamente al aterrorizado Kindolf, quien es llevado en contra su voluntad por sus amigas mientras ellas lo alzan de los brazos por los cielos. Poco tiempo después, las chicas logran altura sobrevolando por entre las puntas de las montañas.

 

De la nada, el grupo es atrapado por una repentina tormenta gélida que los toma por sorpresa justo cuando atraviesan un estrecho entre dos montañas. Debido a la fuerza de los fuertes vientos, los tres terminan estrellándose en tierra, y aunque Astrid y Dine tienen la agilidad para aterrizar sin lastimarse, Kindolf no tiene tanta suerte, cayendo de cara entre la nieve, como es costumbre para él.

 

Astrid -¿Qué fue eso? –pregunta, asustada, una vez se repone de la caída.

 

Dine –No lo sé, pero esa no fue una tormenta normal. Fue muy repentina para haberse formado naturalmente...

 

En ese instante, comienzan a escuchar risas a su alrededor que de inmediato los ponen en estado de alerta. De pronto, del suelo congelado se levantan huesos humanos hasta formar esqueletos portando vestimentas y cascos vikingos. La presencia de los cadáveres crece rápidamente hasta ser acorralados por ellos, que los amenazan con sus viejas armas oxidadas.

 

Kindolf –Qué… ¡¡Qué son esos!! –grita, presa del pánico y con el pelo erizado.

 

Dine –Son almas malditas… ¡Las historias del demonio que maldijo estas tierras deben ser ciertas!

 

Astrid -¿Quieres decir, que estas son personas?

 

Dine –No… sólo son huesos viejos, reanimados por el poder oscuro del demonio que habita esta zona.

 

De inmediato, los esqueletos se sincronizan en sus movimientos, iniciando el ataque en masa contra los tres. Dine es la primera en dar la cara creando una barrera a su alrededor para darles tiempo a sus amigos de conjurar hechizos, quienes rápidamente acaban con la primera oleada de enemigos con sus hechizos a distancia.

 

Astrid -¡Tempest!

 

Los truenos de Astrid surten efecto, y los esqueletos se desbaratan antes de caer al suelo. Cuando la segunda oleada de enemigos se acerca, Kindolf les hace frente con su hechizo de viento, que barre con sus enemigos debido a la gran fuerza de su hechizo de viento. -¡Exus-lay!

 

En poco tiempo, todos sus enemigos son reducidos a restos y escombros. –¡Eso fue fácil! –afirma Kindolf una vez pasa el peligro, sacudiéndose el polvo de las palmas con arrogancia.

 

Mientras avanzan por el inhóspito terreno en busca de una salida de la montaña, no dejan de ser acosados constantemente por oleada tras oleada de esqueletos, que no paran de atacarles sin piedad.

 

Conforme el tiempo avanza y las horas pasan, la cantidad de enemigos que les salen al encuentro crece exponencialmente, al grado que ni siquiera los tres juntos pueden hacer frente al sinnúmero de enemigos, obligándolos a terminar por escapar de los muertos vivientes.

 

Kindolf -¡Pronto! –alienta a sus amigas que van detrás de él a seguirlo a través de un precario puente de roca natural que cruza un precipicio- ¡Tenemos que seguir antes de que esos muertos nos atrapen!

 

Apenas logran cruzar el puente, a Dine se le ocurre una idea. –¡Kindolf, Astrid! ¡Debemos echar abajo este puente antes de que logren cruzar hacia este lado!

 

Los tres entonces se preparan para golpear la base de roca en conjunto, y en el momento en el que los esqueletos han cruzado ya la mitad del puente, los tres suman sus fuerzas para golpear la base del puente con todas sus fuerzas, haciendo que la roca colapse. Sus amigos caen al precipicio por docenas, dejando al resto de sus colegas no muertos sin posibilidad de alcanzarlos desde el otro lado del abismo.

 

Astrid –Estuvo cerca… -asegura ella, enjugándose el sudor frío de la frente.

 

Dine –Espero que finalmente nos dejen en paz.

 

Las chicas intentan continuar su viaje dando la espalda a Kindolf, quien se rezaga un poco para hacerles muescas burlonas a los esqueletos antes de partir con ellas. Es entonces que se escucha un estruendo a sus espaldas.

 

En el momento en el que una pared de rocas colapsa frente a ellos, aparecen detrás de ésta dos esqueletos gigantes ataviados con viejas armaduras de guerrero nórdico, cada uno portando un mazo gigante, los cuales alzan amenazadoramente hacia ellos lanzando aullidos ultraterrenales. Dine, Astrid y Kindolf se preparan para hacerles frente cuando detrás de los gigantes aparece otra horda de esqueletos de tamaño regular.

 

Kindolf -¡De dónde salen esas cosas! –exclama, exasperado.

 

Astrid –¡Esos dos son enormes! ¡Y ya no tenemos a dónde huir!

 

Al ver a sus colegas en una situación crítica, Dine toma aquella oportunidad para Asumir el liderazgo del grupo: –Vamos, ¡no se rindan! ¡Podremos con todos ellos si peleamos juntos!

 

Dicho esto, la dragona ataca directamente a uno de los esqueletos gigantes. El monstruo alza su martillo en el aire, listo para aplastarla, pero antes de que pueda hacerlo, ella le lanza un rugido de dragón directo al pecho, arrastrándolo junto con decenas de esqueletos más pequeños hasta desaparecer después de caer sobre un barranco.

 

Sus amigos observan la escena sin poder dar crédito a sus ojos, ni a la repentina valentía mostrada por su amiga, que normalmente no se involucra directamente en las batallas, siendo la primera vez que usa aquél ataque.

 

Kindolf –¡Vamos Astrid! –alienta entonces a su amiga vampira-. ¡No podemos dejarle toda la diversión a Dine! ¡Tenemos que trabajar juntos si queremos vencer a esta pila de huesudos!

 

Ella concuerda con él y con renovados ánimos, se une a su compañero escudero a la batalla. Mientras Kindolf se encarga de los esqueletos menores, Astrid enfrenta al segundo esqueleto gigante, que no duda en intentar aplastarla con su poderoso martillo, mismo que la chica vampiro evade con uns alto, logando solamente destruir el suelo debajo de ella.

 

Dine, por su parte, vuelve a la carga atacando al segundo esqueleto gigante con un luminat, pero éste se da cuenta de su táctica y se vuelve hacia ella antes de que pueda lanzárselo para atacarla con una ventisca helada que le arroja desde su boca, lo que la hace caer de espaldas contra el suelo.

 

Al mismo tiempo, Kindolf usa su recientemente adquirido hechizo Exus-lay para lanzar el búmeran de energía arrastrando o destruyendo a todo enemigo a su paso de un solo golpe. En el momento en el que el gigante intenta usar su ventisca helada contra Astrid, ella actúa rápidamente lanzándole un colmillo sangriento, que decapita a la criatura. El resto cuerpo del gigante termina por caer pesadamente.

 

Una vez han acabado con todos sus enemigos, los tres se agrupan para descansar y reponer sus fuerzas.

 

Astrid –Eso estuvo cerca… -comenta con alivio a sus compañeros.

 

Kindolf –Esas cosas gigantes debieron ser las que crearon la ventisca cuando estábamos en el aire.

 

Dine –Eso parece… Definitivamente hay una presencia maligna en estas montañas que no nos quiere aquí -concluye.

 

-Estás en lo cierto, niña… -dice repentinamente una voz masculina desconocida.

 

Los tres se levantan de un salto en espera de un nuevo ataque sorpresa.

 

Dine -¿Quién eres? ¡¡Muéstrate!! –exige la dragona a la voz desconocida.

 

-Soy el amo de estas tierras –responde con el mismo tono juguetón la voz incorpórea desconocida-. Pensé divertirme un rato con ustedes, pero creo que después de todo, no son rivales dignos de mí. Ni siquiera son capaces de entretener a mis pequeñas mascotas.

 

En ese instante, los esqueletos que habían vencido apenas unos momentos antes vuelven a reconstruirse, incluyendo a los gigantes, a los cuales pronto se les unen otros cinco.

 

Astrid –Los esqueletos, ¡se han regenerado completamente! –grita ella.

 

-Les deseo suerte… –se despide burlonamente de ellos la voz.

 

Sin darles tiempo de agruparse nuevamente, los esqueletos junto con aquellos gigantes, los atacan en un frenesí de venganza. Kindolf utiliza un flarion-shar en uno de los gigantes, pero resulta inefectivo contra el ser, el cual se protege del hechizo interponiendo el enorme escudo que lleva al frente para recibir el impacto de las llamas antes de contratacar con un una envestida que toma por sorpresa al escudero, quien termina aplastado entre el escudo y una pared de roca sólida, perdiendo al instante el conocimiento. Astrid intenta acudir en su ayuda, pero los esqueletos más pequeños la rodean velozmente antes de que pueda moverse. Ella intenta deshacerse de ellos con su hechizo eléctrico, pero sus enemigos logran someterla con facilidad debido a su gran número y a la rapidez con la que actúan.

 

Dine -¡Kindolf, Astrid! –grita con desesperación al ver a sus amigos en manos de los cadáveres reanimados.

 

Antes de que ella pueda hacer algo por ellos, uno de los gigantes la ataca con su mazo, y aunque logra esquivar el ataque, el golpe del martillo destruye la base de roca sobre la que se encontraba de pie, haciéndola caer al precipicio. Ella rápidamente intenta desplegar sus alas de dragón, pero ntes de que pueda alzar el vuelo, una gran roca cae sobre ella y la golpea, haciéndola perder el conocimiento mientras continúa su precipitado descenso por el vacío…

 

-o-

 

Después de una larga caminata recorriendo el misterioso túnel, Leiyus finalmente alcanza a ver la luz del día final del pasadizo. De pronto, se encuentra a sí mismo del otro lado de las montañas heladas. Desde allí, observa una tierra desolada, que le da la bienvenida a planicies inertes, sembradas de árboles muertos. Más adelante, puede aprecier lo que parecen ser las ruinas de una ciudad amurallada, y junto a la costa, un castillo en decadencia.

 

A pesar de que el aire está saturado con el olor a la muerte, el guerrero saca de su bolsillo el fragmento de perla dorada que lleva consigo y la hace colgar del hilo. El fragmento de la perla no tarda en moverse en dirección al castillo, al que el joven héroe se dirige sin más demora.


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