Familia Real
Doma guió a Leiyus a conocer el árbol de la
creación, un lugar de aparentemente mucha importancia para la raza de los
dragones, pero antes de que pudiera explicarles la razón de su visita a ese
lugar, Leiyus y su amigo Kindolf se vieron obligados a abandonar a Doma a su
suerte cuando Grudan hizo acto de presencia junto con dos misteriosos
personajes.
Tanto Leiyus y Kindolf llevan horas caminando
por el bosque bajo una espesa neblina que disminuye su rango de visión, lo que
los hace tropezar constantemente. -¿De verdad ese es el bosque perpetuo? – pregunta
Kindolf a su amigo para romper la monotonía del viaje.
Leiyus -Es lo que dijeron los aldeanos del
pueblo más cercano. Al juzgar por su reacción, cualquiera diría que este lugar
está encantado. Parece que nadie de los alrededores se atreve a adentrarse por
estos terrenos.
Al escuchar esto, las piernas de Kindolf
comienzan a temblarle sin control conforme extrañas sombras parecen moverse a
su alrededor. -C… creo que deberíamos seguir su ejemplo y salir de aquí cuanto
antes, Leiyus. ¡Tengo un mal presentimiento sobre este lugar! –confiesa sin
poder ocultar más su miedo.
Leiyus entonces detiene su andar por un
momento para tratar de tranquilizarlo con sus palabras. –Descuida, Kindolf.
Recuerda que eres un caballero del reino Leivan. No me digas que tienes miedo
de encontrarte con algunos cuantos monstruos débiles, o de cualquier espíritu
chocarrero que habite esta zona, ¿o sí?
Kindolf
-¡Claro que no! –repone al punto, inflando el pecho en señal de
gallardía-. Por cierto, ¿exactamente qué estamos buscando aquí, Leiyus?
Leiyus –No lo sé… Doma dijo que nos
dirigiéramos hacia este bosque y esperáramos reunirnos con él… pero dudo que él
siga con vida a estas alturas.
Kindolf -Entonces, él…
Leiyus –¡Escucha! –lo interrumpe-. Doma
quería que viniéramos aquí, y eso hicimos. Es probable que haya algo aquí que
quería que encontráramos por nosotros mismos.
Después de varias horas de vagar sin rumbo,
el par finalmente llega a un punto muy remoto del bosque. En ese lugar
prevalece una quietud tan marcada, que ellos sólo alcanzan a escuchar su propia
respiración. Para su sorpresa y sin que se diesen cuenta antes, la niebla se ha
vuelto más densa, provocando que apenas se logren distinguir el uno del otro a
pesar de encontrarse sólo a unos metros de distancia. De pronto, de la nada les
sale al paso la cabeza de un dragón en el camino. Los dos se sorprenden tanto
al verla, que terminan cayendo al suelo antes de notar que dicha cabeza está
hecha de granito, recobrando la compostura.
Unida a la cabeza se aprecia lo que parece un
marco que se une a otra cabeza formando lo que parece indicar el inicio de un
camino.
Leiyus -Espera... parece ser que eso es una
especie de camino.
Kindolf -¿Que clase de persona lunática
viviría en este bosque? –repone apenas nota la expresión agresiva de la cabeza
de aquellos dragones.
Leiyus –Vamos, vayamos a investigar hacia
dónde nos lleva este camino –le sugiere a su cobarde compañero.
Tras dejar atrás las estatuas, el camino los conduce
a la entrada de una oscura cueva que continúa por un camino entre las montañas
hasta pasar a través de éstas para finalmente llegar a un valle oculto. Allí, no
tardan en aparecerles más estatuas con forma de dragón que parecen resguardar
los bordes del camino qu recorren.
Kindolf -¿Por qué esas estatuas están por
todas partes? –se pregunta.
Leiyus –No lo sé, pero no creo que sea algo
de lo que debamos preocuparnos.
Tras decir esto, Leiyus se adelanta a su
compañero cuando de repente, una de éstas le lanza una bola de fuego apenas
pasa de largo. Kindolf reacciona con rapidez y logra derribar a su amigo antes
de ser alcanzado por las flamas de la estatua, que estallan en un lugar cercano,
provocando un pequeño incendio.
Para cuando los escuderos se levantan del
piso, Kindolf nota con horror que de su pantalón salen llamas, haciendo que su
trasero comience a arrojar humo. -¡Eso sí que dolió! –se queja, tratando de
apagar el fuego dando fuertes palmadas a su trasero.
Apenas logra levantarse, Leiyus siente que un
objeto punzante alcanza su cuello, y para cuando logra removérselo, se da
cuenta de que se trata de alguna clase de dardo. Al instante, una pesada somnolencia
se apodera de él antes de caer completamente dormido…
Leiyus recobra la consciencia de golpe,
encontrándose en el interior de lo que parece una construcción en forma de
cúpula, cuyas paredes están formadas de tierra, rocas e incrustaciones de cristales
luminiscentes. A su lado y todavía profundamente dormido reconoce a su amigo, roncando
con fuerza. Leiyus intenta despertarlo, pero apenas se da cuenta, descubre que
se encuentra maniatado de manos y piernas. Es en ese momento en el que recuerda
que lleva una daga guardada entre sus ropas, misma que no duda en usar para
cortar las sogas que lo mantienen cautivo hasta quedar libre antes de hacer lo
mismo con su compañero poco después.
Leiyus -¡Kindolf despierta! –le ordena, sujetándolo de sus ropas
y sacudiéndolo vigorosamente hasta que éste comienza a reaccionar.
Kindolf eventualmente logra despertar, más
molesto que nada a causa de las constantes sacudidas a las que es objeto. -¿¡Qué
quieres?! Estaba soñando con una chica preciosa que…
Leiyus – ¡Olvida eso! –lo interrumpe-. Parece
ser que alguien nos disparó dardos tranquilizantes mientras estábamos en el
bosque.
Kindolf - ¿En serio? ¿Cómo es que llegamos
aquí?
Leiyus -No lo sé. Parece que hemos sido
capturados. Salgamos de aquí antes de que alguien venga –le sugiere a su amigo.
Apenas se acercan a la única salida visible,
descubren con sorpresa que la puerta de madera que los separa de la libertad en
realidad encuentra abierta. Una vez fuera de la prisión, se encuentran con que
en realidad se encuentran dentro de una ciudad subterránea, localizada en el
interior de una gran cueva. A su vez, cientos de cristales luminiscentes
dispuestos regularmente proveen la luz necesaria para poder ver, bañando las
edificaciones con una tenue luz violeta y púrpura.
Kindolf -¿Qué es este lugar? –pregunta en voz
alta sorprendido.
Leiyus –Parece alguna clase de ciudad
subterránea, ¿no lo crees?
En eso, escuchan los pasos de alguien o algo
que se acercan a su posición, por lo que el dúo emprende la huida a través de
la ciudad hasta que, al dar vuelta en una esquina, se encuentran cara a cara
con un ser de baja estatura y rechoncho que los mira con una con una expresión
de miedo y sorpresa.
Leiyus –¡Creo que tomamos el camino
equivocado! –asegura al hombrecillo antes de darse la vuelta y escapar en
dirección contraria antes de que la criatura pueda siquiera reaccionar.
Una vez solo, el hombrecillo no tarda en
avisar a los suyos a través de gritos en un idioma desconocido, provocando que las
calles se llenan de criaturas similares armados con lanzas con puntas de
cristal que peinan la zona en busca de los escuderos hasta que finalmente
consiguen acorralarlos. Es en ese momento en el que Kindolf decide desenvainaran
su espada y confrontar a sus perseguidores, logrando mantener a raya a los
hombrecillos. A su vez, Leiyus consigue arrebatarle una de las lanzas a sus
perseguidores que usa para defenderse también.
Kindolf –Descuida, yo me encargo. –le asegura
a su amigo antes de formar una esfera esfera de luz que enceguece a sus
enemigos por unos instantes. Así, ambos aprovechan para escapar de la situación.
Leiyus –¡No sabía que ya pudieras usar
hechicería! –felicita a su amigo sin dejar de correr a su lado.
Kindolf –Es sólo un hechizo básico –le
asegura-. ¡Apenas voy en el capítulo de trucos de magia y bromas para fiestas
infantiles! –le confiesa a su amigo.
Por unos breves instantes, el par de
fugitivos cree haber dejado lo peor atrás y escapado con éxito, pero en medio
de su huida, sus cuerpos dejan de responderles hasta quedar completamente
paralizados mientras corren, dejándolos inmóviles como estatuas.
Leiyus -¿Qué está pasando? No… ¡No puedo
moverme! –exclama con alarma.
Justo cuando la tensión aumenta al máximo y
los seres los rodean por todas partes aparece del lado de aquellos nomos un
hombre muy alto, de tez pálida y cabello blanco que ordena a las criaturas no
lastimarlos antes de dirigirse a ellos: -Parece que fue un error subestimarlos.
Ustedes pudieron encontrar la entrada secreta de nuestra ciudad.
Leiyus -¿Quién eres tú? –le pregunta al
desconocido.
-¡Aquí el que
hace las preguntas soy yo! –enfatiza el hombre-. ¿Quiénes son ustedes y
cómo es que lograron encontrar el sendero del dragón? ¡Respondan, mortales! –les
exige el desconocido al tiempo que remueve el hechizo que los mantiene
petrificados, permitiéndoles moverse con libertad de nuevo.
Leiyus –Un momento… ¿Eso significa que aún
estamos en el bosque perpetuo?
–Así es –repone el hombre-. Estamos debajo de
la gran montaña que descansa en el centro del bosque perpetuo. ¡Están en la
ciudad perdida de Devos! Y ahora que conocen la ubicación de éste lugar, no
podemos permitirles regresar a la superficie, aunque eso implique que tenga que
matarlos, así que tomen una decisión sabia y suelten sus armas ahora.
Kindolf -¿Cómo? ¿Entonces no pensaban
matarnos?
-Aunque son intrusos, nuestras intenciones
nunca fueron lastimarlos –le asegura.
Leiyus -Espera –volviéndose a su amigo-. ¡Quizás
ellos puedan ayudarnos a encontrar aquello que Doma quería que encontráramos en
este bosque!
Apenas escuchar la mención de Doma, la
actitud del desconocido cambia: -¿Cómo? ¿Ustedes también conocen a Doma? –dice
con sorpresa- Supongo que serán amigos suyos…
Leiyus –Algo por el estilo… Doma fue quien
nos dijo que viniéramos aquí.
El hombre parece alterarse tras escuchar el
nombre de Doma por segunda vez. -¡¿Qué?! ¡Imposible…! eso significa que uno de
ustedes debes ser... ¿¡Dyamat!?
En ese momento y para su sorpresa de los dos,
uno de los enanos cercanos a ellos se transforma frente a sus ojos en un hombre
de aspecto y apariencia similar a aquél sujeto de cabellos blancos con quien se
encontraban hablando. -¿Doma está con ustedes? ¡Eso significa que Doma ha
vuelto!
Leiyus baja la cabeza en señal de pesadumbre
antes de poder responderle. –Lo lamento, pero temo informarles que él sacrificó
su vida para que pudiésemos escapar de un hombre llamado Gruda. No lo sabemos
con certeza, pero asumimos que no logró salir con vida.
Los comentarios de Leiyus provocan una
reacción en cadena en los enanos, que siguen los pasos de los primeros
transformándose en seres humanoides de estatura promedio y de cabellos blancos.
Una vez los seres se revelan con su verdadera forma, éstos comienzan a
cuchichear entre ellos y a lamentarse a causa de la noticia sobre Doma que
acaban de recibir, la cual se esparce como pólvora por toda la ciudad.
-¡¿Pero qué estés diciendo? –dice una mujer,
histérica -. ¡Doma era uno de los últimos linajes directos de la familia real
de los dragones! Él descendía directamente de Dyamat. Si Doma está muerto,
¡este mundo está condenado!
Kindolf
-Ya todo esto, ¿quién es ese tal Dyamat? –se pregunta en voz alta.
Ignorando su pregunta, otro de los hombres
señala iracundamente a Leiyus con el dedo. -Entonces, ¡Doma murió por su culpa!
Para entonces, el descontento entre los seres
crece nuevamente, volviéndolos hostiles contra el par de escuderos, que no
paran de acusarlos de causar la muerte de Doma.
Kindolf
trata de dar la cara por los dos a pesar de hablar con voz quebrada. -¡Un
momento! Leiyus no quería abandonarlo, pero él nos insistió en que debíamos
irnos. ¡Nosotros sólo tratamos de seguir sus deseos!
Sus palabras no parecen conmover a la cada
vez más enfurecida turba:
–¡Nosotros no somos dragones! -asegura el
primer hombre-, ¡somos elfos!, pero hemos encubierto y protegido a los dragones
blancos porque son la única esperanza para salvar este mundo. Ninguno tiene la
fuerza ni la habilidad de un dragón, ni siquiera la fuerza básica de un dragón
salvaje y sin embargo, ¡perdimos a uno de ellos a cambio de sus inútiles vidas
humanas! –les reprocha éste al par a todo pulmón.
Cuando todo apunta a que los esfos están a
punto de lincharlos, una voz femenina se hace escuchar desde el fondo de la
muchedumbre que acalla las voces iracundas: – ¡Un momento!
En ese momento, los elfos le abren camino a
una chica de cabello rubio y de ropas blancas, con adornos dorados que camina
hacia ellos. Una vez estando al frente de ellos, clava sus ojos verdes en Leiyus,
a quien examina de pies a cabeza con la mirada de escepticismo y sin decir
nada, haciéndolo sentir incómodo.
Leiyus – Disculpa, ¿qué estas buscando
exactamente? –le pregunta en el momento en el que lo mira a los ojos
directamente con aire inquisitivo.
-Definitivamente irradias la energía de un
dragón –concluye ella.
Acto seguido, ella le empieza a jalar y a
pellizcar sus mejillas con fuerza –…aunque no tienes la piel de uno de nosotros-.
Agrega, intrigada mientras le continúa estirando la piel a Leiyus con fuerza,
lo que provoca que éste comience a quejarse.
Kindolf en seguida nota la belleza de la
chica y se presenta ante ella tratando de impresionarla. –Disculpa, bella
damisela –dice apartándola sutilmente de Leiyus. –Permíteme presentarme: soy el
mejor amigo de Leiyus, Kindolf, y soy uno de los más nobles y fuertes
caballeros del reino Leivan. Es un gusto conocer… -antes de poder terminar la
frase, la chica lo mira con una expresión feroz que le hace retractarse- ¡...creo
que mejor me callo!
Acto seguido, la joven procede a hacer una
reverencia frente al confundido Leiyus. –No cabe duda: eres un dragón blanco.
Mi nombre es Dine, es un gran honor conocerle en persona, señor Dyamat.
Leiyus tarda unos momentos en reaccionar.
–Gracias… -murmura-, pero, no me llamo Dyamat. ¡Mi nombre es Leiyus!
Dine -Lamento que los hayan tratado así
–prosigue ella-, pero como verán, esta gente ha pasado por muchas dificultades
viviendo aquí. Creo que la mala noticia sobre la muerte de Doma los ha afectado
aún más.
Kindolf
-Muy bien, niña, tal vez puedas despejar nuestras dudas –insiste éste,
de nuevo-.¿Qué es exactamente lo que quieren ustedes con Leiyus, y quién es ese
tal Dyamat del que tanto hablan?
Dine -¿Acaso no se los dijo Doma? –pregunta
ella sin ocular su sorpresa.
Leiyus -Sólo dijo que lo sabríamos a su
debido tiempo. Intuyo que tiene algo que ver con ustedes, los dragones blancos.
Dime –Veamos… -intentando hacer memoria-. No
tengo la edad suficiente como para haberlo vivido, por esi no sé todos los detalles,
pero les diré lo que más o menos ocurrió…
Después de la última gran era de oscuridad, hace
aproximadamente doscientos cincuenta años, se desató una batalla entre
nosotros, los dragones blancos en contra de los dragones negros, quienes
pretendían derrocar a nuestro rey conocido como Dyamat, que se interponía en su
camino para adueñarse de este mundo junto con los demonios.
Durante la pelea, nuestros enemigos lograron
capturar a nuestro rey y lo asesinaron. Pero aunque Dyamat había muerto, su
espíritu seguía emitiendo un gran poder. Fue en ese momento que los demonios
decidieron dividir el espíritu de Dyamat en varias partes, las cuales
encerraron en cinco perlas doradas que ellos usaron para confinar dichos
fragmentos de su alma, así como parte de sus poderes. Pero en el proceso, y sin
que ellos se enteraran, una parte del alma de nuestro rey logró escapar de sus
manos…
Esa parte, es decir, el núcleo del alma de Dyamat,
permaneció oculta y perdida durante mucho tiempo, tanto para nosotros como para
nuestros enemigos en algún lugar del mundo. No fue sino hasta hace algún tiempo
que gracias a las habilidades premonitorias de Doma, nos enteramos que el alma
de nuestro rey residía en el interior de un árbol sagrado, en donde había
permanecido latente, en espera de encontrar un nuevo cuerpo en el cual renacer…
Leiyus –Entonces, ese árbol que vistamos con
Doma… ¿¡Es el árbol en el que estaba el alma de Dyamat!?
Kindolf -¿¡Quieres decir que el alma de el
rey de los dragones blancos renació en un hombre y ahora reside en el cuerpo de
Leiyus!?
Dine –No estoy completamente convencida, pero
parece que así fue. Si es verdad lo que me dicen y Doma tuvo contacto con
ustedes, es muy probable que la vida de tu amigo corra un gran peligro ahora
que los dragones negros conocen la nueva forma reencarnada del rey Dyamat.
Leiyus –¡Un momento, niña! ¿¡Estás insinuando
que en realidad no soy un humano, que ahora soy un dragón blanco!?
Dine –Bueno, no precisamente... Por lo que
veo, tú naciste como un ser humano. Tu cuerpo, así como parte de tu alma siguen
siendo humanas, pero la parte dormida de Dyamat permanece latente dentro de ti,
al igual que parte de sus poderes.
Leiyus –Ahora todo tiene sentido… ¡Es por eso
que me he sentido tan extraño desde aquél evento en la feria del sol!
Dine – Veo que ya estás empezando a
comprender –dice, asintiendo con la cabeza.
Leiyus -¿Y qué es lo que quería Doma que yo hiciera?
¡Qué derrotara yo solo a los dragones negros! –le reprocha a Dine, molesto.
Dine –No lo creo. Más bien, pienso que Doma
quería que recuperaras las perlas en las que se encuentran sellados los poderes
de Dyamat para que puedas renacer completamente.
Leiyus -¿Y qué estamos esperando? Si consigo
esas perlas, liberarás a Dyamat de mi cuerpo y podré seguir con mi vida, ¿no es
verdad?
Dine –Bueno –dice, con aire pensativo-, no
será tan fácil como crees. Según sabemos, cada perla dorada se encuentra en
manos de aquellos dragones negros y demonios que originalmente fragmentaron el
alma de Dyamat. Ellos son enemigos muy poderosos a los que no se les debe tomar
a la ligera… Creo que sería imposible que recuperes las perlas sin enfrentarte
a ellos primero.
Kindolf -¡Ah, ya entiendo! ¡Él nos envió
hacia ti para que fueras su reemplazo!
Dine -Supongo que Doma sabía que no podría
continuar su misión como tu guía, y pensó que yo podría tomar su lugar si de
verdad pensaba que no lograría sobrevivir.
Kindolf –Bueno, no es que esté en contra de
que vengas con nosotros, pero, creo que estaríamos mejor por nuestra cuenta.
Dine –¡Ya se los dije! ¡Ahora que Doma ya no
está con nosotros, soy la última descendiente de la familia real de los
dragones blancos que queda con vida! Sólo un dragón blanco como yo podría
enseñarle a Leiyus los secreteos y las bases que se esconden detrás de sus poderes
de dragón. Sin mi ayuda, ¡jamás podrán triunfar en recuperar las perlas doradas!
A ese punto Leiyus le da la espalda a la
dragona -…lamento decepcionarte, pero no creo tener ni el poder ni los deseos
como para aceptar una misión suicida como esa. Es decir, ¡mírame, soy sólo un
escudero! Ni el más fuerte guerrero de cualquier reino estaría tan loco como
para enfrentarse a un dragón negro él solo. ¡Todo el mundo sabe que los
dragones negros y los dragones blancos son mucho más poderosos que incluso los
dragones comunes! ¡Algunos incluso los consideran deidades cercanas a dioses! Siempre
tuve el sueño de salir al mundo a vivir aventuras, pero no de esta manera… En
menos de tres días, han tratado de matarme dos veces y francamente estoy
cansado de esto.
Dine – ¡Escucha!, no creo que sepas en verdad
los peligros que te esperan allá afue…
Leiyus - Kindolf y yo somos hombres valientes -la interrumpe
abruptamente, sin dejarla continuar-. Pero nosotros sólo luchamos nuestras
propias batallas. ¡Lo que tú me estás pidiendo es un suicidio! Vámonos Kindolf,
creo que tenías razón, no debimos venir aquí en primer lugar –resuelve,
alejándose de ella seguido de cerca por Kindolf.
Para entonces, Dine pierde la poca paciencia
que le queda. –¡Espera! –insiste ella, poniéndose frente a ellos para
impedirles el paso-. Dyamat es nuestra última esperanza. Si no cumples tu
destino, ¡los dragones negros florecerán como especie, y junto con los demonios,
acabarán con el mundo entero en poco tiempo!
Leiyus le responde con el mismo tono elevado
de voz -¡¿Acaso no te das cuenta de que por su culpa destruyeron la ciudad en
donde vivía?! ¡Yo soy huérfano, no tengo familia y a lo único bueno que
aspiraba era a conseguir un puesto en la guardia del rey para salir de esta miseria! ¡Ahora ni a mí, ni
a Kindolf nos queda nada!
Dine –La suerte está echada. ¡No puedes
regresar a tu vida normal! ¡Sin mi ayuda, ellos te matarán apenas salgas de
este lugar! ¿¡A caso no lo entiendes?!
Leiyus –¡Lo que hagamos o no, no es algo que
te concierne! ¡No esperes que hagamos caso de lo que nos dices después de
secuestrarnos y casi lincharnos! –termina la conversación tajantemente mientras
se aleja de ella definitivamente, lo que sólo provoca que la ira y el
descontento de Dine aumente.
–¡Pero qué necio eres! No me importa si lo
quieres o no. ¡De ninguna manera voy a permitir que se vayan hasta que entren
en razón! ¡Enciérrenlos! –ordena en el acto a los elfos que los rodean.
Ellos obedecen en el acto, apresando al dúo
pese a que oponen resistencia. De pronto, en medio de la confusión, Dine se
coloca detrás de ellos y con un ligero toque de su dedo en la base de la nuca a
cada uno los deja inconscientes empleando un hechizo que los pone a dormir
profundamente.
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