26 noviembre, 2023

Dragon Legacy, Vol.1: Capitulo 23

 


El ejército de dragones 


Laurel, conocido como el nuevo sabio de la ciudad de la magia, aceptó ayudar a Leiyus a sellar temporalmente sus poderes de dragón para evitar que se salieran de su control y a cambio, le prometió enseñarle a usar magia. Entre tanto, Bélidas le sigue la pista de cerca…

 

Un enorme dragón negro con forma de serpiente, sin patas traseras, y cuyos brazos forman dos enormes alas vuela a gran velocidad por los aires proyectando su inmensa sombra tras su paso. Sobre la colosal criatura viaja Bélidas, cuyo rostro refleja un profundo disgusto.

 

“Ya han pasado más de seis días…” –piensa el dragón negro para sí sin quitar la mirada de la perla dorada que pende de su cuello-. “Y a pesar de eso, todavía no he sido capaz de encontrar a la resurrección de Dyamat… Tal parece que alguien o algo interfiere con el vínculo que une a la perla con ese bastardo…”.

 

De repente, Bélidas capta algo con la vista similar a un destello fugaz en el horizonte. Aquello le devuelve la sonrisa. –¡Te encontré! –exclama, antes de ordenar al dragón que monta cambiar rumbo y dirigirse en aquella dirección a velocidades supersónicas.

 

-o-

 

Leiyus y Kindolf se encuentran lado a lado, entrenando en el coliseo. A su alrededor, hay un centenar de bestias del ártico que se dirigen hacia ellos con las garras y los colmillos puestos en ellos. Ambos se preparan para lo inevitable cuando las criaturas se lanzan en conjunto hacia ellos. El primero de los escuderos en hacer su movimiento es Leiyus, quien ataca a sus enemigos creando y arrojando bolas de fuego incandescentes, mismas que estallan al contacto con las criaturas, vaporizando a sus enemigos instantáneamente.

 

A su vez, Kindolf usa un hechizo diferente para hacer levitar rocas del suelo, mismas que arroja con fuerza contra a los osos de hielo haciéndolos mil pedazos. –¡Gii-vanat!

 

En cuestión de segundos la horda de enemigos que se dirigía hacia ellos es eliminada por el par de escuderos en tan sólo unos segundos. Es entonces cuando la lección termina y Laurel se acerca para felicitarlos, pero en su camino hacia ellos, el joven accidentalmente tropieza con sus ropas, provocando que casi se caiga de frente. El incidente provoca la risa involuntaria de Kindolf, quien calla de inmediato apenas siente el peso de la mirada de disgusto que el sabio le dirige.

 

Laurel –Ustedes dos han progresado mucho en muy pocos días, pero me temo que su nivel aún es insuficiente para enfrentar a un dragón negro en condiciones iguales, así que vamos a llevar esto al segundo nivel. Leiyus, acompáñame por favor…

 

-Un momento, ¿y qué hay de mí? -Pregunta Kindolf al ver que le dan la espalda mientras ambos se alejan de él.

 

Laurel gira la cabeza apenas un instante para responderle: –Tú puedes seguir practicando en esta sala si quieres.

 

Apenas ellos abandonan la arena, el joven sabio vuelve a colocar la barrera mágica, dejando a Kindolf encerrado momentos antes de que una nueva oleada de enemigos del ártico aparezca, debiendo enfrentarlos solo ésta vez.

 

–Esto no es justo. ¡Son demasiadas! –lloriquea él con las criaturas ya detrás suyo mientras corre en círculos alrededor de la arena.

 

Cerca de allí, sentada en las gradas, Astrid conversa animadamente con su hermano Sanhgine, quien tiene la vista al frente que escucha el monólogo de su hermana acerca de trivialidades que ella le cuenta sobre sus aventuras con sus amigos, pero en el momento en el que el vampiro ve a Leiyus alejarse con Laurel,  mira por un breve instante a su hermana, que para entonces ha dejado de hablar y lo mira extrañada.

Sin decir nada, Sanhgine le acaricia la cabeza suavemente con la mano antes de levantarse y marcharse en silencio, dejándola sola. Una vez su hermano se ha marchado, la chica vampiro busca la compañía de Dine, que también se encuentra sentada no muy lejos de allí para hacerle compañía. En el fondo de la arena, todavía se puede ver a Kindolf ser perseguido por las criaturas corriendo en círculos.

 

Astrid. -¿Qué sucede, Dine? –pregunta con tiento y dulzura al ver su expresión de melancolía.

 

La repentina voz de su amiga parece sacarla del trance en el que se encontraba la dragona -¿Eh…? –solo atina a responderle Dine

 

Astrid –Te ves un poco preocupada –continúa ella-. ¿Qué te sucede, Dine?

 

Dine reacciona a su pregunta contrayendo sus piernas para poder rodearlas con sus brazos. –…se suponía que yo sería quien debería asistir a Leiyus en situaciones como esta, pero desde que llegamos aquí y Laurel le enseña magia, me he sentido una inútil... A pesar de su apariencia, Laurel es un excelente tutor. Ha sido capaz de hacerle aprender a usar hechizos en tan sólo dos días. Conmigo, Leiyus tardó más de una semana a aprender a usar su ojo de dragón.

 

Astrid –Estás siendo muy dura contigo misma –le asegura ella.

 

Dine –Ni siquiera sabía lo que le estaba pasando a Leiyus –continúa, ignorando su comentario optimista.

 

Astrid entonces la toma de las manos, y mira firmemente a los ojos de su amiga dragona.  –Escucha, Done, nosotros te debemos muchas cosas. No sólo has logrado que Leiyus se vuelva más fuerte y siga con vida. Gracias a ti, él ahora tiene el poder de dos de las perlas doradas de dragón.

 

Dine –Sí, eso supongo… –responde con desgano

 

Astrid –Yo creo que Leiyus estaría de acuerdo conmigo si te digo que siempre asumes el papel de guía para el grupo cuando estamos en problemas… Oye, ¡tengo una idea…! ¿Por qué nosotras no practicamos con magia también para aprender técnicas y hechizos nuevos?

 

Dine permanece cabizbaja pese a las buenas intenciones de su amiga. –Perdona Astrid, pero a mí nunca me ha gustado recurrir a la violencia física. Desde que tengo memoria, jamás he usado mis poderes para luchar, hasta ahora...

 

Astrid –No sientas vergüenza por tener miedo. ¡Mira a Kindolf! ¡La mitad del tiempo se la pasa aterrado!

 

Dine –No es eso… No me malentiendas, no es que tenga miedo, es sólo que la sola idea de causar daño a otros seres más me parece insoportable, incluso si mi vida estuviese en peligro… Esa es una de las razones por las cuales se designó a Doma y no a mí para que velara por el bienestar de Leiyus. Recuerdo que cuando él y Kindolf vinieron a buscarme para que tomara el lugar de Doma, yo me aterroricé de sólo pensarlo.

 

Astrid –Apuesto a que sí –dice entre risas-. Pero, ¿sabes? Sigo pensando que cada uno de nosotros aporta algo único e invaluable a nuestro equipo, por más pequeño o grande que sea. Creo que deberías buscar la manera de ayudar a Leiyus, incluso si no se trata de pelear con él a su lado en batalla.

 

Las palabras de Astrid parecen surtir efecto en Dine, quien le sonríe a cambio mientras continúan conversando. Los gritos de Kindolf pueden escucharse en el fondo al ser todavía es perseguido por los monstruos de hielo. -¡Que alguien me ayude! –se le escucha gritar.

 

Entre tanto, Sanhgine aprovecha para escabullirse y deambular por el palacio evitando a los guardias y sin la vigilancia de Laurel. Es así como logra llegar al nexo, en donde camina sobre el transportador que lo lleva a la biblioteca. Una vez allí, el vampiro se pone a buscar entre los libros hasta que encuentra un rollo antiguo, el cual mira fugazmente para rápidamente esconderlo entre sus ropas y salir de allí a toda prisa.

 

En su camino de regreso al coliseo, se topa con dos magos que caminan en dirección opuesta, por lo que antes de ser visto por ellos, el vampiro se esconde velozmente detrás de una columna antes de que la pareja pase a su lado. Una vez los magos se han marchado, Sanhgine continúa su camino…

 

En otra parte del palacio, Leiyus sigue de cerca a Laurel y a su asistente hasta llegar a espaldas del palacio, donde se encuentra un cementerio.

 

Repentinamente, Laurel se detiene frente a él. –El día de hoy voy a enseñarte a usar luminat con la fuerza de la luz. Toma en cuenta que este hechizo en particular, sólo afecta a criaturas que procedan de la oscuridad o estén influenciados de alguna manera por ella, por lo que no afectará en lo absoluto a otro tipo de enemigos, como lo son los monstruos normales, y tampoco sirve para destruir objetos. Observa muy bien cómo lo hago yo…

 

Acto seguido, Laurel extiende sus manos hacia arriba y luego a los lados formando un círculo para después, terminar juntando ambas palmas de las cuales surge una luz muy intensa. -¡Luminat!

 

La chispa de luz  generada por el sabio atraviesa a gran velocidad el cementerio hasta chocar con una lápida, en donde termina por disolverse sin causar daño.

 

–¡Fácil! ¿Lo ves? –asegura laurel, volviéndose hacia es escudero-. ¡Es muy sencillo!. El truco para que este hechizo funcione es mantener tu mente fuera de toda distracción, especialmente de pensamientos y emociones negativas.

 

Leiyus -¿Pensamientos y emociones negativas, dices?

 

Laurel –Así es. Si quieres que la voluntad de los dioses te ayude, deberás despejar tu mente de cualquier sentimiento o emoción negativa, de lo contrario no funcionará. ¡Ahora inténtalo!

 

Leiyus se prepara imitando los mismos movimientos que Laurel ejecutó para realizar el hechizo, luego procede a limpiar su mente de cualquier distracción. Entre sus dedos comienza a sentir una energía que crece poco a poco, y cuando se siente listo, lanza el hechizo hacia una lápida en la que termina estrellándose, formando un estallido de luz similar al del joven sabio.

 

Laurel –¡Veo que has aprendido muy rápido la mecánica del hechizo! –lo felicita-. Tivas… -procede entonces, llamando a su ayudante

 

De inmediato, el ayudante activa un mecanismo secreto que abre una de las criptas, misma que esconde en interior unas escaleras de piedra que bajan a lo profundo de la tierra, por la cual los tres comienzan el descenso.  

 

Una vez bajan por completo dichas escaleras, ellos caminan por un oscuro pasadizo hasta llegar a una habitación grande, en cuyo centro aparece un gran círculo con runas a su alrededor. En medio del círculo, se puede apreciar una cruz metálica clavada sobre una grieta. –Esto no me da buena espina… -dice Leiyus para sí mismo y en voz baja, aunque lo suficientemente fuerte como para que Laurel escuche su queja.

 

Laurel –Descuida Leiyus. ¡No tienes nada que temer! El día de hoy sólo tendrás que realizar una prueba…

 

Leiyus –Muy bien, ¿y qué es lo que tengo qué hacer?

 

Laurel –Verás, éste sitio fue construido hace mucho tiempo como un foso común para los guerreros caídos de un pueblo antiguo que precede esta ciudad. En este lugar habitan espíritus que vagan sin descanso desde aquella época. Debido a su gran número y a la energía negativa circundante, sería imposible purificar esta zona con un solo hechizo, por lo que tu prueba consistirá en purificar a cada uno de los espectros individualmente con luminat.

 

Leiyus -¡¿Bromeas?! –repone con incredulidad-. ¡Pero si apenas acabas de enseñármelo! ¡Cómo esperas que mantenga la calma si soy atacado por una ola interminable de espectos!

 

Ignorando sus quejas  Laurel llama nuevamente a su asistente: -¡Tivas, ahora!

 

El anciano entonces retira la cruz de la tierra, lo que provoca que se sienta un leve movimiento sísmico en el lugar. Casi de inmediato, de la grieta en donde se encontraba la cruz enterrada comienza a surgir una luz verdosa desde el interior de la tierra antes de que un flujo interminable de espíritus escapen de ella.

 

Laurel –Si logras matar por lo menos a ciento ocho de estos espectros, daremos por terminada la lección de hoy –le asegura el sabio antes de retirarse de su lado.

 

Sin perder tiempo, Leiyus comienza a realizar el hechizo recién aprendido, consiguiendo con éxito purificar al primero de muchos espíritus, pero debido a la enorme abundancia de ellos y a su incesante acoso, el escudero pronto se ve obligado a esquivar a los enemigos impidiéndole concentrarse lo suficiente como para atacar, lo que lo pone en una situación difícil…

 

Las horas pasan y el día da lugar a la noche sin que Leiyus tenga un momento de descanso en su entrenamiento… Para el final de la jornada, él y sus amigos se reúnen para cenar en la misma mesa que el joven Laurel y su ayudante Tavat tomarán sus alimentos.

 

Sanhgine, distante como siempre, se mantiene al margen a una prudente distancia de ellos a la vez que permanece de pie mirando a través de una ventana cercana, sumido en sus propios pensamientos. El resto se dedica a conversar animadamente entre ellos hasta que una de las doncellas del palacio les ofrece una charola llena con frutas a cada uno como postre. Cuando toca el turno de Dine, ella toma uno de los frutos sin fijarse, pero al estar a punto de darle la primera mordida, se percata que lo que tiene en la mano es una manzana. Aquello le causa un gran susto que la paraliza y causa que suelte la manzana, la cual cae de sus manos hasta su plato.

 

Astrid -¿Qué te sucede? –la cuestiona confundida apenas ve la reacción de Dine por algo tan aparentemente trivial.

 

Al darse cuenta de lo ocurrido, Kindolf, que estaba al lado de ella, se apresura a responderle: –¡Descuida Astrid, ella estará bien! Lo que sucede es que las manzanas son tóxicas para los dragones. Una vez, antes de que te conociéramos, capturaron a Dine haciéndola comer un poco de tarta de manzana. Desde entonces se aterroriza cada vez que ve una –asegura muy sonriente.

 

Dine –¡No es que me aterrorice! –implica molesta-. ¡Lo que sucede es que esas cosas me provocan un dolor de cabeza muy fuerte y una somnolencia insoportable!

 

Kindolf –Bueno, si no la quieres, la guardaré para después –asegura, para momentos después tomarla y echársela dentro la camisa que lleva puesta.

 

Repentinamente se escucha un golpe seco en la mesa que hace que todos se vuelvan a ver a Leiyus, quien ha caído dormido sobre la mesa, todavía con una manzana sobre su boca.

 

Sanhgine –Tonto… -comenta el vampiro-. No se dio cuenta que entre más perlas de dragón absorba, más dragón se convertirá.

 

Laurel -¿Va a estar bien? –inquiere después de un corto silencio general.

 

Dine –¡Claro, que sí! El efecto de una sola mordida se le pasará en un par de horas…

 

Esa noche, cuando la luna está en lo más alto del cielo y todos duermen plácidamente, por el palacio se escucha un poderoso rugido en la lejanía levanta de sus sueños a Leiyus y a Kindolf, quienes comparten habitación. –¿Qué fue eso? –pregunta Leiyus a su adormilado compañero apenas se levanta.

 

En vez de sobresaltarse, Kindolf se acomoda entre las sábanas para continuar su sueño. –No debe ser nada. Mañana lo averiguarás –le asegura soltando un bostezo y cerrando los ojos para volver a dormir.

 

Instantes después, se escucha un fuerte estruendo cercano, causando que el palacio entero se estremezca. Esta vez, Kindolf salta de la cama exaltado tras la sacudida -¡¡Qué rayos está pasando!!

 

Teniendo un mal presentimiento, Leiyus corre hacia la ventana más próxima para asomarse por ella, siendo incapaz de distinguir nada fuera de lo común a través del velo de la noche. A pesar de ello, los dos escuderos se visten rápidamente y salen a la calle para investigar el asunto. Una vez están fuera del palacio, se encuentran con aprendices de magos y habitantes que corren por las calles en dirección a sus puestos de batalla.

 

Leiyus -¿Qué sucede? ¿Por qué están todos tan asustados? –le pregunta a uno de ellos.

 

De pronto una enorme sombra pasa sobre ellos, cubriendo momentáneamente la luna sobre sus cabezas. Al mirar hacia arriba, los dos alcanzan a distinguir a por lo menos tres dragones negros sobrevolando la ciudad a gran velocidad.

 

Kindolf -¡¡Ss-son dragones negros!! –tartamudea lleno pánico y con el rostro pálido.

 

Leiyus –Tenemos que avisar a Laurel. ¡Al palacio!

 

Tras volver a las puertas del palacio, el par se encuentra con Laurel y al resto de sus amigos.

 

Astrid –¡Allí está Leiyus! –exclama apenas verlos regresar de las calles de la ciudad.

 

Leiyus –Laurel, ¿qué sucede?

 

El niño sabio permanece al lado de su ayudante Tivas con el semblante serio y sin apartar 0los ojos del cielo, mirando a los dragones que sobrevuelan la ciudad y aumentan en número rápidamente.

 

Debido a su silencio, Dine se apresura a tomar la palabra. –Esto debe ser obra de Bélidas. ¡Debió localizar el rastro de Leiyus a través de la perla dorada en su poder!

 

Astrid -¿Quieres decir que es nuestra culpa que esos dragones estén aquí?

 

Laurel –Tivas –los interrumpe para comandar a su ayudante-, quiero que des aviso a la patrulla de hechiceros y a los centinelas. Diles que se preparen para la batalla… Que el resto ponga a los civiles a salvo dentro del palacio.

 

El anciano acata sus órdenes y de inmediato se aleja flotando en el aire rumbo a la ciudad.

 

Ante aquella situación, Leiyus intenta disculparse con el joven sabio –Laurel, lamento tanto lo que está sucediendo. ¡Todo es culpa nuestra…!

 

Laurel –Ya es muy tarde para disculpas, Leiyus lo menos que pueden hacer es ayudarnos a combatir a esos dragones. La ciudad está protegida por ocho cristales en el interior de las torres que se encuentran alrededor de la muralla. Resistirá por un tiempo, pero una vez que ceda, estaremos a merced de ellos.

 

Dine -¿Qué podemos hacer nosotros?

 

Laurel –Ustedes chicas, ayuden a las personas en problemas y diríjanlas al castillo. Leiyus, Kindolf y yo formaremos la primera línea de defensa junto con la armada de la ciudad.

 

En eso, Kindolf busca con la mirada a Sanhgine por todas partes sin poder encontrar al vampiro. –Un momento… ¿En dónde está Sanhgine?

 

Leiyus –¡No tenemos tiempo para buscarlo! ¡Tenemos que prepararnos mientras tengamos tiempo!

 

En el exterior, sobrevolando la ciudad y a gran altura se encuentra Bélidas en persona, que monta a su enorme dragón con una  sonrisa de satisfacción en el rostro antes de dar la orden a sus dragones de atacar la barrera que protege la cuidad. Los dragones obedecen en el acto, lanzándose en picada y con las garras por delante hacia la barrera. Otros dragones se mantienen en formación, atacando la barrera con su aliento de fuego. En poco tiempo, la barrera comienza a ceder poco a poco formando fisuras en su estructura, que se debilita rápidamente con cada ataque.

 

Entre tanto, Leiyus, Kindolf y Laurel se coordinan con la fuerza armada de la ciudad preparándose para el momento en el que la barrera sea destruida por los dragones a la vez que los hechiceros soldados se arman con lanzas mágicas de punta de cristal y escudos decorados con patrones dorados que llevan el emblema de la ciudad de Leria.

 

“La última vez tuve que escapar como un cobarde…” –piensa Leiyus para sus adentros, reviviendo el incidente sucedido en el reino Leivan-. “…pero esta vez no escaparé. ¡No permitiré que esta ciudad sufra lo que el reino Leivan tuvo que sufrir por mi culpa!” –se promete para sí en antelación a la batalla.

 

De un momento a otro, los dragones finalmente logran romper una parte de la barrera, entrando a la ciudad por la fisura creada. Los invasores de inmediato se centran en dañar los cristales que proveen de energía al resto de la barrera con sus llamaradas hasta destruirlos. En el momento en el que la barrera desaparece por completo, el resto de los dragones entra en la ciudad, sembrando el caos y comenzando a destruirlo todo.

 

Los soldados y hechiceros de inmediato les hacen frente a dragones negros, a quienes intentan mantener lejos de los indefensos civiles que en esos momentos son evacuados al interior del palacio. Leiyus y Kindolf hacen su parte junto con Laurel luchando con todas sus fuerzas contra los invasores.

 

Repentinamente, en medio de la confusión, Laurel se ve a sí mismo obligado a enfrentarse a una veintena de dragones él solo, encargándose de ellos tras conjurar un hechizo con ayuda de su bastón mágico. -¡Aqua-prist!

 

Cristales de hielo crecen a gran velocidad sobre la tierra hasta llegar a los dragones, congelándolos en el acto. Para cuando Leiyus y Kindolf acuden en su ayuda, los escuderos quedan sorprendidos de encontrarse una veintena de estatuas de hielo de dragón.

 

Kindolf –¡Ese niño de verdad es un experto en magia!

 

De pronto, un enorme dragón negro con forma de serpiente desciende y se planta frente a ellos. De su lomo baja Bélidas con un salto, cuyos ojos se clavan al instante en Leiyus. –Así que… nos volvemos a encontrar, Dyamat...


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