Historias del pasado
Leiyus
se enfrentó a Grudan y pese a todo pronóstico, logró derrotarlo con ayuda de
los poderes de Dine, pudiendo así obtener la perla que éste llevaba gracias a
lo cual ha conseguido recuperar parte de la esencia de Dyamat, el rey de los
dragones, pero su viaje para él y sus amigos está muy lejos de terminar con la
revelación de la existencia de más perlas…
El sol asoma por el horizonte dando inicio a un
nuevo día. En una de las habitaciones dentro de un hostal, yace Dine tomando un
baño relajante en una bañera. Los primeros rayos de la mañana penetran por la
ventana iluminando su cabellera dorada. Es entonces que ella decide recargar la
parte superior de su cuerpo sobre el borde de la ventana mientras reflexiona:
“Mi
viaje con Leiyus apenas ha empezado... ¿Seré capaz de poder con una
responsabilidad tan grande?” –reflexiona sin saber que es vigilada a través de
el cerrojo de la puerta por alguien. “…A diferencia de Doma, soy inexperta,
y jóven… ¿Cómo podré enseñarle a él las cosas que sólo un rey dragón debe
conocer…?”
Desde el otro lado de la puerta se aprecia a
Kindolf espiar a la dragón mientras se baña y sin poder ocultar su emoción. -¡Qué
guapa es Dine a pesar de no ser humana! –asegura éste en voz baja.
De repente, Dine se siente repentinamente incómoda
y tras una búsqueda rápida, su mirada se cruza con la del ojo lujurioso de
Kindolf que la observa desde el cerrojo. Ella reacciona cubriéndose de
inmediato con una toalla antes de lanzar un grito que se escucha por todo el
lugar. Al mismo tiempo, Leiyus se encuentra durmiendo plácidamente en la habitación
contigua hasta que lo despierta de súbito un fuerte estruendo que estremece el
edificio entero para segundos después, ser arrollado por la bañera en donde
momentos antes se encontraba Dien, la cual atraviesa la pared de la habitación
como locomotora desbocada y es impactado de lleno, empapándolo a él con una
mezcla de agua y burbujas, al igual que mojando todo lo demás dentro de la
habitación. Más tarde esa mañana, los tres bajan a desayunar en la posada después
del incidente.
Apenas los ve, Leiyus les lanza una mirada de
disgusto a sus acompañantes, que parecen arrepentidos por su comportamiento. –Gracias
a ustedes nos hemos gastado mucho dinero para pagar las reparaciones de la
posada. ¡Espero que para la próxima puedan comportarse! –los reprende.
Apenada, Dine baja la vista con una expresión de
arrepentimiento, pero Kindolf, todavía empapado y con restos de espuma en el
cabello, además de una marca roja producto de una fuerte bofetada en el rostro
le espeta: – Oye, ¡yo no fui el que lanzó esa bañera por la pared! ¡Tuve suerte
de poder esquivarla antes de que me arrancara la cabeza!
Dine –Bueno, ¡quizás no lo habría hecho si no me
hubieses espiado en primer lugar! –le reprocha al punto a voz en cuello.
Leiyus -¡Suficiente! –ordena-. De todos modos, el
daño está hecho y todo ha quedado en el pasado. Tal vez un buen desayuno los
calme a ustedes dos.
Dicho esto, los tres se disponen a comenzar a
consumir sus alimentos con calma y en silencio
Leiyus –Por cierto, Dine. Me gustaría hacerte
varias preguntas, si es posible, Dine.
Dine –Claro, por supuesto -dice sorprendida.
Leiyus –Para empezar, me gustaría saber cuál es tu
verdadera edad.
Dine -Bueno, yo aún soy muy joven, solo tengo 102
años –responde con naturalidad.
Kindolf
-¿Tienes 102 años? ¡Pareciera que no pasas de los 16 o 17 años!
Dine –Lo que sucede es que nuestra raza tiene un
estimado de vida mucho más prolongado que el de los seres humanos. Además,
nuestro metabolismo nos hace envejecer físicamente sólo en nuestros últimos
años de vida. Tomemos como ejemplo a Doma. No lo conocí en vida, pero sé que
era un dragón muy maduro. Seguramente tenía alrededor de entre cinco y diez mil
años de edad.
Kindolf –¿¡De verdad era tan viejo?! ¡Pero si Doma no
aparentaba ser mayor de treinta años!
Leiyus –No quisiera ofenderte, Dine, pero, ¿de
veras crees que siendo tan joven puedas guiarnos y entrenarnos adecuadamente? Es evidente que entre tú y Doma existe una
diferencia de edad y de experiencia considerable.
El
comentario altera a Dine de nuevo, y lo demuestra dango un manotazo fuerte a la
mesa mientras le responde: -¡No me subestimes! ¡Como última descendiente de la
familia real de los dragones, he sido una ferviente estudiosa del legado de
conocimiento que nuestra raza adquirió durante milenios!
Kindolf –Genial, entonces eres como una
bibliotecaria andante sobre del mundo de los dragones… -agrega suspicazmente
sorbiendo de su taza de café.
Leiyus –¡Disculpa mi atrevimiento –se excusa con
ella, nervioso-. Es sólo que quería saber si tú podrías explicarnos más
detalladamente sobre cómo se originó este conflicto entre dragones y demonios en
el que hemos terminado envueltos.
Poniendo una expresión pensativa, Dine intenta
recordar. –Pues… creo que todo se remonta a la sexta era de renacimiento.
Después de una gran batalla entre demonios y dioses, los dragones negros, que
estaban esparcidos por todo el mundo se reunieron para acabar de una vez por
todas con los dragones blancos pero Dyamat, nuestro rey, estaba dispuesto a
frustrar sus planes. Es por eso que los dragones negros apelaron a la ayuda de los
demonios para formar una alianza que les aseguraría la victoria y así apoderarse
de nuestro mundo…
Fue gracias a ésa unión que ellos lograron conducir
a nuestro rey a una trampa durante el transcurso de la batalla decisiva entre
ambas fuerzas. En ese momento, tres dragones negros y dos demonios ejecutaron
un ritual que inmovilizó el cuerpo de Dyamat antes de usar su poder de las
tinieblas para desgarrar su alma y extraer sus partes, las cuales
posteriormente sellaron dentro de cinco perlas doradas que los perpetradores de
dicho ritual llevan consigo hasta nuestros días…
Una vez escuchado el relato, Kindolf se apresura a
hablar: –Si lo que dices es cierto, Dine, ¿entonces, cómo es que el alma de
Dyamat acabó dentro del cuerpo de Leiyus?
Dine –Eso es porque el ritual que esos seres
oscuros realizaron no fue perfecto, y por lo tanto, el núcleo del alma de
Dyamat pudo así evitar ser confinado. Fue ese pequeño fragmento el que logró refugiarse
en el árbol que se encuentra cerca del reino Leivan, Allí permaneció latente
hasta que, de algún modo, el alma de Dyamat tuvo oportunidad de reencarnar en
el cuerpo de otro ser, el cual resultó ser Leiyus.
Leiyus –Espera un momento. Hace poco mencionase que
aquellos que robaron el alma de Dyamat eran tres dragones y dos demonios. ¿Eso
significa que Grudan pertenecía al grupo de dragones que derrotó a su rey en
aquél entonces?
Dine –Así es. No sólo estamos hablando de dragones
negros, sino de dos demonios que harán lo que sea por acabar con Leiyus antes
de que Dyamat pueda renacer por completo, pues el rey de los dragones es el
único con el poder suficiente para frustrar sus planes de conquistar el mundo
físico.
Leiyus –Si lo que dices es cierto, entonces lo
único que debo hacer es conseguir esas perlas, destruirlas y así Dyamat podrá
renacer. De esa manera me libraré de esta carga y pronto podré regresar a mi
vida normal, ¿no es verdad, Dine?
Dine –Algo así... –dice evasivamente, haciendo una
pausa para después continuar-. Nuestra prioridad por el momento es hacerte más
fuerte para que puedas enfrentar a los guardianes de las perlas.
Leiyus -No habrá problema Ya derrotamos a Grudan.
¡Sólo nos faltan otros cuatro sujetos qué derrotar!
Dine –No te confíes, Leiyus. Estos cinco seres son entidades
con grandes poderes que cayeron en desgracia al perder la mayor parte de su
poder oscuro, por lo que buscaron en las perlas doradas una fuente de poder
alternativo que les devolvió parte de su fuerza original. Recuerda que ellos al
poseer las perlas también tienen acceso a parte de los poderes originales de
Dyamat.
Kindolf -¿A qué clase de poderes te refieres?
¿Cuáles son los poderes que un dragón tiene?
Dine –Veamos… la primera perla que poseía Grudan
contiene la habilidad de atacar con energía plasmática.
Leiyus -¿Estás hablando del rugido de dragón con
el que Grudan me atacó?
Dine –Sí… Es el ataque básico de nosotros los
dragones, y es muy destructivo. Las demás perlas contienen los poderes de invisibilidad,
la capacidad de transformarte en tu forma real, la habilidad de volar y… bueno,
para serles francos chicos, no estoy muy segura del poder que concede la última
perla.
Leiyus –Un momento, ¿qué quieres decir con eso de
transformarme en mi forma real?
Dine -¿Acaso no lo adivinas? –le pregunta con
sorpresa.
Kindolf –Ahora que lo mencionas, yo pensaba que los
dragones eran criaturas enormes, con alas, el cuerpo lleno de escamas, colmillos
enormes que lanzan fuego –agrega poniendo una cara aterradora e imitando los
movimientos de un dragón.
Dine –Verán, desde que fue sellada la puerta hacia
el mundo astral, durante la última batalla entre dioses y demonios, el mundo
perdió su balance natural, de manera que criaturas como nosotros los dragones
fuimos afectados como consecuencia. Si mantuviésemos nuestra forma como
dragones todo el tiempo, nuestra existencia se acortaría drásticamente. Es por
eso que hemos adoptado formas mucho más simples en este plano existencial para
así conservar nuestra fuerza activa por más tiempo.
Kindolf –Bueno, eso explica el por qué tienes forma
humana.
Dine –A decir verdad… mi forma humana no es
perfecta –admite un poco apenada, llevándose las manos a la cabeza-. A pesar de
mis esfuerzos, no puedo esconder mis orejas.
Leiyus y Kindolf se le quedan mirándose extrañados el
uno al otro al no notar nada fuera de lo común sobre su cabeza.
Más tarde, cuando han terminado su desayuno y están
a punto de partir para continuar con el entrenamiento, los tres se dirigen
hacia los límites del pueblo.
Leiyus –¡Me siento mucho mejor después de una buena
comida y un sueño profundo! –asegura, estirando los brazos.
Dine se alegra por su comentario. –Espero que estén
listos para entrenar todo el día. Ahora que has obtenido los poderes de la
primera perla dejaré de ser suave contigo en los entrenamientos.
Kindolf, que va detrás de ellos se despereza dando
un bostezo muy largo. –Pues yo no sé
ustedes, pero yo todavía tengo sueño…
Absortos en su conversación, ninguno nota a tiempo
a una joven que corre hacia ellos hasta tropezar de frente con Kindolf. Ambos
caen al suelo tras el golpe.
-¡A ver si te fijas por donde…! –reacciona el
escudero, iracundo con la desconocida hasta que reconoce que se trata de una
linda y joven muchacha. Entonces se disculpa y la ayuda a levantarse-. ¡Lamento
mis modales, señorita! Sólo estaba bromeando…
Sin prestarle mucha atención a sus palabras, ella
se fija más en las ropas que llevan. Entonces toma las manos de Kindolf entre
las suyas y le dice en tono suplicante: –Disculpen mi torpeza, ¡pero necesito
la ayuda de un valiente caballero urgentemente!
En ese punto Leiyus interviene. ¿Podemos ayudarte en algo, jovencita? ¿Qué es
lo que te sucede?
Kindolf –Descuida, preciosa. –agrega, rodeándola
por el cuello por su brazo en un intento de acercársele-. Mi amigo y yo somos
caballeros del reino Leivan. –asegura, agravando la voz e inflando el pecho.
Entonces Dine lo golpea en la cara y lo aleja de la muchacha con brusquedad.
Dine –¡Déjate de tonterías! Discúlpalo –se escusa
ella frente a la desconocida-. Cuéntanos, ¿qué es lo que te ocurre?
-Mi nombre es Kana. Mi padre y yo somos comerciantes
de artículos mágicos, pero al salir de esta ciudad, un monstruo nos atacó. Yo
logré escapar, ¡pero mi padre no corrió con la misma suerte, y temo que haya
caído en manos de esa criatura vil!
Leiyus –No te preocupes, Kana. Nosotros te
ayudaremos –se apresura a decir para tranquilizarla.
Dine –Espera un momento, Leiyus. ¿Acaso ya
olvidaron que tenemos cosas importantes que hacer?
Leiyus –Pero, ¡no podemos dejarla a su suerte! –le
espeta.
Kindolf –Es verdad, ¡su padre podría convertirse en
la sopa de ese monstruo!
Dine –Les recuerdo que no podemos distraernos de
nuestro objetivo principal. Perder nuestro tiempo podría darle ventaja al
enemigo.
Kindolf -¿Acaso no recuerdas que Leiyus arriesgó su
vida para rescatarte cuando Grudan te secuestró? Para ser un dragón blanco,
eres muy fría.
Después de pensarlo unos momentos, Dine finalmente
acepta a regañadientes con un suspiro. -Está bien… Vayan ustedes.
Leiyus -¿No piensas acompañarnos?
Dine –Por supuesto que no. Yo no soy de las que
buscan problemas. Descuiden, los estaré esperando aquí. ¡Puede que hasta les sirva
como entrenamiento!
Leiyus y Kindolf se miran el uno al otro ante la
aparente indiferencia de Dine.
Kindolf -¡Ay, para ser un dragón, esta chica nos
salió más cobarde que yo…!
Leiyus –Está bien, como quieras, Dine. Regresaremos
tan pronto como podamos.
Entonces ellos parten en dirección a los pantanos
guiados por la chica.
Una vez han llegado a su destino, los tres se
adentran en lo profundo del pantano guiados por el sendero de un viejo camino.
-Es por aquí –los conduce Kana, apartándose del
camino principal y adentrándose en la maleza hasta conducirlos por entre las
aguas anegadas.
Repentinamente, Kana se detiene: –Aquí es donde
desapareció mi padre –afirma, señalando una carreta destruida y abandonada en
medio del terreno.
Leiyus –Muy bien Kana, será mejor que nos esperes
aquí. –le advierte antes de adelantarse a ella-. Podría ser peligroso para ti
si nos sigues. Andando Kindolf…
Los dos valientes entonces se aventuran solos en la
parte más oscura del pantano, llegando a un claro en medio de la maleza rodeado
de viejos árboles desecados y con cuidado, el par de escuderos escudriñan el
terreno en busca de algún peligro. Repentinamente, al mirar arriba, sus ojos se
topan con una red de telarañas que se entretejen entre las ramas de los árboles
secos, bloqueando gran parte de la luz del sol sobre sus cabezas. Para cuando
sus ojos se acostumbran a la penumbra, descubren que en lo alto de los árboles
yacen colgando una especie de capullos de ceda del tamaño de un hombre.
Kindolf –¡¿Pero, qué son esas cosas colgadas de los
árboles?! –pregunta horrorizado a su compañero.
Antes de que pueda contestarle, uno de los capullos
cae al agua enfrente de ellos causando un estrepito. Tras la caída, el capullo
se rompe dejando entrever su macabro contenido: un cuerpo completamente
momificado de un hombre. Aquél espectáculo provoca que que ambos suelten un
grito estremecedor.
De pronto, una sombra pasa a gran velocidad sobre
sus cabezas antes de que puedan detectar la presencia de una criatura con torso
de mujer y cintura de tarántula bajando del tronco de un árbol sin quitarles la
vista al par.
–Que bien. ¡Carne fresca! –dice la criatura
demoniaca, satisfecha y sin dejar de sonreírles-. Hiciste muy buen trabajo,
Kana. ¡Ahora tendré más alimento!
-¡Cómo dices! –se sorprende Leiyus antes de
escuchar pasos detrás suyo.
Al volverse, Leiyus y su amigo descubren a Kana
aparecer escondida detrás de un árbol y con el semblante sombrío.
Kindolf es el primero en reaccionar ante su
presencia comenzando a gimotear y a lloriquear: –¿Por qué, linda Kana? ¡Por qué
nos has traicionado de esta manera!
En respuesta, baja la cabeza en señal de
arrepentimiento, pero antes de que pueda pronunciar palabra alguna, una voz
proveniente de uno de los capullos colgando sobre ellos interviene. Entre las
ramas de los árboles, pueden apreciarse los ojos de un hombre atrapado dentro
de uno de los capillos que los observa.
-¡Esperen! No la culpen a ella. Mi hija sólo
trataba de salvarme –asegura, un hombre entrecano delgado, de barba y bigote
abundantes.
Leiyus -Usted debe ser el padre de Kana…
-conjetura.
-En efecto –responde el hombre-. ¡Perdónenla! ¡Cuando
ese monstruo me capturó, le prometió a Kana que me liberaría si a cambio traía
a alguien más para que tomase mi lugar!
Kana –Es verdad. ¡Es por eso que buscaba a alguien
fuerte! ¡Pensé que al traer uno o más valientes, quizás podrían salvar a mi
padre de este monstruo!
–¡Niña tonta! ¡Sólo mira a estos debiluchos! ¡He
comido insectos más gordos que este par! Pero aún así, me los comeré a los
cuatro! –afirma aquella aberración, abalanzándose instantáneamente sobre ellos.
Instintivamente, Kana se interpone entre los
escuderos en un intento por parar a la demonio – ¡Aguarda! ¡Prometiste que no
le harías daño a mi padre! –dice suplicante ella.
-¡No me molestes, niña! –ruge el demonio al tiempo
que le arroja una red de hilos de seda con la intención de atraparla, algo que
no sucede puesto que Kindolf consigue usar su espada a tiempo para acortar las
hebras de la joven sin darse cuenta que el demonio ya ha puesto su vista en él,
lanzándole una maraña de pegajosa seda que lo inmoviliza parcialmente.
Leiyus intenta salvar a su amigo, pero antes de que pueda hacer algo, él también
es atrapado por las hebras de seda que el demonio le dispara hacia él desde,
inmovilizándolo en el acto. En poco tiempo, el demonio hace de ellos dos nuevos
capullos de los cuales sólo sobresalen
sus cabezas para posteriormente ser colgados cerca del padre de Kana.
-Lo siento de verdad, pero creo ninguno de nosotros
saldrá vivo de aquí… -les dice el padre de Kana con pesadumbre.
Leiyus -¡No se dé por vencido!, aun no estamos
muertos –insiste éste.
-¡Ah! –Interviene la mujer demonio-, pero pronto lo
estarán. Me pregunto a quien probaré primero –inquiere con malicia el ser
maligno, clavando sus ojos en el padre de Kana-. hmmm... este parece muy viejo
y rancio… –reprocha con un gesto de disgusto, para luego posar su mirada en
Kindolf- ¡Este otro en cambio parece más fresco y delicioso!
Apenas el demonio lo escoge Kindolf comienza a
sudar en frío. -¡A mí ni me veas, araña patona! –le espeta a gritos-. ¡Yo estoy
muy duro y correoso! ¡Además, no me he dado un baño en tres días!
Demonio de inmediato hace una muesca de disgusto. –¡Ah!
Este es demasiado escandaloso… creo que empezaré contigo –asegura, poniendo su
atención ahora en Leiyus.
Al ser ahora la elección del demonio, Leiyus
intenta desesperadamente de liberarse de la seda que lo mantiene cautivo
haciendo inútilmente uso de todas sus fuerzas sin que las resistentes fibras
del demonio cedan.
-¡Diablos, no puedo moverme! –maldice Leiyus,
haciendo intentos cada vez más desesperados por liberarse.
La mujer araña se deleita al verlo luchar mientras
se le acerca lentamente, mostrándole sus colmillos venenosos y dispuesta a
calvárselos cuando de la nada, aparece un dragón de energía en el cielo que se
introduce en el pecho de Leiyus. Esto causa que su rostro adquiera aquella
mirada agresiva, como cuando combatió contra Grudan.
Casi al mismo tiempo Dine aparece debajo de ellos,
y apenas verlos les pregunta con un grito desde el suelo: -¿Se encuentran bien?
–¡Gracias a ti, ahora lo estamos, Dine! –asegura,
logrando liberarse con suma facilidad de las hebras que lo mantenían cautivo
gracias a la fuerza extra que le proporciona el aura de dragón que ha
absorbido.
Una vez libre, Leiyus se dispone a liberar también
a su amigo Kindolf, así como al padre de Kana.
La mujer demonio mira incrédula cómo sus presas
escapan frente a sus ojos. –Pero, ¡cómo has podido romper mi tela, si sólo eres
un ser humano debilucho…! ¡Ahora verás! ¡No los dejaré ir tan fácilmente!
–asegura, hecha una furia, lanzándose sobre ellos.
La mujer demonio los ataca con unas espinas
envenenadas que dispara desde su boca. Leiyus reacciona desviando la atención
de su enemigo hacia él para evitar que las otras dos víctimas sean alcanzadas
por la lluvia de dardos. Una vez tiene su atención del demonio araña, él
esquiva fácilmente los proyectiles que ésta le arroja. Cerca de allí unas pocas
espinas consiguen clavarse cerca de donde se encuentra Kindolf, Kana y su
padre, pudiendo observar cómo la toxina que éstos cargan consigue derretir el
tronco en donde aterrizan hasta reducirlo a un a un charco viscoso y
maloliente.
–¿Te gusta mi veneno corrosivo? –pregunta con
malicia la demonio a Leiyus-. Si llega a tocarte, ¡te convertirás en una
deliciosa substancia líquida que posteriormente sorberé como sopa!
Al mismo tiempo, Kindolf se imagina al demonio sorbiendo a Leiyus sobre
un vaso de cristal de malteada mientras es bebido por el monstruo a través de
una pajilla. -¡Eso es asqueroso! –exclama sacando la lengua con disgusto.
Dine -Ahora que has conseguido la perla de Grudan,
¡puedes usar el rugido del dragón, Leiyus! –le avisa a su colega en
medio del combate.
Leiyus -¡Pero no sé cómo usarlo ese poder! –le
responde éste apenas tiene tiempo de hacer un breve alto al combate antes de
continuar evadiendo las espinas envenenadas.
Dine –¡Sólo imita los movimientos que Grudan usó
para utilizar el rugido de dragón y concentra tu energía en tus manos! –insiste
ella.
Para ese momento, la mujer demonio se prepara para
atacarlo de nuevo lanzando más espinas envenenadas. Leiyus se concentra por un
momento y cierra los ojos por unos breves instantes, poniendo sus manos al
frente y con los puños cerrados. –¡Rugido de dragón! –grita al momento
que sus manos liberan una gran energía.
Repentinamente una, vorágine destructiva emerge de
Leiyus hasta formar el torrente de poder conocido como el rugido de dragón, el
cual dirige directamente hacia el demonio. La fuerza de la energía liberada por
él es tal, que incluso los árboles aledaños se doblegan ante su poder.
La mujer araña no tarda en recibir de lleno el
ataque, siendo desintegrada al instante hasta no dejar rastro de ella…
Tanto Leiyus como sus compañeros quedan
sorprendidos de la magnitud de su ataque, que ha conseguido arrancar árboles
completos, dejando una marca en el pantano abriendo un claro en éste.
Cuando todo termina, tanto Kana como su padre les
dan las gracias a sus salvadores antes de partir. –No tienen idea cuándo les
agradezco que me hayan salvado a mí y a mi hija de ese monstruo –les dice al
par de escuderos y a su acompañante dragona con humildad.
Kana entonces se acerca con el rostro sonrojado
hacia Kindolf. –Lamento mucho haberlos engañado, así que en agradecimiento,
quisiera compensarte de alguna manera, en especial a ti, Kindolf, por haber
tratado de salvarme. ¡Cierra los ojos! –le pide en un tono dulce al aprendiz de
caballero.
Emocionado, Kindolf cierra los ojos y extiende los
labios hacia ella, listo para besarla, pero en vez de sus labios, ella toma las
manos del joven y le entrega una piedra color turquesa atada a un cordón.
Kana –Este es un dije mágico –le asegura-. ¡Con él,
podrás manejar magia que te protegerá en tus aventuras, joven valiente!
Kindlf -Gra… gracias, Kana –repone éste con voz
tenue y un evidente dejo de desilusión.
–Espero te sientas feliz –continúa el padre de
Lana-. Ese dije es la mercancía más valiosa que tenemos. Pensábamos venderlo a
un alto precio, pero creo que ustedes le sacarán más provecho que nosotros.
Espero les sirva más adelante, valientes guerreros.
Así, padre e hija se despiden de ellos dejándolos
atrás. Ellos les responden despidiéndose de ellos agitando la mano con alegría
con excepción de Kindolf, quien la mueve con desgano y sin poder ocultar su expresión
de desilusión.
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