El árbol de la vida
Lo que había
comenzado como un día con grandes promesas para Leiyus y su mejor amigo,
terminó como una tragedia después de que dos extraños seres invadieran y
atacaran el reino de Leivan con el aparentemente único objetivo de matar a
Leiyus antes de que Doma, un desconocido de extraños poderes le salvase la
vida. Ahora Leyus se ha comprometido a acompañarlo sin saber lo que le depara el
destino.
Dos dragones del
tamaño de montañas se miran fieramente el uno al otro sobre un terreno árido y
despoblado. Uno posee una piel dorada y blanca, mientras que el otro es
completamente oscuro y de ojos rojos. A su alrededor pueden verse volcanes
activos escupiendo lava y arrojando ceniza, formando espesas nubes que cubren
los cielos. Ambas criaturas entonces se enfrascan en una lucha feroz de vida o
muerte, atacándose con sus enormes garras y lanzándose ataques de energía por
la boca.
Finalmente, en el
punto cumbre de la batalla ambos seres imponentes abren simultáneamente sus
bocas desde donde lanzan potentes rayos de plasma que al colisionar, devastan
todo a su alrededor, incluyendo a ellos mismos…
Leiyus despierta abruptamente
de aquél sueño que acaba de tener, entonces se da cuenta que había estado
dormido todo este tiempo, encontrándose descansando al pie de un árbol conforme
la primera luz de la mañana clarea el cielo.
“Vaya... fue sólo una pesadilla.” –reflexiona Leiyus al tiempo que se mira las manos-. “No sé por qué, pero siento que desde que me
pegó esa luz, no he sido el mismo de antes… Es como si mis ojos y todo mi
cuerpo no me pertenecieran más ¿Por qué me sentiré así?”.
No muy lejos de
allí, el escudero localiza de pie a Doma sobre una pequeña colina, mirando en
dirección del sol naciente que da hacia un extenso llano. Él de inmediato nota que
éste ha despertado y se le acerca, dándole los buenos días. –Vaya, veo que ya
te has despertado, Leiyus –lo saluda cordialmente-. Tenemos que empezar tu entrenamiento
cuanto antes. –le asegura al tiempo que le facilita una naranja fresca, la cual
él devora con avidez.
Leiyus –¡Gracias,
no he comido nada desde ayer! –dice mientras devora el fruto en pocos bocados.
Más tarde, mientras ambos se encuentran caminando
al lado de un camino y a punto de dejar atrás el bosque, aparece por el
horizonte una carreta que avanza a gran velocidad en dirección a ellos. Cuando
pasa a su lado, de la carreta sale despedido por los aires Kindolf hasta dar de
cara contra un árbol. Desde la carreta, y sin detenerse, el conductor le grita
a su indeseable pasajero antes de perderse de nuevo de vista: –¡Y para la
próxima, mas te vale que pagues el viaje, tonto!
Kindolf se pone de pie en el acto y se frota
la cara enrojecida a causa del golpe mientras agita el brazo con furia contra
el conductor de la carreta. -¡Esa no es forma de tratar un caballero del reino Leivan! –le reprocha a
voz en cuello a al conductor de la carreta, que para entonces ya está muy lejos
para escucharle. En ese instante repara en que Leiyus y su acompañante se le
quedan viendo en silencio con cara de extrañeza y asombro debido a su
inesperada aparición.
Kindolf -¿Eh? ¡¡Leiyus!! ¡Qué bueno verte! ¡Te
he estado buscando por todas partes desde lo que ocurrió ayer!
Leiyus -¡Kindolf!, creí que te habías quedado
en Leivan.
–Sí, eh... bueno... –musita sin dejar de
sacudirse el polvo de sus ropas-, después de que desapareciste, unos monstruos
alados con cuerpo de mujer atacaron el castillo y destruyeron parte de la
ciudad, por lo que tuve que salir de allí para salvar el pellejo. Un momento…
¿por qué desapareciste repentinamente? –le pregunta a su amigo antes de reparar
en Doma, a quien observa con recelo sin dejar de inspeccionar sus ropas de
cerca-. ¿Y quién es el monje este? –le pregunta a su amigo, señalando al
aludido con el dedo.
Leiyus -Él es Doma, y fue quien nos salvó de esos
tipos que intentaron matarnos mientras estábamos peleando. Y no te abandoné,
Doma fue quien me sacó de la ciudad volando.
Kindolf
-¿¡Volando!? –exclama con alarma apenas lo escucha- ¿Que clase de monje
eres?
Doma -No soy un monje. Soy un descendiente de
la realeza de los dragones blancos, y ya se nos ha hecho tarde a mí y a Leiyus,
así que si nos disculpas... tentemos que seguir nuestro camino –asegura éste
dirigiéndose a Leiyus, antes de continuar su marcha.
Kindolf
entonces se apresura a cortarle el paso -¡Un momento! ¡Leiyus y yo somos
como casi hermanos, a donde vaya el yo también iré! –le asegura a Doma mientras
rodea a Leiyus con el brazo con tal fuerza, que éste no es capaz de respirar
bien.
Doma –Eso es imposible. No tengo tiempo de
cuidar a una criatura tan débil como tú. Lo mejor es que regreses al castillo y
continúes tu vida, joven caballero.
A ese punto Kindolf pierde la paciencia. –¿¡Con quién crees que
estás tratando!? ¡Soy un caballero del reino Leivan! ¡Incluso estoy estudiando
hechicería! –replica mostrándole un libro en cuya portada puede leerse “hechicería básica para novatos”.
Leiyus – Espera un segundo –interrumpe a su
amigo sin ocultar su recelo- ¿Desde cuándo estás aprendiendo magia, Kindolf…?
Como sea –dice para después dirigirse hacia doma-, Me cuesta admitirlo, pero lo
que él dijo es verdad. Kindolf y yo hemos sido inseparables desde muy pequeños,
creo que no nos vendría mal su compañía. Además, no es tan débil como lo
parece, sólo es un poco cobarde a veces.
Doma –Lo lamento, Leiyus, pero tienes que
comprender que estamos en una misión muy importante. Esto no es un juego.
Traerlo con nosotros sólo nos acarearía problemas.
Kindolf -¡Oigan, no hablen de mí como si
fuera un perro faldero! –los interrumpe, sin que ninguno haga el menor caso de
sus comentarios.
Leiyus –Pues para serte franco, aún no tengo
muy claro qué es lo que pretendes conmigo, así que si él no puede venir con
nosotros, puedes olvidarte de mí también –insiste con voz firme.
Ante la insistencia de Leiyus, Doma decide echar
un vistazo rápido a Kindolf con la mirada, quien para entonces no deja de
sonreírle con una sonrisa forzada mientras le exhibe los músculos de los brazos
como prueba de su fortaleza antes de soltar un suspiro de resignación. -Está
bien, será como tú quieras, Leiyus. Ahora démonos prisa, debemos llegar al
árbol de la vida lo más pronto posible. Ya no debemos estar demasiado lejos.
Mientras Doma se les da la espalda y se aleja
retomando su andar, Kindolf le susurra a Leiyus al oído: - ¿Estás seguro que ese
tipo es de confianza, Leiyus? A mí me parece que quiere engañarnos –le confiesa
a su amigo con recelo.
Leiyus se encoje de hombros y agrega: –Aunque
no conozco nada de él, no creo que tenga malas intenciones. Después de todo, él
fue quien nos salvó de esos tipos. Lo menos que podemos hacer es hacer es
devolverle el favor y acompañarlo, aunque sea por un tiempo.
Así, los tres se ponen en camino hacia su
destino hasta que el sol de media mañana se eleva por sobre sus cabezas. Es
entonces que el trío llega a un valle asilado por grandes montañas, en cuyo
centro se halla un pequeño bosque, en el cual se adentran y llagan a un claro
con un manantial al pie de un árbol enorme, que parece ser muy antiguo. Tanto
Leiyus como su amigo quedan asombrados ante la majestuosidad de aquél árbol. En
su tronco se aprecia la marca de lo que parecen garras en su corteza. Leiyus
entonces tiene una extraña sensación que lo impulsa a acercarse al árbol y
tocarlo con la mano. -No sé porque, pero tengo la sensación de que he estado
aquí antes… -le confiesa a sus acompañantes.
En ese momento, Doma se le acerca poniéndole
la mano en el hombro. –En realidad, este árbol tiene mucho que ver contigo,
Leiyus. Se podría decir que aquí naciste.
Kindolf -¿Cómo que el lugar en donde él
nació? Leiyus es un niño huérfano, y al igual que yo, fue acogido en el
castillo Leivan.
Doma –No estoy hablando de su nacimiento como
ser humano, sino de su nacimiento espiritual. Este es un árbol muy importante.
Se dice que marca el lugar en el que los primeros dragones descendieron a la
tierra.
Kindolf -¡Entonces, de verdad eres un dragón!
Doma –Así es.
Leiyus se vuelve hacia él, confundido por sus
palabras –Sigo sin entender de lo que hablas, Doma… ¿qué estamos haciendo aquí?
Doma –Antes de partir en nuestro viaje, ,
necesito que aprendas a controlar tus nuevos poderes, y para ello debes
aprender a exteriorizarlos voluntariamente, justo como lo hiciste la última vez
cuando peleaste con esa arpía. –le asegura, parándose junto a una gran roca. – Primero
quiero que rompas esta piedra justo como lo haré yo, observa muy bien…
Acto seguido, Doma alza su mano y con un solo
dedo, apenas y toca la gran roca con un movimiento suave toca aquella gran roca
haciendo un movimiento suave sobre la superficie de la misma. Segundos después,
ésta comienza a emitir vibraciones que pronto la convierten en mil pedazos.
Kindolf
-¿Eso es todo? –alega, acercándose a otra roca de similares dimensiones-
¡Es muy fácil hacer eso! –le asegura.
Una vez Leiyus se prepara mentalmente, le da
un fuerte puñetazo a la roca, de la cual comienzan a surgir cuarteaduras por
toda su superficie. Orgulloso por su hazaña, se vuelve hacia ellos, pero en vez
de recibir felicitaciones, Doma le da un golpe en la cabeza con su bastón. -Les
dije que debían lograrlo usando su fuerza interna, no la fuerza física.
Kindolf –Creo que lo que quiere es que uses
magia, Leiyus.
Doma -¡No! –dice, exasperado-. Me refiero al
poder interno inherente a todos los seres que poseen poderes propios. A eso se
le conoce como aura.
Todavía rascándose la cabeza a causa del
golpe, Leiyus se acerca a otra roca de tamaño similar. –Creo que ya comprendo lo que dices… –asegura-
Voy a intentarlo otra vez.
Concentrándose, Leiyus cierra los ojos y pone
su mente en blanco. -¡Aquí voy! –exclama, antes de tocar la roca con su dedo
índice tan rápido como puede y con todas sus fuerzas. El dedo logra introducirse
dentro la piedra, creando múltiples cuarteaduras desde su interior que se
extienden por toda su superficie.
A pesar de haberle quedado el dedo inflamado
y aguantándose el dolor, Leiyus esboza una sonrisa de orgullo tras admirar su
proeza antes de recibir otro golpe en la cabeza por parte de Doma.00 –Supongo
que esto tomará más tiempo de lo esperado… -asegura, meneando la cabeza de
forma desaprobatoria.
Repentinamente, se escucha una risa que
parece provenir de entre las ramas del árbol seguida de una voz:
-Veo que a esto se ha reducido tu rey, Doma.
No puedo creer lo fácil que esto va a ser para mí… –asegura Grudan, quien baja
de un salto a nivel el piso, aterrizando muy cerca de ellos.
Doma –Grudan… -balbucea cautelosamente y con
voz apenas audible.
Leiyus, por otra parte, reacciona alarmado
apenas lo reconoce. -¡Es el tipo que nos ataco en la feria del sol!
Grudan –Así es, niño. Me llamo Grudan, y será
para mí un placer poder quitarle la vida con mis propias manos a la
reencarnación del poderoso Dyamat. ¿O, acaso no me recuerdas?
En ese instante, Kindolf se vuelve hacia Doma
para decirle algo al oído. -Un momento, creí que te llamabas Doma.
Doma -No está hablando de mí, sino de Leiyus
–le responde, tensando la quijada.
Leiyus no vacila le hace frente al hombre.
–Puede que hayas estado muy cerca de matarme la primera vez que nos vimos, pero
esta vez será diferente. ¡No me tomaras desprevenido una segunda vez, Grudan!
Doma –No, ¡espera Leiyus! –le advierte con un
grito e intentando detenerle.
Sin hacer caso a las palabras de Doma, Leiyus
corre hacia Grudan con la intención de atacarle con un golpe, pero para cuando
lanza el ataque, su puño se topa con una especie de barrera invisible que
protege a su enemigo y al mismo tiempo refleja la fuerza de su golpe sobre sí
mismo, lanzándolo al suelo con fuerza.
Grudan no puede evitar liberar una risotada. –Observa
–se dirige a Leiyus, mostrándole una perla dorada que lleva colgada al cuello-:
la perla reacciona con tu aura... Eso significa que no me equivoco en afirmar
quién eres, o más bien, quién fuiste. ¡Mi misión es extinguir tu vida para
quedarme con el poder de lo que queda del legendario rey de los dragones!
Sin previo aviso, Grudan se lanza contra
Leiyus, que todavía yace en el suelo aturdido a causa del impacto que se ha
dado al caer. Doma inmediatamente interviene con su bastón, cerrándole el paso
a Grudan e impidiendo que éste pueda acercársele.
Grudan da un paso atrás como reaccion,
mirando con fiereza desafiante a los ojos de Doma –Sigues siendo tan obstinado
como siempre, ¿eh, Doma? Pero esta vez
no vengo solo…
En eso, a poca distancia apareen dos figuras
que observan con atención lo que está sucediendo desde las sombras. El
semblante de Doma cambia a una profunda preocupación apenas percatarse de su presencia.
-¡Kindolf!, toma a tu amigo y váyanse de aquí lo más rápido posible. ¡Si le
pasa algo a Leiyus, nuestro mundo estará condenado a la destrucción! –le ordena
con urgencia.
En vez de hacer lo que Doma les ordena, Leiyus
se resiste a abandonarlo. –¡De ninguna manera voy a salir huyendo de aquí! ¡No
soy de los que les gusta usar la violencia sin sentido, pero tampoco soy de los
que huyen!
Kindolf está a punto de decir algo a su
favor, pero entonces repara en aquellas sombras que los asechan desde lo
profundo del bosque, y en la expresión de tensión que domina el rostro de Doma,
comprendiendo la gravedad de la situación. –¡Leiyus, creo que habla en serio!
–dice, con creciente pánico y los pelos de punta-. ¡Algo debe andar muy mal si
un tipo tan fuerte como él tiene miedo!
Leiyus –Pero…
Sin decir más, Kindolf toma a su amigo por el
brazo y se adentra en la maleza junto con él a toda velocidad sin siquiera
mirar atrás.
–Espera, ¡qué haces! –le reprocha Leiyus a
Kindolf, incapaz de soltarse del agarre de su amigo mientras lo arrastra lejos-
¡No podernos dejarlo ahí solo con ese sujeto!
Su amigo se detiene apenas lo suficiente para
volverse y decirle algo. -¡Escucha, hay algo en la mirada de Doma que mostraba
un gran temor! ¡Será mejor hacerle caso y escapar por esta vez! ¡Estoy seguro que
él sabrá arreglárselas solo!
Antes de que reanuden la marcha, por entre
los árboles alcanzan a escuchar la voz de Doma hablarles una última vez: -¡Vayan
al bosque perpetuo que está al noroeste! ¡Yo me reuniré con ustedes más
adelante, al atardecer! –les asegura.
Leiyus -¡Está bien! –le grita en respuesta-.
¡Nos veremos allá!
Los dos escuderos entonces continúan
corriendo a toda velocidad hasta perderse en el bosque rápidamente, dejando a
Doma y a Grudan solos combatiendo.
Grudan -Sabes que desde que tengo la perla
del dragón, no podrás vencerme Doma, mi viejo rival. Puedo incluso bloquear tus
poderes de luz con ella.
Doma –Lo sé, pero no puedo permitiré que
mates el alma de Dyamat tan fácilmente. ¡Incluso si tengo que sacrificar propia
vida!
Grudan
pierde la paciencia en el momento en el que ve desaparecer a Leiyus y a Kindolf
por entre el bosque -Si me dejas acabar con él, te perdonaré la vida por ahora
¡Hazte a un lado, Doma! –ruje.
Doma -No lo haré –responde resuelto, y con
voz serena-. Puedes hacer lo que quieras conmigo, Grudan. Pero tendrás que
pasar primero sobre mi cadáver si quieres avanzar más allá de este punto.
Furioso, Grduan le lanza una esfera de
energía que Doma bloquea protegiéndose creando un campo de energía frente a él.
Grudan -¡Muy bien!, pudiste aguantar eso,
pero ¿qué tanto resistirás ser atacado por el poder de tu rey?
Doma -¿Qué has dicho? ¡No me digas que
piensas usar…!
Antes de que pueda terminar la frase, Grudan
ejecuta su técnica: -¡Rugido de dragón! –Grita
al tiempo que se escucha un estruendo ensordecedor en los alrededores.
De las manos de Grudan emerge una poderosa
cantidad de energía que toma forma de un rayo de espiral girando a grandes
velocidades sobre sí misma mientras avanza. El potente rayo atraviesa en menos
de un segundo la distancia que los separa, devastando a su vez parte del bosque
que culmina con una explosión. Doma consigue esquivar el ataque, reapareciendo
poco después con una fea herida en el hombro, y respirando agitadamente a causa
del esfuerzo.
Grudan –Vaya, ¡has logrado sobrevivir Doma!,
pero no tengo tiempo qué perder contigo. Debo alcanzar a esos dos antes de que
los pierda de vista.
Doma -¡Espera! –le suplica, corriendo hacia
él con su bastón en alto.
Grudan logra esquivar el golpe del bastón,
pero no se da cuenta que al mismo tiempo, Doma consigue colarse a sus espaldas
y logra sujetarlo del pecho y los brazos con su bastón, inmovilizándolo.
Grudan -¿¡Por qué no te mueres de una vez!? –grita
con fura Grudan-. Sabes que no he venido solo. ¡No podrás con nosotros! –le
advierte, señalando con la mirada hacia un lugar del bosque, en el que se pueden
distinguir a dos seres que para entonces se dirigen hacia ellos a toda
velocidad.
Lejos de inmutarse, Doma comprime el pecho de
su rival con todas sus fuerzas, dejando a éste sin aliento -Tal vez no te pueda
derrotarlos… ¡Pero al menos evitaré que maten a la reencarnación de Dyamat!
Las dos misteriosas figuras entran en acción
en ese instante agrediendo por la espalda a Doma con ataques de energía. El
daño que recibe es tal, que suelta a Grudan momentos antes de dejarse caer de
rodillas contra el suelo.
Grudan aprovecha para tomar distancia y
preparar otro rugido de dragón. –¡Este,
será tu fin! ¡Rugido de dragón!
Al mismo tiempo, desde los límites del bosque,
por donde todavía huyen Leiyus y Kindolf,
se logra escuchar un segundo estruendo a sus espaldas, seguido de una onda de
choque que arroja a ambos con una enorme fuerza, haciéndoles perder el conocimiento
apenas son alcanzados por ella.
Poco tiempo después, Leiyus despierta,
encontrándose flotando sobre un río y con medio cuerpo abrazado a un tronco que
es arrastrado con la corriente por entre las montañas. Río abajo localiza a
Kindolf, que yace de cabeza y sostenido de otro tronco con los pies, y con la
cabeza sumergida debajo del agua. Al mirar atrás, a lo lejos, puede apreciar el
bosque que acaban de dejar atrás, el cual ya ha sido parcialmente destruido por
una fuerza desconocida, y ahora sus restos son consumidos por las llamas.
Leiyus -Doma… -pronuncia con voz débil, sin
poder apartar la vista del bosque, ahora en llamas a kilómetros atrás.
Kindolf recobra repentinamente la conciencia
de golpe a causa de la privación de oxígeno sacando la cabeza para tomar una
bocanada de aire. -Diablos, ¿En qué lió nos hemos metido? –le pregunta a su
amigo con voz lastimera.
Leiyus -No lo sé, pero creo que es lo más
seguro para nuestro bienestar el hacer lo que nos dijo Doma…
Kindolf
-¡¿Bromeas?! ¡Casi nos matan esos tipos por su culpa! Yo opino que
deberíamos regresar a Leivan.
Leiyus –Quizá tienes razón... pero siento
como si algo me llamara. No sé que sea exactamente, pero creo que debemos ir al
bosque perpetuo.
Kindolf
-Esta bien… Ahora que lo pienso mejor, no creo que sea la mejor idea regresar
a Leivan ahora mismo considerando estado ruinoso en el que quedó el reino
–reflexiona.
El río arrastra los troncos en los que se
aferran mientras la corriente los aleja cada vez más, hacia un mundo desconocido
para ellos.
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