El ejército de dragones
Laurel, conocido como el
nuevo sabio de la ciudad de la magia, aceptó ayudar a Leiyus a sellar
temporalmente sus poderes de dragón para evitar que se salieran de su control y
a cambio, le prometió enseñarle a usar magia. Entre tanto, Bélidas le sigue la
pista de cerca…
Un enorme dragón negro con
forma de serpiente, sin patas traseras, y cuyos brazos forman dos enormes alas vuela
a gran velocidad por los aires proyectando su inmensa sombra tras su paso.
Sobre la colosal criatura viaja Bélidas, cuyo rostro refleja un profundo
disgusto.
“Ya han pasado más de seis días…” –piensa el dragón negro para sí sin quitar la mirada
de la perla dorada que pende de su cuello-. “Y
a pesar de eso, todavía no he sido capaz de encontrar a la resurrección de Dyamat…
Tal parece que alguien o algo interfiere con el vínculo que une a la perla con
ese bastardo…”.
De repente, Bélidas capta algo
con la vista similar a un destello fugaz en el horizonte. Aquello le devuelve
la sonrisa. –¡Te encontré! –exclama, antes de ordenar al dragón que monta
cambiar rumbo y dirigirse en aquella dirección a velocidades supersónicas.
-o-
Leiyus y Kindolf se encuentran
lado a lado, entrenando en el coliseo. A su alrededor, hay un centenar de
bestias del ártico que se dirigen hacia ellos con las garras y los colmillos
puestos en ellos. Ambos se preparan para lo inevitable cuando las criaturas se
lanzan en conjunto hacia ellos. El primero de los escuderos en hacer su
movimiento es Leiyus, quien ataca a sus enemigos creando y arrojando bolas de
fuego incandescentes, mismas que estallan al contacto con las criaturas,
vaporizando a sus enemigos instantáneamente.
A su vez, Kindolf usa un
hechizo diferente para hacer levitar rocas del suelo, mismas que arroja con
fuerza contra a los osos de hielo haciéndolos mil pedazos. –¡Gii-vanat!
En cuestión de segundos la
horda de enemigos que se dirigía hacia ellos es eliminada por el par de
escuderos en tan sólo unos segundos. Es entonces cuando la lección termina y Laurel
se acerca para felicitarlos, pero en su camino hacia ellos, el joven
accidentalmente tropieza con sus ropas, provocando que casi se caiga de frente.
El incidente provoca la risa involuntaria de Kindolf, quien calla de inmediato
apenas siente el peso de la mirada de disgusto que el sabio le dirige.
Laurel –Ustedes dos han
progresado mucho en muy pocos días, pero me temo que su nivel aún es
insuficiente para enfrentar a un dragón negro en condiciones iguales, así que
vamos a llevar esto al segundo nivel. Leiyus, acompáñame por favor…
-Un momento, ¿y qué hay de mí?
-Pregunta Kindolf al ver que le dan la espalda mientras ambos se alejan de él.
Laurel gira la cabeza apenas
un instante para responderle: –Tú puedes seguir practicando en esta sala si
quieres.
Apenas ellos abandonan la
arena, el joven sabio vuelve a colocar la barrera mágica, dejando a Kindolf
encerrado momentos antes de que una nueva oleada de enemigos del ártico
aparezca, debiendo enfrentarlos solo ésta vez.
–Esto no es justo. ¡Son demasiadas!
–lloriquea él con las criaturas ya detrás suyo mientras corre en círculos
alrededor de la arena.
Cerca de allí, sentada en las
gradas, Astrid conversa animadamente con su hermano Sanhgine, quien tiene la
vista al frente que escucha el monólogo de su hermana acerca de trivialidades
que ella le cuenta sobre sus aventuras con sus amigos, pero en el momento en el
que el vampiro ve a Leiyus alejarse con Laurel, mira por un breve instante a su hermana, que
para entonces ha dejado de hablar y lo mira extrañada.
Sin decir nada, Sanhgine le
acaricia la cabeza suavemente con la mano antes de levantarse y marcharse en
silencio, dejándola sola. Una vez su hermano se ha marchado, la chica vampiro
busca la compañía de Dine, que también se encuentra sentada no muy lejos de
allí para hacerle compañía. En el fondo de la arena, todavía se puede ver a
Kindolf ser perseguido por las criaturas corriendo en círculos.
Astrid. -¿Qué sucede, Dine? –pregunta
con tiento y dulzura al ver su expresión de melancolía.
La repentina voz de su amiga
parece sacarla del trance en el que se encontraba la dragona -¿Eh…? –solo atina
a responderle Dine
Astrid –Te ves un poco
preocupada –continúa ella-. ¿Qué te sucede, Dine?
Dine reacciona a su pregunta contrayendo
sus piernas para poder rodearlas con sus brazos. –…se suponía que yo sería
quien debería asistir a Leiyus en situaciones como esta, pero desde que
llegamos aquí y Laurel le enseña magia, me he sentido una inútil... A pesar de
su apariencia, Laurel es un excelente tutor. Ha sido capaz de hacerle aprender
a usar hechizos en tan sólo dos días. Conmigo, Leiyus tardó más de una semana a
aprender a usar su ojo de dragón.
Astrid –Estás siendo muy dura
contigo misma –le asegura ella.
Dine –Ni siquiera sabía lo que
le estaba pasando a Leiyus –continúa, ignorando su comentario optimista.
Astrid entonces la toma de las
manos, y mira firmemente a los ojos de su amiga dragona. –Escucha, Done, nosotros te debemos muchas
cosas. No sólo has logrado que Leiyus se vuelva más fuerte y siga con vida.
Gracias a ti, él ahora tiene el poder de dos de las perlas doradas de dragón.
Dine –Sí, eso supongo…
–responde con desgano
Astrid –Yo creo que Leiyus estaría
de acuerdo conmigo si te digo que siempre asumes el papel de guía para el grupo
cuando estamos en problemas… Oye, ¡tengo una idea…! ¿Por qué nosotras no
practicamos con magia también para aprender técnicas y hechizos nuevos?
Dine permanece cabizbaja pese
a las buenas intenciones de su amiga. –Perdona Astrid, pero a mí nunca me ha
gustado recurrir a la violencia física. Desde que tengo memoria, jamás he usado
mis poderes para luchar, hasta ahora...
Astrid –No sientas vergüenza
por tener miedo. ¡Mira a Kindolf! ¡La mitad del tiempo se la pasa aterrado!
Dine –No es eso… No me
malentiendas, no es que tenga miedo, es sólo que la sola idea de causar daño a
otros seres más me parece insoportable, incluso si mi vida estuviese en peligro…
Esa es una de las razones por las cuales se designó a Doma y no a mí para que
velara por el bienestar de Leiyus. Recuerdo que cuando él y Kindolf vinieron a
buscarme para que tomara el lugar de Doma, yo me aterroricé de sólo pensarlo.
Astrid –Apuesto a que sí –dice
entre risas-. Pero, ¿sabes? Sigo pensando que cada uno de nosotros aporta algo
único e invaluable a nuestro equipo, por más pequeño o grande que sea. Creo que
deberías buscar la manera de ayudar a Leiyus, incluso si no se trata de pelear
con él a su lado en batalla.
Las palabras de Astrid parecen
surtir efecto en Dine, quien le sonríe a cambio mientras continúan conversando.
Los gritos de Kindolf pueden escucharse en el fondo al ser todavía es
perseguido por los monstruos de hielo. -¡Que alguien me ayude! –se le escucha
gritar.
Entre tanto, Sanhgine aprovecha
para escabullirse y deambular por el palacio evitando a los guardias y sin la
vigilancia de Laurel. Es así como logra llegar al nexo, en donde camina sobre
el transportador que lo lleva a la biblioteca. Una vez allí, el vampiro se pone
a buscar entre los libros hasta que encuentra un rollo antiguo, el cual mira
fugazmente para rápidamente esconderlo entre sus ropas y salir de allí a toda
prisa.
En su camino de regreso al
coliseo, se topa con dos magos que caminan en dirección opuesta, por lo que
antes de ser visto por ellos, el vampiro se esconde velozmente detrás de una
columna antes de que la pareja pase a su lado. Una vez los magos se han
marchado, Sanhgine continúa su camino…
En otra parte del palacio,
Leiyus sigue de cerca a Laurel y a su asistente hasta llegar a espaldas del
palacio, donde se encuentra un cementerio.
Repentinamente, Laurel se detiene
frente a él. –El día de hoy voy a enseñarte a usar luminat con la fuerza de la luz. Toma en cuenta que este hechizo en
particular, sólo afecta a criaturas que procedan de la oscuridad o estén influenciados
de alguna manera por ella, por lo que no afectará en lo absoluto a otro tipo de
enemigos, como lo son los monstruos normales, y tampoco sirve para destruir
objetos. Observa muy bien cómo lo hago yo…
Acto seguido, Laurel extiende
sus manos hacia arriba y luego a los lados formando un círculo para después,
terminar juntando ambas palmas de las cuales surge una luz muy intensa. -¡Luminat!
La chispa de luz generada por el sabio atraviesa a gran
velocidad el cementerio hasta chocar con una lápida, en donde termina por
disolverse sin causar daño.
–¡Fácil! ¿Lo ves? –asegura
laurel, volviéndose hacia es escudero-. ¡Es muy sencillo!. El truco para que
este hechizo funcione es mantener tu mente fuera de toda distracción,
especialmente de pensamientos y emociones negativas.
Leiyus -¿Pensamientos y
emociones negativas, dices?
Laurel –Así es. Si quieres que
la voluntad de los dioses te ayude, deberás despejar tu mente de cualquier
sentimiento o emoción negativa, de lo contrario no funcionará. ¡Ahora inténtalo!
Leiyus se prepara imitando los
mismos movimientos que Laurel ejecutó para realizar el hechizo, luego procede a
limpiar su mente de cualquier distracción. Entre sus dedos comienza a sentir una
energía que crece poco a poco, y cuando se siente listo, lanza el hechizo hacia
una lápida en la que termina estrellándose, formando un estallido de luz
similar al del joven sabio.
Laurel –¡Veo que has aprendido
muy rápido la mecánica del hechizo! –lo felicita-. Tivas… -procede entonces, llamando
a su ayudante
De inmediato, el ayudante
activa un mecanismo secreto que abre una de las criptas, misma que esconde en
interior unas escaleras de piedra que bajan a lo profundo de la tierra, por la
cual los tres comienzan el descenso.
Una vez bajan por completo dichas
escaleras, ellos caminan por un oscuro pasadizo hasta llegar a una habitación
grande, en cuyo centro aparece un gran círculo con runas a su alrededor. En
medio del círculo, se puede apreciar una cruz metálica clavada sobre una grieta.
–Esto no me da buena espina… -dice Leiyus para sí mismo y en voz baja, aunque
lo suficientemente fuerte como para que Laurel escuche su queja.
Laurel –Descuida Leiyus. ¡No
tienes nada que temer! El día de hoy sólo tendrás que realizar una prueba…
Leiyus –Muy bien, ¿y qué es lo
que tengo qué hacer?
Laurel –Verás, éste sitio fue
construido hace mucho tiempo como un foso común para los guerreros caídos de un
pueblo antiguo que precede esta ciudad. En este lugar habitan espíritus que
vagan sin descanso desde aquella época. Debido a su gran número y a la energía
negativa circundante, sería imposible purificar esta zona con un solo hechizo,
por lo que tu prueba consistirá en purificar a cada uno de los espectros
individualmente con luminat.
Leiyus -¡¿Bromeas?! –repone con
incredulidad-. ¡Pero si apenas acabas de enseñármelo! ¡Cómo esperas que
mantenga la calma si soy atacado por una ola interminable de espectos!
Ignorando sus quejas Laurel llama nuevamente a su asistente: -¡Tivas,
ahora!
El anciano entonces retira la
cruz de la tierra, lo que provoca que se sienta un leve movimiento sísmico en
el lugar. Casi de inmediato, de la grieta en donde se encontraba la cruz
enterrada comienza a surgir una luz verdosa desde el interior de la tierra
antes de que un flujo interminable de espíritus escapen de ella.
Laurel –Si logras matar por lo
menos a ciento ocho de estos espectros, daremos por terminada la lección de hoy
–le asegura el sabio antes de retirarse de su lado.
Sin perder tiempo, Leiyus
comienza a realizar el hechizo recién aprendido, consiguiendo con éxito
purificar al primero de muchos espíritus, pero debido a la enorme abundancia de
ellos y a su incesante acoso, el escudero pronto se ve obligado a esquivar a
los enemigos impidiéndole concentrarse lo suficiente como para atacar, lo que
lo pone en una situación difícil…
Las horas pasan y el día da
lugar a la noche sin que Leiyus tenga un momento de descanso en su
entrenamiento… Para el final de la jornada, él y sus amigos se reúnen para
cenar en la misma mesa que el joven Laurel y su ayudante Tavat tomarán sus
alimentos.
Sanhgine, distante como
siempre, se mantiene al margen a una prudente distancia de ellos a la vez que
permanece de pie mirando a través de una ventana cercana, sumido en sus propios
pensamientos. El resto se dedica a conversar animadamente entre ellos hasta que
una de las doncellas del palacio les ofrece una charola llena con frutas a cada
uno como postre. Cuando toca el turno de Dine, ella toma uno de los frutos sin
fijarse, pero al estar a punto de darle la primera mordida, se percata que lo
que tiene en la mano es una manzana. Aquello le causa un gran susto que la
paraliza y causa que suelte la manzana, la cual cae de sus manos hasta su
plato.
Astrid -¿Qué te sucede? –la
cuestiona confundida apenas ve la reacción de Dine por algo tan aparentemente
trivial.
Al darse cuenta de lo
ocurrido, Kindolf, que estaba al lado de ella, se apresura a responderle: –¡Descuida
Astrid, ella estará bien! Lo que sucede es que las manzanas son tóxicas para
los dragones. Una vez, antes de que te conociéramos, capturaron a Dine
haciéndola comer un poco de tarta de manzana. Desde entonces se aterroriza cada
vez que ve una –asegura muy sonriente.
Dine –¡No es que me aterrorice!
–implica molesta-. ¡Lo que sucede es que esas cosas me provocan un dolor de
cabeza muy fuerte y una somnolencia insoportable!
Kindolf –Bueno, si no la
quieres, la guardaré para después –asegura, para momentos después tomarla y
echársela dentro la camisa que lleva puesta.
Repentinamente se escucha un
golpe seco en la mesa que hace que todos se vuelvan a ver a Leiyus, quien ha
caído dormido sobre la mesa, todavía con una manzana sobre su boca.
Sanhgine –Tonto… -comenta el
vampiro-. No se dio cuenta que entre más perlas de dragón absorba, más dragón
se convertirá.
Laurel -¿Va a estar bien? –inquiere
después de un corto silencio general.
Dine –¡Claro, que sí! El
efecto de una sola mordida se le pasará en un par de horas…
Esa noche, cuando la luna está
en lo más alto del cielo y todos duermen plácidamente, por el palacio se
escucha un poderoso rugido en la lejanía levanta de sus sueños a Leiyus y a
Kindolf, quienes comparten habitación. –¿Qué fue eso? –pregunta Leiyus a su
adormilado compañero apenas se levanta.
En vez de sobresaltarse,
Kindolf se acomoda entre las sábanas para continuar su sueño. –No debe ser nada.
Mañana lo averiguarás –le asegura soltando un bostezo y cerrando los ojos para
volver a dormir.
Instantes después, se escucha
un fuerte estruendo cercano, causando que el palacio entero se estremezca. Esta
vez, Kindolf salta de la cama exaltado tras la sacudida -¡¡Qué rayos está pasando!!
Teniendo un mal presentimiento,
Leiyus corre hacia la ventana más próxima para asomarse por ella, siendo
incapaz de distinguir nada fuera de lo común a través del velo de la noche. A
pesar de ello, los dos escuderos se visten rápidamente y salen a la calle para
investigar el asunto. Una vez están fuera del palacio, se encuentran con
aprendices de magos y habitantes que corren por las calles en dirección a sus
puestos de batalla.
Leiyus -¿Qué sucede? ¿Por qué
están todos tan asustados? –le pregunta a uno de ellos.
De pronto una enorme sombra
pasa sobre ellos, cubriendo momentáneamente la luna sobre sus cabezas. Al mirar
hacia arriba, los dos alcanzan a distinguir a por lo menos tres dragones negros
sobrevolando la ciudad a gran velocidad.
Kindolf -¡¡Ss-son dragones
negros!! –tartamudea lleno pánico y con el rostro pálido.
Leiyus –Tenemos que avisar a
Laurel. ¡Al palacio!
Tras volver a las puertas del
palacio, el par se encuentra con Laurel y al resto de sus amigos.
Astrid –¡Allí está Leiyus! –exclama
apenas verlos regresar de las calles de la ciudad.
Leiyus –Laurel, ¿qué sucede?
El niño sabio permanece al
lado de su ayudante Tivas con el semblante serio y sin apartar 0los ojos del
cielo, mirando a los dragones que sobrevuelan la ciudad y aumentan en número
rápidamente.
Debido a su silencio, Dine se
apresura a tomar la palabra. –Esto debe ser obra de Bélidas. ¡Debió localizar
el rastro de Leiyus a través de la perla dorada en su poder!
Astrid -¿Quieres decir que es
nuestra culpa que esos dragones estén aquí?
Laurel –Tivas –los interrumpe
para comandar a su ayudante-, quiero que des aviso a la patrulla de hechiceros
y a los centinelas. Diles que se preparen para la batalla… Que el resto ponga a
los civiles a salvo dentro del palacio.
El anciano acata sus órdenes y
de inmediato se aleja flotando en el aire rumbo a la ciudad.
Ante aquella situación, Leiyus
intenta disculparse con el joven sabio –Laurel, lamento tanto lo que está
sucediendo. ¡Todo es culpa nuestra…!
Laurel –Ya es muy tarde para
disculpas, Leiyus lo menos que pueden hacer es ayudarnos a combatir a esos
dragones. La ciudad está protegida por ocho cristales en el interior de las torres
que se encuentran alrededor de la muralla. Resistirá por un tiempo, pero una
vez que ceda, estaremos a merced de ellos.
Dine -¿Qué podemos hacer
nosotros?
Laurel –Ustedes chicas, ayuden
a las personas en problemas y diríjanlas al castillo. Leiyus, Kindolf y yo
formaremos la primera línea de defensa junto con la armada de la ciudad.
En eso, Kindolf busca con la
mirada a Sanhgine por todas partes sin poder encontrar al vampiro. –Un momento…
¿En dónde está Sanhgine?
Leiyus –¡No tenemos tiempo
para buscarlo! ¡Tenemos que prepararnos mientras tengamos tiempo!
En el exterior, sobrevolando
la ciudad y a gran altura se encuentra Bélidas en persona, que monta a su
enorme dragón con una sonrisa de satisfacción
en el rostro antes de dar la orden a sus dragones de atacar la barrera que
protege la cuidad. Los dragones obedecen en el acto, lanzándose en picada y con
las garras por delante hacia la barrera. Otros dragones se mantienen en
formación, atacando la barrera con su aliento de fuego. En poco tiempo, la barrera
comienza a ceder poco a poco formando fisuras en su estructura, que se debilita
rápidamente con cada ataque.
Entre tanto, Leiyus, Kindolf y
Laurel se coordinan con la fuerza armada de la ciudad preparándose para el
momento en el que la barrera sea destruida por los dragones a la vez que los
hechiceros soldados se arman con lanzas mágicas de punta de cristal y escudos
decorados con patrones dorados que llevan el emblema de la ciudad de Leria.
“La última vez tuve que escapar como un cobarde…” –piensa Leiyus para sus
adentros, reviviendo el incidente sucedido en el reino Leivan-. “…pero esta vez no escaparé. ¡No permitiré
que esta ciudad sufra lo que el reino Leivan tuvo que sufrir por mi culpa!” –se
promete para sí en antelación a la batalla.
De un momento a otro, los
dragones finalmente logran romper una parte de la barrera, entrando a la ciudad
por la fisura creada. Los invasores de inmediato se centran en dañar los cristales
que proveen de energía al resto de la barrera con sus llamaradas hasta destruirlos.
En el momento en el que la barrera desaparece por completo, el resto de los
dragones entra en la ciudad, sembrando el caos y comenzando a destruirlo todo.
Los soldados y hechiceros de
inmediato les hacen frente a dragones negros, a quienes intentan mantener lejos
de los indefensos civiles que en esos momentos son evacuados al interior del
palacio. Leiyus y Kindolf hacen su parte junto con Laurel luchando con todas
sus fuerzas contra los invasores.
Repentinamente, en medio de la
confusión, Laurel se ve a sí mismo obligado a enfrentarse a una veintena de
dragones él solo, encargándose de ellos tras conjurar un hechizo con ayuda de
su bastón mágico. -¡Aqua-prist!
Cristales de hielo crecen a
gran velocidad sobre la tierra hasta llegar a los dragones, congelándolos en el
acto. Para cuando Leiyus y Kindolf acuden en su ayuda, los escuderos quedan
sorprendidos de encontrarse una veintena de estatuas de hielo de dragón.
Kindolf –¡Ese niño de verdad
es un experto en magia!
De pronto, un enorme dragón
negro con forma de serpiente desciende y se planta frente a ellos. De su lomo
baja Bélidas con un salto, cuyos ojos se clavan al instante en Leiyus. –Así
que… nos volvemos a encontrar, Dyamat...
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