04 noviembre, 2016

La vecina de al lado: 2da parte







Durante la mañana, subí al cuarto de la habitación de la anciana para llevarle un poco de pan y café. Para mi sorpresa, encontré el departamento vacío por primera vez desde que le llevaba la comida. Pensé que seguramente se hallaba en el baño, y como tenía prisa, dejé las cosas en la mesa de la cocina y me fui a la universidad. 

Consciente de la situación en la que estaba, ese día mi novia me sorprendió preparando un almuerzo para mí y la anciana. -¡Pueden comer juntos en su departamento! –me sugirió ella alegremente.

En otras circunstancias probablemente habría hecho lo mismo, pero dados los eventos del día anterior no me sentía de humor como para pasar la tarde con aquella mujer, había algo en esa anciana, quizás su mirada perdida, o los murmullos rasposos y sin ningún sentido que profería sin cesar cada vez que visitaba su apartamento, no es que le tuviese miedo, sabía perfectamente que era inofensiva, pero su sola presencia me hacía sentir sumamente incómodo. Decidí almorzar y pasar el resto de la tarde con mi novia, después habría tiempo para llevarle su parte a la anciana cuando regresara. 


Volví a mi apartamento poco antes del anochecer con las viandas que mi novia había preparado para la mujer. ¿Cuál era su nombre? –me pregunté al darme cuenta de que ni si quiera sabía cómo se llamaba la vieja mientras subía los escalones del cuarto piso cuando escuché el rechinar de la mecedora desde el interior del departamento. Tras abrir la puerta, noté que la vieja estaba en el mismo lugar de siempre: al fondo del pasillo, en el balcón, fuera de su habitación, pero la manera en la que se mecía era más rápida de lo normal, casi frenética, y sus murmullos, normalmente quedos eran más fuertes de lo habitual, en ese momento me percaté que lo que decía no eran palabras, sino más bien sonidos incoherentes que repetía sin cesar una y otra vez. 

En completo silencio, y sin apartar la vista de la mujer dejé la comida en la mesa, me di la vuelta y me propuse marcharme, pero el remordimiento me obligó a volverme de nuevo con la intención de preguntarle a la mujer, en el tono más amable que pude si todo estaba bien. La mujer repentinamente dejó de mecerse, aumentando el tono de sus balbuceos incoherentes de una manera tan repentina que me sobresaltó. Parecía sumamente enojada, casi histérica tomando en cuenta su frágil condición. Su reacción me causó una oleada de temor que recorrió todo mi cuerpo, por lo que rápidamente me di la vuelta y salí a paso apresurado, y una vez habiendo cerrado la puerta tras de mí, estando a sólo unos pasos de la ésta escuché que algo golpeo la puerta con fuerza desde el otro lado. Para ese momento yo ya estaba muy asustado, así que bajé las escaleras hasta el tercer piso y me encerré en mi departamento. Miré por la ventana, y sólo alcancé a ver la mecedora de la vieja en el balcón, todavía en movimiento. ¿Qué clase de anciana era esa? –me pregunté con el corazón latiendo con fuerza.

Guiado por un miedo visceral que sólo puedo describir como instintivo, tomé periódicos viejos que había hallado en el departamento antes de mudarme y los coloqué en las ventanas con cinta adhesiva hasta que las ventanas quedaron completamente obstruidas. 

Desde ese día dejé de entrar al apartamento de la anciana. Tuve que hacer uso de mi dinero para comprar la comida en la fonda que la vieja estaba ya acostumbraba día y noche, ya no me atrevía a entrar a ese lugar, me limitaba a dejarle la comida frente a su puerta tocar la puerta y marcharme lo más rápido posible. 

Me pasé el resto de la semana sin poder dormir bien, ya que de algún modo sentía la presencia de la vieja observándome desde su balcón, incluso los periódicos hacían poco para calmar esa sensación. Era como si una densa y pesada nube negra me cubrieran cada vez que me encontraba en ese lugar. Por ese motivo traté de pasar el mayor tiempo posible fuera de ese edificio, pero tarde o temprano me veía forzado a regresar por las noches para dormir, podía sentir cómo una sensación de pánico me invadía por las noches, lo que me dificultaba enormemente poder conciliar el sueño y cuando lo conseguía despertaba varias veces en la noche, en medio de la oscuridad, con la sensación de que alguien había estado murmurándome palabras al oído mientras dormitaba. El estrés y el cansancio pronto se manifestaron en mi desempeño en el trabajo y en la universidad. Me estaba volviendo loco. Tal era mi desesperación que le conté mi situación a mi novia, ella de inmediato se ofreció a darme alojamiento en su casa. Sus palabras me llenaron de alivio. Pensé que pronto podría retomar mi vida y dejar atrás ese horrendo edificio y a la desquiciada mujer con la que me veía obligado a tratar. Si tan sólo hubiese prestado más atención a una mujer que me encontré en la calle camino a la universidad en la primera semana que me mudé…

Ella me vio salir un día del ruinoso edificio y me abordó preguntándome si era nuevo en el vecindario. Después de haberle explicado que era estudiante y que el dueño del edificio me alquilaba un cuarto pude notar su expresión de preocupación. –No deberías vivir en ese edificio –me previno-. La gente rumora que en ese lugar pasan cosas malas desde hace años. Incluso algunos dicen que ahí vive una bruja.

En aquél tiempo sus advertencias me parecieron absurdas supersticiones, pero ahora, sus palabras resonaban con mayor fuerza en mi mete. Todavía me negaba a creer que existiese criatura semejante a una bruja en esta era de modernidad gobernada por la razón, pero también era cierto que no podía explicar los acontecimientos que había vivido durante los últimos días. ¿A caso me estaría volviendo loco? Sea lo que fuese, sabía que el edificio y aquella vieja eran las causas de mis problemas y desvelos, y que debía alejarme cuanto antes de ese lugar.

En breve mi novia hizo los arreglos necesarios y en tan sólo dos días me dejó todo listo para que pudiera mudarme con ella, si bien me advirtió sería algo temporal. El recuerdo de ella al despedirme aquella tarde de verano se quedó grabado en mi mente… No recuerdo lo que soñé esa noche en mi departamento, pero desperté de madrugada, poco antes del amanecer, bañado en sudor, lo único que recuerdo de aquél sueño es la voz de mi novia, gritando… Poco después me enteré por amigos de ella y posteriormente por su familia que había muerto la noche anterior, aparentemente se había suicidado, o eso es lo que dice la policía que investigó el caso. No se conocen hasta ahora los motivos o las circunstancias que la obligaron a quitarse la vida, sólo se sabe que a mitad de la noche ella subió a la parte más alta del edificio donde vivía y se arrojó al vacío. Murió al instante. Al llegar a mi apartamento encontré los periódicos que había puesto en las ventanas arrancados de las ventanas o colgando de éstas destrozados, como si hubiesen sido arañados con un cuchillo, o unas garras… En uno de ellos se podía leer las palabras “la perra ha muerto” y “ALIMENTAME”. 

Asustado y confundido, salí de ahí y corrí hasta no poder más. Comencé a vagar por las calles oscuras hasta un parque, allí, en una banca me recosté y comencé a llorar, no sólo por el susto, sino por la pérdida de mi amada, y por el infierno de que era presa. Prefería vivir como un indigente en la calle, y así fue como pasé los últimos días, antes de que las dos semanas transcurrieran y el dueño del edificio regresara. No fue hasta ese día que decidí volver al edificio para recoger mis cosas. Para entonces había perdido mi empleo, y perdí tantas clases que tendría que repetir el semestre. Estaba tan exhausto que sólo quería recoger mis cosas y regresar a mí pueblo con mi familia. Cuando fui a ver al dueño del edificio, el hombre se sorprendió al ver mi aspecto sucio y demacrado. Le dije que había tenido muchos problemas y que no había estado ocupando el apartamento desde hace días, después de todo, contarle mis experiencias que rallaban lo paranormal me habrían hecho parecer un loco, le especifiqué que solamente estaba allí para recoger mis cosas y marcharme lo antes posible cuando él me interrumpió: -¿Pero has estado alimentando a la vieja del cuarto piso, verdad?

En ese momento la sangre se me heló. Había pasado más de una semana desde que le había llevado el último bocado. Al mirar mi expresión el hombre adivinó mis pensamientos y sin decir palabra alguna subió las escaleras, subí detrás de él, tratando de seguirle el paso. Al llegar a tercer piso me detuve de súbito, alcanzando al escuchar al hombre abrir la puerta desde el cuarto piso, pude deducir por el sonido de sus pasosos que examinó cada habitación del departamento frenéticamente buscando a la anciana, luego, un silencio absoluto. Para cuando bajó las escaleras el hombre tenía el semblante completamente pálido. 

Subí las escaleras rápidamente y apenas entrar al apartamento un hedor nauseabundo asaltó mi nariz. Cerca de la puerta había lo que parecían los restos de un gato, al cadáver le quedaba tan poca carne que sólo le quedaban algunos restos de músculos adheridos a los huesos y el pelo de las patas y la cola. Al alzar la vista.}, hasta el fondo del pasillo que daba a la habitación de la anciana pude ver una mano vieja y reseca asomar en el piso de la habitación. En ese momento no sé por qué, pero sentí el impulso de entrar, quería comprobar si en verdad estaba muerta, o si se trataba de algún truco. 

Camine a paso lento, cuidándome de no hacer ruido hasta llegar a la mitad de recorrido entre la habitación de la vieja y la entrada, cuando llegué a la sala del apartamento algo colgado en el muro captó mi atención: Era la cabeza del gato, clavada al muro, y junto a esta, escrita con sangre, la pared exhibía en grandes letras rojas “VOLVERÉ A ALIMENTARE DE TU PROPIA SANGRE”

Me di la vuelta y comencé a correr hacia la puerta, asqueado, una vez en las escaleras comencé a vomitar, sintiendo que iba a desmayarme. 

Más tarde me enteré que el dueño del edificio había llamado a una ambulancia para que se llevaran el cuerpo. Días después le ofrecí disculpas al hombre cuando lo vi caminando a su departamento, pero él apenas escuchó lo que le dije y pasó frente a mí sin dirigirme la palabra. 

Al día siguiente fui a tocar a su puerta para disculparme de nuevo, el hombre me escuchó en silencio hasta que terminé: -No tiene caso que te disculpes –me dijo meneando la cabeza-. Alégrate de que la vieja estuviese chiflada y tuviese los días contados. No te preocupes, este secreto quedará entre tú y yo si no se lo dices a nadie más. 

El hombre me ofreció quedarme en ese lugar sin cobrarme renta, únicamente tendría que cubrir mi consumo de electricidad y agua, y como me había quedado sin un centavo, acepté. Poco a poco comencé a retomar mi vida. Conseguí un nuevo empleo, y meses después aprobé el curso que tuve que repetir. Sin embargo, los recuerdos que tuve con la anciana me perseguían. A veces, mientras estudiaba, veía con el rabillo del ojo por la ventana la imagen de la anciana meciéndose en el balcón. A pesar de que con el tiempo compré cortinas para mí apartamento que podía cerrar a voluntad, a veces no podía evitar mirar de reojo el balcón de la anciana, y siempre, invariablemente juraría que podía ver la borrosa figura de la anciana meciéndose antes de que pudiese volver la cabeza completamente.

Llegó el día en el que me gradúe y finalmente tuve el dinero suficiente para mudarme. Pensé con optimismo que el alejarme de ese lugar finalmente me desharía de aquellos fantasmas y alucinaciones que todavía me perseguían.

Los años pasaron, y el joven ingenuo que alguna vez fui se transformó en hombre, conocí a otra muchacha, el amor de mi vida, con la que senté cabeza en un buen barrio de la ciudad. No pasó mucho para que ella me sorprendiera con la noticia de que sería padre. La vida me había vuelto a sonreír, pero la sombra de la vieja, cuya imagen aparecía en mi periferia visual de vez en cuando estaba a solas parecía negarse a dejarme en paz. Pensé que quizás la experiencia quizá me habría dejado alguna especie de trauma psicológico, pero me consolaba al pensar que la anciana había muerto hacía mucho, incluso llegué a escuchar que el edificio donde viví esa mala experiencia había sido demolido para construir uno nuevo. 

Una mañana desperté luego de una pesadilla. A diferencia de cuando vivía en el departamento ruinoso, esta vez recordaba claramente el contenido de aquél sueño: Veía a la vieja en su balcón, meciéndose como de costumbre, pero había algo diferente en ella: Esta vez cargaba un bulto entre brazos al cual parecía prestarle toda su atención. No tardé mucho en comprender que lo que cargaba era un bebé. El sueño terminó repentinamente cuando la vieja alzo la vista para mirarme a los ojos. 

Desperté con una sensación de sequedad en la boca, por lo que decidí levantarme de la cama. Ese día mi mujer había salido temprano con nuestro hijo recién nacido, por lo que me encontraba solo en casa. De camino a la cocina me encontré con algo que me dejó helado:

El perro de la familia se encontraba muerto en medio de la sala, pero no fue su muerte la que me afectó, sino el estado en el que se encontraba. El animal yacía en el suelo, con el vientre destrozado, como si las entrañas le hubiesen reventado desde dentro, o un gran depredador le hubiese arrancado esa parte con el hocico. El recuerdo del cadáver del gato en el departamento de la vieja asaltó mi mente. 

A pesar de mi estado de pánico, decidí tomar acción y deshacerme del cadáver cuanto antes y limpiar el área. No quería que mi esposa regresara y se encontraran aquella escena o peor aún, que la mujer que amaba pensara que yo le había hecho eso a nuestra mascota. 

Ese día y debido a motivos de negocios me vi obligado a salir fuera de la ciudad a un poblado cercano a la metrópolis. Esa noche me quedé en un cuarto de hotel, pensando sobre el incidente. Tuve que mentirle a mi esposa sobre el perro diciéndole que se había perdido. ¿Qué otra cosa podía decirle? Habían pasado 7 años desde que murió la vieja, y su rostro marchito todavía me perseguía. Me quedé dormido sin darme cuenta mientras pensaba en lo sucedido. Aquella noche tuve otro sueño… 

Había regresado al departamento de la anciana el mismo día en el que el dueño del edificio y yo la encontramos muerta. Me vi a mí mismo parado justo frente al muro, leyendo las palabras escritas con sangre, luego, en vez de salir huyendo como había ocurrido aquél día me volví para reanudar mi marcha a la habitación de la vieja. Esperaba encontrar su cuerpo allí, pero la mano que había visto desde la entrada había desaparecido. Al entrar en la habitación el hedor de carne en descomposición mezclado con medicamentos me llegó de golpe. Algo no encajaba allí: no parecía ser el cuarto de una anciana, con las paredes y el techo pintados de color celeste, un librero, y varios juguetes desperdigados en el suelo.

De pronto noté que el sitio me era extrañamente familiar, no era la habitación de la anciana que recordaba, ¡era el cuarto de mi hijo! Entonces escuché el sonido de la madera rechinar. Por un momento pensé en la anciana meciéndose en su mecedora, pero en su lugar encontré una cuna mecedora moviéndose al fondo de la habitación. Me acerqué con cautela, y al mirar al interior de la cuna me encontré con los restos del cuerpo de un gato mutilado.

Desperté agitadamente con una sensación de angustia y un fuerte dolor de cabeza. Como pude, me vestí y partí de inmediato a casa en mí auto, conduciendo lo más rápido que pude por las desoladas calles, en plena madrugada. Conduje durante tres horas sin parar hasta llegar a la ciudad. Llegué a mi casa cuando el sol apenas clareaba el día. Mi mujer, que estaba arreglándose para salir se sobresaltó al escucharme entrar, y sin explicarle nada corrí a la habitación de nuestro hijo. Apenas abrí la puerta sentí aquél hedor que hacía 7 años. Con las manos temblorosas y con el corazón a punto de estallarme, me acerqué hacia la cuna de mi hijo, pero estando a penas a un metro me detuve en seco. Debajo de la cuna pude ver escurriendo un hilo de sangre a medio cuajar…

Mi vida no volvió a ser la misma desde entonces, mi mujer perdió completamente el juicio al presenciar aquél suceso, y tuvo que ser internada en un hospital psiquiátrico. No lo sabía entonces, pero la vieja me había maldecido con sus palabras todos estos años, aguardando en las sombras durante ese tiempo para arrebatarme de la manera más monstruosa lo que más me importaba. La anciana me culpa por su muerte, y como pago exige que la alimente con la carne y la sangre de mis descendientes, pero no estoy dispuesto a darle gusto. He decidido vivir en completa soledad hasta el final de mis días. Estoy consciente de que cuando llegue mi hora, esa vieja estará esperando para alimentarse de mí también. Soy cobarde, ya que no tengo el suficiente valor para acabar con mi vida y evitar ese destino, pero cuento los días para que esta pesadilla en vida termine cuando la anciana venga por mí…

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